Encuentros pragmáticos
eBook - ePub

Encuentros pragmáticos

Richard Bernstein

Compartir libro
  1. 334 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Encuentros pragmáticos

Richard Bernstein

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

El multiculturalismo, la vida política, el mal o la religión son algunos de los temas tratados en esta colección de ensayos de Richard J. Bernstein, uno de los mayores exponentes del pragmatismo norteamericano y uno de los principales filósofos contemporáneos.En este volumen, con artículos que se publican por primera vez en español, Bernstein muestra la vigencia actual de dicha tradición filosófica. Para hacerlo, dialoga con las aportaciones de filósofos como Kant, Dewey, Arendt, Marcuse, Ricoeur, Rorty, Habermas y Taylor. El gran valor de su mirada pragmática es que, en cada uno de los dieciséis ensayos, desde la aceptación de la pluralidad y el diálogo, Bernstein ofrece una forma de salvar las diferencias contemporáneas.El propósito de la obra es pensar la vida pública, la moralidad y la política democráticas desde lo que Bernstein llama un pluralismo falibilista, esto es: ofrecer una crítica al secreto afán dogmático de las culturas hegemónicas desde un enfoque multiculturalista que asume con honestidad y humildad sus propias limitaciones y su sesgo. El único modo, así, de responder ante la diversidad de nuestras sociedades pasa por multiplicar la mirada y abandonar el pensamiento único. Sólo con un enfoque plural, y además con un enfoque que se sabe falible, el choque entre culturas puede tornarse un diálogo. La falibilidad, tanto como la pluralidad, es una forma de escucha y de respeto, una práctica de la crítica como apertura a lo distinto.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Encuentros pragmáticos un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Encuentros pragmáticos de Richard Bernstein en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Philosophie y Pragmatismus in der Philosophie. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2021
ISBN
9788418193071
1
El romance de la filosofía
Cuando me invitaron a dar esta conferencia, me dijeron que el propósito de la Fundación Dewey al financiar estos encuentros era que un filósofo hablara de su carrera, es decir, una charla autobiográfica acerca del involucramiento del conferencista con su campo de trabajo, en vez de un aporte concreto sobre un tema filosófico específico. ¡Un reto maravilloso! Me encanta contar historias, y además creo que es parte esencial de la enseñanza de la filosofía, así que ¿por qué no contar la historia de mi propio romance con la filosofía? Mirando hacia atrás (y hacia adelante) a mi trayectoria filosófica, no puedo dejar de sentir que, por muchas razones, que trataré de compartirles, he sido extremadamente afortunado. Pero ¿por dónde comenzar?
Parece apropiado comenzar con el tiempo previo a mis estudios filosóficos, incluso antes de que tuviera la más remota idea de lo que es la filosofía, en mis años de estudiante de bachillerato en Brooklyn. Crecí en una amorosa familia de inmigrantes judíos de segunda generación. Ninguno de mis padres fue a la universidad, tampoco mis tíos y tías, excepto uno que estudió para ser abogado, una de las dos profesiones preferidas por los jóvenes judíos que crecieron en los años cuarenta. Asistí a la preparatoria Midwood, una escuela pública en Brooklyn donde experimenté un despertar intelectual. Allí descubrí el goce de la literatura, la música y el arte. Muchos de ustedes saben más de Midwood High School que lo que suponen, pues también fue la escuela de Woody Allen. Cuando con mi esposa Carol, también egresada de Midwood, vimos las primeras películas de Woody Allen, no entendíamos de qué se reía todo el mundo. Después de todo, éstas eran bromas locales que habíamos escuchado en el bachillerato.
