La crítica de la crítica
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La crítica de la crítica

Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes

  1. 501 páginas
  2. Spanish
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La crítica de la crítica

Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes

Descripción del libro

"La Segunda República fue un régimen ilegítimo", "la Guerra Civil la iniciaron las hordas rojas en Asturias en 1934", "Franco no fue un reaccionario de ultraderecha" o "la Dictadura fue el germen de la democracia" son algunos ejemplos de las tesis que una serie de historiadores y publicistas esgrimen desde un supuesto revisionismo histórico, desde una postura crítica, que poco o nada tiene de crítica, y menos aún de histórica. Los que se proclaman historiadores jamás deberían abusar ni violar el pasado ni faltar al método historiográfico: no está justificado que nadie haga pasar por verdadero un juicio que no responde a la realidad, y mucho menos si su defensa responde a intereses políticos o acientíficos. La crítica de la crítica denuncia el espeso muro de propaganda y manipulación históricas que se ha construido en las últimas décadas bajo la etiqueta de revisionismo. El autor, crítico de esos "críticos" (o historietógrafos, como los denomina) hace un repaso de nuestra historia contemporánea, desde la proclamación de la Segunda República hasta la actualidad, a través de un riguroso análisis de sus cuestiones más controvertidas para, acto seguido, diseccionar las intenciones y prácticas espurias de unos pretendidos historiadores que se manifiestan más bien como unos publicistas inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes.

