La educación política de las masas
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La educación política de las masas

Capital cultural y clases sociales en la Generación del 14

  1. 384 páginas
  2. Spanish
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La educación política de las masas

Capital cultural y clases sociales en la Generación del 14

Descripción del libro

En España el tránsito del siglo xix al xx fue convulso. La humillante derrota de 1898 y las desastrosas campañas marroquíes vinieron a coincidir con la gradual eclosión de una masa obrera creciente. Con la inestabilidad de fondo y el deseo de la clase popular de participación política, un grupo de jóvenes burgueses, llamados a constituir la elite intelectual del país, comenzó a cuestionar un régimen corrupto y obsoleto. Esta prometedora generación se propuso como objetivo formar políticamente a la sociedad española, pero ¿era posible que la elite cuidara de los intereses de los desfavorecidos? ¿Qué relación cabía esperar entre esta y las masas? ¿No podían las clases populares participar en la política sin supervisión? En La educación política de las masas. Capital cultural y clases sociales en la Generación del 14, Jorge Costa Delgado analiza la relación entre la elite intelectual y las clases populares. Este debate, cerrado en falso a lo largo de la historia, resurge cada vez que se reabre la batalla por la educación política de las masas, sin ellas, a pesar de ellas.

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Información

Editorial
Siglo XXI
Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788432319730
Categoría
Historia
II. LA TRAYECTORIA SOCIAL DE UNA UNIDAD GENERACIONAL
PUNTO DE PARTIDA: MADRILEÑOS, BURGUESES Y CULTOS
Comencemos por analizar el perfil socio-profesional que tenían entre 1910 y 1913 quienes firmaron los dos manifiestos que nos sirven de referencia para estudiar la unidad generacional que se articula en torno a 1914. Los porcentajes a los que haré referencia están recogidos en el gráfico 1, al final de este epígrafe.
Clases populares y pequeña burguesía
En primer lugar, se constata el escaso peso de la categoría «Clases populares y pequeña burguesía», con solo un 10,53 por 100 de la muestra; no tanto por el porcentaje en sí, más elevado que otras categorías, sino sobre todo comparado con el peso de esta categoría en el conjunto de la población: muy superior a la suma de todas las demás. De los doce sujetos incluidos en esta categoría, tan solo tres serían obreros[1], de los que además apenas hay rastro documental posterior ni tampoco, según parece, relación alguna con otros miembros de la unidad generacional. En ocho de los nueve casos restantes se aprecia un elemento común: la dependencia económica del Estado, estando además seis de ellos vinculados a distintas instituciones culturales[2]. El vínculo con el capital cultural está igualmente presente en Tomás Álvarez Angulo y en José Fernández Zabala, propietarios de dos pequeños negocios de imprenta, que además, durante algún tiempo, firmaron colaboraciones periodísticas más o menos regularmente: el primero en la prensa política vinculada al PSOE –y en menor medida al Partido Liberal– y el segundo en la prensa deportiva. Ambos ampliaron después su negocio e iniciaron una trayectoria de movilidad social ascendente que llevaría a Álvarez Angulo a convertirse en un reconocido empresario del teatro y el cine, y a Fernández Zabala a fundar un próspero negocio de libros en Nueva York; aunque en su caso la trayectoria social ascendente quedaría truncada por su temprana muerte en 1923, cuando estaba a punto de regresar a España. Sin embargo, a la altura de 1913 eran solo propietarios de pequeños negocios de carácter casi familiar, que debían compaginar con otros trabajos que complementaban sus ingresos.
Abstrayéndonos de la posterior evolución de las trayectorias, podemos definir objetivamente la posición de otros dos integrantes de esta categoría como puramente coyuntural, de paso hacia otros lugares sociales. Son los casos de José Moreno Villa y Ricardo Orueta y Duarte, recién llegados a Madrid y contratados en el Centro de Estudios Históricos por mediación de Giner de los Ríos como un medio de inserción en los círculos institucionistas de la capital; de forma que clasificarlos como estudiantes, aunque ya no lo eran, hubiera sido quizá más adecuado a su posición social real[3]. Además, otros dos –Luis Gutiérrez del Arroyo y Ángel do Rego– ocupaban el escalafón más bajo en una institución a la que acababan de integrarse en 1912 y en la que podían esperar progresar con el paso del tiempo. En estos casos podemos afirmar que los sujetos no contemplaban la posición ocupada en 1913 como su destino social, sino como un escalón provisional en una trayectoria de movilidad social ascendente.