Era muy joven para ser reclutado en la Segunda Guerra Mundial, pero la guerra tocó de cerca a mi familia con la muerte de mi talentoso hermano mayor antes de que yo cumpliera los trece años. Sin embargo, crecer en Nueva York fue una experiencia emocionante. Corrían tiempos de optimismo, un momento en el que muchos de nosotros teníamos profundas convicciones de que de algún modo podíamos hacer una diferencia significativa en forjar un mejor Estados Unidos y un mundo mejor. Llegado el momento de escoger una universidad, un amigo me sugirió postularme a la Universidad de Chicago. Durante los años cuarenta y cincuenta, la escuela de pregrado (undergraduate college) de la Universidad de Chicago era un lugar único. Había un currículo fijo y obligatorio para todos los pregrados; no había electivas ni énfasis. El college aceptaba estudiantes que estuvieran cursando su último año de bachillerato, pero yo me inscribí después de graduarme de Midwood High School. No se avanzaba tomando créditos de estudio, sino aprobando un examen específico para cada uno de los cursos requeridos. El último curso del programa tenía un nombre modesto: «Observación, integración e interpretación de las ciencias». Al entrar al college uno debía presentar una prueba de nivelación para determinar los exámenes que debían aprobarse para la obtención del grado. Imaginen una universidad en la que todos los estudiantes están leyendo y hablando sobre los mismos libros. Durante mi primer trimestre leí a Heródoto, Tucídides, Platón, Aristóteles, Weber, Galileo, Kepler, Dostoievski y Freud. Fue una experiencia embriagante y recuerdo muchas noches en vela discutiendo apasionadamente los matices en Platón o Aristóteles. Pero nada de esto captura realmente lo que Chicago era durante esos días. En Estados Unidos se había regado el rumor de que Chicago era el único lugar al cual ir si uno aspiraba a convertirse en un intelectual serio. Sentíamos desdén por la Ivy League. Chicago atrajo un cuerpo docente y estudiantil verdaderamente talentoso. Tomé el mismo curso de ciencias sociales con Susan Sontag y también fue allí que conocí y me hice amigo de Dick Rorty. Éste era el Chicago de Philip Roth y Mike Nichols, de Alan Bloom y George Steiner. A.J Liebling escribió un perfil de Chicago para The New Yorker, titulado «La segunda ciudad», en el que se refería a la Universidad de Chicago como el centro más grande de jóvenes neuróticos desde la Cruzada de los Niños. Fue en Chicago donde descubrí de la filosofía y me enamoré de ella. Y fue el Fedro de Platón el que me encendió. Aún sigue siendo mi texto filosófico favorito, y nunca he dejado de sentir un profundo afecto por los diálogos platónicos.
Me gradué en Chicago a los diecinueve años, pero las únicas dos instituciones que aceptaban un pregrado de Chicago como prerrequisito para estudios de posgrado eran Oxford y Cambridge. Por razones personales, pues mi familia aún estaba haciendo el duelo por la muerte de mi hermano, decidí regresar a Nueva York y estudiar un par de años en Columbia antes de iniciar mis estudios de posgrado. Me inscribí en cursos de los más variados temas, desde griego antiguo hasta empaste de libros (mi madre siempre me insistió que debía estudiar algo «práctico»), pero ya en ese momento estaba enganchado a la filosofía. Mis amigos de Chicago decían que uno de los pocos lugares donde uno podía estudiar seriamente filosofía en el mismo espíritu de Chicago era en la Universidad de Yale. Dick Rorty fue el primero de mis amigos en hacer el tránsito de Chicago a Yale, y un grupo de nosotros lo siguió. Cuando llegué a Yale en 1953 a estudiar filosofía nunca pensé que estaba entrando a la profesión (filosófica), por el contrario, sentí que me embarcaba en una aventura de las ideas. El romance de la vida intelectual me envolvía y todavía era muy ingenuo. Mi primer año de posgrado fue, como lo recuerdo, excitante y aterrador. Como muchos otros primerizos, me preguntaba si había tomado la decisión correcta al estudiar un posgrado en filosofía y si era lo suficientemente bueno. Era una inquietud que se hizo especialmente palpable; me inscribí en un curso sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel. Decidí tomarlo porque no había leído una sola palabra suya y pensaba que era importante saber al menos algo. Al comienzo, la experiencia fue traumática. No entendí una sola palabra, y tampoco entendí cómo los demás pensaban que podían entender a Hegel. Estaba intimidado por la presencia de estudiantes brillantes y avanzados que hablaban inteligentemente sobre Hegel, y yo, francamente, no tenía la más remota idea de qué demonios sucedía. Sentí que era la prueba real de mi habilidad filosófica, y que la estaba reprobando. Me aterrorizaba la idea de dar una presentación en la clase. De seguro todos notarían que era un idiota sin nada que hacer en un programa de posgrado de filosofía. Mi tema asignado: la sección de la Fenomenología en la que Hegel discute a Antígona. Pasé muchas horas leyendo el texto una y otra vez hasta que experimenté que el camino se abría; una suerte de epifanía. Sentí el poder de Hegel. Ese seminario me cambió la vida.
