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identidad
arraigados en ser amados
Cualquiera que pregunte: «¿Sabes quién soy?» debe estar preparado para escuchar la respuesta: «No, ¿y tú?».
—Samuel Wells
Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.
—2 Corintios 3.17–18
LA PREGUNTA DEL ESCÉPTICO: ¿Mi personalidad y mi identidad son lo mismo?
RESPUESTA: No, pero algo parecido.
Odio el Eneagrama. (Mientras escribo eso, puedo oír la voz de mi madre recordándome que «odio» es una palabra muy fuerte). Déjame explicarlo. Cuando digo que odio el Eneagrama, me refiero a que no me gusta en qué se ha convertido para muchos. Por ejemplo:
reducir el yo a un número
una estrategia para encasillar a otras personas
un lenguaje secreto para distinguir entre los de dentro y los de fuera
un fin en lugar de un medio
un frívolo truco de salón en lugar de una llave para desbloquear la consciencia de uno mismo
Y la lista podría continuar. Estas son solo algunos de los errores peligrosos que he encontrado al impartir talleres sobre el Eneagrama y la formación cristiana en todo el mundo. A lo largo de estos talleres, he llegado a esta convicción crucial: no eres un número.
Entonces, ¿quién eres? Esta es la eterna pregunta.
La película Zoolander tiene una escena que lo describe perfectamente. En un ataque de crisis existencial, el modelo Derek Zoolander, interpretado por Ben Stiller, sale de un edificio y entra en un aparcamiento. Su ego se ha desinflado por una serie de hechos desafortunados. Todos hemos pasado por eso. Mirando al suelo, se fija en un charco en la calle que refleja su imagen. Cuando pregunta: «¿Quién soy?», su alter ego responde inesperadamente: «No lo sé». ¿Su conclusión? «Supongo que tengo muchas cosas en que pensar».
La identidad es algo complicado. Y todos tenemos muchas cosas en las que reflexionar, especialmente en una sociedad que no cesa de lanzarnos deshumanizadores patrones de vida con los que definirnos.
Pero la verdad es que la base de tu ser no es:
tu personalidad | tu raza |
tu carrera | tus ingresos |
tu género | tus dones |
tu sexualidad | tus talentos |
Bien, da un paso atrás y toma aire. Dejemos que se pose esta realidad por un momento.
A continuación, escucha: aunque estas características son importantes, y de alguna manera coinciden con o provienen de tu identidad, bajo ellas subyace una esencia más profunda, algo de ti que es cierto, antes incluso de que descubras todas esas cosas buenas, algo más fundamental para tu existencia que tu herida de infancia, el color de tu piel o tu pasión por el helado de menta y chocolate.
Imaginemos toda tu existencia usando la metáfora de un árbol. Piensa en tu identidad no como las características visibles mencionadas más arriba, sino como el sistema de raíces que se extiende por debajo de lo que el mundo puede ver de ti.
Figura 1
Entonces, ¿quién eres? ¿Cuál es tu identidad?
Según las Escrituras hebreas (lo que los cristianos conocemos como Antiguo Testamento), por debajo de todo ello, cada ser humano de ahora y de siempre es un portador de la imagen del Dios Creador. Esto es a la vez inevitable e inalterable. La manera judeocristiana de entender la identidad se hace totalmente evidente en los primeros escritos de Génesis. En lugar de burlarse del lector con una tensión dramática, el escritor resuelve en seguida el asunto de la identidad en la primera página de la Biblia:
Y Dios creó al ser humano a su imagen,
lo creó a imagen de Dios.
Hombre y mujer los creó. (Génesis 1.27)
Cuando las Escrituras declaran esto sobre los primeros seres humanos, estos aún no habían contribuido en nada (ni bueno ni malo) al mundo. Eran imago Dei (imagen de Dios) en su raíz antes de manifestar algo visible en el mundo.
Esto significa que la base de la identidad está diseñada para ser, no para hacer, lo cual me hace pensar que el mundo en que vivimos puede que esté arruinado, ya que eso contradice el patrón social que se nos impone desde la infancia.
