El destape
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El destape

La cultura sexual en la Argentina después de la dictadura

Natalia Milanesio

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La cultura sexual en la Argentina después de la dictadura

Natalia Milanesio

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El destape fue el fenómeno sociocultural más importante y explosivo en el regreso de la democracia en la Argentina. En los años ochenta, una avalancha de imágenes y narrativas sexuales explícitas que la dictadura militar había censurado y prohibido por considerarlas vulgares, inmorales y peligrosas se multiplicaron en los medios, la cultura y las conversaciones cotidianas. Las películas porno soft encabezaron las listas anuales de los films más taquilleros, las novelas eróticas y los manuales de sexología fueron los libros más vendidos, y el contenido erótico, el doble sentido y los desnudos inundaron los programas de televisión.¿Qué significó realmente el destape? ¿Cuánto tuvo de verdadera liberación y reconocimiento de derechos (al placer, a conocer el propio cuerpo y decidir sobre él) y cuánto de exitosa estrategia comercial que reproducía estereotipos de género y pautas de la moral tradicional, como la exaltación de la heterosexualidad? Natalia Milanesio reconstruye magistralmente, y desde una perspectiva originalísima, los años intensos de la transición democrática. Y revela que hubo muchos destapes: una transformación profunda que se manifestó no solo en la sexualización de los medios de comunicación, sino también en la forma en que los argentinos comprendían, discutían y vivían su sexualidad. Para demostrarlo, examina el auge de la sexología y la terapia sexual, las cartas de lectores y los consultorios sexuales de las revistas, la campaña por la introducción de la educación sexual en las escuelas, la expansión de los servicios de planificación familiar y de instituciones dedicadas a la salud sexual, y la centralidad de los derechos sexuales en la agenda de feministas y activistas gays y lesbianas.Poniendo el foco en los aspectos más disruptivos del destape y también en sus límites (la homofobia y la lesbofobia, la escasa conciencia acerca de la violencia sexual, la objetivación del cuerpo femenino), este libro, el primero sobre este tema, cuenta un capítulo imprescindible de la historia de la sexualidad en el país. Al problematizar los legados del destape, constituye además un aporte fundamental para pensar las luchas del presente y la cultura sexual actual en la Argentina.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878010625
Edición
1
Categoría
Sociología
1. El regreso de la democracia y la sexualización de los medios y la cultura
En 1982, el periodista Rolando Hanglin afirmaba: “Vivimos en el país más moralista del mundo. Aquí se puede ser ladrón, estafador, mentiroso, calumniador, hipócrita y hasta homicida. Todo se puede. ¡Todo! Menos mostrar el traste. Porque ahí la cosa se pone seria”.[26] Solo durante los dos últimos años de la dictadura, con el régimen en crisis, comentaristas como Hanglin comenzaron a criticar la censura del contenido sexual que infantilizaba y desinformaba al público y socavaba la libertad de expresión y de elección. Hanglin señalaba la contradicción de un régimen anticonstitucional que, por un lado, perseguía y asesinaba a sus ciudadanos y sumergía al país en un proceso de descomposición social y, por el otro, mantenía una posición pacata sobre el sexo y la desnudez.
La censura cultural en general y de contenidos sexuales en particular –un repertorio de prácticas, instituciones y leyes represivas con diferentes grados de aplicación y diferentes objetivos– no comenzó en 1976, sino que fue una práctica común tanto de gobiernos militares como democráticos a lo largo del siglo XX.[27] Según el crítico literario Andrés Avellaneda, las experiencias autoritarias de los años sesenta perfeccionaron los mecanismos de censura para hacerlos más precisos y efectivos, como fue el caso de las campañas moralizantes en contra de contenidos sexuales y de la desnudez en revistas y films. Sin embargo, Avellaneda afirma, fue durante el período 1976-1983 cuando “se anudan firmemente los cabos sueltos de las dos décadas anteriores”, con el mayor grado de sistematización.[28] Uno de los aspectos más originales de esta censura, y una de las razones de su eficacia, es que operaba en un contexto de violencia estatal sin precedentes, que explícita e implícitamente empoderaba a los censores y aterraba a los creadores. Como afirma Pilar Calveiro: “El Proceso no representó una simple diferencia de grado con elementos preexistentes, sino una reorganización de los mismos y la incorporación de otros, que dio lugar a nuevas formas de circulación de poder dentro de la sociedad”.[29]
