Entre barricadas
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Entre barricadas

Novelas que reescriben la historia. Tucumán 1950 - 2000

  1. 326 páginas
  2. Spanish
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Entre barricadas

Novelas que reescriben la historia. Tucumán 1950 - 2000

Descripción del libro

Imágenes de la peste, huelgas y marchas de obreros, desapariciones, siluetas de El Familiar y los Uturuncos, barricadas en la ciudad, forajidos y rebeldes convertidos en santos populares, detenciones en la noche, terror y olvido. Representaciones que atraviesan la memoria y la novelística sobre Tucumán al tensar y fragmentar los relatos.Frente al lugar común que concibe al noroeste argentino como zona literaria donde la novela no es un género relevante, luego de un exhaustivo y sistemático relevamiento, que hasta la actualidad no había sido realizado, se constató la existencia de 82 novelas publicadas entre 1950 y 2000 que trazan "geografías imaginarias" alrededor de Tucumán. Un corpus de obras escritas por Tomás Eloy Martínez, Elvira Orphée, Pablo Rojas Paz, Adolfo Colombres, Julio Ardiles Gray, Hugo Foguet, entre otros.Si como señala Ivan Jablonka, tanto la novela como la historia producen conocimiento de lo real, entre estas discursividades se genera una zona de indeterminación, un espacio de vacilación, rememoración y acción. Una suerte de barricada, una línea móvil imaginaria y certera para reescribir el pasado, el presente y el futuro.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789876918534

CAPÍTULO 1
Desde la teoría

Su [de la palabra intrínsecamente convincente] carácter semánticamente abierto para nosotros, su capacidad para seguir teniendo una vida creativa en el contexto de nuestra conciencia ideológica, el carácter dilatado, inagotable de nuestra relación dialogística con ella. Todavía no sabemos de la misma todo lo que nos puede decir, la introducimos en nuevos contextos, la aplicamos a un nuevo material, la ponemos en una nueva situación para obtener de ella nuevas respuestas, nuevas facetas en cuanto a su sentido y nuevas palabras propias.
Mijaíl Bajtín