Dado que esta conferencia está financiada por la fundación Dewey, quisiera contarles cómo terminé escribiendo mi disertación doctoral sobre John Dewey, pues de alguna manera ilustra lo que creo es uno de los aspectos más importantes de cualquier formación de posgrado, a saber, la relevancia de aquellos grupos informales de discusión que a menudo resultan ser más importantes que los cursos formales que uno toma. Antes de ir a Yale yo no sabía prácticamente nada sobre Dewey, y lo que creía saber de él no me gustaba. Dewey presuntamente representaba todo lo que desdeñábamos en Chicago. John E. Smith, un joven profesor asistente de Yale, organizó un pequeño grupo informal de lectura para discutir Experiencia y naturaleza, y decidí inscribirme. El libro no encajaba en los estereotipos sobre Dewey y el pragmatismo tan populares en esos días. De repente, Dewey me pareció un filósofo mucho más interesante e importante y empecé a sentir una gran cercanía con su visión de la experiencia y la naturaleza, así como con su papel como un intelectual público preocupado por la democracia radical. En los años cincuenta, el interés en Dewey, y el pragmatismo en general, llegó quizás a su punto más bajo, pero yo fui lo suficientemente terco (o perverso) como para escribir mi disertación sobre la metafísica de la experiencia en Dewey. Mucho más tarde descubrí lo que Oliver Wendell Holmes Jr. había dicho sobre Experiencia y naturaleza en una carta dirigida a Frederick Pollock:
A pesar de que el libro de Dewey está muy mal escrito, me parece que tiene una intimidad con el universo que no tiene paralelos. Así habría hablado Dios si, a pesar de no ser muy elocuente, hubiera querido contarnos cómo sucedió todo. (Howe, 1941: 287).
Ya que Paul Weiss, uno de los editores de la Obra reunida de Peirce, era una fuerte y vibrante presencia en Yale, terminé estudiando a Peirce también y, de hecho, algunas de mis primeras publicaciones fueron sobre Dewey y Peirce.
El final de las décadas de 1940 y 1950 fue un momento en el que una silenciosa pero dramática revolución tuvo lugar en los departamentos de filosofía. Los departamentos más respetables estaban en proceso de volverse analíticos, influenciados ya fuera por el legado del empirismo lógico o por la filosofía del lenguaje cotidiano proveniente de Oxford. Es a este período al que le debemos la infame distinción entre filosofía analítica y filosofía continental. Decidí ir a Yale porque me resistía a esta invasión analítica y, para ser francos, jamás he pensado en términos de esta distinción. Wittgenstein me parecía tan fascinante y emocionante como Hegel, Nietzsche y Kierkegaard, y no entendía bien por qué el resto del mundo filosófico no podía verlo de la misma manera. Algunos comentaristas de mi obra han caracterizado mi trabajo filosófico en términos de construir puentes entre la filosofía anglo-americana y la filosofía continental, pero la verdad es que nunca he concebido el trabajo filosófico en estos términos. Ninguna orientación o estilo tiene el monopolio sobre el entendimiento filosófico. No había «puentes» por construir. Sólo hay buena y mala filosofía, y hay bastante de ambas a ambos lados del Atlántico. En Yale también estudié con Arthur Pap antes de su prematura muerte, y también con Peter (Carl) Hempel antes de su partida hacia Princeton. Contrario a los estereotipos que existen sobre los empiristas lógicos, Hempel fue uno de los profesores más cultos y humanos que haya tenido. A pesar de mi temprana exposición al empirismo lógico, me contagié de un sesgo antianalítico que, desafortunadamente, Yale ayudó a incubar. Todo esto cambió cuando Wilfrid Sellars se unió al Departamento de Filosofía en Yale. En ese entonces yo era un joven profesor asistente y acudí a muchos de sus cursos de posgrado durante un período particularmente fértil de su trayectoria filosófica. Sellars me enseñó cómo la sutileza analítica podía profundizar y clarificar problemas que habían estado desde siempre en el centro de la tradición filosófica. Y para entender a Sellars uno realmente tenía que dominar la filosofía analítica del lenguaje, la mente, la acción y la ciencia, así como una buena parte de la historia de la filosofía. En 1966 escribí uno de los primeros artículos sobre el conjunto de la filosofía de Sellars y su concepción del hombre-en-el-mundo. Dick Rorty, como saben ustedes desde La filosofía y el espejo de la naturaleza, compartía