Colonialismo
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Colonialismo

Historia, formas, efectos

Osterhammel, Jürgen C., Jan C. Jansen

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Colonialismo

Historia, formas, efectos

Osterhammel, Jürgen C., Jan C. Jansen

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El ejercicio del dominio colonial tiene una única dirección, de los poderosos a los colonizados. El desplegado por los europeos –y, en la primera mitad del siglo xx, también por norteamericanos y japoneses– fue característica sobresaliente de la historia del mundo desde la Edad Moderna. Todavía hoy perduran las devastadoras implicaciones y terribles consecuencias del colonialismo, y por ello es más necesario que nunca una revisión no solo de su evolución espacial y cronológica, sino que urge un análisis de la variación de las formas y estructuras que el sistema colonial adoptó a lo largo de la historia.En Colonialismo. Historia, formas, efectos, se presentan los métodos de conquista, soberanía y explotación económica, formas de resistencia, el surgimiento de sociedades coloniales especiales, variedades de colonización cultural y de pensamiento tanto en colonias como en metrópolis. Jürgen Osterhammel y Jan C. Jansen, en la presente obra, no solo arrojan luz para comprender la actualidad, sino que nos permiten desentrañar la responsabilidad de nuestras sociedades para con el resto del mundo.

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Información

III. ÉPOCAS DEL COLONIALISMO
PROBLEMAS DE UNA HISTORIA DEL COLONIALISMO[1]
Poco después de la Primera Guerra Mundial el economista francés Arthur Girault llegó a la conclusión de que la mitad aproximadamente de la superficie terrestre correspondía a colonias de las potencias europeas. Más de 600 millones de personas, esto es, aproximadamente dos quintas partes de la población mundial, estaban sometidas al dominio colonial: 440 millones en Asia, 120 millones en África, 60 millones en Oceanía y 14 millones en América[2].
No era ningún proceso histórico unificado y lineal lo que había llevado, durante los cuatro siglos transcurridos desde la conquista ibérica de América Central y del Sur, a esa difusión máxima en la historia mundial de las relaciones coloniales. No existe una historia única del colonialismo, sino una multitud de historias de colonialismos individuales. Durante mucho tiempo la historiografía se ha ocupado casi exclusivamente de la historia de los imperios coloniales nacionales. Tal punto de vista solo se puede mantener, no obstante, de forma limitada, por cuatro razones: primera, no es necesario ser partidario de la teoría de una evolución en concordancia de fase de un «sistema mundial moderno» (Immanuel Wallerstein) para reconocer que hay ciertos paralelismos y armonías en el desarrollo de los imperios coloniales. Por ejemplo, en el desarrollo de cada imperio colonial suena inevitablemente, en algún momento, la «hora de los burócratas», el momento en que los conquistadores, los piratas y los pioneros del asentamiento de los primeros días son dominados o reemplazados por funcionarios y en lugar del botín salvaje se impone la administración regular y la valorización programada de la correspondiente colonia.
En segundo lugar, el colonialismo se había convertido en un factor importante en una historia más completa de las redes globales[3]. Los imperios coloniales modernos hicieron más espaciosas las áreas de ejercicio del poder. Incluyeron diferentes partes del mundo en una amplia gama de espacios de interacción y comunicación. El dominio colonial promovió –y canalizó– la circulación de bienes de todo tipo por el mundo entero: desde mercancías y capital hasta ideas y prácticas culturales, pasando por plantas, animales y enfermedades. Por último, pero no menos importante, los imperios coloniales a menudo se convirtieron en marco para la movilidad global de personas, tanto en sus variantes voluntarias (como la migración laboral) como en las involuntarias (como el exilio, la deportación, la trata de esclavos)[4].
