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DEJA DE MIRARTE EL OMBLIGO
Cuanto más te mires el ombligo, peor estarás. Los médicos lo llaman «la paradoja de la salud»: cuanta más ayuda reciben los pacientes, y más se autodiagnostican, peor se encuentran. La mayoría de los gurús de la autoayuda quieren que basemos las decisiones en el instinto, pero hacerlo es una mala idea. Hay que limitar los autoanálisis a una vez al año; en las vacaciones de verano, por ejemplo. Lo peor de este tipo de introspección es que suele ser una herramienta para «encontrarse a uno mismo», lo cual casi siempre acaba con una decepción, porque si te encuentras en alguna parte, suele ser repanchigado en el sofá comiendo chocolate.
La idea de hacer introspección y, en última instancia, encontrarse a uno mismo son dos de los conceptos más omnipresentes de nuestra cultura. Estas dos ideas no son idénticas, pero sí que están muy relacionadas entre sí: para descubrir quién eres realmente (y no sólo lo que te han contado padres, pedagogos o amigos) tienes que deshacerte de todas las imágenes falsas y aprender a comprender qué te dice tu cuerpo a nivel esencial. Si alguna vez has dudado de algo (y ¿a quién no le ha pasado?), es muy probable que hayas pedido consejo a otra persona, por ejemplo: «¿qué carrera debería hacer?». Y es muy posible que te contestaran que te tienes que fiar de tu intuición, porque es algo que llevamos décadas diciéndonos los unos a los otros. En todo caso, desde la aparición de la contracultura, en los años sesenta, cuando empezó el rechazo a las normas sociales y la autoridad en favor de la introspección personal. El primer paso de esta guía consiste en aceptar que las respuestas no están en tu interior. No vale la pena dar tanta importancia a la introspección.
Puede sonar contrario al sentido común, pero en realidad es de lo más lógico. Si otra persona tiene un problema y necesita tu ayuda, no tiene sentido que actúes dependiendo de cómo te sientes al hacerlo: tienes que pensar en la otra persona y actuar pensando que ayudar a los demás tiene un valor intrínseco, independientemente de cómo te haga sentir. Si alguien que ha estudiado ciencia, arte o filosofía te dice que conocer la obra de Einstein, Mozart o Wittgenstein enriquece la experiencia humana, no tienes que «buscar en ti mismo» para saber si te interesa; tiene que interesarte lo que estas personas dicen y no cómo te hace sentir que lo digan. En lugar de mirar hacia dentro, debemos aprender a mirar hacia fuera y estar abierto a otras personas, culturas y naturalezas. Debemos aceptar que la clave de cómo tenemos que vivir no está en el yo, sino que el propio «yo» es una idea, un constructo, que se ha ido formulando a lo largo de la historia cultural y cuya naturaleza, por tanto, es más externa que interna.
Hoy en día, el interés por el yo que se generó a partir del giro antiautoritario de los años sesenta se ha institucionalizado tanto en las escuelas como en la vida laboral de Dinamarca. Los alumnos no sólo tienen que encontrar respuestas en los libros de texto o en la naturaleza, sino también en sí mismos: se les exige identificar si tienen más facilidad para el aprendizaje visual, auditivo o táctil, y adaptar su desarrollo personal de manera correspondiente. El autodescubrimiento y la introspección se convierten en medios para lograr más eficacia en el aprendizaje. En el mundo laboral se nos obliga a asistir a cursos de desarrollo personal y los jefes actúan como coach de sus trabajadores para ayudarlos a descubrir todo su potencial y sus competencias básicas. «Llevas el manual dentro», afirma el eslogan de la mística Teoría U de Otto Scharmers (de la cual hablaré más adelante). Pero quizás ha llegado el momento de preguntarse qué nos han aportado cuatro décadas de mirarnos el ombligo. ¿Nos hemos encontrado a nosotros mismos? ¿Es siquiera posible hacerlo? ¿Vale la pena intentarlo? Mi respuesta a estas preguntas sería negativa.
