El viaje del héroe
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El viaje del héroe

Mitología, storytelling y transformación personal

  1. 344 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El viaje del héroe

Mitología, storytelling y transformación personal

Descripción del libro

Los héroes de los antiguos mitos de las diferentes culturas ya recorrieron el camino; su itinerario es conocido, solo hay que seguir su huella. Tras sus gestas, aventuras y descubrimientos, surge tanto aquello que hace avanzar las civilizaciones como lo que conduce a la conquista de uno mismo.

El autor nos explica el ciclo iniciático del héroe expuesto por Joseph Campbell y nos muestra su desarrollo en libros y películas contemporáneos. Star Wars, Harry Potter, Siddhartha o Thelma y Louise sirven de pretexto para exponer los mecanismos de autoaprendizaje que nos propone el storytelling, la filmoterapia o la psicología humanista.
En el camino, se transitan viajes de liberación, rebelión, iniciáticos o espirituales, para que los lectores descubran con cuál de ellos se identifican más. En las páginas finales, se ofrece una guía práctica de cómo integrar el viaje del héroe en nuestra vida cotidiana.

Este libro es una invitación a despertar a nuestro héroe personal para acercarnos a los anhelos y propósitos que pueden hacernos felices. No hay que tener miedo a la llamada a la aventura, solo se necesita la voluntad de cruzar el umbral.

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Información

Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788499888453
ISBN del libro electrónico
9788499888781
Edición
1
Categoría
Filosofía

Parte II. EL VIAJE DEL HÉROE

Esquema básico del ciclo del héroe, en su tránsito del mundo conocido a lo desconocido. Más allá del umbral, el héroe, siguiendo su aventura, deberá afrontar retos y tentaciones para morir y renacer. Finalmente, una vez que haya alcanzado su transformación, regresará para compartir lo aprendido.

