Historia del Próximo Oriente antiguo
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Historia del Próximo Oriente antiguo

(ca. 3000-323 a.n.e.)

Marc van de Mieroop, Andrés Piquer, Sara Arroyo

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Historia del Próximo Oriente antiguo

(ca. 3000-323 a.n.e.)

Marc van de Mieroop, Andrés Piquer, Sara Arroyo

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Información del libro

En el Próximo Oriente antiguo se establecieron las primeras sociedades con cultura escrita de la historia universal. Partiendo tanto del registro escrito como de los restos materiales arqueológicos, esta obra ofrece una visión de conjunto, innovadora y actualizada, de las civilizaciones que se desarrollaron en esa rica confluencia de continentes. Presenta su compleja historia multicultural: desde el surgimiento de la escritura, los orígenes de las primeras ciudades en Mesopotamia y los reinos babilonio e hitita, hasta el auge de los imperios asirio y persa y la transformación del Próximo Oriente tras las conquistas de Alejandro. E incluye numerosos materiales auxiliares como documentos, debates, gráficos, mapas e ilustraciones."Un manual perfecto para el acercamiento y estudio de este período histórico". (Ecos de Asia)"Un sobresaliente trabajo de síntesis que nos relata la evolución de las civilizaciones que poblaron esta región. El profesor de Historia de la Universidad de Columbia aúna en su obra las principales líneas y resultados de la investigación historiográfica con un estilo sencillo y accesible para los menos avezados en la materia. El resultado es un repaso histórico sumamente interesante de uno de los períodos menos conocidos de nuestro pasado". (Metahistoria)

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Información

Editorial
Trotta
Año
2020
ISBN
9788498799828
Edición
1
Categoría
Scienze sociali
Categoría
Archeologia

1

PROBLEMAS INICIALES

1.1. ¿QUÉ ES EL PRÓXIMO ORIENTE ANTIGUO?

