capítulo VI
Divas de papel
Qué difícil situación
es aquella en la que están
quienes, huyendo de Anson,
van a parar en Cebrián.
Leopoldo Calvo Sotelo
La Transición no fue un oasis de diálogo y entendimiento. Hubo batallas brutales por el dominio del negocio de la influencia. La rivalidad entre Anson y Cebrián alcanzará momentos memorables. Nace el diario «gubernamental». El mito de que El País nació sin pecado original es una bonita mentira. También es falso que no respondiera a los ataques e insidias de sus rivales. Lo hacía con saña y malas artes. Al final, todos entraron del brazo a la Academia y tan contentos.
«Manuel Fraga: controla el diario El País y puede montar una vasta operación política en pocos días.» La bienvenida de Luis María Anson desde las páginas del suplemento Blanco y Negro de ABC al nonato diario de PRISA iba cargada de mala leche. Le acusaba de nacer con el pecado original de estar bajo las faldas de nada menos que un franquista de tomo y lomo. Un nítido mensaje de Anson a sus rivales de que a partir de ahora perro comería perro. A sólo 20 días de la muerte del dictador Franco, Blanco y Negro anunciaba que muerto el perro, comenzaba la rabia. Al periodismo español le esperaban días de furia.
Destapando la fraternal relación del exministro franquista de Información y Turismo con el diario llamado a ser el heraldo que anuncie la llegada de la democracia y la reconciliación a España, Anson consiguió intimidar al acoquinado presidente de PRISA, José Ortega Spottorno. El hijo del filósofo respondió con un comunicado, diciendo que Fraga no controlaba «ni parcial ni totalmente» el diario El País y que los amigos de este en el accionariado del diario eran «una neta minoría». Era una verdad a medias. Oficialmente Fraga sólo era titular de dos acciones de las 400 iniciales que componían el paquete accionarial de los «amigos de Fraga», encabezados por Manuel Milián Mestre con 60 acciones y Carlos Mendo con 70, pero Spottorno sabía mejor que nadie que la influencia de los fraguistas en PRISA iba mucho más allá del número de sus acciones.
El comunicado del discreto fundador de Alianza Editorial, un editor criado intramuros de confortables bibliotecas, ponía en evidencia su falta de cuajo para enfrentarse a un tipo duro y pendenciero como Anson, capaz de revolcarse en el barro para vender un ejemplar más que la competencia. El cordón umbilical del diario El País con el exministro franquista era un síntoma delator de que el periódico de PRISA, al contrario de la mula ciega que sus «fontaneros» se encargaban de vender en cada aniversario, había nacido con pecado original. Fraga fue una pieza clave en la gestación del periódico, antes de que Cebrián y Polanco lo vendieran como chatarra una vez que consiguieron el permiso de publicación. Su jefe de prensa y mano derecha, Carlos Mendo, era fundador y consejero delegado de PRISA. Mendo fue también el que le dio el nombre de El País a la criatura. Ortega Spottorno quería que se llamara El Imparcial o El Sol, en homenaje a los lazos de su familia con la prensa –su bisabuelo Eduardo Gasset y Artime fundó El Imparcial, su abuelo José Ortega Munilla lo dirigió y su padre, el filósofo José Ortega y Gasset, fundó El Sol–. Pero el veterano periodista Emilio Romero poseía ambas cabeceras y hubo que optar por el propuesto por Mendo. Hasta el lema «Diario independiente de la mañana», esculpido debajo de la cabecera, había sido una sugerencia del propio Fraga. El ADN fraguista de El País era indiscutible, pese a que Ortega Spottorno se empeñara en ocultarlo.
El 20 de diciembre de 1975, Anson vuelve a la carga en Blanco y Negro titulando «Un hombre de Fraga al frente de El País», sugiriendo que el virginal diario que presume de liberal y demócrata en pleno derrumbe del franquismo estará desde su nacimiento sometido al poder político. A las riendas del proyecto, como ya hemos visto, está «Juan Luis Cebrián, actual subdirector de Informaciones y hombre que ha demostrado el máximo entusiasmo personal con Fraga». El artículo de Blanco y Negro repartía estopa en ese estilo tan «ansoniano» que consistía en elogiar al personaje mientras le apuñalaba con saña. «El excelente y joven periodista garantiza el apoyo a la política y la persona de Fraga», y augura que este «se beneficiará de este nuevo órgano diario madrileño». La premonición de Blanco y Negro jamás se cumpliría. El País traicionaría a Fraga desde su primera portada, pero era un aviso para navegantes: Anson, efigie periodística al comienzo de la Transición, enseñaba los dientes al prometedor hijo del secretario general de la Prensa del Movimiento en su encarnizada lucha por hacerse con el negocio más rentable de la Transición: el de la influencia.
