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EL OCIO COMO REFERENTE
DE LA CONDICIÓN JUVENIL
Condición juvenil y contexto social
Para empezar a hablar de jóvenes y ocio nocturno, deberemos contextualizar ambos conceptos, con el fin de conocer su trayectoria, evolución y tendencias actuales.
Así, desde finales de los años noventa se empieza a hablar de cuestiones relacionadas entre sí como: el surgimiento de una «nueva condición juvenil», la «transformación del concepto juventud» (fruto de importantes cambios axiológicos, convivenciales y comportamentales en la población juvenil) o la «redefinición de la identidad juvenil». Desde estas voces, se decía que la juventud estaba dejando de ser un período de tránsito y preparación a la edad adulta, para convertirse en un etapa plena de la vida, con una identidad propia y con valor en sí misma (en palabras de Martín Serrano, la juventud estaba dejando de ser un «pasar» para convertirse en un «estar»). Estas afirmaciones partían de la constatación de la prolongación de esa etapa de la vida durante la cual las personas viven como jóvenes, y de como ello estaba llevando a que los estilos de vida juveniles estuviesen experimentando cambios muy drásticos, «que afectan a sus ocupaciones, sus relaciones, sus recursos y sus necesidades».
En efecto, debido a una serie de transformaciones de las últimas décadas, el término «juventud» se viene difuminando y perdiendo sus contornos. Como veremos, se difumina la antigua distinción entre el período formativo (propio del joven) y el laboral (propio del adulto). También se desdibuja la clásica distinción entre etapa de dependencia familiar y etapa de independencia y autonomía total. Asimismo hallamos una indefinición en torno a las edades que abarca el período joven: la juventud se prolonga cada vez más por arriba, pero también por debajo, en cuanto que los adolescentes adoptan estilos de vida juveniles a edades cada vez más tempranas, más aún desde que la ESO adelantó el inicio de la Educación Secundaria a los 12-13 años.
En tercer lugar, aparte de dichas transformaciones e indefiniciones, habría que hacer mención a la gran heterogeneidad que caracteriza a la juventud, lo cual hace incorrecto hablar de ella como un todo homogéneo, si bien hallaríamos —en cada etapa histórica— una serie de rasgos mayoritarios y definitorios. Siguiendo la terminología de Ruiz de Olabuénaga: existen muchos y distintos «estilos de vida» juveniles, pero también se pueden destacar una serie de rasgos característicos de la juventud como totalidad, que formarían su «género de vida».
Por tanto, ante tanta transformación, indefinición y heterogeneidad… ¿cuáles serían los elementos aglutinadores y definidores de la actual condición juvenil? Quizá los dos principales rasgos definitorios de la juventud española del siglo XXI podrían ser —en primer lugar— las dificultades para acceder a la vida adulta y la percepción de dicha dificultad por parte de los distintos tipos de jóvenes. Y —derivado de ello— la centralidad e importancia que otorgan al tiempo de ocio, ante tales dificultades por hallar una identidad y realizarse en el ámbito laboral/escolar. Pasemos a desarrollar estas dos cuestiones.
Empezando por el primer aspecto, resulta un hecho objetivo y palpable que la duración del tránsito entre la infancia y la edad adulta se viene prolongando en las últimas décadas. Este hecho, a su vez, englobaría otros dos fenómenos relacionados, como son: la prolongación del período de estudios y el creciente retraso emancipatorio.
En cuanto a la prolongación del período de estudios: esta tendencia, que viene ampliándose en las últimas décadas, lleva a algunos autores a hablar de «juventud recluida» (Ruiz de Olabuénaga, 1998). En efecto, nos hallamos ante una generación híper-preparada en sentido académico (en cuanto a titulaciones, idiomas, nuevas tecnologías), lo que acarrea problemas como: una clara inflación credencialista (que está devaluando los títulos académicos) y la sobre-cualificación de muchos jóvenes, ocupados en empleos que no requieren de la cualificación conseguida.
