Vencer o morir
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Vencer o morir

Una historia militar de la conquista de México

  1. 608 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Vencer o morir

Una historia militar de la conquista de México

Descripción del libro

Hace cinco siglos, el 13 de agosto de 1521, caía Tenochtitlán, la otrora esplendorosa capital del Imperio azteca y ahora tan devastada como sus habitantes, exterminados por la guerra, el hambre y la viruela. Un mundo, el de Moctezuma y Cuauhtémoc, el de Huitzilopochtli y el Tezcatlipoca, se extinguía, y otro, el de Cortés y Malinche, el de Cristo y la Virgen de Guadalupe, nacía. Un hito en la historia universal, que supuso un bocado de león en la conquista española de América y que marcó el nacimiento del país mestizo que es México. Un hito doloroso, pero que cinco siglos después sigue asombrando: ¿cómo pudieron Cortés y su puñado de españoles, prácticamente incomunicados, en medio de un mundo que les era totalmente ajeno y extraño, conquistar un Imperio que se enseñoreaba sobre una vasta parte de lo que hoy es México? ¿Cómo pudieron escapar en la Noche Triste y vencer a los guerreros águila y jaguar en Otumba? Antonio Espino , catedrático de Historia Moderna en la Universitat Autónoma de Barcelona, y que respondió a una pregunta similar en  Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú , aborda en   Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de México  la aventura de Hernán Cortés y sus huestes, para resaltar la poderosa personalidad del líder hispano y el papel de las armas y mentalidad europeas, pero evidenciando también la importancia de las alianzas tejidas con los indígenas, sin cuyo concurso la conquista habría sido imposible.

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Información

Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788412221237
ISBN del libro electrónico
9788412221329
Edición
1
Categoría
Storia