«Operación Suárez»
Bajo el título «Los presidenciables», publicado el 1 de noviembre de 1975, el reportaje ofrecía una quiniela de 13 personalidades políticas de primer nivel de los que podría salir el futuro presidente de Gobierno tras la muerte de Franco. El nombre de Adolfo Suárez brilló por su ausencia. ¿Cómo se le pudo pasar a Anson no incluirle en la lista de «presidenciables» publicada en Blanco y Negro si llevaba promocionando su candidatura desde el verano de 1975? Se lo había pedido el propio príncipe Juan Carlos: «Por favor, Luis María, cuídame a Adolfo Suárez. Es uno de los pocos hombres seguros que tengo». El otro candidato del futuro de rey de España era Fernando Herrero Tejedor, un hombre del Opus, pero había muerto en un dudoso accidente arrollado por un camión Pegaso en la carretera de A Coruña, el 23 de junio de 1975. Visto el trágico final de Herrero Tejedor, no sería extraño pensar que Anson hubiera decidido proteger a Suárez jugando al despiste con su engañosa quiniela de presidenciables. Tras la muerte de Herrero Tejedor, Arias Navarro, en vez de elegir como sustituto a Adolfo Suárez, que era vicesecretario general, se decanta por José Solís, un gesto que fue interpretado como una vuelta al falangismo más duro. «Tuve una conversación con el príncipe y me dijo que tenía muy poca gente dentro del Movimiento. Me dio varios nombres y el principal era el de Adolfo Suárez. Me dijo que había que hacer algo para que no se viniera abajo, porque era muy duro», confesaría Anson.
Anson se pone manos a la obra. El 5 de julio de 1975, Blanco y Negro proclama a Adolfo Suárez «político del mes» y le organiza una comida en su honor, en el Hotel IFA de Madrid ante la flor y nata del establishment, en la que le presenta como el hombre clave de la Transición. La revista alaba a este joven «del que pueden esperarse nuevos e importantes servicios al país, sobre todo en la hora gravísima de la Transición, pues es el hombre que ha sabido conectar con lo que el príncipe y la sucesión significan de cara a un futuro abierto y estable».
Pocos días antes de morir Franco, Javier Godó pide a Anson que sea miembro del Consejo de Dirección de La Vanguardia en sustitución del fallecido Manuel Aznar. El conde considera a Anson un hacedor de milagros, el único capaz de poder reflotar la ruinosa Gaceta Ilustrada de la misma forma que lo hizo con Blanco y Negro. «Me llamaron un poco por esa idea: este tío ha levantado Blanco y Negro, pues le llamamos […] Los Godó sabían que en ABC pagaban muy mal, pero yo no me fui por dinero», relata Anson. Acepta a regañadientes. Su paso será breve, pero seguirá promocionando la figura de Suárez. El 15 de mayo de 1976, un mes y medio antes de que el rey lo nombre presidente de Gobierno, Anson suelta otro lametazo marca de la casa: «Adolfo Suárez no está liquidando la Secretaría General, sino adaptando con inteligencia y paciencia toda aquella estructura a las necesidades de un tiempo nuevo».
Nadie mejor que Anson para montar un cónclave. Reúne en su casa de la madrileña calle Santa Engracia a un selecto club de invitados que representan, como diría Gregorio Morán, «las cuatro patas sobre las que se sostiene la derecha española» para sumar apoyos a la candidatura de Suárez. Asisten tecnócratas como Melián Gil, Álvarez Rendueles y Rafael Orbe Cano; demócratas cristianos como Eduardo Carriles y Fernando Bau; monárquicos como Álvaro Domecq y José Joaquín Puig de la Bellacasa; y también figuras del Movimiento como José Miguel Ortí Bordás y Eduardo Navarro. «Se reúnen dos veces al mes, no usan ni abusan del teléfono y quedan citados en casas privadas y sin señoras», detalla Morán. La «operación Suárez» es imparable. Anson cuenta con la ayuda inestimable de su hermano Rafael, que tiene mucha más cercanía con Suárez que el propio Luis María. Afable, campechano y gran experto gastronómico, Rafael tiene un papel clave en dicha operación: que los influyentes invitados a las reuniones de promoción del candidato coman mejor que en ninguna de las otras reuniones de sus rivales. Los reservados del desaparecido restaurante Jockey de la calle Amador de los Ríos, junto a la Presidencia de Gobierno en el Palacio de Villamejor en la Castellana 3, serán testigos de esas reuniones: «Adolfo, que no sabía una palabra de vino, explicaba q...