En tiempos de catástrofes
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En tiempos de catástrofes

Cómo resistir a la barbarie que viene

Isabelle Stengers

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  1. 160 páginas
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En tiempos de catástrofes

Cómo resistir a la barbarie que viene

Isabelle Stengers

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Éste es un ensayo singular. No se trata de demostrar que las décadas venideras serán cruciales, ni tampoco de describir lo que podría ocurrir: tenemos suficiente información al respecto. Lo que Isabelle Stengers intenta es más bien una "intervención", como cuando, durante un debate, un participante toma la palabra y presenta la situación debatida bajo otra perspectiva, suscitando un leve tiempo de detención y abriendo un espacio para un posterior desplazamiento de la forma de plantear todo. Intervenir requiere cierta brevedad, porque no se trata de convencer, sino más bien de transmitir lo que hace que uno piense, sienta, imagine. Pero es también una experiencia bastante exigente, un trayecto donde es fácil patinar —las exigencias de rigor se acrecientan— Isabelle Stengers, científica y humanista, no defrauda los requerimientos inauditos que plantea este "tiempo de catástrofes", el suyo, el nuestro.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2017
ISBN
9788416737154
1
Entre dos historias
Vivimos tiempos extraños, un poco como si estuviéramos suspendidos entre dos historias que, tanto una como otra, hablan de un mundo «globalizado». Una nos es familiar. Está acompasada por las noticias del frente de la gran competencia mundial y tiene al crecimiento como flecha del tiempo. Tiene la claridad de la evidencia en cuanto a lo que exige y promueve, pero está marcada por una notable confusión por lo que respecta a sus consecuencias. La otra, en cambio, podría ser llamada distinta en cuanto a lo que está ocurriendo, pero es oscura en cuanto a lo que exige, por lo que atañe a la respuesta que se debe dar a lo que está ocurriendo.
Claridad no significa tranquilidad. En el momento en que comencé a escribir este texto, la crisis de las subprimes sacudía ya al mundo bancario y uno se enteraba del papel no desdeñable que desempeñó la especulación financiera en el aumento brutal del precio de los productos alimenticios. En el momento en que le doy la última mano (mediados de octubre de 2008), la debacle financiera está en curso, el pánico bursátil se ha desencadenado y los Estados, hasta ahora mantenidos a distancia de las grandes ligas, repentinamente son llamados a tratar de restablecer el orden y salvar a los bancos. No sé cuál será la situación cuando este libro llegue a sus lectores. Lo que sí sé es que, a medida que la crisis se amplificaba, se hicieron oír voces cada vez más numerosas para explicar, con total claridad, sus mecanismos, la inestabilidad fundamental de los montajes financieros, el peligro intrínseco de aquello en lo que confiaban los inversores. Por cierto, la explicación viene después, y no permite prever. Pero por el momento todos son unánimes: será preciso regular, vigilar, ¡hasta prohibir ciertos productos financieros! La era del capitalismo financiero, ese predador liberado de toda coerción por el ultraliberalismo reaganiano-thatcheriano, estaría cerrada, los bancos deberían volver a aprender su «verdadero oficio» al servicio del capitalismo productivo.
Una era está cerrada, tal vez, pero se trata de un episodio perteneciente como tal a lo que llamé la «primera historia», clara y confusa. No creo equivocarme si pienso que, si ha vuelto la calma cuando este libro llegue a sus lectores, el desafío primordial será «¡reactivar el crecimiento!». Mañana, igual que hoy, nos veremos llamados a aceptar los sacrificios exigidos por la movilización de cada uno para este crecimiento, y a reconocer la necesidad imperiosa de reformas «porque el mundo ha cambiado». El mensaje dirigido a todos, por su parte, seguirá siendo invariable: «no hay elección, hay que apretar los dientes, aceptar que los tiempos son duros y movilizarse para un crecimiento fuera del cual no hay ninguna solución concebible. Si no lo hacemos “nosotros”, otros aprovecharán nuestra falta de coraje y de confianza».