1

EL IMPERIO MEXICA. LUCES Y SOMBRAS DE UN ESTADO MESOAMERICANO

GUERRA E IMPERIOS
EN LA ANTIGÜEDAD MESOAMERICANA

A partir de 2500 a. C., cuando comenzaron a prosperar las primeras comunidades agrarias sedentarias, los conflictos armados no solo menudearon, sino que adquirieron mayor relevancia en Mesoamérica. Los olmecas fueron los primeros, entre 1150 y 400 a. C., en desarrollar una guerra compleja, cuyo poso se dejó sentir hasta el momento de la conquista española, como se verá. Los olmecas no fueron diferentes a cualquier otra sociedad evolucionada en el sentido de que organizaron, entrenaron y dieron uso, es decir, curso, a la utilización del ejército. Fueron capaces de armar un número reducido, pero eficiente, de hombres y expandirse más allá del actual México central y meridional, hasta alcanzar lo que hoy es El Salvador. Pero el auge olmeca estuvo en origen mucho más centrado en el control comercial que en el dominio de territorios lejanos, entre otras cosas porque las largas distancias aumentaban las dificultades logísticas en la misma proporción que disminuían los efectivos de cualquier ejército.1 Según Ross Hassig, para el conjunto de los estados mesoamericanos, incluida el área maya, dos fueron los componentes esenciales de los rasgos históricos de la expansión de estos pueblos: la demografía que lograsen desarrollar, es decir su crecimiento poblacional, y, al mismo nivel, la evolución de su armamento. De hecho, la introducción de nuevas armas llevó a la especialización militar, al entrenamiento, a la diferenciación social entre nobles y comunes, que también comportaba una diferenciación militar, a unas sociedades más complejas, en definitiva, aristocráticas y meritocráticas.2
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Representación del manejo del átlatl, el propulsor empleado en Mesoamérica. El lanzador sostiene el átlatl con una mano, por el extremo opuesto a la base del proyectil, que lanza por la acción de la parte superior del brazo y la muñeca. El brazo lanzador y el átlatl actúan como palanca. Con un movimiento rápido, el lanzador otorga fuerza, distancia y velocidad al proyectil.
Las tropas olmecas estaban armadas primitivamente con lanzas3 (teputzopilli en náhuatl, una de las lenguas francas de la zona), sus propulsores, o átlatls,4 y dardos,5 es decir, proyectiles para combatir y herir a cierta distancia, pero pronto comenzaron a introducir mazas –quauhololli, un arma típica de los chichimecas–, porras y lanzas con punta de piedra, armamento que cortaba y clavaba, que hería al enemigo merced a la lucha cuerpo a cuerpo. Como no disponían de defensas corporales o escudos, solo una élite entrenada podría usarlas con suficiencia. Las incursiones olmecas expandieron, sin duda, ideas y prácticas bélicas, además de políticas, en toda el área mesoamericana.
En la era posolmeca, comenzaron a introducirse tanto escudos –de madera, cañas o cuero– capaces de absorber el impacto de golpes de porra y maza, como picas de hasta dos metros de largo que se usaban por encima del escudo, que protegía todo el cuerpo, o por los lados del mismo. Las picas no servían para ser arrojadas, sino para clavarlas en el contrario, con lo que se mantuvo la tendencia a luchar a corta distancia. Y más en un sentido defensivo que ofensivo.
El imperio de Teotihuacan6 comenzó a expandirse desde el siglo I a. C., merced, en buena medida, a presentar ejércitos mucho mejor protegidos con cascos de algodón acolchado y escudos más ligeros que liberaban los brazos y que se podían colgar del cuerpo cuando se iniciaba el lanzamiento de proyectiles, ya que Teotihuacan reintrodujo el uso del átlatl, cuyo dardo alcanzaba los 70 metros, si bien el alcance recomendable por efectivo no superaba los 45. Por otro lado, el piquero también portaba un escudo pequeño atado al brazo izquierdo. Así, la ventaja para Teotihuacan llegó cuando supieron combinar dos tipos de formaciones complementarias con armas especializadas: los portadores de átlatl podían concentrar sus proyectiles en un determinado punto del cuerpo de batalla o de combate del contrario para deshacerlo, pero, como eran demasiado vulnerables, debían ser defendidos del avance del contrario por sus lanceros, igualmente un cuerpo cohesionado. Teotihuacan triunfó mediante el entrenamiento de sus hombres, el uso de armamento estandarizado en su producción y con su guarda y custodia regularizadas mediante arsenales supervisados por el poder central y porque toda la población, del origen que fuese, podía servir en el ejército. Así, sobre un total de unos 60 000 habitantes en el siglo I d. C., pudieron disponer de 13 000 efectivos que conformaban un ejército y no un grupo más o menos numeroso de combatientes de la élite.
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Teotihuacan, pues, hubo de desplazar más hombres a mayores distancias que los olmecas y, si bien el uso de las tortillas de maíz, que podían aguantar muchos días una vez cocidas, se mantuvo, el secreto de su gran logro logístico estuvo más bien en el establecimiento de relaciones con ciudades que se localizasen en sus caminos de expansión, que eran quienes abastecían a las tropas, o bien en fundar asentamientos en lugares estratégicos. De todas formas, las operaciones debían limitarse a la época posterior a la cosecha, es decir, la estación seca de diciembre a abril. Y, en todo caso, la expansión hacia el norte obligaba al establecimiento de puestos avanzados donde no se controlaba a las poblaciones locales, mientras que en la propia área mesoamericana habría un hinterland interior estrechamente controlado desde la ciudad y otro exterior, regional, dominado por unas élites políticas, además de comerciantes y soldados, que una vez habían logrado asentarse, dominaban toda su área de manera efectiva y con un coste muy reducido.
A partir de 500 d. C., la cuantía de la logística militar fue aumentando al tiempo que lo hacían las competencias locales, de modo que Teotihuacan fue renunciando a sus puestos avanzados, no sin antes incrementar el volumen del tributo pagado por las zonas controladas más cercanas al centro de poder, y a procurar mejorar militarmente el rendimiento de sus tropas con la adopción de la armadura de algodón acolchado de más de 8 centímetros de grosor, ya fuese en forma de piezas que cubrían el cuerpo y las extremidades, o bien túnicas que bajaban y protegían hasta las rodillas. Ese tipo de defensas, costosas, solo podían estar en manos de una élite social o militar, quizá la fuerza de choque en las batallas. Ese avance tecnológico no bastó para frenar la decadencia de la ciudad, que desapareció a partir de 650 d. C., y sí, en cambio, influyó en acelerar su fragmentación o diversificación social.
A diferencia de los habitantes de Teotihuacan, los mayas mantuvieron ejércitos de reducidas dimensiones y de carácter elitista pues el arte de la guerra para ellos consistía, sobre todo, en incursiones con ataques rápidos y retiradas veloces efectuados con una panoplia de armas entre las que las de tipo arrojadizo no estaban presentes,7 no así los escudos y las lanzas con hojas de piedra insertadas en ambos lados. Los ejércitos mayas, pues, tan eclécticos en cuanto a su armamento, estaban muy lejos de las fuerzas convencionales que hemos visto, de modo que las ciudades-estado guerreaban entre ellas en pequeña escala. Tras la caída de Tikal en el siglo VI d. C., la fragmentación política del resto de Mesoamérica también alcanzó a las tierras mayas.
Pero algunos poderes regionales se dejaron sentir, como el de Cacaxtla, en el centro de México, si bien se trataba de un emporio comercial fundado por un grupo maya denominado olmeca-xicalanca, que había querido reanimar antiguos lazos comerciales con el México central. El interés máximo para nosotros ahora es resaltar el hecho de que los olmecas-xicalancas utilizaran armas de las tradiciones mexicanas y mayas fusionadas. Usaban átlatls con dardos emplumados para dotarlos de estabilidad en su trayectoria una vez lanzados, además de puntas con lengüetas que, al penetrar en el cuerpo del enemigo, causaban peores heridas al ser difíciles de extraer. Fray Diego Durán, por ejemplo, comentaba que al clavarse ese tipo de jabalinas, que él llama varas o fisgas, es decir un tipo de arpón, solo podían extraerse sacándolas por la otra parte, de modo que «muchos, muy mal heridos de ellas, se vieron en mucho peligro».8 Sus picas también fueron dotadas, además de su punta lanceolada, de hojas en los laterales para causar mayores daños y contaban con cuchillos (técpatl) de piedra9 pero sin mango de madera. Se equiparon de escudos redondos que se ataban al antebrazo para dejar la mano izquierda libre. Pero las defensas corporales de algodón tupido desaparecieron, quizá a causa de no tener que luchar contra enemigos de entidad.