4. Viajes de aprendizaje

El de aprendizaje es el primer viaje que hacemos todos, y es una de las etapas fundamentales en la vida de cada persona, para crecer, madurar y convertirse en un adulto/a. Es el rito de paso por excelencia, desde la infancia hasta la madurez. Sin embargo, hay aprendizajes que son más transformadores que otros, ya que depende de la intensidad y la naturaleza del viaje que cada uno realice. Una gran mayoría los vive dentro de su zona de confort, sin salirse del colchón de seguridad que crean los padres o el entorno familiar y educacional.
En cambio, los y las protagonistas de los mitos o leyendas contemporáneas son personajes que trascienden lo cotidiano para cruzar ese umbral que los lleva a mundos desconocidos, donde realizan un aprendizaje más allá de lo convencional que los convierte en futuros magos o maestros mentores a temprana edad.
La curiosidad del niño, su irresponsable valentía o la inquietud de jugar y probar cualquier cosa son virtudes propias de este estadio primario de la vida y de los héroes más infantiles. Todos los ejemplos cinematográficos que se presentan son niños o niñas arrastrados por un ciclón al país de Oz, como antes lo fue Alicia en el país de las maravillas o al mundo de los muertos, desde una cripta que trasciende para ver otra dimensión, muy lejos de la realidad cotidiana.
Volar o viajar más allá de lo establecido tiene el premio de la profunda sabiduría de descubrir cosas que los demás jamás soñarían y la recompensa de poder volver y transmitir lo aprendido. Unos, siendo músicos felices y cumpliendo una vocación, como el niño héroe de Coco, otros entendiendo mejor su lugar en el mundo, como la niña Dorita de El mago de Oz, y otros, como en el caso de Harry Potter, convirtiéndose en un mago prodigioso.
En el viaje de aprendizaje, si bien hay pruebas que pasar, lo que predomina es la inmersión en el conocimiento mediante la aparición de mentores que transmiten sabiduría antes de alcanzar la propia maestría. Una parte es aprendida de otros y otra es experiencial, gracias a las vivencias propias del sendero de la aventura. Esto es evidente en los casos de heroínas como Dorita, que no se detiene y vaga por Oz hasta aprender su lección con ayudantes y mentores como el Hombre de Hojalata y el León Miedoso, y también en el de Alexandra David-Néel, quien a los veintiún años se marchó a conocer las fuentes de Asia, y no regresó hasta ser una experta en el budismo más ancestral del Himalaya.
Los héroes o heroínas de los viajes de aprendizaje son personajes como el niño héroe Krishna, quien, tal y como se relata en el Mahabharata o en los Puranas, derrota a temidos enemigos, monstruos y demonios con sus aptitudes y su flauta encantadora. Como niño pastor huido para no ser asesinado por su tío Kamsa, Krishna crece feliz en un mundo rural y desconocido en la aldea de Vrindavana, donde se gana los corazones de las bellas mujeres gopis de tez morena mientras aprende el arte de la música y la danza. Una historia que se puede relacionar con la de Miguel, el niño de doce años protagonista de la película Coco.
Krishna es un héroe, también considerado dios, con la dualidad de castigar a los hombres por sus obras o de llevar iluminación a sus corazones. Antes de esposar infinidad de mujeres como un gran seductor hedonista, Krishna vive aventuras de juventud en las que derrota al toro Danava o a la serpiente gigante Kaliya.
También es conocido popularmente por ser el mentor y protector del joven Arjuna en la batalla de Kurukshetra, recogida en la reveladora narración de la Bhagavad-gita.
Entre sus grandes enseñanzas está el saber que nuestro ser esencial está separado del cuerpo y que esta naturaleza primordial que tenemos es inmortal, pues forma parte de un todo universal. Como tantos héroes, los niños o héroes de aprendizaje también pasan por la caverna más profunda o por esos momentos en los que deben morir para resucitar. Esto ocurre con el mago Potter o el joven Krishna, quien, al igual que el poderoso Aquiles, es herido mortalmente por una flecha disparada a su talón.
Los viajes de aprendizaje pueden ser muy peligrosos a la vez que gratificantes, y quienes los transitan como héroes van más allá de lo convencional, arriesgando sus vidas para entrar en dimensiones y mundos desconocidos. Allí les esperan fuentes de sabiduría primitiva que pueden estar a punto de perderse para siempre, tal como le sucedió a la valiente Alexandra David-Néel con el budismo, pues como heroína protagonizó una vida de leyenda, transgrediendo todas las normas de su época.

