Manifiesto cíborg
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Manifiesto cíborg

Donna Haraway

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Manifiesto cíborg

Donna Haraway

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La evolución ha difuminado las líneas entre lo natural y lo artificial, entre lo animal y lo humano, las máquinas despiertan mientras los humanos dormimos. Haraway propone el alejamiento del esencialismo y la ruptura de la división humano-animal-máquina y la creación de un mundo metafórico amalgamado por afinidades y no por identidades."Este libro es un esfuerzo por contribuir a la cultura y a la teoría feminista socialista de un modo posmodernista, no naturalista y dentro de la tradición utópica de imaginar un mundo sin géneros, que tal vez sea un mundo sin génesis, pero también, quizás, un mundo sin fin".Donna Haraway

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Información

Año
2020
ISBN
9788412212914

Cíborgs: un mito de identidad política

Quisiera concluir con un mito sobre la identidad y las fronteras que podría alimentar las imaginaciones políticas de finales de este siglo. En esta cuestión estoy en deuda con escritores como Joanna Russ, Samuel R. Delany, John Varley, James Tiptree Jr., Octavia Butler, Monique Wittig y Vonda McIntyre [1], nuestros teóricos del cíborg, narradores que exploran lo que significa estar encarnado en mundos de alta tecnología. Mi reconocimiento hacia la antropóloga Mary Douglas (1966,1970) que, explorando conceptos de fronteras corporales y orden social, nos prestó una ayuda valiosa en la toma de conciencia de lo fundamental que es la imagen corporal para la visión del mundo y, por lo tanto, para el lenguaje político.
A las feministas francesas como Luce Irigaray y Monique Wittig que, a pesar de sus diferencias, saben cómo escribir sobre el cuerpo, cómo trenzar el erotismo, la cosmología y la política a través de la imaginería de la encarnación y, especialmente en Wittig, a través de la imaginería de la fragmentación y de la reconstitución de los cuerpos.[2]
Feministas radicales estadounidenses como Susan Griffin, Audre Lorde y Adrienne Rich han influido profundamente en nuestros imaginarios políticos y, quizás, han restringido demasiado lo que permitimos como cuerpo amigable y como lenguaje político.[3] Insisten en lo orgánico como opuesto a lo tecnológico, pero sus sistemas simbólicos y las posiciones relacionadas del ecofeminismo y del paganismo feminista, llenas de organicismos, pueden solamente ser comprendidas en los términos de Sandoval como ideologías opositoras que encajan a finales del siglo XX y que trastornarían a cualquiera que no se sienta preocupado por las máquinas y por la conciencia del capitalismo tardío. En este sentido, forman parte del mundo cíborg, pero existen asimismo grandes riquezas para las feministas al abrazar explícitamente las posibilidades inherentes a la ruptura de las limpias distinciones entre el organismo y la máquina y las distinciones similares que estructuran el yo occidental. Es esta simultaneidad de las rupturas lo que agrieta las matrices de dominación y abre posibilidades geométricas. ¿Qué podría aprenderse de la contaminación personal y de la política ‘tecnológica’? Miro brevemente los dos grupos de textos que se superponen en busca de su introspección en la construcción de un mito cíborg supuestamente útil: construcciones de mujeres de color y seres monstruosos en la ciencia ficción feminista.
Anteriormente sugerí que las ‘mujeres de color’ deberían ser comprendidas como identidades cíborg, una poderosa subjetividad sintetizada de las fusiones de identidades exteriores y en las complejas capas politicohistóricas de su ‘biomitografía’, Zami (Lorde, 1982; King, 1987a, 1987b). Existen materiales y redes culturales que constituyen este potencial, y Audre Lorde (1984) captura el tono en el título de su Sister Outsider (“Hermana Extranjera”).
En mi mito político, Sister Outsider es la mujer extranjera a la que los trabajadores estadounidenses -las mujeres y los feminizados- supuestamente deben mirar como al enemigo que les impide ser solidarios, que amenaza su seguridad. Dentro de las fronteras de los Estados Unidos, la Sister Outsider que trabaja en la misma fábrica es una fuente de división, de competición y de explotación entre las razas y las identidades étnicas de mujeres manipuladas. Las ‘mujeres de color’ son la fuerza de trabajo preferida de las industrias relacionadas con la ciencia, las mujeres reales para las que el mercado mundial sexual y las políticas de reproducción hacen de caleidoscopio en la vida diaria. Las jóvenes coreanas empleadas en la industria del sexo y en las de electrónica son buscadas en las escuelas secundarias y educadas para el circuito integrado. Saber leer, especialmente en inglés, distingue a esta fuerza de trabajo barata tan atractiva para las multinacionales.