El destape, una avalancha de imágenes y discursos sexuales en televisión, radio, literatura, teatro, cine, publicidad y medios gráficos, fue una reacción a la censura, la prohibición y el control impuestos durante la dictadura militar. Fue además el producto de los gustos, los deseos y el apoyo de las audiencias y del olfato comercial de amplios sectores de la industria cultural y de los medios de comunicación. El destape también fue el resultado de decisiones creativas basadas en razones ideológicas, económicas y artísticas y, en casos como el del cine, del apoyo económico del Estado. Este capítulo explora la censura del contenido sexual durante la dictadura y las características del destape y examina el rol fundamental de los medios de comunicación en trasladar el sexo desde el espacio privado y discreto de los dormitorios –donde la dictadura quería mantenerlo escondido– al espacio público. De este modo, temas que antes habían sido insinuados o aludidos veladamente, ahora eran discutidos y mostrados abiertamente.
El capítulo también demuestra que el destape fue mucho más que entretenimiento comercial: fue un medio para experimentar y defender valores e ideales suprimidos o silenciados por la dictadura. Así, mientras para la Iglesia y los sectores ultracatólicos el destape fue un símbolo de descomposición social y degeneración moral, para la mayoría de los argentinos incluidos periodistas, críticos culturales, escritores y expertos en sexualidad, el destape fue una metáfora de la democracia, la modernidad, la libre expresión, de una sociedad adulta y del disfrute de la vida. El destape fue, en consecuencia, un campo de creación y confrontación ideológica así como un símbolo cultural de la profunda transformación histórica ocurrida a partir de 1983. Esta conceptualización del destape está relacionada con una manera particular de definir la historia de la sexualidad. Según la historiadora Dagmar Herzog, la historia de la sexualidad es una herramienta para comprender procesos de construcción de significados y cómo estos se relacionan con el contexto político en el que surgen.[30] El análisis de los significados del destape permite entender el apoyo y el entusiasmo que generó en el público argentino.
Sexo y censura
La dictadura militar consideraba a la cultura y la educación como campos vulnerables a la “infiltración ideológica” de “influencias foráneas” como el marxismo, el comunismo, el ateísmo, el nihilismo y el hedonismo. De hecho, la sexualidad y la revolución eran preocupaciones conectadas en los discursos de la dictadura. En 1977, por ejemplo, el almirante Emilio Massera declaró que “el amor promiscuo” precedía a la adopción de la “fe terrorista” entre los jóvenes y que esta era el resultado final de una “escalada sensorial”.[31] En consecuencia, la guerra contra el comunismo estaba intrínsecamente relacionada con la defensa de la moralidad. La dictadura sostenía que preservar la moral en los medios de comunicación y en las artes era una tarea aún más larga y complicada que la ofensiva en contra de la guerrilla, porque aquellas esferas eran naturalmente rebeldes, turbulentas y difíciles de controlar. En este sentido, el antropólogo Antonius Robben definió el accionar de la dictadura militar argentina como una guerra cultural que además de aniquilar al enemigo y desmovilizar a la sociedad mediante una violencia extrema se proponía “conquistar las mentes de la población”.[32]
