CAPÍTULO 1
HISTORIA DE LA LOCURA Y ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO
1.0 INTRODUCCIÓN
El estudio de la Historia de la locura en la época clásica (Foucault, 1964) apunta a que las diferentes concepciones de locura, enfermedad mental, tratamiento y curación siempre han estado estrechamente relacionadas con diversos factores económicos, políticos e ideológicos, incluyendo los valores socioculturales y las diferentes concepciones de ciencia en cada época.
Este análisis global abre la posibilidad de pensar el Acompañamiento Terapéutico en cuanto producto histórico atravesado por factores y valores que caracterizan la Época Contemporánea.
De ahí que los objetivos básicos de este capítulo serán:
a) Partiendo de una visión panorámica de la historia de la locura, desde el Renacimiento hasta nuestros días, ubicar el contexto histórico en que surgió y se está desarrollando el Acompañamiento Terapéutico…, porque −entre otras cosas− ubicarlo históricamente nos permitirá situar su clínica.
b) Hacer un análisis de la sensibilidad contemporánea hacia la locura, relacionándola con algunos de los fundamentos de la Clínica del Acompañamiento Terapéutico. Dicha «sensibilidad» (formas de percibir y valorar la locura) aparece reflejada en una serie de valores socioculturales, más específicamente en las teorías y prácticas, clínicas y rehabilitadoras, desarrolladas en las últimas décadas.
Fundamentalmente, el Acompañamiento Terapéutico surgió y se desarrolló en consonancia con las corrientes de orientación psicoanalítica y sus derivaciones, tales como el «movimiento antipsiquiátrico»1, esquizoanálisis, concepción operativa de grupo etc. (cf. Mauer y Resnizky, 1985; AAVV, 1991; Sereno, 1996, Pulice, 2011).
Aunque dicho surgimiento y desarrollo tuvo lugar sobre todo en el seno de la clínica de la psicosis, el Acompañamiento Terapéutico también puede emplearse con personas con problemas de drogadicción, discapacidad intelectual, alcohólicos, neuróticos graves, ancianos, niños con problemas de aprendizaje; así como en el ámbito escolar, judicial, etcétera2.
Este amplio abanico de posibilidades de inserción del Acompañamiento Terapéutico apunta entre otras cosas a que, más allá del tipo de dificultad del sujeto acompañado, nos encontramos ante una forma diferente (más comunitaria) de percibir los problemas y las formas de afrontarlos.
Desde luego, va quedando obsoleto e insuficiente el modelo biomédico que trata tales problemáticas dentro de los centros para luego −en el mejor de los casos− devolver al sujeto «curado» o «rehabilitado» a la comunidad; modelo biomédico que en la actualidad sigue reproduciéndose también en el ámbito de la rehabilitación psicosocial de personas con problemas de salud mental y otras patologías.
El Acompañamiento Terapéutico suele tener lugar en el contexto domiciliar, familiar y comunitario; es decir, fuera de los contextos de tratamiento y rehabilitación delimitados físicamente (hospitales psiquiátricos, centros de día, consultas, etc.). Por tanto, el «dentro» del Acompañamiento Terapéutico se encuentra allí en donde por lo general ubicamos el «fuera» de los espacios de tratamiento y rehabilitación instituidos. Es decir, que ante todo se acompaña y se interviene fuera del hospital, fuera del centro de rehabilitación, fuera de la consulta; y este «fuera» es el «dentro» del Acompañamiento Terapéutico.
Este desplazamiento radical del eje espacial impone un replanteamiento igualmente radical de la clínica. En este sentido, he tratado de hacer algunas aportaciones en mi libro Acompañamiento Terapéutico y Clínica de lo Cotidiano (Dozza, 2018), pero en este capítulo quisiera rescatar el «momento histórico» en que «surge» el Acompañamiento Terapéutico, dado que poder pensar acerca de dónde venimos nos puede ayudar en la eterna tarea de pensar qué somos y qué hacemos.
1.1 HISTORIA DE LA LOCURA Y SENSIBILIDAD CONTEMPORÁNEA
De la culpabilidad y del patetismo sexual a los antiguos rituales obsesivos de la invocación y de la magia, a los prestigios y los delirios de la ley del corazón, se establece una red subterránea que echa como los fundamentos secretos de nuestra moderna experiencia de la locura (Foucault, 1964, I, 166s).
En este contexto no pretendo hacer un análisis histórico riguroso ni exhaustivo, tan solo recoger algunos elementos para reflexionar acerca de la sensibilidad contemporánea hacia la locura, dado que está estrechamente relacionada con el surgimiento y desarrollos de la Clínica del Acompañamiento Terapéutico3.