En otros términos, las relaciones entre protagonistas probablemente se habrán modificado, pero siempre será la misma historia, clara y confusa. Consignas claras, perspectivas de lo más confusas por lo que respecta al lazo entre esas consignas movilizadoras y la solución a los problemas que se vienen acumulando: desigualdades sociales crecientes, polución, envenenamiento por los pesticidas, agotamiento de los recursos, baja de las napas freáticas, etcétera.
Por eso En tiempos de catástrofes, escrito en cuanto a lo esencial antes de la gran catástrofe financiera, no tuvo que ser reescrito a causa de ella. Su punto de partida es diferente. Radica en un hecho: cuestionar la capacidad de lo que hoy se llama desarrollo en dar respuesta a los problemas que he citado es ahora derribar una puerta abierta. La idea de que correspondería a este tipo de desarrollo, cuyo motor es el crecimiento, reparar lo que él mismo contribuyó a crear no está muerta, sino que perdió toda evidencia. La índole intrínsecamente «insostenible» de ese desarrollo, que algunos anunciaban desde hace decenios, se ha convertido ya en un saber común. Y es precisamente ese saber que se ha vuelto común el que crea el sentido distinto de que otra historia ha comenzado. Lo que en adelante sabemos es que si apretamos los dientes y seguimos teniendo confianza en el crecimiento nos vamos a ir, como se dice, «de cabeza contra la pared».
Esto no significa en lo más mínimo una ruptura entre las dos historias. Lo que ellas tienen en común es la necesidad de resistir a lo que nos lleva de cabeza contra la pared. En particular, nada de lo que luego escribiré deberá hacer olvidar el carácter indispensable de las grandes movilizaciones populares (pensemos en la de Seattle), que no admiten parangón para despertar las capacidades de resistir y para poner bajo presión a aquellos que nos piden que tengamos confianza. Lo que me hace escribir este libro no niega esa urgencia, pero responde a la necesidad experimentada de tratar de escuchar aquello que, oscuramente, insiste una y otra vez. Por cierto, hay muchas cosas que exigir ya de los protagonistas que hoy definen lo que es posible y lo que no. Sin embargo, al tiempo que se lucha contra aquellos que hacen reinar las evidencias de la primera historia, se trata de aprender a habitar aquello que en adelante sabemos, de aprender aquello a lo que nos obliga lo que está sucediendo.
Si el hecho de saber, ahora común, que vamos de cabeza contra la pared requiere estar habitado, es quizá porque su índole común no traduce el éxito de una «toma de conciencia» general. Por lo tanto no aprovecha las palabras, los saberes parciales, las creaciones imaginativas, las convergencias múltiples que habrían dado como fruto semejante éxito, dándoles la razón a aquellos que antaño eran denunciados como pájaros de mal agüero, partidarios del «retorno a la caverna». Como en el caso del crac bursátil, que demostró que el mundo de las finanzas era vulnerable en su conjunto, no triunfaron las ideas, sino que hablaron los «hechos». En el curso de los últimos años fue necesario rendirse a la evidencia: lo que era vivido como una eventualidad, la perturbación global del clima, sin lugar a dudas había comenzado. Esa «verdad que molesta», como bastante bien fue nombrada, en adelante se ha impuesto. La controversia entre científicos está cerrada, lo que no significa que hayan desaparecido los contradictores sino que ya no se interesan en ellos más que como casos aislados, interpretables por sus relaciones con el lobby petrolífero o por particularidades psicosociales (por ejemplo, en Francia, ser miembro de la Academia de ciencias) que aparentemente tornan a uno reacio a lo que molesta.
Ahora «sabemos», y ciertos efectos en adelante observables ya obligan a los climatólogos a modificar sus modelos y sus previsiones. Así, el deshielo es mucho más rápido que lo previsto, tanto en el Ártico como en la Antártida, y los glaciólogos deben corregir sus modelos demasiado simples a este respecto. En cuanto a la tasa de CO2 en la atmósfera, progresa de tal modo que el aumento de las emisiones aparentemente ya no es lo único que se cuestiona. Se admitía que el calentamiento podría acarrear una disminución de las capacidades de absorción del gas emitido por los océanos o los bosques tropicales, uno de esos temibles lazos de realimentación positiva puestos en escena por los modelos, cuya activación debía ser evitada porque aceleraría y amplificaría el calentamiento. Parece que esto ya se está produciendo. Los modelos deben ser corregidos, las previsiones más pesimistas producidas por las simulaciones ganan en probabilidad. En suma, en esta nueva época nos enfrentamos no ya solamente con una naturaleza que «hay que proteger» contra los destrozos causados por los humanos, sino también con una naturaleza seriamente capaz de perturbar nuestros saberes y nuestras vidas.