El instinto
Se ha convertido en algo muy normal afirmar que tomamos las decisiones por instinto, hasta los altos ejecutivos de grandes multinacionales lo dicen como si nada. Peter Høgsted, que fue nombrado director de Coop i 2013, «actúa según lo que le dicta el instinto», según afirmó en un artículo que le dedicaron cuando asumió el cargo. Quizás lo había sacado de la revista femenina danesa Femina, que en 2012 publicó una guía sobre cómo escuchar el instinto que propugna lo siguiente (he acortado un poco el texto de la revista, pero por lo demás es literal):
1. Siéntate cómodamente. Cierra los ojos y centra la atención en tu interior. Inspira hondo, aguanta la respiración un momento, y expira. Repite el proceso tres veces y observa el efecto que este ejercicio respiratorio ha tenido en tu cuerpo.
2. A continuación céntrate en tu cuerpo y relájalo poco a poco, empezando por las puntas de los pies. A medida que te relajes, establecerás un contacto más auténtico contigo mismo, lo cual te permitirá conocer tus necesidades y escuchar tu voz interior.
3. Observa qué ocurre en tu interior. Cuando notes algo en tu interior, no intentes cambiarlo. No lo rehúyas aunque en primera instancia resulte incómodo. Aquí es donde estableces contacto con tu alma, o tu núcleo, si prefieres llamarlo así.
4. Haz preguntas. Todas las respuestas ya están en nuestro interior, así que si percibes algo que no entiendes del todo, empieza a preguntarte de qué se trata. Pregúntate qué puedes aprender de ello y no dudes de que recibirás una respuesta. La respuesta puede venir en forma de idea, imágenes, sensación física o realización intuitiva.
5. Úsalo. Empieza a actuar sobre lo que sientes. Navega siguiendo tu instinto. Empezarás a crecer cuando te atrevas a abrirte y a ser vulnerable. Ya no tendrás que adaptarte al resto del mundo y se te empezarán a abrir nuevas oportunidades en la vida.
Aunque Femina sea una revista bastante frívola, estos pasos no son muy distintos a lo que recomiendan multitud de gurús y consejeros del mundo de la conciencia plena y el desarrollo personal. Lo primero es relajarse; un primer paso que a muchos nos parecerá satisfactorio de vez en cuanto. Después hay que «identificar las necesidades propias» escuchando una «voz interior». Aquí es cuando la cosa entra en el terreno místico y, cuando algo entraña misticismo, hay que andarse con cuidado y preguntarse si realmente vale la pena escuchar a la voz interior. Si estás en una comida de Navidad de la empresa, tu voz interior podría decirte que algún colega es muy guapo y se merece un beso, aunque no sea tu marido. El redactor de Femina seguro que nos diría que en una comida de empresa uno no está en contacto con su interior, la idea del punto tres, y quizás tendría razón pero ¿cómo podemos saberlo? Pues sólo indagando más dentro de nosotros mismos, con lo cual entramos en un círculo vicioso que puede dejarnos completamente aturdidos. Un psicólogo americano propuso en una ocasión una explicación para la epidemia de depresión de Occidente. Su teoría era que la depresión aparece justamente cuando nos centramos demasiado en nuestro interior (reflexionando sobre cómo nos sentimos, yendo a terapia para encontrarnos a nosotros mismos): en el momento en que nos damos cuenta de que en realidad ahí dentro no hay nada. Si el sentido de la vida tiene que encontrarse en nuestro interior, como se nos repite continuamente, pero resulta que ahí dentro no hay nada, parece que nada tiene sentido, claro. El riesgo de centrarse tanto en uno mismo es llevarse una decepción al no encontrar nada.
Otro riesgo es creer que se obtiene alguna respuesta pero que en realidad esté equivocada. La guía de la revista afirma: «Todas las respuestas ya están en nuestro interior.»