Al recorrer el camino que va desde el Renacimiento, pasa por la Época Clásica y desemboca en la psiquiatría positivista de los siglos XIX y XX4, resulta que cada uno de estos momentos históricos se caracterizó por determinadas formas de percibir la locura y concebir formas de «tratamiento», también desde lo que en cada época se entendía por «curación». Estas formas de percepción o sensibilidad también delimitaron diferentes espacios físicos de (no)circulación para los locos, así como diferentes significaciones intersubjetivas ante la presencia o ausencia del loco en el ámbito de las relaciones comunitarias y cotidianas.
El término «acompañante» lleva consigo la idea de circulación, de deambular con el paciente por una serie de territorios comunitarios, concretos e intersubjetivos. Si bien durante décadas, incluso siglos, tales territorios han sido poco frecuentados por los llamados locos o −a partir del siglo XIX− enfermos, resulta que los profesionales los han frecuentado aún menos.
A partir del movimiento antipsiquiátrico, muchos hospitales psiquiátricos han abierto sus puertas y, poco a poco, los pacientes empezaron a salir. Sin embargo, uno de los principales problemas consistió en la dificultad de los profesionales en lo que respecta a ocupar los territorios comunitarios5. Ello apunta a que la cuestión de la circulación comunitaria debe abordarse a doble vía, dado que tanto los pacientes como los profesionales encuentran dificultades en este sentido.
Parecería haber una crisis conflictiva, más bien disociativa, en la que las prácticas no acompañan los discursos de circulación e inserción. Como veremos a continuación, esta crisis va a manifestarse fundamentalmente bajo la forma de escisión entre teoría y práctica, discurso y acción. A su vez, esta crisis disociativa presenta estrechas relaciones con la sensibilidad contemporánea hacia la locura.
A modo de pregunta: ¿qué caracteriza a esta sensibilidad contemporánea que se propone hacer circular al loco, pero constantemente tropieza con, y resbala en, su propio discurso?
Conviene empezar esta reflexión recordando a Foucault, para luego arriesgar algunas hipótesis acerca de la relación entre la sensibilidad contemporánea hacia la locura y el surgimiento del Acompañamiento Terapéutico.
1.1.1 Historia de la locura
Al analizar la historia de la locura sobre todo en Europa, Foucault (1964, I, 46-51) establece una diferenciación entre lo que denominó «experiencia trágica» y «experiencia crítica» de la locura.
En la «experiencia trágica», más que ser percibida desde fuera, la locura «circula» por los cuerpos de sus espectadores y está inserta en la vida cotidiana, dado que sus manifestaciones y su discurso delirante tienen valor de revelación de las verdades cósmicas, del reino de Satán, de las desgracias humanas y de la esencia más primitiva del hombre: la animalidad que gobierna su ser. Podría decirse que aquí la locura se percibe desde la empatía; no como algo absolutamente ajeno al observador, sino como algo que apunta y remite a lo humano que hay en todos, independientemente de que el observador esté loco o no. El loco, por designios divinos, encarna la locura que anida en el alma humana.
En el otro extremo estaría la «experiencia crítica». Aquí el espectador percibe la locura desde fuera, como algo que le es totalmente ajeno: «El otro está loco y su locura no tiene nada que ver conmigo ni con lo humano». La sinrazón se percibe como objeto absolutamente ajeno a la razón, que la posee, juzga y define según sus criterios. Como bien atestigua el lenguaje, la sinrazón es definida por la razón como algo «sin-razón» (sería algo así como si el hombre definiera a la mujer como «no-hombre», y este no-hombre como no-humano). Aquí no hay una sinrazón que hable de sí y por sí misma, sino una razón que habla de ella y por ella; con lo cual, sus manifestaciones se perciben como negatividad (defecto, debilidad) de la razón6.
El delirio, que para la experiencia trágica revela las verdades cósmicas y la esencia de lo humano, desde la experiencia crítica se percibe como algo ajeno a la verdad (mentira, disparate, engaño).
Lo que caracterizó al Renacimiento (siglos XV y XVI, aproximadamente) ha sido la unidad dialéctica entre la experiencia trágica (fundamentalmente representada en la pintura por El Bosco, Brueghel, Durero) y la crítica (representada en la literatura y en la filosofía por Erasmo, Brant y los pensadores humanistas de la época) (Foucault, 1964, I, 46s). Aun siendo el loco un personaje social diferenciado (diferente de los demás), la locura aparece aquí como experiencia común y generalizada en el horizonte de la experiencia cotidiana.
