De la cultura al feminismo
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De la cultura al feminismo

  1. 412 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Marcela A. País Andrade y Belén Igarzábal, junto a RGC Ediciones, presentan el libro De la cultura al feminismo, que nos invita a conocer distintas experiencias artísticas/culturales (colectivas e individuales) llevadas a cabo por mujeres, disidencias, diversidades, colectivas (trans)feministas u otres que se vienen desarrollando en los últimos años, en total cuenta con más de 40 colaboraciones.
Los relatos que aquí se tejen muestran las formas de expresar inequidades y violencias, de repensar las propias prácticas y repensarnos como gestorxs culturales, productorxs y agentes de la cultura.
Las voces que se escuchan en este libro nos demandan debatir con el campo cultural argentino y tensionar el diseño, la ejecución y la gestión de las políticas culturales públicas. Nos movilizan a tomar conciencia de los desafíos que nos quedan por delante: afianzar las redes, visibilizar inequidades, promover políticas públicas y legislaciones en los distintos ámbitos de la cultura, y seguir promoviendo el respeto por las diferentes formas de feminismos y transfeminismos.
Por lo tanto, esta compilación da cuenta de las disputas, resistencias y negociaciones que se dan en el marco de los procesos artísticos/culturales. Esperamos que su lectura sirva a nuevas experiencias en este proceso de desobedecer, de repensarse y de generar trabajos colectivos desde estas perspectivas.

