La revolución
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La revolución

Una filosofía social propia

Gustav Landauer

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Gustav Landauer

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Gustav Landauer invoca una "psicología social" cuyo contenido es una crítica radical de la sociedad de su tiempo. En sus inicios, Landauer era socialista independiente además de socialdemócrata, pero fue cambiando sus posiciones ideológicas hacia el anarquismo. Este itinerario, al mismo tiempo biográfico y político, refleja grandes eventos de su época, desde los congresos de la Segunda Internacional, en los que madura la separación entre socialdemocracia y anarquismo, a la República de los Consejos de Baviera, donde encontrará la muerte el 2 de mayo de 1919, asesinado en la cárcel por un grupo de policías que nunca fueron condenados por ello. Pese a la época dramática en la que vive, Landauer está firmemente convencido de que otro mundo no sólo es necesario, sino también posible, aquí y ahora; por ello, la vigencia de su obra. Además esta edición cuenta con un nuevo prólogo escrito por José María Ripalda.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2017
ISBN
9788416737093
LA REVOLUCIÓN
La sociología no es una ciencia, pero, aunque lo fuera, la revolución continuaría siendo, por peculiares motivos, irreductible al tratamiento científico.
La ciencia exacta sigue el siguiente camino: la comprensión sensorial del hombre entra en contacto con los sucesos y los convierte en construcciones del ser. El pensamiento y el lenguaje intervienen entonces y prosiguen trabajando en el mismo sentido: de este modo es añadida una nueva planta al edificio de construcciones del ser. Tenemos así cosas firmes, aisladas, como vehículos de todo acaecer, de todo operar y de toda mudanza, como recipientes de sí mismas o también como nuevos conceptos autónomos, abstracciones, etcétera. La tarea de la ciencia exacta consiste ahora en empujar al devenir a este ser, creado por nosotros mediante nuestros sentidos y nuestra inteligencia. Los conceptos son reducidos a escombros y vueltos fluidos, las cosas —bajo el peso de la confrontación y de la reflexión— se entremezclan entre sí como átomos; y he aquí que todo se ha vuelto diferente a lo dado por los devaneos de los ojos y de las palabras del hombre. De modo que la ciencia exacta consiste en esto: acopio y reseña de todos los datos de los sentidos; crítica, periódicamente renovada, de las abstracciones y generalizaciones, y construcción para ella de una crítica global del mundo ontológico sensible; creación del ser, que es colocado, como ilustración de las proposiciones sustanciales de nuestra comprensión sensorial, en concordancia con nuestra experiencia interior.
No ocurre lo mismo en el dominio, al cual, en el más amplio sentido, doy el nombre de historia. Aquí, en carácter de sustrato elemental, no existen sustancias materiales ni cosas de ninguna clase, abstracción hecha de los portadores de la historia, esto es, de los cuerpos humanos; a éstos a lo sumo se les tiene en cuenta cuando son maltratados o decapitados. Por el contrario, los datos de la historia son sucesos, hechos, pasiones, relaciones. De modo que aquello que en la ciencia de que hablamos es el resultado obtenido tras dura lucha —el ser—, aquí es el primerísimo punto de partida. Desde luego que, para poder hablar de ese ser, debemos proceder al igual que lo hacen los sentidos y la inteligencia del hombre en la percepción: se edifican construcciones del ser, y entonces hablamos de la Edad Media o la Época Moderna, del Estado y la sociedad, del pueblo francés o alemán, como si se tratara de cosas o entidades. Toda investigación o descripción minuciosa, sin embargo, nos vuelve a conducir, una y otra vez, desde aquellas construcciones hacia la realidad, hacia esa realidad elemental de nuestra experiencia primera en medio de la cual nos hallamos nosotros mismos, hacia el acaecer de un mancomunarse finalista, etcétera. En suma, a la ciencia exacta le compete corregir la experiencia: nos lleva, partiendo de la experiencia, a las abstracciones del intelecto. La llamada ciencia de la historia, por el contrario, justamente cuando más sutil y elaborada se torna, a nada nos puede conducir que no sea siempre de nuevo a los primeros datos de la experiencia. Y la última forma de la ciencia histórica, precisamente nuestra psicología social, constituye hasta hoy el modo más elaborado de reducir las construcciones auxiliares del ser a la materia prima de la experiencia, esto es, a las relaciones elementales entre hombre y hombre.
Puesto que la historia no crea teoremas intelectuales, no es una ciencia; crea, empero, algo muy distinto: poderes de la práctica. Las construcciones históricas auxiliares —la Iglesia, el Estado, la división en clases, las clases, el pueblo, etcétera— no sólo son herramientas que facilitan la comprensión, sino ante todo la creación de nuevas realidades, comunidades, instituciones finalistas, organismos de un grado superior. En la historia, el espíritu creador no alumbra conocimientos teóricos; es significativo y muy lógico que las expresiones «historia» y «política» designen tanto el acaecer como el actuar, que son actividades como la contemplación, que pretende ser pasiva o neutral, aunque las más de las veces sólo sea un querer y trajinar latentes. En alemán tenemos una buena palabra para esta concentración y contemplación: vergegenwärtigung.1 De hecho, en toda la historia el pasado es representado, hecho presente. La lengua inglesa tiene una palabra igualmente precisa: to realice, que tanto quiere decir realizar como hacerse cargo; en esta realization están unidas la idea y la voluntad, el conocimiento y la fuerza creadora. Cada vez que observamos el pasado o el presente de las agrupaciones humanas, actuamos y construimos en el futuro. Y asimismo, la tendencia antitética que reduce nuevamente las construcciones históricas, existentes e influyentes, a los elementos del origen psíquico y por tanto al individualismo, no sólo es crítica, disolvente y demoledora en el terreno teórico: aún más destructora es en la práctica. Henos aquí, en esta aclaración preliminar, con que hemos saltado súbitamente al centro de nuestro tema, que consiste en estudiar, desde el punto de vista de la psicología social, el surgimiento de la revolución. Y bien: la psicología social no es otra cosa que la revolución. Revolución y psicología social son diferentes denominaciones, y por ende diferentes matices, de una y la misma cosa. Disolución y desquiciamiento, por el individualismo, de las formas universales, de las estructuras elevadas a la apoteosis: eso es psicología social, eso es revolución. La ejecución de Carlos I y la toma de la Bastilla fueron psicología social aplicada, y toda investigación, todo análisis de la estructuras divinizadas y las formaciones supraindividuales, es revolucionaria. Las dos orientaciones de la ciencia histórica se nos revelan así como las dos tendencias de la praxis histórica: por un lado, construcción de estructuras supraindividuales y formas superiores de organización, que dan su sentido y su carácter sagrado a la vida de los hombres; por el otro, destrucción y sa...

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