Contrariamente a los estereotipos orientales del ‘primitivo oral’, saber leer y escribir es una marca especial de las mujeres de color, adquirida por las mujeres negras de EE.UU. -y también por los hombres- arriesgando sus vidas para aprender y para enseñar. Escribir tiene un significado especial para todos los grupos colonizados, ha sido algo crucial para el mito occidental que distingue entre las culturas oral y escrita, entre las mentalidades primitivas y las civilizadas y, más recientemente, para la erosión de esa distinción en teorías ‘postmodernistas’ que atacan el falogocentrismo occidental, con su veneración por el trabajo monoteísta, fálico, autoritario y singular, el nombre único y perfecto.[4] Las batallas por el significado de la escritura constituyen una forma importante de lucha política contemporánea. Lanzar el juego de la escritura es realmente serio. La poesía y las historias de las mujeres estadounidenses de color tratan repetidamente de la escritura, del acceso al poder para significar pero, esta vez, no debe ser fálico ni inocente. La escritura cíborg no será sobre la Caída, sobre la imaginación de la totalidad de un érase una vez anterior al lenguaje, a la escritura, al Hombre. La escritura cíborg trata del poder para sobrevivir, no sobre la base de la inocencia original, sino sobre la capacidad de empuñar las herramientas que marcan el mundo y que las marcó como otredad.
Las herramientas son a menudo historias, cuentos contados de nuevo, versiones que invierten y que desplazan los dualismos jerárquicos de las identidades naturalizadas. Contando de nuevo las historias sobre el origen, los autores cíborg subvierten los mitos centrales del origen de la cultura occidental. Todos hemos sido colonizados por esos mitos originales, con sus anhelos de realización en el apocalipsis. Las historias de origen falogocentrista más importantes para los cíborgs feministas son construidas en las tecnologías literales -tecnologías que escriben el mundo, la biotecnología y la microelectrónica- que han textualizado recientemente nuestros cuerpos como problemas codificados en la parrilla del C3I. Las historias feministas de cíborg tienen como tarea la de codificar de nuevo la comunicación y la inteligencia para subvertir el mando y el control.
De manera figurada y literal, la política del lenguaje impregna las luchas de las mujeres de color; y las historias sobre el lenguaje tienen un poder especial en la riqueza de la escritura contemporánea de las mujeres estadounidenses de color. Por ejemplo, las reescrituras de la historia de la Malinche, madre de la raza ‘bastarda’ mestiza del nuevo mundo, maestra en lenguas y amante de Hernán Cortés, tienen un significado especial para las construcciones chicanas de la identidad. En Loving in the War Years (“El amor en los años de la guerra”, 1983), Cherríe Moraga explora los temas de la identidad cuando una no ha poseído nunca el lenguaje original, no ha contado la historia original, no ha residido en la armonía de la legítima heterosexualidad en el jardín de la cultura y, por lo tanto, no puede basar la identidad en un mito o en una pérdida de la inocencia o del derecho a los nombres naturales del padre o de la madre.[5] La escritura de Moraga, su soberbia literalidad, es presentada en su poesía como una violación similar a la maestría que la Malinche tiene de la lengua del conquistador: una violación, una producción ilegítima que permite la supervivencia. El lenguaje de Moraga no es ‘total’, está conscientemente empalmado, es una quimera de inglés y de español, ambas lenguas de conquistadores. Pero es este monstruo quimérico que no reclama una lengua original anterior a la violación, el que construye las eróticas, competentes y poderosas identidades de las mujeres de color. Sister Outsider apunta a la posibilidad de supervivencia del mundo no a través de su inocencia, sino de su habilidad para vivir en los límites, para escribir sin el mito fundador de la totalidad original, con su inescapable apocalipsis de retorno final a una unidad mortal que el Hombre ha imaginado para la inocente y todopoderosa Madre, liberada al Final de otra espiral de apropiación por su hijo. La escritura marca el cuerpo de Moraga, lo afirma como el cuerpo de una mujer de color contra la posibilidad de pasar a la categoría no señalada del padre anglosajón o al mito oriental del ‘analfabetismo original’ de una madre que nunca existió. Malinche fue madre, no Eva antes de comer la fruta prohibida. La escritura afirma a Sister Outsider, no a la mujer-anterior-a-la-caída-dentro-de-la-escritura que necesita la Familia falogocéntrica del Hombre.