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Información

Editorial
Siglo XXI
Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788432318795
Categoría
History
II. BANALIDADES PSEUDOHISTÓRICAS
Triste y paradójicamente nos hallamos sumidos en una literatura trivial sobre temas históricos de la que no es fácil zafarse si no se está mínimamente familiarizado con la bibliografía académica. No dejan de publicarse banalidades historiográficas con pretensiones revisionistas un día sí y al otro también. El revisionismo según el DRAE no es otra cosa que: «Tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con el propósito de actualizarlas y a veces de negarlas». Lo que habrá que considerar en sí mismo como positivo. Y aplicado a la Historia, aún más, pues esta es de suyo revisionista o no es. Pero en su 2.ª acepción, «Actitud heterodoxa que propugna un replanteamiento moderado de la doctrina y las prácticas marxistas», adquiere una connotación peyorativa debida a los marxistas más firmes que consideraban que tales replanteamientos no eran moderados, sino radicales, y cuestionaban el núcleo duro del marxismo. De ahí expresiones tan denigratorias como «social traidores», «social fascistas» o «renegados» a quienes osaban cuestionar o revisar o actualizar la doctrina establecida por el padre fundador, Karl Marx, empezando por el propio Lenin[1]. El Diccionario de uso del español de María Moliner sigue la misma pauta que el DRAE: «Actitud partidaria de la revisión de los principios básicos de una teoría política, económica, etc.», y añade que «Se usa específicamente referido a la teoría marxista».
El primer revisionista en este sentido fue Eduard Bernstein que cuestionó la teoría marxista de que la transición del capitalismo al socialismo no debería ser necesariamente violenta, y que a través del sindicalismo y el reformismo también podría alcanzarse el socialismo[2]. Con ello se abrió la vía socialdemócrata a la que se opusieron radicalmente los revolucionarios marxistas más radicales[3].
Pero, en realidad, los más vehementes y heterodoxos fueron los que querían pasar por más ortodoxos que el propio Marx, los «marxistas-leninistas», o más bien «leninistas» a secas ya que fueron los primeros, de acuerdo con las «tesis de abril» de 1917 que planteó Lenin, en abandonar la teoría marxista de que la revolución burguesa precedería necesariamente a la implantación del comunismo, previo paso por el socialismo. Las tesis se incluirían en su artículo «Las tareas del proletariado en la presente revolución», publicado el 7 de abril de 1917 en el número 26 de Pravda (La Verdad) el periódico del partido bolchevique[4]. De acuerdo con dichas tesis podía alcanzarse el socialismo saltándose la etapa capitalista y pasar de una sociedad feudal como la rusa al socialismo para ejemplo y guía de la clase obrera mundial. A partir del gran revolucionario ruso el revisionismo no ha dejado de ser una constante dentro de la tradición marxista ajustándose a las condiciones particulares de cada sociedad. Hoy en día es difícil encontrar a un académico que reniegue del revisionismo. Otra cosa es, obviamente, el falso revisionismo. Muy distinto es lo que dice Pío Moa, que no se entera de nada, y acusa a los académicos que le critican de menospreciar «el revisionismo».
Por regla general el revisionismo siempre ha tenido mala prensa en el seno de los partidos políticos controlados por una minoría organizada y de fidelidad irrestricta al líder («ley de hierro de la oligarquía» de Roberto Michels)[5] y en la actividad política en general. El estudio de Michels es luminoso para dilucidar cómo surge el liderazgo en el seno de las organizaciones democráticas, cómo este necesita imperativamente de una organización para consolidarse y cómo, finalmente, esta deriva de la «aristocracia» de los dirigentes de los partidos a la oligarquía «democrática» de sus líderes para, supuestamente, poder ejecutar mejor sus programas y alcanzar más rápidamente sus fines. Por consiguiente, a la cúpula dirigente nunca le agradan de inicio los planteamientos heterodoxos dentro de sus filas, las más de las veces tachados de oportunistas, desviacionistas y atentatorios a las esencias del partido (es decir, a los intereses de las ejecutivas y máximos responsables de los mismos). El revisionismo como tal, sin embargo, no suele encontrar tantas resistencias desde las instancias propias del pensamiento crítico, es decir, del libre pensamiento que no ha de atenerse a pragmatismos e intereses de ningún género. Es sencillamente obligado e imprescindible. Sin revisionistas, cabe suponer, que aún estaríamos en la Edad de Piedra y considerando que el uso de la rueda sería una inaceptable heterodoxia gravemente atentatoria contra la ortodoxa tradición del transporte de arrastre.
¿Se preguntarán algunos, por qué tiene entonces tan mala prensa el llamado «revisionismo histórico»? La respuesta es sencilla, porque teóricamente es una redundancia inútil y porque prácticamente, a la luz de sus propuestas, queda meridianamente claro que ni es revisionismo ni es histórico. Dicho fenómeno empezó a manifestarse en España con creciente intensidad desde finales de la década de los noventa. Nos llamó la atención entonces el absoluto desinterés que suscitaba en los medios académicos, perfectamente lógico dada la inanidad de sus planteamientos, pero menos comprensible a medida que se iba extendiendo y haciéndose viral. Fue esa y no otra la razón que nos llevó a plantarle cara considerando la negativa influencia que rápidamente empezó a producir tal fenómeno en la cultura política española, especialmente entre los más jóvenes generalmente mejor predispuestos a atender a cualquier disidente de pretendidas ortodoxias o historias serias, que basta que sean tachadas de oficialistas por cualquier indocumentado con tribuna para ser desdeñadas de inmediato.
Desde el mismo año 1999 empezamos a apuntar contra este falso revisionismo histórico en un estudio general que trataba de desmitificar unos cuantos tópicos asociados a la Guerra Civil y su memoria[6]. En un artículo de 2003 lo denunciamos de forma explícita en el que era su más destacado representante entonces[7], y desarrollamos nuestra denuncia en un exhaustivo estudio en 2006 sobre dicho fenómeno centrándonos de nuevo, fundamentalmente, en su cabeza más visible, pero también en sus palmeros y analizando el contexto político que lo hacía comprensible y donde tratamos también de explicar qué lo amparaba y potenciaba y a quién y para qué servía [8]. Y rematamos la cuestión en 2008 con una contundente y definitiva réplica por nuestra parte[9]. Pero por lo que parece surgen nuevos candidatos a ocupar su puesto dándose la paradoja de que sea el maestro, Stanley G. Payne, el que sucede al discípulo, Luis Pío Moa Rodríguez.
