
- 480 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Esta obra tiene como trasfondo el mundo de
habla hispana y está dirigido a las
personas de todos los niveles académicos de nuestro continente. Lo que enseña en este libro el Dr. Sánchez son
lecciones vitales que vienen respaldadas por
resultados concretos de su experiencia ministerial desde el púlpito, de su experiencia como profesor de homilética y de su cualidad como buen oyente, primera facultad que caracteriza a todo verdadero predicador.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Ministerio cristianoSECCIÓN III
El predicador y su sermón
Tema, texto y propósito
Los cuatro elementos que dan vida a la predicación cristiana son la audiencia, el sermón, el predicador y nuestro buen Dios. En el capítulo que acabamos de cerrar hemos analizado, aunque de forma breve, la relevancia que tiene conocer a la audiencia a la cual dirigimos el mensaje cristiano. A continuación comenzaremos a tratar el segundo componente del acto de la predicación cristiana, o sea, el sermón. Nuestro objetivo es mostrarles los pasos que se deben seguir para desarrollar un sermon efectivo. Este plan ocupará la mayor parte de nuestro libro, es decir, los capítulos 7 al 17.
La primera pregunta que debemos formularnos, como consecuencia, es: ¿Cuál es el primer paso en desarollar un sermón que impacte la vida de nuestros oyentes? Tenemos que entender la importancia que tienen el propósito, el tema y el texto bíblico que sustentará el sermón. Estos tres elementos son inseparables, sin embargo, no siempre nos llegan en el mismo orden.
Tomen por ejemplo el propósito. Tantas veces en nuestra interacción con los miembros de la congregación percibimos ciertas necesidades específicas. Hace un tiempo, prediqué el tema La bendición de nuestros hijos. ¿Por qué llegué a predicar este sermón? Al escuchar las historias personales de cómo ellos habían sido criados por sus padres y abuelos, y comprender los horrores a los cuales muchos habían sido expuestos, llegúe a la convicción que debía tratar este tema. El propósito era instruirles sobre el privilegio que significa desarrollar los hijos que Dios nos concede, cómo debemos hacerlo, y en consecuencia, alentar a la audiencia a dejar de cometer ciertos errores, y por el contrario, adoptar nuevas actitudes y acciones al hacer esta delicada tarea. En este caso, la necesidad origina el sermón buscando lograr un propósito bien definido y luego elegimos el tema que cubra todos los aspectos y buscamos el texto/s que nos ayude a entender lo que Dios tiene que enseñarnos al respecto.
Otras veces, sin embargo, el texto marca el comienzo del sermón. Muchas veces he sido invitado a predicar en otras iglesias para ocasiones especiales, y al extendérseme la invitación, el pastor me dice: «Tenemos un retiro de oración y quisiéramos que predicara tres sermones sobre el Padre Nuestro». En otra ocasión la invitación es: «Hemos organizado un Seminario para matrimonios y nos gustaría que presentara dos sermones sobre 1 Corintios 13, poniendo énfasis en las características del amor verdadero». En muchas otras oportunidades al estudiar nuestra Biblia, un texto nos salta de las páginas de las Escrituras diciendo: «¡Predica de mí!!!». Y cuando lo hacemos en obediencia a la guía del Espíritu Santo, esos sermones siempre producen resultados notables. En todos estos casos el texto inicia el proceso de la construcción del sermón.
En otras ocasiones todo se origina con el tema. De acuerdo a lo que acabamos de ver en cuanto a evangelismo y edificación (en el capítulo cuatro), si nuestro propósito final es hacer más y mejores discípulos para Jesús, entonces debemos trazar un programa de sermones que nos lleve hacia la meta establecida por Dios. Por lo tanto, es sabio establecer un calendario anual donde incluyamos de manera balanceada sermones de los dos tipos mencionados. Así presentaremos temas destinados a mostrar la grandeza y la suficiencia de Dios a los que están fuera del reino. Otras veces nuestro fin será edificar en la fe a los convertidos, por tanto, elegiremos temas que les ayuden a vivir la salvación en sus vidas diarias.
Siendo que el propósito, el texto bíblico y el tema son inseparables, y siempre marcan el principio de nuestra tarea, en las próximas páginas queremos mostrar verdades fundamentales que todos debemos saber con precisión en cuanto a estos componentes esenciales, si esperamos que nuestra tarea sea coronada con la bendición de Dios. Con todo, siendo conscientes que tantas veces estos tres elementos no nos llegan en el mismo orden, hemos elegido comenzar con el tema principal que sustenta todos los temas del predicador, luego veremos cómo elegir un texto/párrafo que ofrezca el cimiento para el tema elegido, y de allí pasaremos al destino final (propósito) que esperamos alcanzar con nuestro sermón.