Por lo tanto, tenemos una categoría –«Clases populares y pequeña burguesía»– que, además de reducida, presenta unas características muy poco representativas de lo que tal etiqueta podía significar en el conjunto de la sociedad española de la época: destacan la absoluta ausencia de campesinos, la marginalidad de los obreros, la fuerte presencia de capital cultural incluso en los escalones más bajos del funcionariado participante en las agrupaciones generacionales y el impulso hacia la movilidad social ascendente, registrado ya en el primer hito del recorrido generacional.
Propietarios y altos funcionarios
Encontramos aún menos propietarios y altos funcionarios en los manifiestos. Esto es lógico dada la juventud de los firmantes: su media de edad en 1913 era de casi 31 años (30,91). Las posiciones sociales que exigen una importante acumulación de algún tipo de capital requieren también suficiente tiempo para acumularlo. En el caso del capital económico, la cuestión es evidente: para heredarlo, es necesario esperar a la muerte del anterior propietario; para acumularlo por medios propios es necesario, además de otros factores, especialmente si no se cuenta con una herencia privilegiada y se vive una época con relativa estabilidad de las estructuras sociales[4], el paso del tiempo. Los dos propietarios que encontramos en 1913 en la LEP lo confirman, con una edad muy por encima de la media generacional, pese a sus distintas trayectorias. El Marqués de Palomares (Antonio Vinent Portuondo, 42 años en 1913) heredó una importante riqueza y el marquesado de su padre, tempranamente fallecido en 1872 (Álvarez Pantoja, 1986). No tenemos más noticias de él, salvo su estrecho vínculo con la ILE y las instituciones asociadas a ella, como la Residencia de Estudiantes. Alberto Jiménez Fraud (1971: 465) lo cita como un apoyo fundamental para la Residencia, especialmente durante la dictadura de Primo de Rivera. Este vínculo lo comparte con Gabriel Gancedo Rodríguez (44 años), que fue vocal del Patronato de la Residencia de Estudiantes desde 1910 (Archivo Edad de Plata de la JAE). De origen mucho más humilde que el marqués de Palomares, antes de alcanzar una holgada posición económica Gancedo tuvo que trabajar en el negocio familiar de curtidos. Con 26 años se hizo cargo del mismo e inició una carrera ascendente en el mundo empresarial que lo llevó a presidir el Banco Popular en 1932. En resumen, podemos decir que los propietarios tuvieron muy poco peso en la configuración de la Generación del 14 y que eran mucho mayores que sus compañeros, algo que está relacionado con la subordinación del capital económico al capital cultural en esta unidad generacional y con los ritmos que impone la acumulación del capital económico[5]. Por otra parte, de nuevo aparece la nota característica, ya observada en la categoría «Clases populares y pequeña burguesía» y que es común a toda la Generación del 14, de los estrechos vínculos con el mundo intelectual. Si bien en este caso, a diferencia del trabajo activo en instituciones o espacios culturales, el vínculo consistió básicamente en el patrocinio y en una función de representación del proyecto en altas instancias sociales y políticas. Además, el marqués de Palomares tenía estrechos lazos con la ILE, ya que fue alumno de la institución y formó parte de la Junta Directiva de la misma desde 1898. En todo caso, es importante destacar que de todas las categorías socio-profesionales consideradas, estas dos eran en las que a priori menor peso debía de tener el capital cultural y, aun así, su presencia es realmente notable.
Para llegar a ser alto funcionario también suele hacer falta una trayectoria dilatada, por lo que es lógico no encontrar casi ninguno en una agrupación de jóvenes intelectuales. En Augusto Barcia (32 años en 1913) se aunaban unas propiedades sociales adecuadas para el cargo, la precocidad de su vocación política y una coyuntura favorable. Hijo de un conocido abogado asturiano, se licenció en derecho y se doctoró en Madrid con 22 años. Comenzó a trabajar en el despacho de Rafael María Labra, quien lo introdujo en el ambiente político republicano y se convertiría en su suegro más adelante, en 1914. Obtuvo la cátedra Historia del socialismo y Legislación social comparada del Ateneo de Madrid con 25 años y fue nombrado secretario del mismo tres años después. Fue entonces, en 1909, cuando informó como experto jurídico en el Congreso contra la Ley de Terrorismo de Maura y fue nombrado miembro del Consejo Superior de Fomento, entre 1909 y 1911, representando a las Sociedades Económicas de Amigos del País. Por eso figura aquí como alto funcionario, dato que refleja más el excepcional reconocimiento de una temprana vocación política bien encaminada que un destino social bien asentado.