Pocos utilizan hoy el término «Próximo Oriente». Pero ha sobrevivido en el estudio de la historia antigua en una disciplina académica enraizada en el siglo XIX, cuando el término se usaba para identificar los restos del Imperio otomano en las costas orientales del Mediterráneo. Hoy decimos Oriente Medio para designar esta área geográfica, pero los dos términos no son totalmente equivalentes, y los historiadores y arqueólogos del mundo antiguo siguen hablando de Próximo Oriente. Este hábito, de por sí, implica una cierta vaguedad a la hora de determinar qué constituye la historia antigua de esa zona y las fronteras geográficas pueden diferir sustancialmente entre distintos estudios. Algunas definiciones, pues, de qué cubre este libro se hacen necesarias.
En este resumen de historia, Próximo Oriente designa la región de la costa oriental del Mediterráneo al Irán central y del mar Negro al mar Rojo. Egipto, cuya historia antigua se cruza con la del Próximo Oriente en múltiples ocasiones, no se incluye, excepto cuando su imperio se extendió por Asia durante la segunda mitad del segundo milenio. Las fronteras siguen siendo vagas, porque en esencia estudiamos un conjunto de áreas nucleares y la extensión de cada una de ellas fue cambiando en los distintos períodos. Destacada en cualquier estudio del Próximo Oriente antiguo es Mesopotamia, término que usamos para designar el área entre los ríos Tigris y Éufrates en lo que hoy son Iraq y el norte de Siria. Fue hogar de muchas culturas y formaciones políticas, cuya secuencia conocemos bien gracias a abundantes documentos. En ocasiones los estados mesopotámicos se extendieron mucho más allá de sus fronteras, atrayendo a su órbita regiones por lo demás escasamente conocidas, como la península arábiga. Lo mismo puede decirse de otras áreas nucleares en la Anatolia central, el suroeste de Irán y demás. Como historiadores, dependemos de las fuentes; su contenido, tanto en términos geográficos como en las facetas de la vida que documentan, fluctúa enormemente a lo largo del tiempo. Cuando informan de alguna actividad en cierto lugar, dicho lugar se vuelve parte del Próximo Oriente; cuando no es así, poco podemos decir. La historia antigua del Próximo Oriente es como un cuarto oscuro donde las fuentes ofrecen puntos de luz aislados, unos más brillantes que otros. Brillan con especial claridad sobre ciertos lugares y períodos, pero dejan mucho más en sombra. Es labor del historiador intentar sacarle sentido al conjunto.
Los límites cronológicos de la historia del Próximo Oriente antiguo también son ambiguos y tanto las fechas iniciales como finales son flexibles. Si consideramos la Historia dependiente de las fuentes escritas, la postura tradicional frecuente, los orígenes de la escritura en Babilonia en torno al 3000 a.e.c. deben verse como el principio de la historia. Pero la escritura fue una más de las muchas innovaciones que tuvieron sus raíces en épocas anteriores y los textos más antiguos no contienen información «histórica» que podamos interpretar, más allá del hecho de que la gente podía escribir. Así, la mayoría de las historias del Próximo Oriente comienzan con la denominada prehistoria, a menudo en torno al 10000, y describen los desarrollos que tuvieron lugar antes de que existiera la escritura. Durante esos siete mil años, tuvieron lugar tantos cambios importantes en las formas de vida de los seres humanos que se hacen merecedores de un tratamiento en profundidad, que emplee fuentes y metodologías arqueológicas. No hay suficiente espacio en este libro, que persigue estudiar de manera sistemática los períodos históricos, para hacer justicia a todos los desarrollos prehistóricos. Así, comenzaremos a finales del cuarto milenio, cuando varios procesos prehistóricos culminaron simultáneamente, aparte de la aparición de la escritura, lo que cambió los materiales que constituyen nuestras fuentes. Me limitaré a bosquejar los desarrollos precedentes de manera sumaria en esta introducción.
La Historia rara vez presenta finales nítidamente definidos. Incluso cuando los estados son destruidos definitivamente, dejan una huella, cuya duración depende de que se examinen los aspectos históricos en la política, la economía, la cultura u otras áreas. Pero el historiador tiene que detenerse en algún momento y la elección de cuándo lo hace ha de justificarse. Se usan a menudo varias fechas para concluir la historia antigua del Próximo Oriente, muy frecuentemente la caída de la última dinastía mesopotámica nativa en 539 o la derrota de Persia por Alejandro en 331. He elegido a Alejandro como la última figura de mi historia política, porque aunque los cambios que instituyó probablemente no tuviesen gran impacto en la mayoría de la población en aquella época, nuestro acceso a los datos históricos se transforma a partir de su reinado. El cambio gradual de fuentes indígenas a fuentes clásicas externas requiere una aproximación historiográfica diferente. La llegada del helenismo es una línea de demarcación adecuada porque el acceso del historiador a los acontecimientos cambia significativamente.
Entre 3000 y 331 transcurrieron unos veintisiete siglos. Pocas disciplinas históricas se enfrentan a un arco temporal tan extenso, comparable a resúmenes de la civilización europea que conectasen la Grecia homérica con nuestros días. Aunque podemos apreciar períodos marcadamente distintos en ese desarrollo occidental y percibir los cambios esenciales que tuvieron lugar a lo largo del tiempo, es más difícil hacerlo en la historia del Próximo Oriente antiguo. Nuestra distancia del Próximo Oriente, tanto en tiempo como en espíritu, a veces conduce a un punto de vista que difumina las diferencias y lo reduce todo a una gran masa estática. Por otro lado, puede asumirse un punto de vista diametralmente opuesto y fragmentar esta historia en segmentos breves, coherentes y manejables. La discontinuidad se convierte entonces en foco. Esta segunda actitud es la base de la periodización de la historia de Próximo Oriente, que hilvana una serie de fases casi siempre denominadas según dinastías reales. Cada fase experimentó su ciclo de desarrollo, prosperidad y decadencia, como si fuera una entidad biológica y entremedias aparecían las llamadas eras oscuras, momentos de silencio histórico.
Adopto aquí una posición intermedia, y aunque sigo la subdivisión tradicional en períodos dinásticos, los agrupo en unidades mayores. No deberíamos sobredimensionar las continuidades, pero podemos reconocer patrones básicos. En términos políticos, por ejemplo, el poder del Próximo Oriente a menudo se hallaba fragmentado y tan solo hubo momentos relativamente efímeros de centralización bajo líderes de dinastías cuyo ámbito territorial se hacía cada vez más amplio. Pero estos momentos de centralización suelen llamar más la atención, porque han producido un gran número de fuentes escritas y arqueológicas. Teniendo en cuenta el crecimiento progresivo de las formas políticas, esta historia se divide en las edades de ciudades-estado, estados territoriales e imperios, cada uno con sus momentos de grandeza y disgregación (si consideramos que el poder equivale a la grandeza). La ciudad-estado fue el elemento político primero de 3000 a aproximadamente 1600; los estados territoriales dominaron la escena desde ese momento hasta comienzos del primer milenio; y los imperios caracterizan la historia posterior. Los estados mesopotámicos a menudo demuestran de la manera más clara estas fases de desarrollo, pero es evidente que también tuvieron lugar en otros lugares del Próximo Oriente.
A la postre, el acceso y la extensión de las fuentes definen el Próximo Oriente como materia histórica y subdividen su historia. En ciertos lugares y épocas aparece documentación escrita y arqueológica extensa, y estas regiones y momentos constituyen el núcleo de la materia. En este sentido, las culturas de Mesopotamia son dominantes. A menudo fueron las civilizaciones pioneras de la época y tuvieron impacto en todo el Próximo Oriente. Cuando influyeron o controlaron regiones no mesopotámicas, incluiremos esas áreas en nuestra investigación; cuando no fue así, a menudo perdemos la pista de lo que estaba sucediendo fuera de Mesopotamia. La exploración arqueológica en décadas recientes ha hecho cada vez más visible que otras regiones del Próximo Oriente experimentaron desarrollos independientes de Mesopotamia y que a ella no podemos asignar todas las innovaciones culturales. Aun así, sigue resultando difícil escribir historias continuas de esas regiones sin depender de un modelo centrado en Mesopotamia. Mesopotamia aporta unidad geográfica y cronológica a la historiografía del Próximo Oriente. Su uso de un sistema de escritura venerable, su preservación de prácticas religiosas y su continuidad cultural del tercer al primer milenio nos permiten contemplar su larga historia como un todo. El estudio de las otras culturas de la región está en su mayor parte ligado al de la cultura mesopotámica, pero no deberíamos ignorar tampoco sus contribuciones a la historia del Próximo Oriente.

