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Los arrepentidos
Los testimonios que hicieron temblar el poder (1975-2019)
- 368 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Los arrepentidos
Los testimonios que hicieron temblar el poder (1975-2019)
Descripción del libro
Los arrepentidos cuenta la historia del detrás de escena, el lado B de los testimonios que revelaron, en distintos gobiernos, el sistema enquistado de corrupción político-empresarial.
También es la historia de cómo la Justicia reaccionó a las diferentes causas según el poder de turno y, en algunos casos, según la presión de los medios de comunicación.
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Ciencias socialesCategoría
Estudios de mediosLEONARDO FARIÑA. DE LA FICCIÓN A LAS VALIJAS DE LÁZARO BÁEZ (2016)
Leonardo Fariña cumplía dos años detenido, y los lujos a los que estuvo acostumbrado se redujeron a una cama marinera, un par de papeles y lapiceras y unas pocas mudas de ropa todas iguales. Estaba claro, ya no era ni rico ni famoso. Aquella imagen del joven con rodete que saltó inesperadamente a la fama estaba completamente diluida. Era un número más, uno de los 46 reclusos de aquel extenso y frío pabellón en el que el diálogo y el compañerismo escasean. A las 21, horario en el que se les permitía a los internos realizar llamados telefónicos, marcó el número, el único al que llamaba todos los días desde hacía dos años: la casa de su padre. “Si hasta entonces —dice situándose en aquel momento— hice las cosas de una forma y no me fue mejor, tenía que hacerlo de otra manera”, reflexiona para justificar aquella decisión que lo cambiaría todo aún más. Es enfático cuando habla de la cárcel (“es lo peor que te puede pasar en la vida”) e intenta evitar el recuerdo de aquellos días.
Pero algo rememora con aprecio de aquel tiempo sin libertad, quizás lo único que le gusta contar de esa etapa. Su paso por la cárcel, esos veinticuatro meses en el pabellón abierto, le otorgó dos amigos. Uno de ellos quedó libre a los pocos meses de que él abandonara el penal. Como una suerte de ritual inamovible, todos los jueves se junta con Walter a comer, y no le avergüenza decir que es de los pocos amigos que tiene, no sin antes contar que ese amigo quedó preso por proveer precursores químicos a un narcotraficante. Va más allá en su análisis y siente que la cárcel fue un espejo que le sirvió para ver que no tenía nada, que había perdido todo y que la única persona que esperaba una llamada suya era su padre. Reitera: “No tenía nada ni a nadie”, pese a que a los veintitrés años manejaba una Ferrari roja, de las pocas que había en Argentina, viajaba asiduamente a Punta del Este sin perderse ningún evento y era novio de Karina Jelinek. “Yo creo que ella me amó. Yo la amaba”, dice sin ningún pudor.
Fariña, con 29 años, sabía que la libertad no era algo que podía negociar porque se encontraba detenido en una causa por evasión tributaria que tenía a cargo un Tribunal de La Plata, pero tenía claro que quería hablar. Después de ver que su prisión preventiva se prolongaba, tomó la decisión. La única persona con la que lo evaluó fue su padre. Esa charla tuvo lugar el 25 de marzo y duró unos cuantos minutos. Era una idea incipiente. Durante varios días eligió el silencio como el principal resguardo de su decisión. Era consciente del impacto que iba a generar y ya no confiaba en nadie. Los sucesos de los días siguientes fueron tan inesperados como determinantes para concretar lo que ya sabía que quería hacer.
Durante esos años en prisión nunca dejó de escribir. Hojas sueltas de tamaño A4, cuadernos comunes, de tapa dura y, como una ironía del destino, asegura haber tenido un cuaderno Gloria, aquella marca que se hizo famosa gracias a Oscar Centeno, el exchofer de Roberto Baratta que desató, con ocho cuadernos, uno de los mayores escándalos de corrupción. Con la misma metodología que implementó desde que ingresó al penal de Ezeiza, Fariña comenzó a prepararse. Escribió sin detenerse para “no perder ningún detalle”. Ordenó en sus papeles los sucesos que quería revelar ante la Justicia. No dejaba de pensar en Lázaro Báez, a quien, hasta ese momento, le guardaba cariño y podía describirlo como un “buen tipo, ignorante pero bueno”.