1. La novela como condensación de tiempos y voces

La novela es un género discursivo que condensa otros géneros y que manifiesta con mayor intensidad las marcas de esta zona intermedia existente entre la ficción y la historia. Rachel Schmidt (2011) destaca que en la novela se puede encontrar un intento constante por leer, comprender y colocar bajo crítica las complejidades de la modernidad.1 A pesar de la voluminosa bibliografía2 existente sobre la novela, Schmidt y un gran número de teóricos aún hoy en día reconocen la relevancia, actualidad e influencia de los aportes tanto de Mijaíl Bajtín como de György Lukács para el estudio de la literatura en relación con las estructuras sociales del poder.
El género de la novela es, como lo señala Bajtín, el género más nuevo, absorbe y encuadra a los otros géneros y se muestra en permanente movimiento y cambio. Por ello, nunca puede estar acabado o cerrado en sí mismo. Así, se manifiesta como un fenómeno “plurivocal”, “pluriestilístico” y “plurilingüístico” (Bajtín, 1989: 80). La novela asume la palabra ajena y le brinda una nueva acentuación a través de un trabajo estético, lo que configura su espacio como un ámbito dialógico y polifónico. La novela interactúa al mismo tiempo con el universo discursivo e histórico:
A la prosa artística le es más cercana la idea de la existencia viva e histórico-concreta de los lenguajes. La prosa literaria supone la percepción intencional de la concretización y relativización histórica y social de la palabra viva, de su implicación en el proceso histórico de formación y en la lucha social; y la prosa toma de esa lucha y de ese antagonismo la palabra todavía caliente, todavía no determinada, desgarrada por entonaciones y acentos contrarios, y, así como es, la subordina a la unidad dinámica de su estilo. (Bajtín, 1989: 148)
Esta copresencia en la “contemporaneidad” histórica refuerza resonancias y ecos en la recepción del lector/oyente. Porque para Bajtín (1989: 99) la forma y la comprensión son producto de una actividad, de la acción; son manifestaciones creativas ligadas a una suerte de respuesta.
Por otro lado, la novela es la expresión de la conciencia lingüística galileica que conduce a la descentralización del universo ideológico-verbal (Bajtín, 1989: 182). Por ello, la novela contemporánea consigue encarnar la sensación de incertidumbre de las primeras décadas del siglo XX, y el mismo Bajtín señala las correspondencias de su concepto de cronotopo con la categoría “espacio-tiempo” de la física:
Vamos a llamar cronotopo (lo que en traducción literal significa “tiempo-espacio”) a la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. Este término se utiliza en las ciencias matemáticas y ha sido introducido y fundamentado a través de la teoría de la relatividad (Einstein). (Bajtín, 1989: 237)
El cronotopo expresa el “carácter indisoluble del espacio y del tiempo”. En el lenguaje de la novela se encarna la “coexistencia de contradicciones social-ideológicas entre el presente y el pasado, entre las diferentes épocas del pasado” (Bajtín, 1989: 108). Por su parte, para Barthes (2005a: 358) el escritor se interroga sobre cómo “representa” y cómo “expresa” la “Historia (= su presente en la medida en que lo quiere inteligible)”. Así, el novelista se reconoce en la “juntura” del nuevo mundo, “del mundo ausente, pasado, y del mundo presente, que se hace”, y termina siendo ese espacio “lo que hay que escribir” (359). Un problema “estético” que se traduce ciertamente en uno político. Por lo tanto, se introduce en el texto una “nueva plenitud del tiempo” que lo conduce a una relación cercana con lo futuro:
La revolución en la jerarquía de los tiempos […] determina también una revolución radical en la estructura de la imagen artística. El presente es en su –por decirlo así– “totalidad” (aunque no constituya, precisamente, un todo) imperfecto, por principio y en esencia: el presente requiere continuación con todo su ser; se dirige hacia el futuro, y cuanto más activa y conscientemente avanza hacia ese futuro, tanto más perceptible y significativa es su imperfección. (Bajtín, 1989: 474-475)
Entonces, los acontecimientos sociopolíticos adquieren relieve en la novela no en sí mismos, sino por la capacidad de este género de refractarlos a través de su inserción en la vida privada de los personajes. Se reconoce también una implicación profunda de los lectores para actualizar y desarrollar la novela como objeto estético. Aparece entonces un “presente imperfecto”, de la acción pero también de la lectura; un presente inacabado e incompleto, desde el cual el texto avanza en busca de su continuación, de nuevas significaciones. La novela se manifiesta como el género más permeable para captar el presente, pero Bajtín (1989: 475) también identifica en este género literario el intento por anticipar el futuro, ya que la novela “busca profetizar, predecir e influenciar el futuro real, el futuro del autor y del lector”. Para José Luis Romero (2008: 57), la denominada “previsión histórica” reafirma la validez y la actualidad de la disciplina histórica: “Don de Casandra, la previsión histórica es más bien la prueba del contenido vital de esa disciplina, de su adhesión a la vida de cuyo curso nace. La aspiración a ella surge, pues, siempre que el pensamiento histórico es vivo”. La “previsión histórica” traza una línea que comunica el pasado, el presente y el futuro para plantear “la correspondencia entre la realidad empírica y las relaciones intuidas”, de este modo, se hace visible la concepción de la vida de una época determinada y los sentidos profundos de su perduración o de su crisis (58). La visión de esta crisis desde las huellas del pasado se convierte en memoria y capacidad de acción para el futuro: “La ignorancia del pasado no se limita a impedir el conocimiento del presente, sino que compromete, en el presente, la misma acción” (Bloch, 2000: 44). Sucede quizás lo que Bajtín (1989: 485) señala sobre la novela del Renacimiento, cuando afirma que, desde esa época, el presente imperfecto “percibió, con toda claridad y lucidez, que estaba incomparablemente más próximo y emparentado al futuro que al presente”. La novela como género en formación permite que el presente se aloje en su trama y se arroje hacia el futuro, proyecte posibilidades y anuncie cambios ineludibles. Esta nueva temporalidad en la novela, la zona de contigüidad y coexistencia, construye una “nueva plenitud del tiempo” en la que no se pueden separar los límites entre pasado, presente y futuro.
El novelista, en toda la extensión del texto, intercala e incorpora otros géneros literarios y sus registros; a través de ellos emplea “formas elaboradas de asimilación verbal de la realidad” para construir la trama. De este modo, a través de la apropiación y el encuadramiento de otros géneros en el texto, se materializa el “plurilingüismo” de la novela, y con la introducción de discursos ajenos se produce la “relativización” del lenguaje de la totalidad textual. Se establece una cercanía entre la escucha/lectura, y el hombre que habla a través de su palabra “expresa un punto de vista especial acerca del mundo, un punto de vista que pretende una significación social” (Bajtín, 1989: 149).
La condición de “contemporaneidad” del autor con los sucesos es lo que genera la incompletitud de la visión y el permanente desarrollo de la historia que busca su continuación. El pasado revive desde el presente, resiste ser reescrito, pervive como una marca y como una necesidad de memoria.
El autor observa desde su incompleta contemporaneidad –con toda la complejidad y plenitud de esta; además, es como si él mismo se encontrase en la tangente de la realidad que está representando. Esa contemporaneidad desde la cual observa el autor incluye en sí misma, en primer lugar, el campo de la literatura –pero no solo el de la contemporánea, en el sentido estrecho de la palabra, sino también el del pasado que continúa viviendo y renovándose en la contemporaneidad–. El dominio de la literatura y –más ampliamente– el de la cultura (de la cual no puede ser separada la literatura) constituye el contexto indispensable de la obra literaria y de la posición en esta del autor, fuera del cual no se puede entender ni la obra ni las intenciones del autor reflejadas en ella. (Bajtín, 1989: 406)

