La belleza de sentir
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Eva Bach

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La belleza de sentir

Eva Bach

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De las emociones a la sensibilidad. Hablamos mucho de emociones, pero aún no las comprendemos. Como seres humanos, debemos conocerlas mejor y aprender a transformarlas en sensibilidad. Porque, como señala la autora, la transformación que le hace falta al mundo no será fruto únicamente de mentes brillantes. Necesitamos, también, corazones abiertos y miradas libres de miopías emocionales. En el futuro, las mejores decisiones serán obra de personas con sensibilidad exquisita. Con un texto que nos acaricia delicadamente por dentro y nos va calando como lluvia fina, la autora nos guía de las emociones a la sensibilidad. Porque experimentar emociones es humano —nos dice—, pero no siempre es sinónimo de sensibilidad o humanidad. Y saber mucho nos servirá poco si vivimos desconectados del propio corazón. Dividido en dos partes, la primera se dirige a los adultos en general. Con ejemplos muy ilustrativos, nos propone 12 pasos para transformar las emociones naturales o primarias, propias de nuestra especie, en sentimientos sabios, lúcidos y sublimes, que nos revisten de sensibilidad, humanidad y belleza. La segunda parte está dedicada a un gran tesoro de la humanidad: los niños y las niñas, y sus familias y educadores. Eva Bach nos ofrece una propuesta totalmente inédita. Cuando se acaban de conmemorar 25 años de la Convención de Ginebra sobre los Derechos de los Niños, nos propone 10 necesidades y derechos de los niños para un crecimiento emocional sano. Y es que, como ella misma concluye, un mundo más humano solo será posible si sabemos atender y entender el corazón de los niños desde el corazón propio.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2015
ISBN
9788416256372

Primera parte Doce pasos para transformar las emociones en sensibilidad, humanidad y belleza

«Cuando se puede encontrar el amor allí donde parece que el amor no está, es cuando se devuelve a cada emoción su sentido más profundo. Es cuando puede accederse a la sabiduría de las emociones.»
NORBERTO LEVY
Las emociones son la música de fondo que suena detrás de nuestras palabras, gestos y acciones, y madurar emocionalmente es afinar y embellecer esta melodía que nos acompaña. Para convertir las emociones en semillas de sensibilidad y sabiduría, y saborear plenamente la belleza de sentir, propongo un recorrido por los doce pasos siguientes:
  1. Conectar con las emociones, escucharlas
  2. Atender las emociones, acogerlas
  3. Legitimar las emociones
  4. Identificar las emociones, reconocerlas
  5. Nombrar las emociones, expresarlas
  6. Empatizar, comprender las emociones
  7. Transitar las emociones
  8. Regular las emociones, modularlas
  9. Consolar las emociones, calmarlas
  10. Interpretar las emociones, descifrarlas
  11. Elaborar las emociones, construir sentido
  12. Integrar las emociones, trascenderlas
Estos doce pasos podrían denominarse de otras maneras y algunos también podrían desglosarse o comprimirse, pero cada uno de ellos es esencial, tanto para las pequeñas emociones de cada día como para las grandes emociones de la vida. La diferencia es que con las pequeñas y sencillas emociones cotidianas los recorremos más rápidamente y puede ser que algunos se den de una forma casi automática o inconsciente. En cambio, cuando se trata de emociones intensas, relacionadas con los hechos importantes de nuestras vidas, el proceso se dilata más en el tiempo e incluso puede llegar a durar años (es el caso de una separación de pareja o de un proceso de duelo, por ejemplo). La conciencia emocional no la sitúo como uno de los doce pasos, ya que la considero una finalidad y un eje vertebrador de todo el recorrido.
Hasta ahora, cada vez había expuesto estos pasos en conferencias y en formaciones, no los había numerado nunca porque no siempre se dan en este orden ni se suceden de uno en uno. Los únicos invariables son el primero y el último. Conectar con las emociones y trascenderlas son siempre el principio y el final del proceso, respectivamente. El resto de pasos puede variar de orden dependiendo de la persona, la situación y el momento, y algunos incluso pueden darse simultáneamente. Esta vez los numero para que el lector se oriente más fácilmente, sepa por qué paso va y tenga una visión de conjunto más completa. Pero es importante tener en cuenta que no siempre seguirán este orden, que muchos pueden solaparse entre ellos y que los hay que se diferencian solamente por pequeños matices. Algunos que he puesto antes podrían ir después y viceversa, por ejemplo, los pasos 7, 8 y 9 podrían intercambiar su orden o darse los tres al mismo tiempo. Tampoco hay que priorizar unos en detrimento de otros ni ir directos a los dos o tres últimos sin pasar previamente por los anteriores. Sería como empezar la casa por el tejado y quedarnos una vez más en pensar la emoción sin llegar a conectar con ella ni a sentirla plenamente.
Los iré abordando uno por uno, en los doce apartados que vienen a continuación.

1. Conectar con
las emociones, escucharlas

«La comprensión más profunda no es racional sino afectiva, o tal vez orgánica. […]. Hay otra región donde no tengo acceso y donde se cumplen los hechos más importantes de mi vida, sin que yo, desde este lado –que es forzoso que sea el falso– tenga noticia de ello […]. La naturaleza es oscura y va más allá que nuestra pobre inteligencia. Nuestra pobre inteligencia se despierta, un día, después de muchos años –siglos quizá dentro de la sangre– y se da cuenta de que todo, o todo lo que cuenta, ha sucedido sin ella.»
JOSEP PALAU I FABRE
Lo primero que hay que hacer con las emociones es conectar con ellas, escucharlas, y muy a menudo hacemos todo lo contrario. Nos instalamos en esa otra región sin cobertura emocional, en la que ni siquiera tenemos noticia de lo que ocurre en nuestro interior. Dice la pedagoga alemana Marianne Franke que los sentimientos son para sentirlos. Parece una obviedad pero no lo es tanto. Muchos de nosotros hacemos lo que sea para evitar sentir. Hacemos oídos sordos a las emociones propias y a las de los niños, adolescentes y resto de adultos. Huimos de los sentimientos, nos evadimos, nos distraemos, nos ocupamos para no sentir. Hay personas que prefieren vivir aceleradas y estresarse, o empastillarse y anestesiar su corazón, que tener tiempo para escucharse y escuchar lo que sienten.

La música que suena detrás de las palabras y los hechos

Comenzamos a desatender las emociones ya desde la infancia. Con los niños pequeños no hablamos de sentimientos porque pensamos que no los comprenden. Y cuando llegan a casa después de la escuela, las prioridades son la merienda, los deberes, el baño, la cena, ir a dormir temprano. En las emociones no nos detenemos y no nos damos cuenta de que todas estas cosas serían más fáciles si las cuidáramos. A medida que van creciendo, peor aún, más tiempo para que se amolden a las exigencias externas y menos tiempo para los sentimientos, para atender su ser interno. Cuesta más educar sin tener en cuenta las emociones que teniéndolas en cuenta, dice la psicóloga catalana Carme Thió. Pero no nos interesamos suficientemente por cómo se sienten los niños y adolescentes y por lo que les ayuda a sentirse bien, y el resultado son adultos desconectados y emocionalmente frágiles.
No hay vida sin emoción, dice Elsa Punset. Para llegar a buen puerto nos hace falta un buen equipamiento emocional para encarar con unas mínimas garantías la incertidumbre y las adversidades que nos visitarán en algún momento u otro de la travesía. Con el alimento y el abrigo físico no es suficiente. Necesitamos también el emocional y afectivo. Vivimos en un mar de emociones y tenemos que aprender a navegar en él sin naufragar, añade la misma autora. Pero, ¿cómo conseguiremos navegar en este mar de emociones sin escucharlas, sin zambullirnos en nuestro ser interno? Normalmente escuchamos las palabras pero no tanto las emociones que hay detrás de las palabras. Nos fijamos en lo que hacemos y en lo que hacen los otros, pero muchas veces no sabemos ver las emociones que hay detrás de los hechos, no identificamos los sentimientos de fondo que originan nuestros comportamientos y muy a menudo nuestros problemas. Preguntamos a los amigos o a los niños qué han hecho o por qué han hecho algo, pero nos interesamos mucho menos por cómo se han sentido o cómo se sienten y por lo que les hace sentir bien o mal.

Dar tiempo y espacio a la belleza de sentir

Tenemos una tendencia endémica a hacer oídos sordos a los sentimientos, a no prestarles atención, a hacer lo que convenga para no adentrarnos en ellos o para salir de ellos lo más rápido posible. Podéis hacer la prueba cuando queráis. Probar a decir tres frases seguidas referidas a un sentimiento personal profundo, con algún toque de belleza poética –si puede ser–, en presencia de un grupo de personas afines. Si vuestros contertulianos no tienen hilo directo con el propio corazón o tienen interferencias, será difícil que os dejen pasar de la primera frase. Antes que tengáis tiempo de pronunciar la segunda es muy probable que se desaten las risas y el cachondeo, o comentarios y gestos disuasorios para impedir la conexión emocional y el camino del corazón. Si conseguís llegar a la tercera frase sin que os interrumpan, es que se han quedado patidifusos o que se trata de personas realmente maduras emocionalmente. Lamentablemente, esto último no acostumbra a ser lo más frecuente. A la belleza de sentir le asignamos escasos segundos. En cambio, podemos mantener conversaciones interminables sobre cuestiones insustanciales, más aburridas que escuchar una partida de ajedrez por la radio, sin que nadie haga nada para evitarlo.
Sucede también que algunas emociones están circunscritas a unos espacios y a unos tiempos muy concretos y fuera de estos están mal vistas. Por ejemplo, se puede cantar y bailar en un concierto, pero si cantas y bailas en una cena en tu casa (ya no digo por la calle), puede ser que algún comensal (o varios) piense que es ridículo, que has bebido más de la cuenta o que no es el lugar ni el momento. Alguien que perciba la belleza de los sentimientos, no pensará nada de todo esto, se alegrará de tu alegría, te lo sabrá expresar de alguna manera y tal vez se dejará contagiar incluso. En cambio, quien critica o rehúye los sentimientos es probable que lo haga para esconder la propia incapacidad para sentir su belleza, reconocerla o expresarla.
Tenemos que escuchar las emociones, pero no solo para identificarlas o ponerlas bajo control, sino básicamente porque es el primer paso para que podamos saborear su belleza y embellecernos nosotros y el mundo entero con ellas. Esto no tiene nada que ver con provocar vivencias emocionales intensas artificiosamente ni con fomentar el exhibicionismo emocional. La belleza de los sentimientos veremos que muy a menudo es una belleza serena, sencilla, plácida y silenciosa como la flor de loto. Resplandece sin deslumbrar, perfuma sin empalagar, invita sin exigir y acaricia sin intimidar.

«¡Qué angustia, tanta tranquilidad!»

Tengo una amiga que estaba siempre estresada y angustiada. Día tras día se quejaba de que no podía parar nunca, de que sus hombres (marido e hijos) no pegaban sello y todo recaía en ella. Otra buena amiga la convenció para que una mañana lo dejara todo y se fueran a pasear por Collserola. La pasó a recoger por casa y, al cabo de unos minutos de montar en el coche, exclamó: «¡Qué angustia, tanta tranquilidad!».
Hay personas que la posibilidad de tener tiempo para estar consigo mismas y conectar con su ser interno les angustia mucho más que ir estresadas. Nada que objetar si cumplen los tres requisitos señalados anteriormente y se sienten bien con ellas mismas, con los otros y con el mundo (y los otros y el mundo con ellas). Si han conseguido hallar un buen equilibrio, tanto da la fórmula; ya hemos dicho que no podemos hablar de qué es mejor o peor en términos absolutos. Pero no era este el caso de mi amiga.
Hace poco, en una televisión pública tuve la oportunidad de contemplar otra escena que pone de manifiesto las dificultades para conectar con las emociones profundas. Habían invitado a una excelente experta en emociones para hablar de cómo se regula la ira, a raíz de unos acontecimientos públicos que habían sacudido los ánimos de los ciudadanos y habían causado estragos. Todo fue bastante bien mientras explicaba qué era la ira. Pero cuando empezó a hablar sobre la necesidad de detenerse, respirar y conectar con el ser interno, en el plató se formó un buen alboroto. Reconocidas figuras del periodismo, que tenían la buena intención de contribuir a la madurez emocional de nuestra sociedad, comenzaron a ironizar sobre las recomendaciones de la experta y, sin pretenderlo, terminaron banalizando las emociones. El analfabetismo emocional al que aludió Daniel Goleman se hace muy patente en la incapacidad de algunas personas y ámbitos sociales para escuchar y valorar como es preciso cuanto tiene que ver con las emociones.