Otra pauta relacionada consiste en la aparición de un número significativo de jóvenes que dejaron de estudiar, encontraron trabajo, pero volvieron a hacerlo (en estudios de reciclaje, másters y posgrados, nuevos grados…). Este fenómeno se produce incluso en jóvenes que ya conviven con su pareja y —que en ocasiones— superan la barrera de los 30 años (en estos casos un miembro de la pareja suele trabajar y el otro estudia). Los estudios más recientes —Informe Juventud en España 2016— reflejan como se ha disparado el número de estudiantes de másters universitarios, a raíz del Plan Bolonia, indicando que durante los años de la crisis «la universidad ha funcionado más como un aparcamiento que como una forma de mejorar la formación de los jóvenes».
En efecto, las razones de este alargamiento del período de estudios no sólo hay que buscarlas en un aumento del interés juvenil por el aprendizaje, sino en fenómenos como la presión familiar para que sus hijos estudien, unido a otros como es el alto índice de paro juvenil, que lleva —por un lado— a aumentar la competitividad y el nivel de preparación ante la difícil entrada al mundo laboral, y —por otro— a que muchos jóvenes sigan estudiando contra su voluntad, ante la falta de «algo mejor».
Sin embargo (y a diferencia de la visión predominante en los progenitores) la constatación por parte de los jóvenes de que un mayor nivel de estudios no garantiza el acceso a un empleo —y mucho menos a uno digno, dada la precariedad que caracteriza al empleo juvenil— unido a las altas tasas de fracaso escolar, que también son elevadas en comparación con la media europea; todo ello está creando entre la juventud una desmotivación y desdén hacia el sistema educativo, de hecho son críticos con el sistema educativo, y a menudo se forman de modo auto-didacta, a través de las nuevas tecnologías (ver al respecto, Ruiz de Olabuénaga, 1998, Tezanos y Díaz, 2017 e Iñaki Ortega, 2014 y 2016).
En realidad, cabe concluir que estamos ante una aparente contradicción —que no lo es tanto— por la cual aumenta el «desdén escolar» y el escepticismo respecto a que las materias cursadas puedan serles útiles en su futuro laboral. Pero, por otro lado, los jóvenes desconfían de la solución basada en el abandono de los estudios, que aún les crea más inseguridad e incertidumbre. Además de esa relación escolar tipo «ni contigo ni sin ti», la mayoría de los jóvenes valora la escuela como principal lugar de relaciones sociales, algo básico para ellos.
Si pasamos a la cuestión del retraso emancipatorio vemos que, unido a las pautas descritas en el anterior fenómeno, la juventud española viene alargando su dependencia parental en las últimas décadas, retrasando la edad media de emancipación y, consiguientemente, la creación de una familia propia, de modo que hasta los 30 años no puede hablarse de una verdadera práctica social de emancipación, de la que aún quedarían fuera algo más de un 20% de los jóvenes de estas edades (Tezanos y Díaz, 2017). Podemos destacar, además, que dicho retraso emancipatorio es un rasgo que distingue a nuestra juventud de la del resto de países europeos, cuyos jóvenes se emancipan antes, a excepción de los demás países del sur.
Las razones de estos fenómenos son principalmente de carácter socio-estructural. Como muestran varios de los estudios, los jóvenes desearían emanciparse mucho antes de lo que lo hacen, pero se ven impedidos por su incapacidad económica. Otra tendencia reseñable, que va a más en los últimos años, se refiere a que, cuándo por fin se produce la anhelada emancipación, ésta requiere, por motivos económicos, del concurso de otras personas (pareja, amigos, compañeros de piso, ayuda económica de los progenitores, etcétera). Sin olvidar el problema de sobre-endeudamiento que, a menudo se produce, al tener que destinar altos porcentajes del sueldo del joven al pago del alquiler o hipoteca.
Por tanto, factores estructurales como las elevadas tasas de paro y precariedad laboral juvenil —nuevamente de las más altas de Europa— son las principales causas de este retraso. Aunque el hech...