Once días transcurrieron desde el momento en el que consideró ser un colaborador de la justicia, porque Fariña rechaza el término “arrepentido” y elige una definición más técnica. En la cárcel, los días eran todos iguales. Esas jornadas signadas por el tedio comenzaban, como siempre, a las 8 de la mañana. “Las horas no pasaban. Era siempre lo mismo”. Pero ese 5 de abril de 2016, cuando el otoño porteño ya se hacía sentir, entendió que todo sería diferente.
Cerca de las 18, los canales de televisión, como si se tratara de una cadena nacional de un anuncio político, mostraban lo impensado, seguramente como un mensaje. El Lear Jet azul intenso de Lázaro Báez aterrizó en el aeropuerto de San Fernando. Pero eso no era lo relevante de aquellas imágenes, sino lo que ocurrió pocos minutos después. La Policía de Seguridad Aeroportuaria esperaba en la pista al señalado testaferro K para detenerlo por orden del juez Sebastián Casanello.
Estupefacto, Fariña, que tantas veces había viajado en ese avión, vio las imágenes desde la cárcel, en un pabellón al que denominaban “el zoológico” y en un televisor viejo, pequeño, pero suficiente para detenerse ante la noticia. Afirma que no podía creer lo que observaba. Se trataba de Lázaro, el intocable y custodiado Lázaro. Faltaban tres días para que él fuera trasladado a Comodoro Py porque Casanello lo había citado a declarar nuevamente en esa causa que estalló en el programa de Jorge Lanata bajo el nombre de la ruta del dinero K en 2013. ¿El motivo? Las obscenas imágenes de la financiera conocida como La Rosadita: un escritorio con una máquina para contar billetes y gente, entre ellos Fabián Rossi —si algo no le faltó a este expediente, fueron personajes de la farándula—, arrastrando bolsos con cinco millones de dólares. La imagen ofrecía más, un brindis con whisky y un habano encendido para celebrar una operación financiera que terminó complicando a todos en la Justicia. “No era delito, pero era obsceno”, dice Fariña refiriéndose a las imágenes. Él ya sabía de dónde provenía ese dinero. Y que su origen era ilícito.
Faltaban 72 horas para que él se presentara ante el juez Casanello y el fiscal Guillermo Marijuan. No era una indagatoria más; iba a contradecirse con lo que venía declarando, con los planteos en los que, por una culpa inexplicable, desligaba a Lázaro Báez de cualquier delito. Tres años después del inicio de la causa, iba a decir algo distinto de lo pronunciado en las tres indagatorias anteriores, en las que siempre había dejado a su exjefe al margen de todo. Ahora, por primera vez, estaba dispuesto a contar su verdad. La detención del empresario K aceleró sus planes. Lo primero que pensó al ver aquellas imágenes fue que el socio comercial y amigo de los Kirchner ya no contaba con protección. Algunos miedos se disiparon y vio un camino allanado.
Al día siguiente la tapa de los diarios mostraron al poderoso empresario de la construcción de Santa Cruz saliendo del aeropuerto con un chaleco antibalas y esposado. Las radios no hablaban de otra cosa, y los noticieros reiteraban incansablemente esas imágenes. Fue entonces cuando el financista decidió hablar con sus abogados, Giselle Robles y Franco Bindi. La reunión fue en la cárcel de Ezeiza (no quiso informarles algo tan importante por teléfono). La privacidad era algo que Fariña había perdido hacía dos años, pero en cinco minutos en una conversación telefónica le contó la decisión a su padre. Del otro lado del teléfono las emociones fueron imperturbables. “Si a vos te sirve, hacelo”, fue la única respuesta que tuvo en el habitual tono calmo con el que su progenitor le habló siempre.
¿Qué lo impulsó a confesar? La cárcel. Siente que allí perdió todo y, con 29 años, consideró que podía dejar un legado. Esas son las palabras que eligió para explicar su decisión. Vio en una herramienta legal su posibilidad de redimirse, así lo explica. En ese momento, él podía colaborar en el marco de la ley que contemplaba el arrepentimiento en un universo acotado de delitos, entre ellos el de lavado de dinero. Implicaba una compleja interpretación de la normativa por parte del juez y del fiscal. Lo único que tenía que ofrecer era información sustancial, diferente y comprobable.