Alexandra David-Néel

Mujer aventurera, avanzada a su tiempo, que nació 1868 a las afueras de París. Fue la única hija de un padre editor de una revista republicana y una madre belga católica y conservadora, con la que nunca se entendió.
Alexandra David-Néel, Tíbet, 1933.
Ya de niña, Alexandra mostró un carácter anárquico y dado a la evasión. Tuvo la suerte de que las inversiones de sus padres le pudieron costear parte de sus viajes y aventuras. Siendo muy joven, entró en contacto con la Sociedad Teosófica francesa y con las enseñanzas de Madame Blavatsky, que fueron recogidas en la obra La doctrina secreta (1888). Así aprendió espiritismo, religiones comparadas, esoterismo y la rama más ocultista de la filosofía oriental. Puede suponerse que su llamada a la aventura ocurrió al descubrir la fantástica colección asiática reunida en el Musée Guimet de París. Fascinada por un buda dorado, se prometió aprender todo aquello que podía conducirle a ese estado interior. Fue su iniciación y compromiso con un viaje de aprendizaje basado en el budismo, que le iba a llevar a los confines de Asia, después de haber viajado por toda Europa y parte de África del Norte.
Sus primeros recursos espirituales o fuentes de aprendizaje fueron las novelas de Julio Verne, la Bhagavad-gita, las máximas de Epicteto y el Eclesiastés, que contenía una de sus máximas favoritas: «Sigue las sendas y los impulsos del corazón y las escenas que atraen tu mirada». Una lección que veremos como apoteosis final de transformación en el viaje de la niña protagonista de El mago de Oz. Sin embargo, en el mundo real, ser heroína era mucho más difícil que en los cuentos, pues Alexandra empezó a escaparse sola por Europa, pero a menudo tenía que pedir que la fueran a buscar al quedarse sin dinero. Su madre la coaccionó para que se buscara un marido, mientras ella colaboraba en medios feministas y se comprometía con el sufragismo.
Con veintiún años, viajó a Londres para aprender orientalismo y se pasaba las horas leyendo en la biblioteca de la Sociedad de la Gnosis, donde fue introducida por su amiga la señora Morgan. Allí vivió un tiempo, visitando también los tesoros del Museo Británico y leyendo sobre esoterismo, metafísica, filosofía, astrología, alquimia, así como textos chinos e hindúes.
Antes de entrar como su padre en una logia masónica, Alexandra reclamó la herencia de su madrina y se marchó a la India. No iba como turista, sino en un viaje de aprendizaje y peregrinaje espiritual. Después de una travesía de quince días, desembarcó en Ceilán, donde entró por primera vez en un santuario budista, en el que encontró una estatua de tamaño natural que la dejó impactada: había esperado ver más expresividad y sentimiento en un rostro pintado de amarillo, que le parecía inexpresivo. Junto al Buda, pudo ver las ofrendas en forma de comida o flores de loto y el ritual que realizaban los devotos.
Con ansias de conocer más, emprendió la parte final de su viaje hacia el sur de la India, cruzando la bahía de Tuticorin, donde le esperaba su umbral de la aventura.
Pese a que la distancia no era grande, un temporal estuvo a punto de hacer naufragar la pequeña embarcación en la que viajaba. De pronto, las cubiertas fueron invadidas por ratas enormes, impulsadas por el agua desde las bodegas del barco, junto con muchísimos insectos, como chinches, arañas y cucarachas gigantes, que invadieron su camarote y la hicieron entrar en pánico y sufrir náuseas. La travesía fue un infierno, pero pudieron llegar a la India. En ese viaje, pasó por Madrás y Benarés, donde conoció al sabio asceta Swami Bashkarananda, que se pasaba meses meditando casi sin ropa. Alexandra tomó contacto con una vida austera que ella conocía solo por los estoicos.
La joven aventurera regresó a París sin un céntimo, pero finalizó sus estudios de música y canto, y consiguió un puesto de primera cantante en la ópera de Hanoi. Hay que recordar, que en esa época Vietnam formaba parte de la llamada Indochina, una gran colonia francesa en territorio asiático. Esta posición le dio la oportunidad de seguir conociendo Asia durante las dos temporadas que trabajó. Después la canción la llevó a Túnez, donde conoció a su marido, un ingeniero ferroviario del que se enamoró y con quien vivió una relación muy atípica, pues ella, que ya tenía treinta y seis años, no estaba dispuesta a dejar de viajar.