En tercer lugar, los imperios coloniales de los tiempos modernos no eran unidades herméticas aisladas. Las fronteras externas entre imperios a menudo eran permeables. Entre los poderes coloniales había transferencias, negociaciones e intercambios. Tampoco su personal en un lugar determinado era nacionalmente homogéneo: tripulaciones navales, tropas coloniales y sociedades misioneras provenían de muchas nacionalidades. La clase de productores que dominaban en el siglo XVIII las islas azucareras del Caribe era, por su origen y su visión del mundo, paneuropea[5]. En condiciones de libre comercio, como las que se habían impuesto en el transcurso del siglo XIX en el mundo colonial, las relaciones de comercio e inversión atravesaban las fronteras políticas, de modo que antes de 1914 grandes capitales alemanes se habían invertido en el Imperio británico y la expansión de Rusia en gran medida fue financiada por inversores franceses. Uno de los analistas más perspicaces del colonialismo, moderadamente adepto, ofreció esta fórmula: «La colonización moderna no es una cuestión de personas, sino de capital, y el capital no conoce patria»[6].
En cuarto lugar, y este es el punto más importante, la visión desde las atalayas de Madrid, Ámsterdam o Londres pasa por alto la continuidad de las experiencias de los colonizados. Estos podían cambiar a veces de amos coloniales, como pasó con los cingaleses, que después de su primer encuentro con los portugueses conocieron a neerlandeses y británicos; o los filipinos, que después de la dominación española conocieron la estadounidense. Lo que quedaba igual, por debajo de eso, era la «situación colonial»: el inconfundible complejo de dominación, explotación y conflicto cultural en entidades políticas étnicamente heterogéneas surgidas por iniciativa de potencias externas[7]. El origen de los amos coloniales no carecía de importancia, pero esta era secundaria.
Una historiografía colonial no eurocéntrica, por tanto, en lugar de la política de las potencias coloniales debería tener como tema principal el auge y caída de formas sociales especiales, en concreto de las sociedades coloniales, por muy discutible que pueda ser el alcance del influjo del colonialismo sobre las regiones no europeas. La historiografía colonial más antigua daba por supuesto que la presencia de extranjeros era siempre el factor decisivo en la historia de un país colonizado, de modo que la historia de la India en el siglo XIX se ha escrito, en consecuencia, como la historia del poder británico en la India. Para casi cualquier otra colonia se pueden encontrar ejemplos similares. El motivo principal de tales representaciones es siempre la creación del orden sobre el caos, de la cultura sobre la naturaleza a partir de la enérgica intervención de los europeos armados del pensamiento racional y de sus buenas intenciones[8]. La temprana historiografía nacional en los pueblos poscoloniales del «Tercer Mundo», amparada por los teóricos neomarxistas, a menudo retoma la tesis de la superioridad abrumadora de los colonialistas y se limita a invertir su valoración: ahora es un colonialismo demonizado el supuesto responsable de todas las deficiencias en el desarrollo. En una tercera fase, a continuación, historiadores del «Sur» y algunos del «norte» acuerdan que el colonialismo fue, después de todo, un fenómeno marginal, y que desde el punto de vista de la larga perspectiva histórica no es más que una nota a pie de página en la historia de Asia, África y América.
También es habitual exagerar cuando se habla con ese nivel de generalidad. Pero ahí se plantea la cuestión central del tema de la historia del colonialismo. Investigaciones especiales, muchas de ellas a partir de fuentes locales no provenientes de los amos coloniales, han sondeado la libertad de acción de los colonizados en determinadas situaciones coloniales. Una formulación del historiador nigeriano J. F. Ade Ajayi presenta un punto medio razonable entre la dramatización y la trivialización de los efectos de la dominación colonial: «A pesar de que los europeos eran en general los amos de la situación colonial y disponían de la soberanía política así como del predominio cultural y económico, durante el periodo colonial no tenían el monopolio de la iniciativa»[9]. También cabe plantearse quién, cuándo y en qué condiciones mantuvo cada uno la iniciativa histórica. Esto coloca un signo de interrogación tras el esquema de acción-reacción establecido hace tanto tiempo, según el que siempre eran los representantes dinámicos de Occidente los que actuaban, mientras que los nativos locales se limitaban a reaccionar. En realidad, la situación colonial dibuja una lucha continua de todos los participantes sobre las posibilidades de acción. Entre los colonizados era siempre un combate sobre la dignidad humana.