Esta nueva situación no significa que las otras cuestiones (polución, desigualdades…) pasen al segundo plano. Más bien resultan asociadas, y esto en un modo doble. Por un lado, ya lo he subrayado, todas cuestionan la perspectiva de crecimiento, identificada con el progreso, que sin embargo sigue imponiéndose como único horizonte concebible. Por el otro, ninguna puede ya ser encarada de manera independiente de las otras porque cada una incluye en adelante el calentamiento climático como uno de sus componentes. Realmente se trata de una globalización, y esto en primer lugar desde el punto de vista de las amenazas venideras.
Es sabido que nuevos mensajes alcanzan ya al desdichado consumidor, que supuestamente debe tener confianza en el crecimiento pero, ahora, también es invitado a medir su huella ecológica, es decir, el carácter irresponsable y egoísta de su modo de consumo. Se oye afirmar que va a ser necesario «modificar nuestro modo de vida». Se apela a la buena voluntad en todos los niveles pero la confusión de las políticas es casi palpable. ¿Cómo mantener juntos el imperativo de «liberar el crecimiento», «ganar» en la gran competencia económica, y el desafío de tener que pensar un porvenir que define ese tipo de crecimiento como irresponsable, hasta criminal?
A pesar de esa confusión, la que prevalece y sigue acumulando víctimas es siempre la muy clara lógica de lo que llamé la primera historia. Víctimas recientes de la crisis financiera, por cierto, pero también y sobre todo víctimas «ordinarias» sacrificadas en el altar del crecimiento al servicio del cual están consagradas nuestras vidas. Entre esas víctimas las hay lejanas, pero también más cercanas. Piénsese en aquellos que se ahogan en el Mediterráneo, que prefirieron una muerte probable a la vida que tendrán en su país «rezagado en la carrera por el crecimiento», y en aquellos que, llegados a nuestras tierras, son perseguidos por «indocumentados». Pero no se trata solamente de los «otros». La «movilización por el crecimiento» alcanza a los trabajadores «nuestros», sometidos a imperativos de productividad intolerables, como también a los desocupados, enfocados por las políticas de activación y de motivación, intimados a probar que se pasan el tiempo buscando trabajo, hasta obligados a aceptar cualquier «changa». La temporada de caza a los desocupados está abierta. Aquí, el enemigo público número uno es el «aprovechador» que logró fabricarse una vida en los intersticios. El hecho de que esa vida pueda ser activa, productora de alegría, de cooperación, de solidaridad, importa poco, o bien debe ser denunciada. El desocupado que no está ni avergonzado ni desesperado debe tratar de pasar inadvertido porque da un mal ejemplo, el de una desmovilización, de una deserción. La guerra económica nos requiere a todos, esa guerra cuyas víctimas ni siquiera tienen derecho a los honores pero son intimadas a tratar de volver al frente por todos los medios.
Había que recordar esto, ese contraste casi sorprendente entre lo que sabemos y lo que nos moviliza, para atreverse a poner el porvenir que se prepara bajo el signo de la barbarie. No aquella que, para los atenienses, caracterizaba a los pueblos definidos como no civilizados, sino aquella que, producida por la historia de la que estuvimos tan orgullosos, fue nombrada en 1915 por Rosa Luxemburgo en un texto que escribió en prisión cuando «millones de proletarios de todos los países caen en el campo de la vergüenza, del fratricidio, de la automutilación, con sus cantos de esclavos en los labios».1
Rosa Luxemburgo, marxista, afirmó que nuestro porvenir tenía por horizonte una alternativa: «socialismo o barbarie». Cerca de un siglo más tarde, no aprendimos gran cosa a propósito del socialismo. En cambio, conocemos ya el triste estribillo que hará las veces de canto en los labios de aquellos que sobrevivan en un mundo de vergüenza, de fratricidio y de automutilación. Será: «es necesario, no tenemos elección». Hemos oído ya tantas veces ese estribillo, sobre todo a propósito de los migrantes i...

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