¿Cómo escriben las mujeres?
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¿De qué trata Jane Eyre, la famosísima novela de la inglesa Charlotte Brontë? ¿Y de qué trata María Isabel, la famosísima historieta de la mexicana Yolanda Vargas Dulché?
En ambas se trata de niñas huérfanas que viven con una madrastra cruel, pasan por situaciones difíciles y humillantes, se enfrentan a personas malvadas que les hacen daño, y terminan casadas con un rico, que empezó siendo su patrón.
¿Cuál es la diferencia entre los varios volúmenes autobiográficos de la francesa Simone de Beauvoir y el breve tomo autobiográfico de la norteamericana Taylor Caldwell?
En ambos se trata de escritoras célebres en su época, que cuentan su propia vida y hacen explícito su modo de pensar sobre las mujeres.
¿En qué son distintas las novelas de la inglesa Agatha Christie y de la sueca Camilla Läckberg?
Ambas escriben tramas policiacas, en las que el detective encargado del caso descubre siempre al asesino y en el camino nos muestran las miserias de los seres humanos.
¿Cuál es la diferencia entre la novela El amante, de la francesa Marguerite Duras, y la serie Cincuenta sombras de Grey, de la británica E. L. James?
Ambas son historias de pasión erótica, tan explícita que es casi pornográfica, entre una joven sin recursos y un hombre rico.
¿Por qué pregunto esto?
Porque si se lee a estas autoras y a estos textos que he mencionado, se verá que aunque traten el mismo tema, no caben en un mismo saco.
¿Por qué?
Por la manera como están escritas.
¿En qué consiste esa diferencia?
Responder a esta pregunta es el objetivo de este capítulo.
2
Pongamos a prueba la verdad de esta afirmación con cuatro autoras mexicanas del siglo xx que retratan-relatan a los pobres: Magdalena Mondragón, Elena Garro, Cristina Pacheco y Elena Poniatowska.
Ésta es Mondragón en la novela Yo como pobre:
Ella se tragó sus lágrimas pero una fuerza interior que la obligaba desde hacía años a la lucha y que la hacía encontrarse en ésta como en su propio elemento, la obligaba a ver las cosas de frente y en línea recta. No era ella sola, muchas madres de México han hecho lo mismo en horas de convulsión y de prueba. Ella era sólo una mujer más. Miró de reojo el retrato de Marx y la cara del revolucionario la hizo sonreír.
Ésta es Garro en el cuento “El anillo”:
Siempre fuimos pobres, señor, y siempre fuimos desgraciados, pero no tanto como ahora en que la congoja campea por mis cuartos y corrales. Ya sé que el mal se presenta en cualquier tiempo y que toma cualquier forma, pero nunca pensé que tomara la forma de un anillo. Cruzaba yo la Plaza de los Héroes, estaba oscureciendo y la boruca de los pájaros en los laureles empezaba a calmarse. Se me había hecho tarde. Quién sabe qué estarán haciendo mis muchachos, me iba yo diciendo.
Ésta es Cristina Pacheco en textos periodísticos: “Vivíamos en el mundo árido y difícil de la colonia construida sobre basureros y charcos de aguas negras”; “De lunes a lunes éramos miserables. Nuestra casa nunca pasó de ser obra negra ni rebasó los dos cuartos que compartíamos nueve personas: dos adultos y siete escuincles”; “Esa mujer que ha vivido treinta años de prueba, tuvo valor para dar vida a sus hijos, para verlos crecer, para engañarles el hambre”; “La realidad nos había enseñado que la miseria es padecer, anhelar sin esperanza, sentirse solo”.
Ésta es Poniatowska en la crónica “Ángeles de la ciudad”:
Las mujeres, hombres y niños alicaídos, tratando de pasar entre los coches, golpeándose en contra de las salpicaderas, atorándose en las portezuelas, magullando sus músculos delicados, azuleando su piel de por sí dispuesta a los moretones... Estos mexicanos se nos aparecen a la vuelta de cualquier encuentro, sin disfraz alguno, con el traje que les da la vida y desaparecen en un parpadeo. Son ángeles, sin alas aparentes, y de repente ¡zas! allí están con sus carritos de dos ruedas para llevarse botellas y fierro viejo, papel periódico que vendan, sus charolas de frutas cubiertas, sus canastas de aguacates que blanden de ventanilla en ventanilla, la locomotora de los camotes y plátanos horneados y el iglú de los raspados de hielo picado.
Como se puede ver, es grande la diferencia entre los modos de relatar: hay una mirada esquemática y mucho sentimentalismo y moralina en Mondragón y Pacheco que no hay en Garro ni en Poniatowska, cuyas narrativas también apuntan a hacer literatura y no nada más denuncia.
Y éste es el centro del asunto, porque en la literatura importa mucho el cómo se escribe.
Ese cómo es lo que hace diferente a Brontë de Vargas Dulché, a Mondragón de Poniatowska, a Duras de James, a Christie de Lackberg, a De Beauvoir de Taylor, aunque sus escritos tengan el mismo tema.
3
Cuando a mediados del siglo pasado las críticas literarias feministas empezaron a buscar a las escritoras para sacarlas de la oscuridad, el silencio y el olvido, se percataron de que en términos generales y con pocas excepciones, la escritura de las mujeres tenía poca complejidad, poca problematización formal, una estructura plana y hasta lineal, un empleo menos rico del lenguaje, menor innovación y experimentación que la escritura de los hombres.
Se trataba de una escritura mesurada, con poca acción, poca velocidad, un mismo tono sostenido, una expresividad contenida, un discurso poco denso, una temática centrada en un problema único, o como diría Raymond Queneau, “el estilo Odisea”, que consiste en un personaje individual que a través de diversas experiencias va evolucionando hasta adquirir una personalidad, por oposición a “el estilo Iliada”, en el que los personajes se envuelven en la historia y todo lo que les sucede tiene que ver con su interrelación con esa realidad. Y sobre todo, que lo confesional era su marca, como lo era la poca distancia con su tema.
Por ejemplo, las escritoras mexicanas y latinoamericanas: con todo y las muchas diferencias entre sus esc...