REMODELACIONES COLONIALES: UNA PERIODIZACIÓN
Una rejilla temporal, por tosca que sea, es un recurso indispensable para una orientación sobre la diversidad de colonialismos y los rasgos de la situación colonial durante los últimos cinco siglos. Ningún fenómeno histórico ha dado lugar a tantas interpretaciones y tan diferentes. Por eso, la mayoría de los historiadores de la expansión europea han renunciado prudentemente a los medios esquemáticos tan necesarios de la periodización explícita. Una periodización de ese tipo es tanto más difícil, cuanto menos fiable es la fuerza expresiva de los datos enciclopédicos sobre la fundación y «adquisición» de las colonias. Tales datos originales son a menudo eventos históricamente indiscutibles: está por ejemplo garantizado, fuera de toda duda, que el 14 de julio de 1884 el comisario del Reich Gustav Nachtigal proclamó el «protectorado» alemán sobre la región de Camerún. Pero ¿qué nos dicen esos datos? Un ejemplo: el colonialismo neerlandés en Indonesia comienza, según la opinión convencional, con la fundación de la ciudad de Batavia (Yakarta) en 1619; el francés en Marruecos con la declaración del país como protectorado en 1912. Ambos países parecen pues pertenecer a periodos bastante diferentes de la historia colonial. Pero el intervalo temporal se reduce si se pregunta uno por el principio de un dominio práctico intensivo de las zonas del interior del país por fuerzas políticas y económicas exógenas, que cabe datar hacia 1830 tanto para Indonesia (más precisamente, Java) como para Marruecos, donde la «toma del poder imperial» fue el último paso de un largo proceso de penetración informal; en Indonesia se mantuvieron prácticamente incólumes y sin influencias externas grandes zonas del país hasta dos siglos después de la llegada de los neerlandeses[10].
La historia de los colonialismos no es pues solo –y ni siquiera principalmente– una historia de conquistas, adquisiciones e izado de banderas. Es una historia de la construcción lenta de estructuras de poder y formas sociales y de su extensión espacial o lo contrario en el interior de territorios nominalmente reclamados. Más fuerte que los Estados-nación asentados de Europa, que eran parecidamente gobernados, y en los que el poder del Estado estaba en principio presente en todas partes dentro de las fronteras del país, las colonias estaban a menudo marcadas por estructuras del tipo centro-periferia. Por todas partes había montañas y bosques, estepas y desiertos, que durante mucho tiempo o para siempre quedaban fuera del control del centro. Territorios fronterizos «difíciles de pacificar», regiones económicamente poco interesante para el colonialista o terrenos baldíos, que sin embargo estaban a menudo poblados por gente local. El colonialismo francés tenía un aspecto diferente en Argel que en el Atlas, el español no era el mismo en el centro de México que en el Yucatán. En general, es decir, dentro de los imperios, se encontraban diferencias similares entre posesiones importantes y regiones remotas. Había todo un mundo de distancia entre un virrey de la India y un gobernador de la Honduras británica (Belice). En tales «imperial backwaters» se mantenían formas antiguas de colonialismo que en otros lugares ya habían desaparecido.
Hay pues muchas dificultades para una periodización de la experiencia colonial: la diversidad espacial, la extraordinaria multiplicidad de las culturas colonizadas, la pluralidad de las potencias coloniales y de las formas de dominación y de colonización, así como las distancias y los desplazamientos entre núcleos y márgenes.
A continuación distinguiremos seis periodos por sus remodelaciones coloniales de la continuidad de la expansión histórica moderna. Los aspectos más amplios, no coloniales, del desarrollo del sistema-mundo moderno son solo esbozados como fondo.
1) 1520-1570. Construcción del sistema colonial español. Ya antes de las conquistas en América (1521 del Imperio azteca, 1533 del Imperio inca), algunos experimentos europeos en ultramar anticipaban elementos de un futuro colonialismo territorial: Venecia en el Mediterráneo oriental, Portugal en la costa de Guinea o España en las Islas Canarias. En las primeras décadas del siglo XVI, no obst...

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