mi interés por Sellars. Con frecuencia he propuesto una distinción entre la ideología analítica —que encuentro ofensiva y provinciana— y los frutos genuinos de la filosofía analítica. Por ideología analítica me refiero a la creencia arrogante de que el estilo analítico es el único viable y que el resto de la filosofía debe descartarse pues no vale la pena y, en última instancia, no es «realmente» filosofía. Recuerdo cómo en la década de 1950 era común escuchar la pregunta, a menudo formulada con un falso acento de Oxford, «¿Haces filosofía, o te interesa la historia de la filosofía?». Cualquier cosa diferente a los últimos vericuetos de las discusiones publicadas en Mind, Analysis o Philosophical Review simplemente no contaba como filosofía. Esta ideología estéril y paralizante, que desafortunadamente aún acecha el corazón de algunos miembros de nuestra profesión, es estúpida y perniciosa, y tiene mucho más que ver con el aburrido juego de la política académica que con el pensamiento filosófico serio.
Hay otro aspecto de mi experiencia en Yale que es importante para entender mi trayectoria. Fui a Yale durante el apogeo del macartismo. Viniendo de las calles de Brooklyn y Chicago, nada me preparó para lo que habría de encontrarme en una institución de la Ivy League. Y, francamente, entré en shock. A excepción de la Escuela de Posgrados, Yale era una institución sólo para hombres, donde los estudiantes de pregrado usaban traje y corbata en la cafetería. Un buen porcentaje de los estudiantes venían de colegios privados y eran hijos de licenciados de Yale. Si bien es cierto que la Universidad aceptaba unas pocas mujeres a la Escuela de Posgrados, había secciones enteras de la biblioteca a las que se les prohibía el ingreso y, por supuesto, ninguna mujer podía entrar a Mory´s, el famoso restaurante de Yale. Sólo entonces empezó la universidad a contratar a profesores judíos: Paul Weiss, del Departmento de Filosofía, fue uno de los primeros judíos contratados como profesor de tiempo completo en las humanidades. El gran héroe de los estudiantes de pregrado es ese entonces era el joven William Buckley, quien había lanzado una mordaz crítica de Yale en su libro de 1951 God and Man at Yale. Francamente, se me dificultaba distinguir si Yale era un lugar real o el escenario de una novela de Scott Fitzgerald. Yo ya me consideraba un pensador de izquierda atraído poderosamente a la concepción de Dewey sobre la democracia radical y la lectura humanista del joven Karl Marx. De hecho, enseñé algunos de los primeros cursos que se dieron sobre Marx en la Ivy League.
Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar lentamente, incluso en Yale. Serví como asesor a nombre de la facultad de la Sociedad John Dewey, que después se transformó en la SDS (Students for a Democratic Society). A raíz del nombramiento del nuevo capellán de la universidad, William Sloane Coffin, un pequeño grupo de profesores y estudiantes participó activamente en el movimiento por los Derechos Civiles y en las protestas contra la Guerra de Vietnam. En 1964 me uní a un contingente de la Universidad de Yale que participó en el Proyecto de Verano de Mississippi. La revista The Nation me pidió que escribiera algo sobre mi experiencia. Quisiera leerles algo que escribí a mi regreso de Mississippi. Al escribir sobre el registro de los negros (usábamos la expresión neogroes en ese momento), describí mi experiencia de una reunión en la que los afroamericanos locales eligieron sus delegados para el Freedom Democratic Party. Estas fueron mis palabras en 1964:
La reunión estaba convocada para las cuatro de la tarde de un sofocante sábado. Para los trabajadores del COFO (Consejo de las Organizaciones Federadas) esta reunión era la prueba de todo lo que habían logrado. Era el momento, pensaban, de que los negros locales tomaran el control. Pero ¿aparecerían para la discusión? ¿La estropearían? La reunión terminó siendo uno de los acontecimientos políticos más formidables que he presenciado. Después de algunos formalismos procedimentales, la sesión se abrió con una oración, seguida por un discurso, la postulación y elección del presidente y su secretario, y por último la aprobación de las resoluciones del día y la elección de los delegados que debían asistir a la reunión del distrito. Como dijo la mujer que presidía la reunión, todos estábamos nerviosos porque este tipo de cosas nunca habían sucedido en Mississippi. Era la primera as...

Índice