Por los pueblos serranos
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Por los pueblos serranos

  1. 200 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Por los pueblos serranos

Descripción del libro

Ada María Elflein fue la primera mujer en Argentina en conseguir un puesto fijo en la redacción de un periódico. Gracias a que tuvo acceso a ese espacio, pudo escribir regularmente, viajar y animar a otras mujeres a salir del acotado marco de sus hogares al que las relegaba la sociedad de su época. Por los pueblos serranos es un complejo mosaico de impresiones en las que la misma autora queda retratada como personaje de su tiempo, evidenciando formas de relación, aversiones y preocupaciones de entonces. Estos relatos, pese a la distancia temporal de más de un siglo que nos separa, dan cuenta de una época clave en la consolidación ya no sólo de la Argentina, sino de todas las sociedades actuales de América Latina.

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POR LOS PUEBLOS SERRANOS

Ada María Elflein
Las correspondencias que hoy iniciamos forman la ddescripción de un viaje auspiciado por La Prensa con el propósito de divulgar los conocimientos sobre diversas regiones de nuestro país, interesantes por su belleza, por sus recuerdos históricos, riquezas naturales o por cualquier otro atractivo. Otro propósito es el de encauzar corrientes de viajeros hacia zonas poco frecuentadas por quedar lejos de las líneas férreas o haberlo estado hasta hace poco, o sencillamente porque nadie se ha sentido atraído todavía hacia ellas.
La parte de la república que visitamos esta vez es el centro de la provincia de San Luis y oeste de Córdoba, aparte de una excursión a lo largo del ramal de Villa Dolores a Villa Mercedes. La primera de las provincias nombradas es una de las menos conocidas entre las 14 que forman nuestra nación, debido, posiblemente, a que el ferrocarril atraviesa la franja más árida y triste, de modo que el viajero, en la creencia de que todo es igual, no ansía sino salir de ella y ni remotamente piensa en detenerse y visitar otros puntos. En cuanto a Córdoba, habrá pocos argentinos que no hayan recorrido la Sierra Chica con sus pintorescos pueblos veraniegos, sus quintas y hoteles; pero, ¿quién conoce la falda occidental de la Sierra Grande? Si exceptuamos la parte comprendida entre Villa Dolores, Yacanto y Mina Clavero, adonde acuden ya muchos turistas, se trata de una región poco conocida. Esto no quiere decir que pretendamos haberla descubierto ni colocado la piedra fundamental de sus poblaciones: queremos decir que son pocos los forasteros que viajan por allá con el objeto exclusivo de gozar de los amplios horizontes y las brisas fragantes de sus sierras, quebradas y mesetas. Los viajeros en estas regiones no verán lagos deslumbradores ni el blanco esplendor de cumbres andinas; pero lo que vean les quedará grabado en la mente, indeleble, rodeado de un encanto especial.
Aparte de los propósitos ya expresados, me guiaba en este viaje —como en los anteriores— el interés de animar a nuestras mujeres a deponer sus temores y lanzarse a viajar, no diré solas, pero de a dos, o tres o cuatro, independientes y movedizas, olvidadas de prejuicios y falsos escrúpulos, valientes, briosas y alegres. ¡Cuántas señoras y niñas pasan el verano tristemente en sus casas por no tener un padre, un hermano o un esposo para acompañarlas! Pienso que si se reuniesen, formaran pequeños grupos o grandes comitivas, prescindiesen de las tradiciones moriscas y salieran a gozar de las bellezas de nuestra tierra, pronto adquirirían la convicción de que en todo momento las rodeaba y protegía la exquisita cultura argentina.