CAPÍTULO 7
¿Cuál es mi tema?
El contenido del sermón hace o deshace a la iglesia
La iglesia estaba empantanada. Al igual que un carro sumergido en el barro hasta los ejes, no iba ni para atrás ni para adelante. Todos los esfuerzos del pastor chocaban contra un muro imposible de pasar. Los no cristianos no venían a la fe; los creyentes indiferentes seguían inconmovibles en su indiferencia; unos pocos mostraban algo de interés por el ministerio, pero en general, la congregación daba más señales de muerte que de vida. El cuadro era francamente depresivo. Fue entonces que el pastor se hizo la siguiente reflexión: «Si mi predicación no está produciendo resultados visibles, ¿cuál es la diferencia con los predicadores del primer siglo? A ellos los acusaban de «trastornar al mundo entero» (Hch. 17:6), en cambio, yo no puedo hacer ni siquiera un abolladura en la armadura de los miembros de la iglesia. ¿Qué predicaron ellos que produjo resultados tan extraordinarios? Voy a averiguarlo, si es posible».
El pastor tomó su Biblia, se dirigió al libro de Los Hechos, luego pasó a algunas de las epístolas, y estas fueron las conclusiones que sacó de su estudio.
Lo primero que observó fue aquello que los predicadores cristianos no proclamaron:
No atacaron la idolatría existente
El cristianismo no creció en un vacío. El imperio romano estaba plagado de idolatría en todas las direcciones. Las grandes ciudades estaban sembradas de templos colosales y millones de altares. Las villas pequeñas no eran muy diferentes. Se decía que en Atenas era más fácil encontrar un dios que encontrar un ser humano. Así y todo, nunca leemos que los apóstoles emprendieran un ataque contra Júpiter, Venus, o Diana. Tampoco intentaron entrar en diálogo con los cultos falsos.
No predicaron una idea o una teoría
No presentaron una idea producto de sus reflexiones, investigaciones o avanzados razonamientos. Más bien, Pablo enfatiza que por decisión propia evitó cualquier tipo de razonamientos que se parecieran a los de los filósofos griegos, «para que vuestra fe no descanse sobre la sabiduría de los hombres» (1 Cor. 2:5).
No proclamaron un plan de mejora personal
No ofrecieron una serie de enseñanzas éticas sobre cómo ser una mejor persona, un mejor esposo/a, un mejor padre/madre, un mejor ciudadano. Ni siquiera mencionaron el Sermón del Monte como el modelo ideal del ser humano feliz y perfecto.
Tampoco contaron su testimonio personal
Aunque sus vidas fueron dramáticamente impactadas, transformadas, e inspiradas por Jesús, nunca nos contaron los detalles de ese proceso. Nunca compartieron con las multitudes cómo ellos reaccionaron ante el ejemplo y las enseñanzas del Cristo viviente.
Cuando los apóstoles salieron a las calles, el corazón de su mensaje tenía que ver con los grandes hechos objetivos de Dios consumados en la historia humana a través de Cristo Jesús. Sus mensajes fueron una ampliación, explicación y aplicación del «mini evangelio» de 1 Corintios 15:3-4: «que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras». Los predicadores se presentaron a las multitudes no como eruditos, sino como testigos oculares: «No podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído» (Hch. 4:20). ¿Cuáles fueron exactamente las grandes realidades que proclamaron? ¿En qué consistía el kerygma? ¿Qué era el corazón del evangelio? Estos son los cuatro grandes eventos, temas, que anunciaron con denuedo:
Cada ser humano que vive en este mundo anhela conocer y gustar la gloria de Dios.
El reino de Dios ha invadido a la historia humana
El reino del que hablaron los profetas de la antigüedad se ha hecho una realidad palpable a través de Jesucristo. La edad de oro, de la cual profetizaron los videntes, está en medio nuestro. Dios mismo ha venido a vivir entre los humanos como uno de nosotros. Su propósito es darnos a conocer el corazón de amor del Padre y destruir el reino de las tinieblas con su control sobre nuestras vidas. Las obras de poder que Cristo realizó, y que los predicadores de la iglesia continuaron, son el testimonio de que los poderes malignos han recibido un golpe mortal, y deben batirse en retirada. «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio» (Mt. 11:5) es la demostración práctica y final de que el Mesías ha aparecido y no debemos esperar a nadie más. Y aunque el reino espera su consumación final en el futuro, el nacimiento de Jesús marca el inicio de la nueva era en los planes de Dios.