El objetivo de la dictadura militar era subordinar todas las formas de expresión cultural a un tipo de moralidad que exaltaba el cristianismo, la familia, la modestia, el decoro, la defensa de los niños, la patria, el orden y la tradición. Solo unos meses después del golpe, el ministro de Educación anunció la incorporación de una nueva materia obligatoria para las escuelas secundarias, Educación Moral y Cívica, cuyo objetivo era instruir a los estudiantes en las bases de “un orden moral fundado en la voluntad de Dios”. Este orden estaba basado en la familia cristiana comandada por el padre en tanto representante de “la primacía de la razón y la dirección”. Los hijos y la madre, quien encarnaba “por naturaleza, la ternura y el amor”, obedecían.[33] Según las autoridades militares, el contenido sexual en los medios de comunicación y en la cultura promovía perversiones, obscenidad y libertinaje y, por lo tanto, amenazaba el mantenimiento de dicho orden. Con alusiones constantes a enfermedad y guerra, la dictadura militar advertía sobre la contaminación y la destrucción de la moralidad al mismo tiempo que exaltaba el rol protector de las fuerzas armadas y de la censura y la prohibición como herramientas sanadoras.[34]
Diversos aspectos de la política cultural de la dictadura continúan siendo materia de debate entre los historiadores, por ejemplo, si existió un programa cultural único y uniforme o si distintos sectores de las Fuerzas Armadas tenían proyectos divergentes y si los sectores civiles tuvieron un rol más importante que los militares en la definición de los planes culturales durante este período. Esta discusión no modifica el hecho de que el control sobre la cultura fue muy importante, de que hubo una diversidad de agencias responsables de ejercer ese control –con poderes y obligaciones que muchas veces se superponían y con medidas y sanciones desiguales– y de que el contenido sexual fue objeto de vigilancia y censura. El Ministerio del Interior identificó a la obscenidad, la inmoralidad y la inmoralidad subversiva como los tres peligros más graves para el orden moral y formuló una división del trabajo institucional para combatirlas. Para el ministerio, la obscenidad, también entendida como pornografía, promovía el erotismo, excitaba los bajos instintos sexuales y atentaba contra el pudor público y las buenas costumbres. La justicia penal era la encargada de controlar y sancionar expresiones obscenas. La inmoralidad, por su parte, impulsaba al hedonismo y al goce sensorial, exacerbaba la búsqueda del “placer por el placer mismo” y era causa de libertinaje. Reprimir contenidos considerados inmorales era la obligación de los gobiernos municipales y provinciales. Por último, la inmoralidad subversiva se definía como el desprecio por la vida, la sociedad, la familia, la tradición nacional y los valores éticos; y era el propio Ministerio del Interior, la agencia encargada de la defensa de estos valores.[35]
Figura 1. Emilio Massera, Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti, miembros de la junta militar que tomó el poder in 1976. Cortesía del Archivo General de la Nación, Buenos Aires
Para la validación ideológica de la censura y la prohibición en nombre del orden moral, las autoridades militares contaron con el apoyo de sectores ultracatólicos y de derecha que se oponían de manera terminante a la “permisividad social y cultural” y exigían la restauración de un estilo de vida verdaderamente cristiano.[36] Ocho meses después del golpe militar, por ejemplo, un comunicado de la Liga de Padres de Familia y la Liga de Madres de Familia –ambas fundadas en la década de 1950 con el objetivo de defender y promover la familia y los valores católicos– afirmaba que “de nada valdrán grandes planes económicos, políticos y sociales en pro de la familia y de la comunidad, si no combatimos la inmoralidad en todos los terrenos, desterrando el erotismo, la pornografía y la violencia de los medios de comunicación”.[37] Esto es un ejemplo de lo que Andrés Avellaneda definió como discurso de apoyo, que complementaba y ampliaba los significados y contenidos del discurso oficial a favor de la censura. La dictadura capitalizó el respaldo de estos aliados –y viceversa– nombrando a miembros de diversas organizaciones católicas en distintas agencias censoras. Así lo hizo en 1978, cuando nombró a un destacado miembro de la Liga de Padres de Familia para presidir el Ente de Calificación Cinematográfica.[38]
La dictadura de los años setenta creó nuevos mecanismos legales e institucionales de censura pero también utilizó otros ya existentes como la ley de 1966 que prohibía al correo distribuir materiales considerados inmorales. Dur...

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