Un tiempo después de una breve estancia en Londres para apoyar a las asambleas a favor del sufragio de las mujeres y dar una conferencia en la Sociedad Budista de aquella ciudad, regresó a la India. En ese momento, ya se había hecho budista y le faltaba poco para publicar su obra Le modernisme boudhiste et le bouddhisme du Bouddha (1911).
En agosto de 1911 volvió a la India, y aunque le había prometido a su marido regresar en diecinueve meses, no cumplió su promesa. Al año siguiente, llegó a un monasterio budista en la remota región montañosa de Sikkim, donde conoció a un monje adolescente y ayudante vital llamado Aphur Yongd, con quien se retiró a vivir como una ermitaña, en una cueva a cuatro mil metros de altitud. Se hizo amiga de Sidkeon, el líder espiritual de ese territorio y también del lama Kazi Dawa Samdup, que la llevó hasta Kalimpong, para conocer al decimotercer Dalai Lama que estaba refugiado allí mientras duraba la guerra en China. Acabó en Lanchen, en las montañas próximas al Tíbet, estudiando budismo durante cuatro años y mezclando conceptos y técnicas con retiros anacoretas. La apodaron Yshe Tome, la lámpara de sabiduría.
Por un tiempo volvió a la India y visitó lugares como la montañosa Darjeeling o Bengala, pero cuando Sidkeon ocupó el trono de Sikkim, la mandó llamar para que fuera su consejera, pues quería que le ayudara a llevar a cabo una reforma religiosa. Su viaje de aprendizaje empezaba a revertir; pronto empezaría a transmitir lo aprendido, pero aún quedaban nuevos episodios de aprendizaje en la intensa vida de esta heroína.
El marahá de Sikkim murió al poco tiempo y Alexandra decidió irse al Tíbet en 1916, acompañada de su fiel amigo y monje Aphur. Cuando llegaron al monasterio de Tashulimpo, al sur de la meseta tibetana fueron muy bien recibidos por el lama, quien le abrió el acceso a la biblioteca, donde Alexandra pudo profundizar sus estudios, llegando a una inaccesible sabiduría tibetana, que mezclaba el budismo con elementos de la primitiva religión Bon. Antes de que regresara al protectorado británico de Sikkim, la hicieron lama y doctora en budismo tibetano.
Europa había entrado en la Primera Guerra Mundial y las cosas se complicaban. Por otra parte, ante su abandono, su marido Philippe le había comunicado hacía tiempo su separación o al menos su intención de mantener relaciones con otra mujer. Alexandra era consciente de que no podía convivir con ningún hombre, porque había elegido una vida solitaria en un constante viaje de aprendizaje. Pese a ello, cuando fueron expulsados de Sikkim por cruzar la frontera sin autorización, continuó con el joven Aphur un largo itinerario que los llevó hasta Japón.
El país nipón resultó ser demasiado civilizado y occidentalizado para ella, pese a que se hospedó en un precioso monasterio zen y fue acogida por la esposa de D.T. Suzuki, el gran introductor del budismo zen.
No tardó en abandonar el país, aunque antes tuvo un encuentro providencial con el filósofo y monje Ekai Kawaguchi, quien le contó su estrategia para entrar en Lhasa disfrazado de religioso tibetano. Alexandra guardó esta información, que le serviría para alcanzar la cumbre de su viaje y aprendizaje por Asia.
La viajera y su joven monje y asistente Aphur pasaron por Corea camino de Pekín, antes de acabar refugiados en el lejano monasterio de Kumbum, donde estuvieron cuatro años traduciendo los Sutras de la Prajña-paramita y trabajando en la copia de una colección de obras de Nagarjuna. Por el camino, cruzaron el desierto de Gobi y llegaron hasta zonas de Mongolia, haciendo un viaje de más de tres mil kilómetros en mitad de la guerra civil que acaba de estallar en China.
Cuando la epidemia de gripe española causó miles de víctimas en el sur de Kansu, Alexandra tenía cincuenta años, y tanto ella como su ayudante cogieron la enfermedad y estuvieron al borde de la muerte con fiebre muy alta, pero al final la intrépida viajera pudo recuperarse para seguir su aventura. Como dice su biógrafa Ruth Middleton:
¿Quién habría creído que una mujer madura, pequeña y regordeta se alinearía con Ulises, Rolando, Galahad y Parsifal? Había seguido la senda heroica: había obedecido su propia voz interior; había superado las pruebas físicas e intelectuales; había vencido la tentación de permanecer en un puerto cómodo y seguro; había experimentado un despertar romántico ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Epígrafe
  5. Dedicatoria
  6. Parte I. INICIACIÓN
  7. Parte II. EL VIAJE DEL HÉROE
  8. Parte III. INTEGRACIÓN
  9. Libros, series y films recomendados
  10. Notas
  11. Contracubierta
  12. Títulos relacionados