La escritura es, sobre todo, la tecnología de los cíborgs, superficies grabadas a finales del siglo XX. La política de los cíborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo. Se debe a eso el que la política de los cíborgs insista en el ruido y sea partidaria de la contaminación, regodeándose en las fusiones ilegítimas de animal con máquina. Son estos acoplamientos los que hacen al Hombre y a la Mujer tan problemáticos, subvirtiendo la estructura del deseo, la fuerza imaginada para generar el lenguaje y el género, alterando la estructura y los modos de reproducción de la identidad ‘occidental’, de la naturaleza y de la cultura, del espejo y del ojo, del esclavo y del amo, del cuerpo y de la mente. ‘Nosotras’ no escogimos ser cíborgs, pero escogemos las bases de una política liberal y una epistemología que imagina las reproducciones de los individuos ante las amplias replicaciones de los ‘textos’.
Podemos ver poderosas posibilidades desde la perspectiva de los cíborgs, libres de la necesidad de basar las políticas en ‘nuestra’ posición privilegiada de la opresión que incorpora todas las otras dominaciones, la inocencia de lo meramente violado, cuyo fundamento está cerca de la naturaleza. Los feminismos y los marxismos han encallado en los imperativos epistemológicos occidentales para construir un sujeto revolucionario desde la perspectiva de una jerarquía de opresiones y/o desde una posición latente de superioridad moral, de inocencia y de un mayor acercamiento a la naturaleza. En ausencia del sueño original de un lenguaje común o de una simbiosis original que prometa protegerla de la hostil separación ‘masculina’, pero escrita en el juego de un texto que no tiene lectura final privilegiada o historia de salvación, reconocerse ‘una misma’ como totalmente implicada en el mundo, libera a la mujer de la necesidad de enraizar la política en la identificación, en los partidos de vanguardia, en la pureza y en la maternidad. Despojada de identidad, la raza bastarda enseña el poder de los márgenes y la importancia de una madre como la Malinche. Las mujeres de color la han transformado y, de ser la madre diabólica del miedo masculinista, ha pasado a ser la madre letrada original que enseña a sobrevivir.
No se trata solamente de deconstrucción literaria, sino de transformación liminal. Cada historia que comienza con la inocencia original y que privilegia la vuelta a la totalidad, imagina el drama de la vida como una individuación, una separación, el nacimiento del yo, la tragedia de la autonomía, la caída en la escritura, la alienación; es decir, la guerra, templada por la tregua imaginaria en el seno del Otro. Estos argumentos se rigen por una política reproductora: renacimiento sin imperfección, perfección, abstracción. En este argumento las mujeres son imaginadas ya mejor o peor, pero todas están de acuerdo en que tienen menos percepción del yo, en que su individuación es más débil, en que tienen más fusión con lo oral, con la Madre, menos en litigio en la autonomía masculina. Pero existe otra ruta que no pasa por la Mujer, por lo Primitivo, por Cero, por el Estadio Especular ni por su imaginario, sino por las mujeres y otros cíborgs ilegítimos del tiempo presente, no nacidos de Mujer, que rechazan los recursos ideológicos de la victimización para gozar de una vida real. Estos cíborgs son las personas que se niegan a desaparecer, haciendo caso omiso de todas las veces que un comentarista ‘occidental’ informe de la triste muerte de otro grupo orgánico y primitivo utilizando la tecnología ‘occidental’, la escritura.[6] Estos cíborgs de carne y hueso (por ejemplo, las trabajadoras del poblado del sudeste asiático en las fábricas de electrónica japonesas o estadounidenses descritas por Aihwa Ong) están reescribiendo activamente los textos de sus cuerpos y de sus sociedades. La supervivencia está en juego en este duelo de escrituras.
Resumiendo, ciertos dualismos han persistido en las tradiciones occidentales; han sido todas sistemáticos a las lógicas y las prácticas de dominación de las mujeres, de las personas de color, de la n...

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