Aunque la mayor parte de los profesionales de la historia despreciaron o ignoraron el fenómeno hubo unos pocos que sí le plantaron cara desde el momento en que empezó a manifestarse. De entre ellos hay que destacar a Enrique Moradiellos[10], quien con Francisco Espinosa[11] fue plenamente consciente de que el silencio o mirar para otro lado no eran ninguna solución para una pandemia cultural de semejantes proporciones y le discutió en un ámbito muy concreto de su competencia[12]. En el ámbito académico el repudio de esta historietografía no puede estar más generalizado. Los mitos asociados a la Guerra Civil están totalmente desacreditados en las universidades y demás centros e institutos de investigación aunque sigan «dando coletazos a través de una derecha primitiva» que, sin embargo, sigue «ejerciendo su influencia dentro de la sociedad civil»[13]. Naturalmente el fenómeno no se circunscribe exclusivamente a España. Sobre esta importante cuestión ya van publicándose estudios rigurosos y comparados de obligada consulta[14].
No obstante lo dicho recomendamos a los lectores exigentes a la búsqueda de historiografía rigurosa sobre la historia contemporánea de España que se tomen el penoso trabajo de leer también los articulitos citados de todos estos incontinentes y verborreicos «filósofos» a modo de ejercicio intelectual, pues encontrar libros de estricta investigación historiográfica de estos caballeros que pudieran confrontarse con los de los historiadores profesionales por ellos menospreciados sería un vana ilusión: no existen. Estos filósofos de pacotilla son ágrafos. Con pretensiones intelectuales; eso sí. Tras tan ardua prueba no les resultará difícil una vez bebido semejante brebaje establecer un sano ejercicio de comparatismo histórico y separar el trigo de la paja. ¿Qué sería de su incontinente pasión de emborronar cuartillas atascando las páginas sin fondo del Catoblepas, que no necesitan pasar por el control de evaluadores anónimos como ocurre en las revistas académicas para publicar sus pretenciosas memeces, si no existiera tan «libertaria» revista? Si sobreviven al intento, tras tragarse tantas páginas retóricas infectadas de jerga pretendidamente «técnica» y tan petulantes como inútiles, podrán apreciar mejor la diferencia abisal entre la historiografía rigurosa de un experto en relaciones internacionales durante la Guerra Civil, como es el profesor Moradiellos, y el esfuerzo desesperado y egotista de estos polemistas banales con Moa a la cabeza por alcanzar un poco de presencia pública que de otro modo jamás alcanzarían.
Se trata pues de un falso revisionismo[15]. El mismo profesor Moradiellos lo define así:
Se trata, en esencia, de un fenómeno político, mediático y cultural cristalizado a lo largo de poco más del último decenio transcurrido, de la mano de una nueva hornada de escritores y de obras que sin duda alguna han cosechado cierto éxito público en su promoción de una imagen e interpretación muy precisa de las tres etapas principales del pasado inmediato español que está en el origen de nuestro «Tiempo Presente». A saber: el quinquenio democrático de existencia de la Segunda República (1931-1936); el trienio trágico de la Guerra Civil (1936-1939); y la larga dictadura del general Franco (1939-1975)[16].
Moradiellos hace una buena síntesis de las «tesis pseudo-revisionistas» que considera apenas como una reactualización de la «ortodoxia» historiográfica franquista más veterana y añeja. Planteamiento en el que coincidimos prácticamente todos aquellos que nos hemos ocupado del estudio de semejante fenómeno. Igualmente Francisco Espinosa incidió sagazmente en la pretendida renovadora metodología con la que Moa estaría revolucionando –según la sorprendente observación de Stanley G. Payne– la historiografía contemporaneísta española[17]. Fue imposible privarnos de glosarlas en el estudio que dedicamos a este simpar polígrafo y que intitulamos «El gran metodólogo» añadiendo unos comentarios a tan empalagoso pastel[18]. A su vez, el profesor Viñas partió de tales consideraciones críticas para reelaborarlas desde su particular perspectiva en el epílogo y conclusiones de uno de sus recientes libros[19].
De tales páginas cabe inferir que los «mistificadores» ni están al día ni se toman la molestia de intentarlo. Ignoran el aparato conceptual y metodológico que desde que la historia «desarrolló sus bases epistemológicas y heurísticas» es obligado incorporar a cualquier libro de Historia. Simplifican el mensaje que pretenden presentar como verdades inamovibles y que no son sino los mitos de siempre apenas reelaborados. Falsifican, distorsionan y tergiversan las fuentes a las que ni siquiera acuden en primera instancia pues las copian de los auténticos especialistas dando a entender a sus incautos y fervientes lectores que ellos las han extraído directamente de los archivos. Esto es bien fácil de comprobar pues sus «hallazgos y referencias» son siempre posteriores a los de los investigadores serios. Chupan rueda como locos y se limitan a decir lo contrario de lo que los documentos originarios dicen a base de toscas manipulaciones. Son verdaderos expertos en el viejo «arte» del «refrito» y, particularmente del «autorrefrito». Internet y las redes sociales son el medio en el que se desenvuelven como pez en el agua amparándose en la ignorancia e inexperiencia de sus seguidores incapaces de separar el trigo de la paja y concediendo el mismo valor a cualquier cosa publicada si les va bien para la defensa de sus prejuicios.
Incurren en el error infantil de tomar por idiotas a sus contradictores. Por consiguiente, como también apuntamos en Anti Moa, la línea de sucesión de estos mistificadores tiene ya un largo recorrido. Viñas cita a Comín Colomer, a Carlavilla, al coronel Priego, a García Arias, que vendieron «pornografía histórica» durante el franquismo y cuyos escritos aún colean al día de hoy. Nosotros mismos dedicamos en Anti Moa un capítulo a glosar la base ideológica del sucesor de Ricardo de la Cierva (Moa) en el que, aparte de los citados, incluíamos en el listado a Joaquín Arrarás, Manuel Aznar, Maximiano García Venero y Fray Justo Pérez de U...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Contra
  4. Legal
  5. Preámbulo
  6. I. LA CRÍTICA DE LA CRÍTICA
  7. II. BANALIDADES PSEUDOHISTÓRICAS
  8. III. INCONSECUENTES E INSUSTANCIALES
  9. IV. LA CRÍTICA IMPOTENTE
  10. V. LA CRÍTICA PREPOTENTE
  11. VI. ENTERADOS Y EXQUISITOS
  12. VII. COLOFÓN
  13. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA