La clase trabajadora
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La clase trabajadora

¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?

José manuel Rivas, Adrián Tarín, José manuel Rivas, Adrián Tarín

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¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?

José manuel Rivas, Adrián Tarín, José manuel Rivas, Adrián Tarín

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La crisis económica que sacude el mundo desde 2008 y sus respuestas sociales a lo largo del planeta han demostrado la necesidad política de contar con una clase trabajadora, hoy huérfana y desnortada del proceso de cambio, cuyos problemas raras veces aparecen en los debates televisivos o se resuelven en los programas electorales. ¿Es la clase media una identidad política válida para quebrar el capitalismo o solo una trampa que disuelve la conciencia de los trabajadores? ¿Qué papel desempeñan el trabajo de cuidados en la transformación del empleo? ¿Qué función cumple el movimiento indígena en las protestas sociales? ¿Tienen sentido hoy las categorías de clase o sujeto?Desde España, Ecuador, Estados Unidos, Cuba, Chile, México… filósofos, sociólogos, periodistas y politólogos aportan en La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo xxi? una óptica poliédrica para tratar una problemática común: la transformación social desde la clase y el trabajo.

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Información

II. De la clase al pueblo: una revisión crítica DE la teoría marxista de la lucha de clases[1]
José Manuel Rivas Otero
Vientos del pueblo me llevan
vientos del pueblo me arrastran
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Miguel Hernández
Resulta habitual que cuando un partido de derechas gana las elecciones, muchos activistas, militantes y simpatizantes de izquierda se pregunten cómo es posible que haya obreros que voten en contra de sus intereses de clase. Las respuestas suelen variar en el tono pero no en el contenido: una minoría ingenua cree que es cuestión de tiempo que la alternativa socialista termine imponiéndose al capitalismo; los más paternalistas argumentan que la clase obrera no es consciente de su situación porque está manipulada por su entorno, sobre todo por los medios de comunicación de masas; mientras que los más pesimistas se niegan a recurrir a consignas burguesas como patria o pueblo para atraer el voto y sentencian que «el obrero que a la derecha vota es un idiota». Curiosamente, son pocos los que se plantean si parte de la culpa de que los sectores populares voten a la derecha, o simplemente no voten, recae en la propia izquierda.
Durante mucho tiempo el marxismo se ha mostrado agresivo no solo «contra quienes hacen conscientemente apología de lo existente, sino igualmente contra las tendencias desviadas, conformistas o utópicas que surgen en sus propias filas» (Horkheimer, 2000, p. 50). Los partidos de izquierda han cometido, y aún cometen, el error de reprender a las clases populares por tener comportamientos «contrarios a sus intereses objetivos de clase» en lugar de hacer autocrítica por la derrota histórica del socialismo y por haber menospreciado o ignorado algunas acciones espontáneas y revolucionarias de origen popular[2].
Casi nadie niega que en las tres últimas décadas se ha producido un declive del sentimiento de pertenencia a la clase obrera. Los trabajadores siguen ahí pero han perdido, en gran medida, la conciencia de clase. Como recuerda Laclau (2004), aunque en el ámbito laboral aún quedan espacios donde se mantiene la llama de las identidades de clase (por ejemplo en la minería o la industria naval), la tendencia actual es la opuesta: la identidad de la clase trabajadora es cada vez más débil. Sin embargo, las desigualdades entre clases no solo continúan, sino que se han agravado en los últimos años. Se da la paradoja de que mientras la lucha de clases va a menos, el curso de la historia parece caminar hacia sociedades de dos clases en las que unos pocos privilegiados monopolizan la riqueza, la educación y el poder (Lasch, 1996, p. 34). Entonces, si la contradicción entre fuerzas productivas y medios de producción señalada por Marx hace 150 años es mayor ahora que antes, ¿qué ha ocurrido?, ¿por qué la conciencia de clase es menor ahora que hace cuarenta años?
Aquí se sostiene que parte del problema se encuentra en la propia epistemología de la que se nutre la izquierda y, en particular, en la lucha de clases. Desde el siglo XIX, la mayor parte de las teorías vinculadas al movimiento obrero han defendido este planteamiento y han articulado su discurso político con base en el antagonismo proletariado-burguesía. Este capítulo realiza una revisión crítica de una de ellas, la marxista. El objetivo del mismo no es cuestionar la existencia de las clases sociales, sino responder a dos preguntas interrelacionadas: si actualmente la lucha de clases, tal como la entiende el marxismo clásico, sigue siendo un enfoque teórico válido para transformar el mundo; y si la distinción tradicional entre proletariado y burguesía continua resultando útil para articular las luchas de los sectores populares contra el sistema dominante.
En este trabajo se sostiene que, a pesar de que el marxismo como teoría crítica ha ejercido, por sí misma, «una función social positiva» (Horkheimer, 2000, p. 40), en los últimos años ha permanecido aislada de la praxis política, debido a los problemas de la lucha de clases. Siguiendo los planteamientos posmarxistas, se propone superar, al menos discursivamente, las limitaciones de este dogma, apelando a otras identidades a la hora de articular el discurso político del cambio.