TOLTECAS Y TEPANECAS

Los siglos que precedieron a la llegada de los conquistadores españoles al valle central de México se dividen en el llamado periodo Clásico (150-750/900 d. C.) y el Posclásico (900-1521 d. C.). La inestabilidad política y militar fue un hecho habitual. La ciudad de Tula10 dominó el espacio entre los años 900 y 1250 (o bien 950-1150 d. C.) y se constituyó en una sociedad pluriétnica en la que la lengua de los nahuas, el náhuatl, se impuso ante otras, como la otomí. Aquellas gentes volvieron a fusionar su armamento, procedente del norte, con el mesoamericano: dejaron de lado las picas y adoptaron el átlatl de las nuevas tierras ocupadas, mientras que a sus cuchillos de piedra les añadieron mangos de madera. Aunque la gran innovación llegó con las macanas cortas curvas de madera, o macuahuitl,11 a las que insertaron hojas de obsidiana como antes se había hecho con las picas. De esta forma crearon un arma ligera, para una sola mano y con casi medio metro de superficie afilada, de corte, para un total de poco más de 80 centímetros de largo. Le añadirían protección de algodón para el brazo y un escudo capaz de atarse al antebrazo para dejar la mano libre. Los toltecas, de hecho, fusionaron dos tipos de soldado especializado, el lanzador de dardos y el infante portador de macana, en uno solo, pues eran capaces de arrojar los cuatro o cinco dardos que llevaban con sus brazos protegidos y, seguidamente, tomar su macana de madera para continuar el combate cuerpo a cuerpo.
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El macuahuitl (macana) era un arma utilizada por guerreros mexicas durante la conquista. Era capaz de infligir heridas muy graves, pues llevaba lascas de obsidiana incrustadas a los lados y podía manejarse con una o dos manos.
Ahora bien, al actuar de esa forma con sus ejércitos, que además eran reclutados entre todos los estratos sociales, los toltecas lograron incrementar su potencia, pues ahora un solo soldado realizaba una doble función. Eso sí, tales fuerzas, con un despliegue táctico como el descrito, necesitaban de un mando coordinado y eficaz, especializado, en definitiva. Los toltecas de Tula lograron expandirse por el sur hasta la actual Costa Rica y por el norte hasta los desiertos. Pero no fueron un imperio militarista, sino que buscaban el control de los territorios a través de los enclaves comerciales establecidos y mediante colonias y no tanto someter áreas remotas. Se limitaron a proteger a sus comerciantes con sus soldados, un ejército cada vez más potente merced al aumento demográfico y al de la productividad agrícola de la Mesoamérica de la época.
La cultura tolteca declinó en el momento en el que la capital, Tula, fue abandonada en 1179 d. C. La causa principal del hundimiento fue la llegada de grupos nómadas procedentes de un norte cada vez más árido, los chichimecas, o bárbaros en náhuatl, que fueron claves en la introducción del arco y las flechas.12 Con esta arma, que desdeñaba la lucha cuerpo a cuerpo de un ejército convencional como el tolteca, los recién llegados consiguieron elevar con sus incursiones los costes de defensa del gran imperio comercial tolteca. Aunque la caída de este cabe asociarla también, o más bien, a la desecación progresiva del área. Pero una vez abandonada Tula, enclaves toltecas se mantuvieron en muchas partes de Mesoamérica y conservaron sus contactos con lugares como Oaxaca o el Yucatán, donde emigró a Chichén Itzá una facción tolteca enfrentada a otra en la propia Tula en el siglo X. Allá vencieron al poder local putun e introdujeron las armas y las tácticas bélicas mesoamericanas en las tierras bajas mayas.13 Chichén Itzá cayó a principios del siglo XIII solo cuando desde la...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1 El Imperio Mexica. Luces y sombras de un estado mesoamericano
  7. 2 La forja de un caudillo: Hernán Cortés
  8. 3 De Cuba a Cholula, Febrero-Octubre de 1519
  9. 4 Al Fin, Moctezuma, Noviembre de 1519-Junio de 1520
  10. 5 Salvar Obstáculos, Junio-Diciembre de 1520
  11. 6 La Preparación de una campaña, Enero-Mayo de 1521
  12. 7 El inicio del asedio, Junio de 1521
  13. 8 La Caída de México-Tenochtitlan, Julio-Agosto de 1521
  14. 9 El día después: Afianzar la conquista, 1521-1526
  15. Epílogo
  16. Fuentes y bibliografía
  17. Imágenes