La cruz es la respuesta al pecado y sufrimiento humano
Cada ser humano que vive en este mundo anhela conocer y gustar la gloria de Dios. Algo dentro de nuestra alma suspira por encontrar algo sublime e inexplicable, difícil de poner en palabras tantas veces, pero muy real y poderoso. En las palabras del predicador de la antigüedad: «(Dios)… ha puesto eternidad en sus corazones, sin embargo, el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin» (Ec. 3:11). Agustín hizo eco de estas palabras cuando dijo: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti»1.
Sin embargo, contra esta sed de eternidad del alma humana se levantan dos dragones gigantes: el pecado personal y el sufrimiento humano. En cada corazón humano vive un héroe encadenado. El pecado es el poder que nos ata, que nos reduce a la impotencia, que roba nuestras mejores posibilidades, nuestro peor enemigo personal. Tristemente, todos por conocerlo en nuestra experiencia personal debemos darle la razón a Jesús cuando dijo: «El que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn. 8:34).
El segundo dragón, es el dilema del sufrimiento humano. Desde el día que el pecado entró al jardín del Edén, hombres corrientes, filósofos y eruditos, han tratado de explicar el problema del sufrimiento. Todas aquellas cosas horribles que no tienen sentido y que llegan a nuestra vida sin que las pidamos, ni las merezcamos. Y mientras buscamos en mil direcciones respuestas que puedan satisfacer los cuestionamientos de la mente y traigan paz al corazón, el secreto de la victoria sobre el dolor nos elude.
Sobre este trasfondo oscuro del pecado y el sufrimiento humano los predicadores primitivos encendieron la luz refulgente de la cruz de Jesucristo. La cruz de Cristo, demostrando que el que más sufrió por nuestra redención es el Creador del universo, cargando el castigo de Dios y llevando sobre su cuerpo todos nuestros pecados, dolores y enfermedades. Esa cruz fue la vindicación de la justicia, la sabiduría y el poder infinito de Dios. Pero también, fue el altar donde el Cordero de Dios obtuvo eterna redención, desplegó su amor invencible, y nos ofrece perdón de pecados y gracia inmerecida a todo aquel que se vuelva hacia él en arrepentimiento y fe.
La resurrección de Cristo es la demostración de la victoria final de Dios
Si los humanos odiamos el pecado, y tratamos de evadir el sufrimiento, con todo hay un enemigo que es el último y el peor de todos, del cual nadie puede escapar. La fría muerte con su hoz siempre ha sembrado terror en el alma de nuestra raza (Heb. 2:14-15). Y la muerte de Jesús en la cruz hubiese sido la gran derrota cósmica, de no haber sido por la resurrección victoriosa de entre los muertos. En aquel primer día de la semana, nuestro Salvador se levantó como el Señor de la muerte, el sepulcro y el Hades, e introdujo la inmortalidad por el evangelio. La resurrección le dio el nombre que es sobre todo nombre y lo sentó en el lugar más encumbrado del universo, sobre todo principado y potestad.
Si hay una palabra que distingue el contenido de la predicación cristiana apostólica es la palabra resurrección. Los apóstoles siempre la presentaron como el evento que cambió sus vidas y el curso de la historia. Este hecho del cual ellos eran testigos marcaba la diferencia con todos los otros pretendidos salvadores. La resurrección era tan central en su prédica, que aún los paganos, aunque no alcanzaban a entender todo el mensaje, con todo, debían reconocer que este era el punto principal que anunciaban. Vaya como ejemplo el reporte que Festo le hace a Agripa en relación a Pablo, quien estaba detenido en Cesarea: «Levantándose los acusadores, presentaban acusaciones contra él, pero no de la clase de crímenes que yo suponía, sino que simplemente tenían contra él ciertas cuestiones sobre su propia religión, y sobre cierto Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirmaba que está vivo…» (Hch. 25:18-19). ¡Qué testimonio! La resurrección de Jesús era la médula de lo que Pablo llamaba «la locura de la predicación (kerygmatos)» (1 Cor. 1:21). En este caso, tenía en mente el contenido del mensaje, no la forma de procla...
Índice
- Cubierta
- Página del título
- Derechos de autor
- Índice
- Introducción
- Sección I: El predicador y el fundamento de su tarea
- Sección II: El predicador y su audiencia
- Sección III: El predicador y su sermón
- Sección IV: El predicador: sus cualidades personales y su preparación personal
- Sección V: El predicador y su relación con el Espíritu Santo
- Epílogo
- Apéndices
- Bibliografía