Pasaron tres años desde que recuperó la libertad y acordamos un encuentro en el que reconstruye todo lo vivido como si hubiera ocurrido la semana anterior. No detiene el ritmo de la charla. Leonardo Fariña es enérgico al hablar, sabe captar la atención de sus interlocutores. No pasa desapercibido aunque busque ocultarse debajo de una gorra deportiva negra. Su relato va acompañado por su mirada, que no se intimida ante nada, que no se dispersa y que parece inmutable ante lo que cuenta. Solo sus manos en constante movimiento, como dibujando situaciones en el aire, acompañan la charla.
Es el mediodía de un sábado de invierno particularmente soleado que impregna de tranquilidad el momento, que dista mucho de la vorágine semanal que concentran esas calles del barrio de Palermo. En el box de uno de los pocos restaurantes que frecuenta, se sienta Fariña, cómodo, como si fuera habitué de aquel lugar. El dueño del local fue quien le presentó en su momento a Karina Jelinek y fue de los pocos que le dijeron que se alejara de ciertos lugares y personas. Pero no lo escuchó y reafirma que él es “un amigo de verdad”.
Desde uno de los ventanales laterales de aquel restaurante, que poco a poco comienza a llenarse, se observan dos hombres de civil. Llaman la atención, no le quitan la mirada de encima a Fariña. “Nunca estoy solo”, dice entre risas, mientras con la cabeza hace un gesto como señalando a sus custodios, designados por el programa de testigos e imputados protegidos. Aunque asegura sentirse seguro, admite que no confía en nadie y que su vida cambió para siempre desde que decidió hablar con lujo de detalles ante el juez Casanello, revelando operaciones financieras que a Báez le permitieron lavar sesenta millones de dólares.
Se acerca el mozo, que lo saluda con familiaridad, y antes de ofrecerle la carta, Fariña ya sabe qué quiere comer. Pasadas las 13:30 empezó la charla, que duró poco más de una hora y que, inevitablemente fiel a su estilo, estuvo cargada de anécdotas y de un habitual desorden que altera la cronología de los hechos. Hay cosas que no le gustan y no lo disimula. Una de ellas es que lo describan como una persona ansiosa. Entonces interrumpe y corrige: “Tengo conductas ansiógenas, que no es lo mismo”.
Empieza a reconstruir los días previos a su confesión. Sus abogados no estaban de acuerdo con que declarase después de ver la detención de Lázaro Báez. “Ellos decían que había que dejar pasar el tiempo para ver cómo se desarrollaba la situación”, relata Fariña y se diferencia de aquella sugerencia: “No suelo seguir consejos de abogados, lo mío no era arrepentirme, sino colaborar. Yo perdí mucho en la cárcel, familia, todo. Me di cuenta de que no tenía nada”.
¿Por qué?, fue la pregunta inmediata. Meses atrás, durante su tercera indagatoria, había dicho que todo el dinero le pertenecía a Carlos Molinari y que Lázaro Báez no tenía nada que ver con los hechos investigados. Su versión posterior iba a distar mucho de aquel planteo. El empresario amigo de los Kirchner iba a quedar en el centro de la escena.
No duda en responder, en explicar el radical cambio en su postura. Atrás quedaban sus imágenes en la televisión, cuando buscó desmentir todo lo que contó frente a Jorge Lanata. Casi como aquellas frases que quedan instaladas, las palabras “Querían ficción, les di ficción” resonaban y no le iban a jugar a su favor cuando manifestara ante la Justicia que se quería “arrepentir”. “Me decidí porque viví situaciones que son de mucha indignidad y me puse a evaluar para qué. Todo lo que había hecho en mi vida era un fracaso. Tenía 29 años”, entonces hace una pausa y, algo propio de él, avanza hacia otra reflexión: “Qué suerte que me pasó esto ahora y no como a Lázaro, que tenía 56 años en ese momento”. Fariña, como una suerte de remanso, reitera: “Yo lo veo como una oportunidad en la vida porque tengo que resociabilizarme”. Pero su ego, siempre expuesto, le proporciona otra explicación: “Lo que te decís es: bueno, no voy a quedar mal en la historia por lo que hice. Entonces, para reivindicarme, tengo que quedar bien en la vida por algo, dejar un legado. La mejor decisión era esa”.