1.2. FUENTES

La presencia de fuentes determina los confines de la historia del Próximo Oriente antiguo. Afortunadamente, son increíblemente abundantes y variadas en su naturaleza a lo largo de toda esta extensa historia. Los textos, fuente primaria del historiador, han sobrevivido por cientos o millares —una estimación publicada recientemente habla de más de un millón—. Desde los momentos más antiguos, los reyes realizaron inscripciones en monumentos de piedra, muchos de los cuales se contaron entre los primeros hallazgos arqueológicos en Mesopotamia en tiempos modernos. Más importante, con todo, fue la tablilla de arcilla, el soporte de escritura que se desarrolló en el sur de Mesopotamia y que adoptaron todas las culturas del Próximo Oriente. Tiene una resistencia increíble en los terrenos duros de la región y los textos, desde el recibo por una sola oveja hasta la extensa Epopeya de Gilgamesh, son abundantes. La supervivencia de numerosos documentos de uso cotidiano diferencia al Próximo Oriente antiguo de otras culturas antiguas. En Egipto, Grecia y Roma se ponían por escrito cosas similares, pero en pergamino y papiro, materiales que solamente han sobrevivido en circunstancias excepcionales. Los escritos del Próximo Oriente antiguo son ricos no solo en número, sino también en lo que abarcan: economía, actividad urbanística real, campañas militares, gestión del gobierno, literatura, ciencia y muchos otros aspectos de la vida que se ven ricamente documentados.
Los materiales arqueológicos han adquirido importancia progresiva como una de las herramientas del historiador. Las excavaciones no solo nos permiten determinar, por ejemplo, que los hititas estaban presentes en el norte de Siria en el siglo XIV, sino que también nos permiten estudiar las condiciones materiales de sus vidas en esa zona. El Próximo Oriente está cuajado de montículos artificiales formados a lo largo de los siglos por los restos de ocupación humana. Se denominan tell en árabe, tepe en persa y hüyük en turco, términos que aparecen en los nombres de la mayoría de yacimientos arqueológicos. Las posibilidades de excavación son tan grandes que hasta ahora nos hemos limitado a arañar la superficie, aun tras más de ciento cincuenta años de trabajo. Las ciudades principales como Uruk, Babilonia, Nínive y Hattusa han sido exploradas a lo largo de muchas décadas y han suministrado numerosos edificios, monumentos, objetos y textos. Pero cuando uno compara lo que se ha descubierto con lo que permanece oculto, queda claro que esto es solamente el principio. Quedan miles de yacimientos por explorar y no todos ellos pueden ser investigados de manera sistemática. Puesto que hay construcciones continuas de pantanos, carreteras y desarrollos agrícolas que amenazan con destruir totalmente yacimientos antiguos, los esfuerzos de rescate a menudo determinan la selección de qué se excava.

Recuadro 1.1. ¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE?