2. Relato que construye un efecto de realidad

En sintonía con muchas conceptualizaciones posteriores, Roland Barthes (1967, 1970, 1987, 1991) señaló que la novela y la historia establecieron vínculos muy fuertes a lo largo del siglo XIX, el más importante en el desarrollo de ambas. Pero, al igual que la historia, y de acuerdo con lo expuesto por Michel de Certeau, la novela también establece una relación estrecha con la muerte: “La literatura es como el fósforo: brilla más en el instante en que intenta morir” (Barthes, 1967: 30). Si “la novela es una muerte”, también se convierte en un espacio para reformular las temporalidades, reconstruir y reapropiarse de las duraciones. En su artículo “El discurso de la historia”, Barthes propone un interrogante decisivo al preguntarse si existe algo que permita diferenciar la narración de los acontecimientos de la narración imaginaria. Para reflexionar sobre esta cuestión propone los conceptos de shifters o embragues de escucha y los de organización, presentes en la enunciación, y que permiten analizar funcionamientos y desplazamientos en la narración. Señala que estos “embragues” pueden identificarse en las novelas, lo cual los hace pertinentes para esta investigación. El “embrague” de escucha se hace presente a partir de la mención de fuentes, testimonios u otras textualidades que se manifiestan como una voz ajena oída por el historiador, reconocida como tal y reconstruida en la escritura. Por su lado, el “embrague” de organización remite a los “signos declarados” por los que el historiador organiza el discurso, lo retoma y lo reformula (Barthes, 1987: 164-165). Con respecto a los tiempos del relato, los “embragues” de organización tienen una función fundamental ya que expresan el “roce de dos tiempos”, del tiempo de la enunciación y de lo que se cuenta. A partir de este “roce”, se producen, según Barthes, tres fenómenos que pueden ser descriptos como aceleración o ralentización de la historia, profundización del tiempo histórico a través de la construcción “lineal” del discurso y destrucción del “tiempo crónico de la historia”. De este modo, los “embragues” organizadores intervienen como marcas de la enunciación en el enunciado histórico y consiguen “«complicar» el tiempo crónico de la historia enfrentándolo con otro tiempo que es del propio discurso […] la presencia en la narración histórica, de signos explícitos de enunciación tendría como objeto la «descronologización» del «hilo» histórico y la restitución, aunque no fuera más que a título de reminiscencia o de nostalgia, de un tiempo complejo, paramétrico, nada lineal, cuyo espacio profundo recordaría el tiempo mítico de las antiguas cosmogonías […] los shifters de organización, en efecto, atestiguan […] la función predictiva del historiador: en la medida en que él sabe lo que no se ha contado todavía, el historiador […] tiene la necesidad de acompañar el desgranarse crónico de los acontecimientos con referencias al tiempo propio de su palabra” (Barthes, 1987: 166-167).
Al respecto, Barthes destaca que en el discurso histórico los hechos solo tienen existencia lingüística, y lo que importa en definitiva es generar un “efecto de realidad”, objetivo presente también en otro tipo de géneros como la novela realista y la literatura documental. Por lo tanto, el discurso histórico no asume la realidad como significado y extrae su “verdad” del cuidado en la narración y sus expansiones. Barthes (1970: 95) señala que en el marco de los análisis estructurales del relato se reconocía la existencia de detalles “superfluos” o “rellenos” que no cumplían una función estructural pero sí indirecta, al permitir la reconstrucción de un carácter o atmósfera en el relato. Estos “detalles inútiles” no parecen importantes para la institución de un primer sentido de la lectura; sin embargo, terminan siendo fundamentales para constituir el flujo de lo verosímil en un relato y (a través de lo que Barthes identifica como una “función estética”) suspender el “vértigo de la notación” o de una significación esperada: “¿cuál es en definitiva –si se nos permite la expresión– la significación de esta insignificancia?” (95-97). Estas notaciones, estos detalles inútiles, recubren los intersticios del relato y con ello terminan por construir un relato completamente diferente.