Esta frase no podría ser más absurda. ¿Cómo resolvemos la crisis climática? ¿Cómo se hacen las galletas de jengibre? ¿Cómo se dice «caballo» en chino? ¿Tengo las capacidades necesarias para ser un buen ingeniero? Por lo que yo sé, en mi interior no se encuentra la respuesta a ninguna de estas preguntas. Ni siquiera la respuesta a la última pregunta, porque para ser un buen ingeniero hay que cumplir requisitos objetivos evidentes (habilidad técnica, capacidad para el razonamiento matemático, etcétera) que no tienen nada que ver con cómo se siente uno, sino que son habilidades que otra persona también puede valorar. En el último punto de la lista de Femina nos dice que naveguemos siguiendo nuestro instinto: «Así ya no tendrás que adaptarte al resto del mundo», afirman. ¡Qué sería de nosotros si no nos adaptáramos al resto! Los únicos que tienen el «privilegio» de no adaptarse a lo que los rodea son los dictadores. Y si nos lo miramos mejor, no es ningún privilegio, sino una maldición. El emperador romano Nerón («ante quien se inclinaba un mundo entero y siempre estaba rodeado de un numerosísimo séquito de solícitos mensajeros del deseo», en palabras de Kierkegaard) tuvo que incendiar Roma para experimentar oposición y poder sentir una realidad que no se moldeaba para complacerlo. A Nerón no le hacía ninguna falta adaptarse a su entorno, porque todo su mundo estaba hecho a la medida de sus deseos y necesidades. Nosotros, sin embargo, somos seres humanos, no dioses, y por tanto tenemos que adaptarnos a lo que tenemos a nuestro alrededor.
Como he dicho al inicio de este capítulo, con la introspección se corre el riesgo de percibir algo que en realidad no tiene importancia pero que la cobra justamente porque lo percibimos; es algo que los médicos llaman «la paradoja de la salud» desde la década de los ochenta. A medida que disponemos de más y mejores sistemas de diagnóstico y tratamiento de enfermedades, la población ha empezado a autodiagnosticarse con cada vez más frecuencia, lo cual ha generado una epidemia de malestar subjetivo. En resumen: ¡cuanto más avanza la ciencia médica, más enferma se cree que está la gente! Sólo con esto ya debería bastar para abandonar tanto autoanálisis de una vez por todas. Aunque algo nos parezca lo correcto en un momento dado, actuar enseguida a partir de aquella impresión nos hace olvidar que un segundo más tarde podemos tener una sensación totalmente distinta. Es importante que asumamos que el instinto no es sinónimo de sensatez. Si tu instinto te dice que comas galletas, quizás no es que no sea sensato, sino directamente estúpido: si te comes una galleta de cacahuete y eres alérgico a los cacahuetes, podría ser tu última galleta.
¿Encontrarse a uno mismo, o aprender a vivir con uno mismo?
Normalmente, cuando se nos dice que intentemos entender cómo nos sentimos, la idea es que acabemos «encontrándonos a nosotros mismos». En nuestra cultura existe una psicología pop que defiende la noción de que el verdadero yo (la identidad, el núcleo, o como quieran llamarlo) está en nuestro interior y que la socialización y la gente que nos rodea crean un yo falso que debemos dejar atrás. En los años sesenta y setenta apareció el nombre de autorrealización para referirse a este proceso, cuyo objetivo es eliminar el falso yo, volver a escuchar a la voz interior y reflexionar sobre cómo te sientes por dentro para ser auténtico.
Como ya hemos dicho, hay que tomarse esta idea de la voz interior con escepticismo. Además, podríamos preguntarnos por qué aceptamos la idea de ser más auténticos «por dentro»: ¿no podría encontrarse el yo en nuestras acciones, nuestra vida y nuestra relación con los demás, es decir, en todo lo externo? En 2014, el filósofo Sl...