i. San Luis

Enclavada entre la exuberancia de la Pampa, la riqueza de las tierras de riego de Mendoza y la hermosura pintoresca de Córdoba, hállase esta provincia a la que la madre Naturaleza parece haber tratado con caprichos de madrastra. Una región de ricos alfalfares limita con una travesía calcinada y sedienta; en el mismo medio de un monte ralo que estira sus espinas entre la arena, se halla de repente una encantadora pradera natural, cubierta de hierba fina y salpicada, como un parque, de grupos de árboles frondosos. En puntos cercanos encuéntrase el agua a profundidades que varían en cientos de metros. Los ríos de régimen caprichoso muéstranse ya secos como caminos pedregosos, ya furiosamente henchidos por lluvias irregulares y torrenciales, cuya agua, pocas veces almacenada por dique o represas, se pierde, inútil, en la arena o en desierta ciénaga. Pero allí donde las acequias la llevan aprisionada a campos y quintas, la tierra, fecundizada y grata, se cubre de magnificencia, ofrece sauces, álamos y aguaribays colosales, naranjos y viñas, maizales y alfalfares, y toda clase de fruta exquisita. Donde concluye la isleta de verdor, comienza otra vez el monte de chañar, jarilla, peje, caldén, dominados por algarrobos y quebrachos cuyos tallos y troncos brotan de la arena pelada y brillante.
Esta tierra, realmente de contrastes, es San Luis.
En otras épocas, el largo camino entre Buenos Aires y Mendoza era como un inmenso mar con una sola isla: la ciudad de San Luis. Era el único lugar poblado en la soledad de la llanura inculta, tan vasta y desprovista de recursos, que servía de barrera infranqueable a los recluidos en la pequeña ciudad mediterránea, sin que hubiese necesidad de guardián alguno. Lugar seguro de destierro fue en tiempos de la Colonia, y también en los primeros años de la independencia. Una Siberia argentina, no por el frío, sino por su aislamiento, y el atraso y la pobreza que eran sus consecuencias lógicas. Confinado en San Luis estuvo Pueyrredón,1vivió Monteagudo,2 y estuvieron los infortunados prisioneros de Maipú,3 que hallaron en estas calles polvorientas un trágico fin. Por el aspecto actual de la ciudad cuyana, puede juzgarse el tedio y la tristeza que en tiempos pasados deben haberla envuelto como una niebla espesa y gris. Y, sin embargo, la provincia, escasamente poblada con su pequeña y pobre capital, fue patria de héroes y hombres esclarecidos, y formaba parte de la “admirable Cuyo”, como la llamó San Martín,4 agradecido; y en las Invasiones Inglesas y en las guerras de independencia y durante las largas luchas contra el indio merodeador, siempre se mostró digna del honor de ese nombre. Las cifras a que alcanzaron las tropas reclutadas en diversas épocas entre su exigua población, las sumas recaudadas para suscripciones patrióticas, los elementos de movilidad con que contribuyó cada vez que la defensa del país exigió sacrificios, revelan el ardiente amor a la gran patria común de aquellos hijos de uno de sus pedazos menos favorecidos por la Naturaleza.
Pasada la primera impresión de interés que despierta todo lo nuevo, nos sentimos en la ciudad capital de la provincia invadidos por la melancolía. La edificación chata, las calles flanqueadas de tapias de adobe y sin aceras a dos pasos del centro, escasos y pobres sitios de recreo, la catedral en el estado semiconcluido en que dicen se hallaba hace 20 años, las calles vacías de gente, sin tranvías, y el conjunto dormido, silencioso…, tal es San Luis.
¿No tiene vida esta ciudad? preguntamos a amables vecinos, y todos nos responden con la cohibición del enfermo que confiesa su mal:
No tiene…
Sin duda, exageraban. La mayor parte de las familias estaba en el campo; la numerosa población escolar buscaba en las estancias o en las sierras salud y fuerzas para las tareas del año venidero, y el calor del verano mataba las energías y prolongaba las siestas. Pero así y todo, en la triste afirmación sobraba bastante verdad. La prueba es que la gente moza se va… Estudiantes, jóvenes maestros, universitarios con sus títulos flamantes, todos quieren salir de San Luis, ir a Buenos Aires, o a Mendoza, o a Rosario, o a Córdoba, “a cualquier parte donde haya vida”: dicen ellos. Y cuando la nidada nueva quiere volar lejos de la rama en que nació, poco grato debe serle el árbol.
No es grato decir todo lo que antecede; pero es una verdad. San Luis es un lugar poblado desde hace muchos siglos; y donde la vida ha prendido una vez, allí sigue creciendo como una planta tenaz, salvo cuando la destruye una catástrofe o las condiciones de existencia son absolutamente imposibles. Nada de eso acontece en San Luis; pero tampoco son favorables las circunstancias, y por ello, la ciudad se limita a vegetar: existe, pero no crece. Su vida pública funciona regularmente, la subsistencia material de los habitantes está asegurada; hay escuelas de primera y segunda enseñanza, luz eléctrica, teléfono; una de las principales vías férreas del país la une con la Cordillera y con la metrópoli; y sin embargo, en San Luis hemos tenido la impresión de hallarnos en una ciudad dormida, o como si la vida latiera allí a la sordina. El tiempo no tiene valor; la gente habla quedo y con lentitud con ademanes sobrios; y una sonrisa, entre asombrada y burlona, acoge nuestro “¡por favor, pronto!” con que tratamos de apurar a algún pausado hijo de la tierra puntana.
¿A qué se debe eso? hemos preguntado.
¡Quién sabe!… respondían algunos, apartando los dedos de las manos, como para mostrar que entre ellos no guardaban ninguna razón plausible para el fenómeno que aludíamos.
Pero otros decían:
Se debe a la falta de agua, que impide el desarrollo de la ganadería y la agricultura, base de riqueza en casi todas las demás provincias, y a la escasez y carestía de los medios de comunicación, que ponen trabas al desarrollo de nuestras industrias principales, la minería y la explotación de bosques. El trabajo es duro y rinde poco. Por eso el puntano, en general aparte de ser, como todos los criollos, muy sobrio y de pocas necesidades, no siente estímulo ni acicate. Que vengan obras de irrigación, que vengan ferrocarriles…
Y que vengan muchos extranjeros agregó otro caballero que se hallaba en la rueda. Y todos, al unísono repitieron:
¡Ah, sí! ¡Qué vengan muchos extranjeros, sobre todo, con capital!, que es la fuente de las iniciativas.
Empero, si en San Luis faltan riquezas y la animación que ellas traen consigo, hay otra cosa que quizá las equivalga. Es la sed del saber, la inclinación al estudio, generalizadas en toda la provincia, hasta en los pueblos más pequeños y tristes. Los alumnos acuden a las escuelas elementales y superiores desde largas distancias; y familias pobres hacen grandes sacrificios para que sus hijos puedan dedicarse a los libros y seguir alguna carrera. Esos mismos jóvenes que hoy anhelan salir “adonde haya vida”, una vez serenados, satisfechas sus curiosidades y naturales deseos de expansión, seguramente volverán los ojos con ternura...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. POR LOS PUEBLOS SERRANOS