La estructura del capítulo es la siguiente: en primer lugar, se realiza una revisión de la teoría de la lucha de clases en el marxismo; después, se profundiza en las discusiones en torno a sus limitaciones, señaladas por marxistas y posmarxistas; y por último, se responde a la cuestión de si tiene sentido seguir utilizando la distinción tradicional entre clase obrera y burguesía y se aboga por el uso de otro tipo de antagonismo.
LA LUCHA DE CLASES EN EL MARXISMO TRADICIONAL
Con el surgimiento de la clase obrera industrial en la primera mitad del siglo XIX, la teoría política reivindicativa de los sectores populares pasó de percibir el mundo social como un conflicto entre pobres y ricos a hacerlo como una lucha entre dos clases sociales antagónicas, el proletariado y la burguesía (Kuczynski, 1967). Desde ese periodo y hasta finales de la década de 1960, la lucha de clases impulsó el pensamiento crítico y actuó como el eje en torno al cual se articularon las luchas contra el capitalismo, fundamentalmente en Europa.
Marx (1984) define la lucha de clases como el resultado del antagonismo entre la clase obrera y la burguesía[3]. En su teoría, las clases no son construcciones políticas fundadas en la voluntad de los agentes sociales, sino posiciones objetivas basadas en la división social del trabajo (Poulantzas, 1977) que actúan como «fuerzas reales dotadas de consecuencias reales» (Wright, 1983, p. 22).
Los tres elementos característicos de la lucha de clases en el marxismo son el historicismo, la concepción objetivista de la conciencia de clase y el reduccionismo de clase. De acuerdo al dogma historicista, el reforzamiento de las condiciones de explotación de la clase obrera provocará una explosión revolucionaria que conducirá a esta clase a tomar el poder (Marx, 1998). La teleología marxista de la lucha de clases considera que la historia tiene un sentido final: la desaparición de las clases (Elster, 1998), que el capitalismo está condenado por la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y que la clase obrera posee un destino revolucionario con base en su papel subordinado en el marco de las relaciones de producción capitalistas (Del Río, 1989).
En el marxismo, los miembros de la clase obrera, por su situación objetiva de explotación, son los únicos capaces de liderar la lucha de clases (Lenin, 1979b), y se concibe como una categoría tanto analítica como política (Bilbao, 1995). En el primero de los casos es un concepto ligado a los inicios de la revolución industrial y al uso de las máquinas en el seno de las fábricas[4] (Engels, 1978), y se utiliza por el marxismo para describir las condiciones objetivas de explotación[5].
Como categoría política, el concepto de clase obrera se concreta en un sujeto social identificable políticamente, el proletariado[6], en torno al cual se articulan los movimientos, sindicatos y partidos de clase. Para Marx, la categoría política proletariado se deriva de la posición objetiva de los sujetos en las relaciones de producción, esto es, de la propia pertenencia a la clase obrera como categoría analítica. Como señala Gurvitch (1957):
[En el marxismo] la clase se torna a su vez autónoma de los individuos. De tal modo, estos últimos encuentran sus condiciones predestinadas y la clase les asigna su posición social y, por consiguiente, su desarrollo personal, que así se halla subordinado a la clase social (p. 34).
El segundo elemento característico de la lucha de clases es la concepción objetivista de la conciencia de clase, que se deriva del propio historicismo. En la teoría marxista, la toma de conciencia de clase no es una autoconsciencia psicológica, sino que viene dada desde afuera por la posición que el sujeto ocupa dentro del proceso de producción. La clase obrera actúa así «como sujeto portador de un orden alternativo» (Bilbao, 1995, p. 11). Marcuse (1990) lo explica de este modo:
El proletariado es la fuerza histórica liberadora solo como fuerza revolucionaria; la negación determinada del capitalismo ocurre si y cuando el proletariado ha llegado a ser consciente de sí mismo y de las condiciones y procesos que configuran su sociedad. Esta toma de conciencia es un prerrequisito tanto como un elemento de la práctica de la negación. Este «sí» es esencial al progreso histórico: es el elemento de la libertad que abre las posibilidades de conquistar la necesidad de los hechos dados. Sin él, la historia recae en la oscuridad de la naturaleza inconquistada (p. 251).
Como señala Wright (1983), el sujeto adquiere conciencia de clase cuando es capaz de percibir cuáles son sus intereses objetivos de clase mediante «la comprensión científicamente correcta de sus situaciones» (p. 82). El hecho de pertenecer a la clase obrera es la condición objetiva para tener conciencia de clase obrera (Bilbao, 1995).
El tercer elemento característico es el reduccionismo de clase, vinculado con la ideología y que consiste en considerar que todo elemento ideológico está adscrito a una clase social. Se expresa en el aserto marxista de que, en todas las épocas, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante (Marx y Engels, 2014). De acuerdo con esta doctrina, el socialismo sería la ideología de la clase obrera, el liberalismo, la de la burguesía, el fascismo, la de la pequeña burguesía, y así sucesivamente[7]. Igualmente, elementos ideológicos compartidos por distintas ideologías como el nacionalismo, también tendrían adscripción de clase (Laclau, 1978; Poulantzas, 2005).
LOS LÍMITES DE LA TEORÍA DE LA LUCHA DE CLASES
Aunque la lucha de clases estructuró el discurso político contra el sistema capitalista, esto no significó, a la larga, su ruptura. Los tres elementos que caracterizan a la lucha de clases en el ma...

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