El 8 de abril, día en el que Fariña estaba citado a indagatoria, Lázaro Báez llevaba tres noches en prisión. La última vez que había estado ante el juez Casanello había sido en 2015. En esa ocasión, había dicho que el empresario K no tenía nada que ver con la estructura de lavado investigada. Sin embargo, esta vez su versión iba a colocar en el centro de las maniobras al amigo de los Kirchner. Esa mañana de abril fue trasladado en el camión del servicio Penitenciario Federal hacia Retiro. El día comenzó a las cinco de la mañana. Tenía puesta una remera azul que aún conserva y que no volvió a utilizar. Viajó solo en el camión del Servicio Penitenciario Federal hacia el encuentro con el juez y el fiscal. En esas dos horas de trayecto, asegura, pensó en cómo iba a contar todo lo que sabía, lo que había visto, lo que había escuchado y palpado. Ordenó las ideas principales en su cabeza y llevaba con él unas ayudas memoria, unos papeles que había escrito en el concurrido pabellón.
Se reunió con el fiscal Guillermo Marijuan, quien ya sabía su decisión porque sus abogados se la habían comunicado el día anterior. Entonces, el representante del Ministerio Público Fiscal les dijo a los letrados que la decisión era exclusivamente de Fariña y que “lo único que podía hacer era que, en caso de que lo que diga sea comprobable y verificable, a la hora de la elevación a juicio iba a hacer una mención acerca de que había sido importante la declaración”. Este planteo responde a que, hasta esa fecha, no se había sancionado la ley del arrepentido para delitos de corrupción.
Comenzó la indagatoria. El exceso de café marcó la jornada en el juzgado de Casanello. Fueron entre once y catorce horas de confesión con un solo cuarto intermedio en las que lo único que comió Fariña fueron unos sándwiches de miga que compartió con Marijuan, momento en el que la tensión de la extensa jornada se distendió por unos segundos. “Que no conste en acta que como un sándwich de Fariña porque me van a imputar por lavado”, dijo risueño el fiscal, y la risa generalizada irrumpió en la solemnidad de aquel despacho. Entre cigarrillos que no alcanzaba a terminar mientras encendía el próximo, su verborrágico testimonio solo se interrumpía cuando su abogada sacaba golosinas de la cartera para darle. “Soy hipoglucémico”, explicó en algún momento. Fueron largas horas de ir y venir en su relato con las fechas y sucesos, de aportar documentos y brindar detalles sobre detalles. Fariña habló un tono para nada monocorde, siempre expresivo y acompañando con sus manos el ritmo de sus palabras, con la mirada atenta al juez y extremadamente verborrágico. Así fueron aquellas horas.
La jornada concluyó a las dos de la mañana. Todo era diferente. “Me emocioné cuando Casanello llama al Ministerio de Justicia por el programa de testigos protegidos y me dice que dada la magnitud de las cosas que yo aporté iba a pedir que me brinden custodia y que entre formalmente al programa”, cuenta Fariña. Fue entonces cuando sintió que la libertad volvía a ser una posibilidad. No contuvo las lágrimas. Y vuelve a referirse al juez: “Tengo un buen concepto de Casanello. Me parece un tipo superhonesto, que técnicamente sabe mucho, me parece que no es tortuga (como lo apodaron en el programa de Lanata), sino que va con pie de plomo. Lo he dicho públicamente y lo he hablado con él. Estoy cien por ciento de acuerdo en que nunca tendría que haber llamado a Cristina (Kirchner) por la ruta del dinero k, pero es como todo juez, soberbio, poco empático. Los jueces son naturalmente soberbios. Si no, no podés ser juez”.
Aquel 9 de abril volvió a subirse al camión del Servicio Penitenciario. Esa vez tenía un chaleco antibala y el alivio interno de sentir que había hecho lo correcto. “Me saqué una mochila de los hombros, una mochila inmensa”, es la expresión que elige al describir esa mezcla de emociones que lo acompañó durante su regreso a la cárcel. No hubo preocupación durante el recorrido. Cuando lo reingresaron al penitenciario, esa tranquilidad se volvió efímera. No regresó al pabellón conocido como el zoológico, sino que durmió en el hospital de la cárcel de Ezeiza, en el área psiquiátrica. Por primera vez en mucho tiempo, no concilió el sueño pese a los medicamentos proporcionados. La ansiedad fue, durante aquellas horas, su peor enemiga. Pasadas las dos de la mañana, se encontraba solo, en una sala sin ventanas y con pocas camas. Temió no salir nunca más y esa misma noche solicitó dejar de pertenecer al programa de testigos e imputados protegidos al que lo había incorporado el juez Casanello. Pero su pedido fue desestimado, debía esperar un poco a que se resolviera su situación.