Sobre los dos ingenieros que, por los motivos expuestos en el primer capítulo, figuran en esta categoría tenemos una información muy desigual. De Rafael Flórez apenas podemos deducir su dedicación como ingeniero industrial en el sector privado y tomar nota de una solicitud a la JAE para realizar estudios de electricidad en Inglaterra, un rasgo muy característico de la Generación del 14 que apunta quizás a una cierta vocación intelectual, aunque no tengo noticias de su resolución. De Salvador de Madariaga, en cambio, sabemos mucho más. Lo que aquí nos interesa es que trabajó como ingeniero en la Compañía de Ferrocarriles del Norte entre 1911 y 1916, mientras comenzaba a ser una persona muy activa en los círculos políticos e intelectuales madrileños. En este sentido, Madariaga representa, de manera exacerbada, una de las posibilidades de los cuadros directivos de la empresa privada: la apuesta por la distinción cultural frente al capital económico dominante en su entorno laboral y social. Digo exacerbada porque la apuesta vital de Madariaga será claramente la vida intelectual y cuando en 1916 abandone la empresa privada, se dedicará plenamente a la política y a la cultura, ayudado inicialmente por su familia[6]. Sin embargo, ninguno de los dos ingenieros aquí recogidos se aproximaba, por lo que sabemos, al modelo prototípico de relación entre propietarios y cuadros directivos característico de las transformaciones que estaba sufriendo el sector industrial español a principios de siglo XX, en tránsito hacia la configuración de grandes sociedades anónimas, lo cual es muy significativo. Examinaré esta cuestión con más detalle en el capítulo VII, mediante el caso paradigmático de Nicolás de Urgoiti.
En resumen, dejando a un lado a los dos ingenieros, los tres sujetos incluidos en las categorías «Propietarios» y «Altos funcionarios» testimonian que tanto la alta función pública como el éxito económico se presentaban en 1913 como un posible futuro para los firmantes –anticipado en casos estadísticamente excepcionales por la edad de los sujetos–, pero no como una realidad vigente. Además, en los tres casos existía, de una u otra manera, un vínculo con las instituciones culturales más legítimas y vanguardistas de la época, a pesar de ser una de las categorías teóricamente menos proclives a ello.
Funcionarios medios
Encontramos a continuación un 16,67 por 100 de funcionarios medios entre los firmantes. La cifra muestra, en primer lugar, una importante dependencia de la fracción de las elites incluida en la Generación del 14 respecto de la Administración del Estado, que se acentúa si incluimos también a los profesores de universidad y secundaria, a los que habría que sumar además los 8 pequeños funcionarios mencionados en la categoría «Clases populares y pequeña burguesía», para un total de un 44,74 por 100 sobre el conjunto de los firmantes. A la Administración Pública se accedía por concurso de méritos o por oposiciones, lo que requería, a partir de cierto nivel, que se hiciera valer un diploma educativo. A cambio, el Estado ofrecía estabilidad laboral y garantías de ascenso por antigüedad. De esta manera, el crecimiento y la racionalización de las distintas ramas de la administración pública permitían obtener mediante la inversión en capital cultural una posición socio-económica similar a la de los rentistas en épocas anteriores, lo que permite establecer una homología entre el origen social dominante entre los firmantes y su apuesta por el capital cultural. Pero para que eso fuera una realidad, la Administración Pública debía permanecer relativamente al margen de los vaivenes políticos y de los cambios de gobierno. La figura del cesante, típica de la segunda mitad del siglo XIX, fue producto de una incipiente y precaria Administración Pública, patrimonializada por las familias políticas que ocuparon el poder en cada periodo. A finales de siglo la situación comenzó a cambiar: se debatió seriamente sobre la independencia de la función pública y se tomaron medidas al respecto. Me detendré en ello para el caso específico de la universidad, en el capítulo IV, y para el estudio cu...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Uso de abreviaturas
  5. Agradecimientos
  6. Introducción
  7. I. Algunas cuestiones metodológicas
  8. II. La trayectoria social de una unidad generacional
  9. III. El manifiesto generacional como trampolín para la política
  10. IV. Filosofía y universidad en la Generación del 14
  11. V. Distintas combinaciones de una norma generacional: Araquistáin, Azaña, Maeztu y Ortega
  12. VI. Los límites generacionales «por abajo»: Tomás Álvarez Angulo y Francisco Núñez Moreno
  13. VII. Nicolás de Urgoiti: el ideal empresarial de la unidad generacional
  14. VIII. Conclusiones
  15. Bibliografía
  16. ANEXOS
  17. Manifiesto la «Joven España»
  18. Prospecto de la «Liga de Educación Política Española»