3. La escritura que interroga lo Otro

Si Michel de Certeau (1993: 118) plantea que la “escritura de la historia es el estudio de la escritura como práctica histórica”, puede afirmarse que el trabajo y el análisis de un corpus novelístico también son el estudio de la escritura como una práctica histórica, es decir, como una acción que se desenvuelve en un tiempo y lugar precisos. Las obras literarias permiten vislumbrar la trama escriturística, apreciar de qué manera intentan construir un relato imbricado en la historia. A partir de la práctica de la escritura se vinculan, de esta manera, historia y ficción. Se entiende así que la ficción fabrica algo diferente a partir de la narración de facetas de los sucesos históricos, y de ese modo, propone la existencia y alienta el recuerdo de otro pasado: “El efecto de lo real crea la ficción de otra historia” (118).
No es necesario hacer mucho énfasis en el reconocimiento de que la historia no se desenvuelve de la misma manera que la ficción y viceversa, ya que la historia como disciplina científica procura una vinculación certera con lo real (a través del tratamiento que dispensa a los documentos y testimonios) y no puede ser considerada como falsedad o elucubración. A partir de los razonamientos de De Certeau se desprende que la búsqueda de la historia es una búsqueda de lo otro, de la Otredad, de lo que se pierde con el tiempo y la muerte. Del mismo modo, la novela “sabe decir” algo acerca de lo Otro, de la muerte y del vacío; también consigue revelar en la escritura las “ausencias”, aquellos “documentos” y “murmullos” que permanecen. Ambas prácticas de escritura procuran hacer inteligible lo Otro. Al igual que en la historia, interesan en la novela las relaciones que se establecen entre pasado y presente, y si para De Certeau “escribir es construir”, la escritura novelística procura, al mismo tiempo, construir (un relato, una historia) y reconstruir (un tiempo, un pasado, una historia). En numerosas ocasiones la novela consigue valerse de aquellos elementos que en la historia quedan al margen:
Todo lo que esta nueva comprensión del pasado tiene por inadecuado –desperdicio abandonado al seleccionar el material, resto olvidado en una explicación– vuelve, a pesar de todo, a insinuarse en las orillas y en las fallas del discurso. “Resistencias”, “supervivencias” o retardos perturban discretamente la hermosa ordenación de un “progreso” o de un sistema de interpretación. Son lapsus en la sintaxis construida por la ley de un lugar, prefiguran el regreso de lo rechazado, de todo aquello que en un momento dado se ha convertido en impensable para que una nueva identidad pueda ser pensable. (De Certeau, 1993: 18)
A partir de la cita anterior de Michel De Certeau se podría afirmar que la novela también propone una nueva comprensión del pasado ya que trabaja con los desperdicios, con los restos de los sucesos y de los relatos. Con esos retazos se construye una urdimbre que convierte fragmentos dispersos en los puntos de unión y de sentido. En la novela, los restos resisten y regresan, pero no para completar un relato, sino para proponer otra historia. En este sentido, también en la novela “la narración se presenta como una dramatización del pasado” (23). De este modo, el relato con...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Reconocimientos
  6. Palabras preliminares
  7. Introducción
  8. Capítulo 1. Desde la teoría
  9. Capítulo 2. Panorama de la novelística tucumana, 1950-2000
  10. Capítulo 3. Constantes y reescrituras de la historia
  11. Conclusiones y proyecciones: crisis y escrituras de la literatura en Tucumán
  12. Fuentes y bibliografía
  13. Créditos