Las siguientes 72 horas fueron complejas. La preocupación y la ansiedad fueron aminorando con la escritura. Esos tres días escribió casi compulsivamente, y esa información se volcó tiempo después en la causa de la ruta del dinero K. Recuerda, a la distancia, que la primera mañana en la que despertó en esa sala del Hospital Penitenciario identificó, encima de la cama, en unos estantes, dos frascos de orina. El primero decía “Báez”, y el segundo, “Pérez Gadín”. Un día antes, el empresario K y exjefe de Fariña había dormido ahí, en la misma cama que él. Las primeras noches Lázaro Báez no ingresó al penitenciario, sino casi dos días después de ser indagado.
El 13 de abril de 2016, Leonardo Fariña dejó la cárcel con una tobillera electrónica por un pedido del juez de La Plata Germán Castelli, quien había ordenado su detención. Recuperó la libertad y comenzó a transitar otro camino. Era parte del programa que lo obliga a tener custodia las veinticuatro horas, un domicilio reservado y, aunque busca cubrir sus gastos asesorando empresas, le cuesta reinsertarse en el mercado laboral. Su impacto mediático y su constante exposición pública son, asegura, otra forma de resguardarse, aunque manifiesta que ya no tiene temor, que “arrepentirse” fue sacarse una mochila de encima.
Algo es notorio en su tono de voz. Cuando habla de Báez, no lo hace con enojo, ni rencor, sino con pena. Asegura que el empresario K está “mal asesorado” y que no cree que recupere la libertad a corto plazo. Comparten el juicio por lavado de dinero, la causa que los reunió después de tres años en los que ni se hablaron. El juez Casanello determinó que Lázaro “integró una banda dedicada a lavar dinero entre 2010 y 2013 agravado por la habitualidad”. Se tuvo en cuenta el “atesoramiento de fondos en Suiza”, cuentas donde figuraban como principales beneficiarios los cuatro hijos del dueño de Austral Construcciones: Luciana, Martín, Leandro y Melina. Báez estaba, hasta ese momento, acusado por la exteriorización de dinero y su reingreso al país. Ahora se sumaba la ruta del dinero en el exterior, donde los aportes de Fariña contribuyeron a cerrar un circuito que el juzgado ya venía investigando (se habían establecido acuerdos de colaboración con Suiza después de un viaje que realizó el juez Casanello con el fiscal Marijuan. Allí pudieron acercar posiciones y agilizar el envío de documentación).
A este entramado, el financista aportó actores, datos de las operatorias y mencionó que los hijos de Báez estaban involucrados, pese a que ellos habían negado todo ante la Justicia. La causa está hace un año en pleno juicio oral, y Lázaro está sentado junto con sus cuatro hijos en el banquillo de los acusados. Nunca más se saludó con Fariña. Se cruzaron en un pasillo lateral de la sala de audiencias apenas se iniciaron estas. “Me acerqué a saludarlo, pero me bajó la mirada”, recuerda el exvalijero.
“Yo le tengo aprecio”, dice y lo recuerda como un “buen tipo”, pero luego de unos minutos se corrige: “Bueno, le tenía aprecio”. Cuenta que cuando Martín Báez quedó detenido le perdió el respeto al padre de ese clan, y asegura que el único miembro de la familia con el que se lleva bien es Leandro, el menor y más combativo de los hijos varones del empresario K, el mismo que rompió la relación con su padre desde que observó que la defensa de su padre se basaría en sostener y resguardar, por sobre todos los riesgos, la fidelidad a Néstor Kirchner. Fariña retoma el hilo de la charla, hace una pausa y destaca: “Su amigo (por Lázaro) era él, no Cristina”, reitera cada vez que puede. Y va más allá: “Él mismo me manifestó que si había alguien a quien odiaba, y que era mutuo, era a Cristina Kirchner”. Allí se detiene. Cuando Báez quedó preso, el financista intentó comunicarse con él porque consideraba que su estrategia de defensa no lo iba a llevar a ningún lado: “No tiene sentido su razonamiento. Entonces le mandé a decir con mis abogados y un conocido de Lázaro que le quería contar mi experiencia como arrepentido”. Todo fue infructuoso. El estoico empresario de pocas palabras y firme carácter no se movió ni un ápice de su postura pese a perder su patrimonio de 205 millones de dólares, de tener a un hijo preso y a toda su familia embargada y enfrentando un juicio oral por lavado de activos.