Un escondite insondable

Cuenta la leyenda que, en tiempos remotos, el Consejo Superior de los Dioses se reunió para debatir dónde podían esconder la divinidad de los seres humanos. Después de mucho deliberar, decidieron que el lugar ideal para que jamás pudieran encontrarla era en el interior de su propio corazón.
El primer paso para rescatar este pequeño gran tesoro de las emociones del escondite donde se ocultan es escucharlas. Escuchar las emociones significa detenernos a escucharnos a nosotros mismos primero, para poder escuchar mejor a los otros después. Conectar con las emociones, cuando hacen acto de presencia en nuestras vidas, es siempre el primer paso de una vivencia emocional consciente y saludable que nos tiene que llevar a redescubrir, rescatar y restaurar este pequeño gran tesoro que algunas personas esconden, otras exhiben impúdicamente y solamente unas cuantas saben atender y cuidar con la destreza y la delicadeza necesarias.

2. Atender las emociones,
acogerlas

«Nuestros sufrimientos son un compost orgánico que se puede transformar en flores. Cuando aprendamos a reconocer nuestros sufrimientos, y a recibirlos con los brazos abiertos, todo acabará cambiando. Si aprendemos a abrirles los brazos y a transformarlos, podremos convertir el dolor en felicidad y sabiduría.»
THICH NHAT HANH

De las tristezas nacerán flores

¿Convertir el sufrimiento en flores? Suena bonito y es posible. Lo hace la poesía desde sus orígenes. Procuramos hacerlo también los profesionales que trabajamos para forjar la resiliencia o capacidad de las personas de salir fortalecidas o transformadas de la adversidad. ¿Qué es conducir nuestras emociones del malestar al bienestar sino convertir el sufrimiento en flores, las sombras en luz, las piedras en perlas o las espinas en semillas? Dice el psiquiatra francés de ascendencia judeo-polaca, Boris Cyrulnik, que cuando después de haber perdido a sus padres en un campo de concentración pudo convertir los recuerdos tristes que invadían su alma en relatos que lo aliviaban, acabó experimentando un sentimiento de belleza. Transformaba en belleza la guerra y la aflicción, dice textualmente. No es ninguna barbaridad. Solo hay que leer su relato biográfico para constatar que de la barbarie supo extraer retazos de belleza que lo reenganchaban a la vida y hacían resurgir nuevas flores sobre campos devastados.
¿Abrir los brazos al sufrimiento? Puede sonar extraño y difícil, pero también es posible y necesario. Tenemos que aprender a convivir con normalidad con los días grises, a tener paciencia con la tristeza y a no sufrir innecesariamente por sentimientos que son naturales e inevitables. Dice André Comte-Sponville que la verdadera felicidad es amor a la vida y esto incluye los momentos desagradables. Lo que es sabio es amar la vida y no solo la felicidad, porque quien ama la felicidad solo amará la vida en los momentos de alegría. Decir «buenos días» a la tristeza cuando estamos tristes nos puede ayudar a mitigarla. Si la reconocemos no hará falta que haga mucho ruido para hacerse ver. Si la acogemos y le damos un lugar, puede que acabemos encontrándole alguna virtud. Podemos dejar que se quede hasta que acabe su misión y a cambio le pedimos que nos trate bien y que nos compense, si puede ser, con alguna ganancia. Dice el conocido aforismo budista que lo que resistes persiste y lo que aceptas se transforma. Acoger nuestras emociones es un paso ineludible para su transformación. No las transformaremos negándolas o echándolas. Las podremos transformar solamente si las invitamos a pasar.

Ser unos buenos anfitriones para nuestras emociones

Además de escuchar las emociones, tenemos que atenderlas y acogerlas, pues. Si las escuchamos pero nos decimos «ya se nos pasará» y no hacemos caso de lo que nos dicen, no las estamos atendiendo ni acogiendo. Atenderlas y acogerlas significa hacerles caso, darles su espacio y su tiempo, averiguar qué necesitan, intentar descifrar qué nos quieren decir, qué mensaje tienen para nosotros o qué aprendizaje nos proponen. Tenemos que ser unos buenos anfitriones para nuestras emociones y la recompensa será una mayor comprensión de nosotros mismos y de los demás y, por tanto, un mayor bienestar.
Normalmente desatendemos las emociones porque no sabemos cómo manejarlas y porque tememos que si les damos la mano se cojan el brazo. Para evitar que crezcan sin control o que se desaten intentamos cortarlas de raíz. También pensamos que si no les hacemos caso desaparecerán por sí solas. Se irán ...

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