[…] de tan presente y apremiante, el mundo del insensato era aún más difícilmente percibido; era sentido, aprehendido, reconocido, desde antes de estar presente; era soñado y prolongado indefinidamente en los paisajes de la representación. Sentir su presencia tan cercana no era percibir; era cierta manera de sentir el mundo en conjunto, cierta tonalidad dada a toda percepción [...] (Foucault, 1964, I, 162).
Aquí se establece toda una red de relaciones dialécticas (o paradójicas) entre razón y sinrazón, delirio y saber, mentira y verdad, lo humano y lo animal.
[...] Por una extraña paradoja, lo que nace en el más singular de los delirios se hallaba ya escondido, como un secreto, como una verdad inaccesible, en las entrañas del mundo. Cuando el hombre despliega la arbitrariedad de su locura, encuentra la oscura necesidad del mundo; el animal que acecha en sus pesadillas, en sus noches de privación, es su propia naturaleza, la que descubrirá la despiadada crueldad del infierno [...]
(Foucault, 1964, I, 41).
Esta unidad dialéctica presentaba una estrecha relación con las formas de tratar y hacer circular a los locos. Si bien es cierto que en el Renacimiento existían lugares de detención de locos, «cada ciudad aceptaba encargarse exclusivamente de aquellos que se contaban entre sus ciudadanos» (ibidem, 23), los demás eran expulsados, muchas veces entregados a los marineros y llevados a otras ciudades, algunas de las cuales acabaron convirtiéndose en lugares de peregrinación.
No resulta difícil imaginar los resultados de semejantes prácticas. Constantemente, en las ciudades se veía partir y llegar a los locos. «No se sabe en qué tierra desembarcará; tampoco se sabe, cuando desembarca, de qué tierra viene» (ibidem, 26).
Es decir, el gesto que expulsa, a la vez promueve la presencia y circulación del loco por los paisajes comunitarios.
La actualidad se ha acostumbrado a la figura del loco en cuanto «prisionero» del hospital psiquiátrico, fuera de circulación. Sin embargo, en el Renacimiento, el loco era más bien «prisionero de la circulación».
La unidad dialéctica entre las experiencias trágica y crítica se manifiesta en esta paradoja de la exclusión incluyente.
Por otra parte, el siglo XVI asistió al creciente privilegio de la experiencia crítica sobre la trágica. Hacia el siglo XVII, y comienzos de la Época Clásica (o Clasicismo), ya se habían borrado aquellos intercambios dialécticos instituidos en el Renacimiento. La sinrazón fue «capturada» por la razón y la locura pasó a percibirse como pura negatividad (ver ibidem, 50-74).
Hasta el Renacimiento, el loco estuvo exento de cualquier asociación con la culpabilidad. Si su discurso delirante anunciaba y revelaba las desgracias universales y humanas era debido a la providencia y predilección divinas (cf. ibidem, 167). Sin embargo, a través de una reorganización de su mundo ético, la razón clásica (fundamentada en la experiencia crítica) atribuyó a la locura el estatuto de una falta que es del orden de la voluntad individual. «[...] Así, la locura se enraíza en el mundo moral» (ibidem, 219).
Dicho enraizamiento de la locura en el mundo moral se debió a una reorganización de la ética religiosa, económica y social. En nombre de Dios, de la prosperidad económica y del bienestar social, la Época Clásica practicó el encierro indiscriminado (Gran Encierro) de los personajes de la sinrazón; de tal modo que en un mismo espacio se podía encerrar a locos, libertinos, degenerados, pervertidos, profanos, prostitutas, criminales, etc. A través de una aprehensión generalizada de la sinrazón, el loco perdió los indicios de su individualidad en cuanto personaje social diferenciado (cf. ibidem, 189).
Lo que justificaba el encierro indiscriminado era que los locos, libertinos, criminales, profanos…, formaban una masa homogénea que, según la percepción clásica, tenía en común haber sucumbido a las tentaciones de la sinrazón debido a la debilidad de su razón, y consecuentemente de su voluntad individual. Representaban, por lo tanto, una amenaza (de desorden, escándalo, «contagio») para la sociedad y la razón misma, por eso debían ser encerrados indiscriminadamente.
Ética religiosa, económica e institucional
Desde la perspectiva religiosa, en la Época Clásica el conflicto entre razón y sinrazón se yuxtapuso a la gran lucha universal y cósmica entre el Bien y el Mal (en el Renacimien...