¿Cómo pensar en la ruta del dinero K sin remitirse al momento en el que Fariña entra en la vida del hasta entonces infranqueable Lázaro Báez? Para eso hay que remitirse al 2010 y situarse en Río Gallegos, tierra preciada por el empresario K (quizás lo que más extraña estando en prisión). La aridez de aquella tierra, el viento que resuena como una melodía constante y perturbadora pero tan autóctona como las mesetas que cortan la monotonía del paisaje de la capital santacruceña impactaron al joven Fariña. Una camisa clara y unos pantalones de vestir pinzados fueron suficiente para hacerle sentir, al descender del avión, que su vestuario era inadecuado para aquellas tierras.
Todo transcurrió en marzo de 2010, cinco meses antes de que falleciera Néstor Kirchner. Lázaro Báez empezaba a querer mover importantes cantidades de dinero, y la figura de Fariña despertaba su interés. A través de un proveedor de Austral Construcciones, Plus Carga, propiedad de Carlos Minosi, se escucha el nombre de Fariña. El empresario K quiso conocerlo y lo invitó a Río Gallegos. Fueron horas intensas. El vuelo de casi tres horas en avión le suscitaba más interrogantes que certezas al exvalijero, que someramente sabía quién era Báez y sus vínculos con los Kirchner.
El lugar de reunión fue la Chacra 39, la misma que años después Lázaro abrió a la prensa para negar las acusaciones de que allí conservaba una bóveda. Pero cuando Fariña la conoció, todavía era un...
Índice
- Portadilla
- Introducción
- Horacio Paino. Una voz inesperada (1975)
- Alfredo Aldaco. El autocondenado que puso en jaque el menemismo (1994)
- 1995. Enrique Piana. De contrabandista millonario a artista de siete euros
- Mario Pontaquarto. El hombre de las valijas de la SIDE (2000)
- Adrián “Pichi” López. El personal trainer de la TV que apuntó contra De Vido (2005)
- Leonardo Fariña. De la ficción a las valijas de Lázaro Báez (2016)
- Alejandro Vandenbroele. ¿Dueño de la máquina de hacer billetes o testaferro? (2017)
- La balanza del bien y del mal: la ley del arrepentido (2016)
- La mafia del fútbol al desnudo: Burzaco y Bebote Álvarez rompen el pacto de silencio (2017)
- Oscar Centeno. El señor de los cuadernos (2018)
- ¿Cómo proteger a un testigo y no fallar en el intento?
- Juan Carlos de Goycochea.El primer empresario que admitió haber pagado coimas (06/08/18, cinco horas)
- Juan Chediack. ¿Sobornos o pagos extorsivos? (06/08/18, dos horas y media)
- Ángelo Calcaterra. El primo del poder (06/08/18, tres horas)
- Carlos Stornelli. El fiscal de la sortija
- Claudio Uberti. De la valija de Antonini a la mancha venenosa de los k (13/08/18, ocho horas)
- Ernesto Clarens. La mesa de dinero de la obra pública (17/08/18, cinco horas)
- José López. “Cuando lo vi, lo odié”. El hombre que hizo llorar a Cristina Kirchner (17/08/18, tres horas)
- Carlos Gellert. La ficha clave del rompecabezas (15/01/19, seis horas)
- Víctor Manzanares. El artífice de la fortuna K que reniega de ser contador (05/02/19)
- Gerardo Ferreyra. “No tengo de qué arrepentirme” (03/08/18, cuarenta minutos)
- Enemigo público. Claudio Bonadio, el juez de los cuadernos
- Manuel Vázquez. El hombre de Jaime que se arrepintió de arrepentirse (05/02/19, seis horas)
- Lava Jato: la corrupción regional. ¿Un espejo para cuadernos?
- Bibliografía
- Agradecimientos