Al igual que uso del término ‘Próximo Oriente’ es hoy poco frecuente fuera del campo de estudio de la historia y la arqueología, el significado exacto de muchos otros nombres geográficos tiene un valor particular en estas disciplinas. A menudo este uso es cuestión de hábito y rara vez se detalla explícitamente lo que esos nombres designan. A menudo derivan de fuentes antiguas, pero se modificó su significado para indicar una realidad algo diferente, a menudo según la terminología imperial británica del siglo XIX, cuando se desarrolló el estudio del Próximo Oriente antiguo. Uno de esos términos es ‘Mesopotamia’, una etiqueta griega para el área delimitada por la gran curva del Éufrates en Siria, pero que hoy día se aplica a toda la región comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates y a veces incluso a zonas más allá de esas fronteras. Mesopotamia está compuesta por dos zonas diferenciadas: Asiria al norte y Babilonia al sur. Ambos son en origen términos políticos que hacen referencia a estados antiguos que existían después de 1450 a.e.c., pero que a menudo se usan como designaciones puramente geográficas aplicables a cualquier momento histórico (y así las usaré aquí). Muchos expertos utilizan otro término político, ‘Sumer’ (o a veces el no existente ‘Sumeria’), para referirse a la mitad meridional de Babilonia en el cuarto y tercer milenios. No sigo esa práctica.
Fuera de Mesopotamia, los estudios de historia del Próximo Oriente antiguo a menudo hablan del Levante, esto es, el lugar por donde sale el sol desde una perspectiva europea, para designar la región a lo largo de la costa mediterránea oriental entre Turquía y Egipto. Al norte, la parte asiática de la actual Turquía a menudo es denominada Anatolia, nombre derivado del término griego que expresa la salida del sol. Para la misma región se utiliza también la expresión latina Asia Menor. A menudo aparecen nombres de países, como Irán, Siria, Egipto e Israel, pero sus fronteras no coinciden exactamente con las de los correspondientes estados-nación modernos. El uso del término ‘Iraq’ es raro, excepto en publicaciones británicas. Siria-Palestina y el correspondiente adjetivo son términos puramente geográficos. Todo esto puede parecer confuso de entrada, pero pronto resulta claro lo que el autor está pensando.
No deberíamos subestimar la medida en que los altibajos de la exploración arqueológica influyen en nuestra visión de la historia del Próximo Oriente. Las circunstancias políticas en el Oriente Medio contemporáneo, especialmente, han determinado dónde se puede excavar. La competición imperial entre Gran Bretaña y Francia a mediados del siglo XIX llevó a sus representantes a concentrarse en yacimientos masivos en el Iraq septentrional, la región de Asiria. Allí hallaron los monumentos más impresionantes, que se exhibirían en los museos nacionales, algo que desencadenó el primer interés en la historia de Asiria. Solo en fechas posteriores de ese siglo, cuando la inquietud por los orígenes alcanzó su apogeo, comenzarían los arqueólogos a explorar sistemáticamente el sur de Iraq, en busca de los antiguos sumerios. Los acontecimientos más recientes han tenido un impacto dramático en la investigación arqueológica. La Revolución iraní de 1979, las guerras de Iraq de 1991 y 2003, la presente guerra civil en Siria y otros conflictos han obligado a los arqueólogos a abandonar proyectos, especialmente en el corazón de Mesopotamia. Han buscado nuevos terrenos en regiones antes tenidas por periféricas y con ello han resaltado sus desarrollos. Como consecuencia, nos han obligado a reconsiderar la primacía y dominio de Mesopotamia en muchos aspectos de la Historia.
Hay que presentar una última idea sobre la distribución y naturaleza de las fuentes. En el Próximo Oriente antiguo hay una correlación directa entre la centralización política del poder, el desarrollo económico, la construcción de arquitectura monumental y el incremento de la producción de todo tipo de documentos escritos. Así, las fuentes, tanto arqueológicas como textuales, acentúan los momentos de fortaleza política. La Historia es por naturaleza una ciencia positiva (es decir, discutimos lo que se ha preservado) y se concentra necesariamente en esos momentos en que las fuentes son más abundantes. Entremedias aparecían lo que denominamos «eras oscuras». Con todo, los tres milenios de historia del Próximo Oriente antiguo están cubiertos con una continuidad casi total y en ocasiones las fuentes son muy abundantes. Por ejemplo, la documentación disponible sobre la Babilonia del siglo XXI supera en número y ámbito los textos escritos de muchos períodos posteriores de la historia. El Próximo Oriente antiguo no da a conocer las primeras culturas de la Historia sobre las que puede desarrollarse una investigación histórica auténtica y detallada. En esta investigación hemos de ser muy conscientes de la naturaleza de las fuentes, sin embargo. Puesto que derivan casi exclusivamente de las instituciones e individuos que ejercían el poder, se concentran en sus actividades y presentan sus puntos de vista. Siempre describen los éxitos de los reyes, por ejemplo, nunca sus fracasos. Representan a los poseedores del poder como los actores únicos de las sociedades, ignorando al pueblo, y los procesos que se oponían a sus acciones y debilitaban su efectividad. Es fácil ser llevado al error y acabar viendo la historia del Próximo Oriente antiguo como una larga secuencia de gestas gloriosas de reyes, cu...

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