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Información

Editorial
RGC Ediciones
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9789874771865
Categoría
Social Sciences
Categoría
Art General
Literatura, música y artes plásticas
¿Qué ves cuando me ves?
Ese Montenegro
¿En qué momento comenzamos a sabernos sujetxs de una cultura? Cuando me llegó la invitación a escribir para esta compilación, no pude evitar hacerme algunas preguntas. Siempre preferí habitar la pregunta antes que la aseveración. Como casi siempre que me preguntan sobre la cultura. Sin caer en la práctica de dar definiciones cerradas y categóricas de un concepto tan cambiante como el fenómenos que intenta definir, considero que poder dar respuesta a esa pregunta es una cuestión de clase, de género, de portación de determinado cuerpo, determinado capital (cultural), etcétera.
Si bien todxs lxs sujetxs de una cultura la producimos y la reproducimos (muchas veces sin tener conciencia de ello) hay un hecho que a mi entender es diferente. Me refiero a tomar la decisión de producir un hecho cultural de forma intencional, sea una ilustración, un texto, una intervención callejera, un contenido audiovisual o un fanzine. Esa intención que siempre me interpela, la de “querer hacer cultura”. Esta producción intencional no es algo a lo que todxs accedemos de igual manera. Hay una distribución desigual de ese acceso a la producción cultural y en tanto no es una posibilidad a la que accedemos todxs de igual manera, se me presenta más como una prerrogativa que como un derecho que asiste a todxs. Admitir esto no implica renunciar a que debería serlo, sino todo lo contrario. Pienso a la cultura como un derecho, siempre en disputa. De ahí deriva directamente la idea de que toda cultura es política y allí es donde se cruza con mi quehacer cotidiano, micropolítico y afectivo. Yo, masculinidad trans, de cuarenta años, que transicioné de adulto y que cuando comencé a hacerlo contaba con un trabajo formal y una obra social –hecho para nada menor a la hora de acceder al sistema de salud–; que pude terminar mis estudios secundarios en tiempo y forma; que soy hijo de una familia obrera y que trabajé formalmente en una fábrica durante doce años, donde fui delegadx sindical y dirigente.
Yo me había podido encontrar con la cultura desde diferentes perspectivas. Pero poder pensarla, cuestionarla, producirla, fue algo a lo que accedí avanzada mi vida. Es algo a lo que accedo porque, como dije antes, pude hacerme de las herramientas materiales y simbólicas para ese acceso y esa producción.
Cuando era pequeño en mi casa se miraba mucho la televisión y se compraba poco el diario –como la gran mayoría de las familias obreras, la mía estaba compuesta por mi padre, mi madre y cinco hijxs, con escasos recursos económicos– y cuando se compraba algún periódico generalmente era Crónica y en algunos períodos de bonanza mi madre compraba la revista ¡Esto!. Fue en esa revista y bajo esas representaciones que aprendí qué era una travesti y/o una trans. Fue desde ese imaginario –fuertemente heterocisnormativo, en el que se criminalizaba siempre las identidades travestis y trans– que supe desde muy pequeño cómo las representaban, cómo las agraviaban sistemáticamente y cómo siempre se violaba todo derecho a la identidad; tema no menor en un país que volvía a la democracia tras el secuestro, la tortura y el asesinato de 30.000 compañerxs en manos de la dictadura cívico-clerical-militar que nos golpeó en el 76.
Otra situación que se me reitera, aunque sé que abundan muchos ejemplos en este sentido, es del año 1990 cuando la reaccionaria y conservadora conductora Mirtha Legrand regresa a la pantalla de Canal 9 y aborda, ya que así lo presenta, “el tema de la homosexualidad”. Invita a Alejandra Beatriz Costas (mujer transexual) y no se evita ni una sola pregunta violenta hacia Alejandra donde asocia, por ejemplo, que a la entrevistada la violaron siendo niña y que eso está vinculado con su identidad transexual. Ese mismo año Legrand recibe en la mesa a Ilse Fuskova, militante lésbica y a Rafael Freda, presidente en ese momento de la CHA1, y nuevamente insiste en preguntas estigmatizantes y criminalizantes a la vez que lee felizmente al aire los mensajes homo/lesbo/trans odiantes que envían sus televidentes.
Es más conocida la entrevista que en 1995 “la señora” le hace a la célebre Cris Miró (vedette travesti) en su famoso programa, donde, entre muchas otras violentas cuestiones, se admite preguntarle:
Mirtha Legrand: ¿Cuál es tu verdadero nombre? ¿Querés decirlo o no?
Cris Miró: Mirá, mi verdadero nombre es el que siento y es Cris Miró.
Mirtha Legrand: ¿Por la calle vas vestida así, tal cual?
Cris Miró: Sí, no vine en helicóptero.
Estas son alguna de las representaciones que teníamos quienes crecimos entre los 80 y los 90. Esta es parte de la crónica con la que nos disciplinaron los medios de comunicación y la producción cultural en nuestro país. Y pienso en términos de “disciplina” porque esa forma de representación moldeó nuestras subjetividades, no solo la de las/los/les trans y travestis, sino, principalmente, la de quienes hoy en día, siguen fomentando la cultura del trans/travesti odio y continúan ocupando espacios de producción cultural con esta misma posición política.
Pasaron más de tres décadas, posteriores al golpe, para que en nuestro territorio se construyera la Ley de Identidad de Género. Sin embargo, en la televisión podríamos encontrar siempre alguna escena burlona y/o estereotipante de lo que es ser una feminidad travesti o trans y objetivamente hubo que esperar muchos años para que aparecieran, muchas veces también desde discursos estigmatizantes y patologizantes, personas trans y travestis en la pantalla. Entrados los dos mil y con los reality shows como uno de los géneros más explotados en la TV, aparece un varón trans y una mujer trans en Gran Hermano.2 La aparición de Alejandro Iglesias3 en la pantalla de Telefé4 en 2011 fue quizás para muchos de nosotros –masculinidades trans–, la primera vez que un varón trans ponía muchas de nuestras vivencias en la mesa de todas las casas en horario central.
Faltaba aún un año para que en Argentina se sancionara la Ley de Identidad de Género 26.743, pero esas irrupciones en las pantallas daban cuenta de una lucha que se venía tejiendo hacía décadas por parte del colectivo travesti y trans en nuestra región. La conquista de esta ley, posterior a la ley conocida como Matrimonio Igualitario5 que se había sancionado en 2010, dan cuenta de una construcción política del colectivo LGBTIQ+ que amplía de forma radical los derechos humanos de nuestras comunidades, harto postergadas y vulneradas. ¿Se puede pensar como una casualidad que estas representaciones aparecieran en los productos culturales de su época? Si bien coincido con esa frase que pregona que “la revolución no será televisada”,6 que personas gays, maricas, lesbianas, trans y travestis, ocuparan esos espacios desde sus propias voces, en primera persona, son una clara expresión de la necesidad de ampliar los horizontes de representación en nuestra cultura.
Pero ante esto también cabe preguntarnos ¿cómo se ampliaban y se continúan ampliando esos horizontes? Tanto en la TV como en los diarios, la radio, los textos, no aparecía cualquier persona del colectivo LGBTIQ+. En este sentido –y como nunca pienso a solas ni escribo a solas este apartado–, creo pertinente compartirles el pensamiento de Violeta Alegre,7 en un diálogo que intercambiamos alrededor de este escrito, entre copas y libros, como hacemos muchas veces. Violeta me/nos dice: ¿cuánto de desidentificación/negociación tenemos que producir las personas trans y travestis para poder llegar a los medios o la cultura? Lxs televidentes, yo creo, aceptan ver solo lo más adaptado a ellxs o mínimamente con aspiraciones dentro de sus propios horizontes y estos no dejan de ser hetero-cis-binarios y sustentables del status quo”. Violeta da en la tecla, en esa que al sonar irrumpe en un silencio ensordecedor: se puede ser trans y aparecer en la TV pero siempre dentro de los cánones heterocisnormativos que no atenten contra el statu-quo de la heterocisexualidad como régimen. Aparece solo lo que puede ser asimilado y es sustentable a las economías afectivas y políticas que sostienen la jerarquización (y por ende la opresión) de unxs sobre otrxs.
Sujetx de la cultura ¿se nace o se deviene?
Ya de adulto trabajé doce años en una fábrica, donde por nuestro convenio colectivo de trabajo cobraban un 20% más de salario8 aquellxs trabajadorxs que tuvieran título secundario. Yo ya era delegado. Esta situación nos hizo pensar cómo hacer para que nuestrxs compañerxs de fábrica y del gremio terminaran sus estudios secundarios, para mejorar nuestros salarios y, por ende, nuestra calidad de vida. Así fue como abrimos un centro cultural en el barrio Ricardo Rojas, partido de Tigre, donde estaba la fábrica. En este centro cultural desarrollamos un bachillerato para adultxs que sostuvimos durante cinco años, en el que además de poder terminar los estudios, lxs vecinos y compañerxs del barrio podían p...

Índice

  1. Portadilla
  2. Datos editoriales
  3. Índice
  4. Introducción
  5. Gestión cultural
  6. Espacios socioculturales
  7. Danzas y arte urbano
  8. Literatura, música y artes plásticas
  9. Medios y nuevas narrativas
  10. A modo de cierre: logros, puentes y desafíos
  11. Biografías