El Nuevo Testamento sostiene la declaración de Génesis, pero la expresa de una manera diferente. Ser hecho a imagen de Dios es ser agapētos, amado. Haciéndose eco de Génesis, el escritor del primer Evangelio, Marcos, no pierde el tiempo enredando al lector con ninguna tensión dramática en torno a la identidad de Jesús. En Marcos 1, Jesús es bautizado en el río Jordán: «En seguida, al subir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. También se oyó una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado [agapētos]; estoy muy complacido contigo”» (vv. 10–11).
Es como si, en Jesús de Nazaret, comenzara aquí en este momento una nueva creación. Tal vez por eso Pablo se refirió a Él más tarde como el segundo Adán (Ro 5). Pero deja al lector preguntándose por qué el Padre se complace en el Hijo. En este momento de su vida, Jesús ha hecho poco que sea digno de mención, según Marcos. El bautismo marca el punto de entrada ministerial de Jesús en el mundo. Es el hecho que inaugura y encomienda su vocación. Y el título de «amado» se le da antes de predicar ningún sermón, llamar a ningún discípulo ni realizar milagros en toda Judea. En otras palabras, Dios le da este nombre no como resultado de hacer algo, sino porque ese es el propósito original de la condición humana, imago Dei.
Imago Dei frente a cualidad de ser amado
Ser amado no depende de la personalidad, de los dones ni de ninguna de las características antes mencionadas. Ser amado es algo que simplemente es. Somos amados porque hemos sido creados a imagen de Dios. Jesús nos da la pauta de esta importantísima verdad: la identidad es algo que se recibe, no algo que se consigue. ¿Qué significa esto? Significa que debemos siempre vencer la tentación de reducir la identidad a cualquier cosa inferior a la imagen de Dios.
Insisto, tu identidad no se reduce a un número. Eres un misterio, una persona profundamente amada por un Dios misterioso que se hizo carne y nos mostró la más completa expresión de lo que significa ser verdaderamente humano. Fuiste creado para que Dios se viera a sí mismo al verte, por lo tanto, reflejas la imagen de Dios. Eso es quien eres. Y en tu cualidad de ser amado, como un complejo firme de raíces, eres resiliente.
Día tras día, le repito el mismo mensaje a mi hija, con la esperanza de que eso labre hondos carriles de verdad en sus vías neuronales:
Yo: ¡Eloise! ¿Sabías que no hay nada que puedas hacer para que te ame más?
Eloise (ligeramente molesta): Sí, papá.
Yo: ¿Y sabías que no hay nada que puedas hacer para que te ame menos?
Eloise (un poco más molesta): Sí, papá.
Los dos a la vez: Te amo que te amo que te amo.
Esto es lo más parecido a cómo se relaciona Dios con nosotros que puedo llegar a imaginar. Cada día, mi tarea principal es comenzar el día disfrutando de la increíble realidad de que mi cualidad de ser amado no es algo negociable. Mi cualidad de ser amado no cambia en función de la temporada, el día o el momento. El compromiso inquebrantable de Dios con nuestra eternidad compartida no depende de mis acciones, sino que está predeterminado por Él. En un mundo de amor condicional, compromisos superficiales y promesas rotas, esta es una verdad trascendental. El amor que el Padre pronunció sobre el Hijo en su bautismo es el mismo amor que se transfiere a los hijos de Dios. ¡Qué locura!
Henri Nouwen, el difunto erudito y sacerdote católico, es uno de mis héroes espirituales. Él creía que, en el nivel fundamental de nuestro ser, «somos los hijos e hijas amados de Dios».1 Jesús representa en su bautismo algo que también se aplica a nosotros. Antes de realizar obras, Dios pronuncia palabras. Antes de lograr nada, lo recibimos todo. ¡Nuestra identidad no se gana, se recibe! Respondiendo a la pregunta de Philip Yancey en el título de su libro más vendido, esto es lo asombroso de la gracia.2 Cuando vivimos desde una identidad bien enraizada, se hacen posibles la salud y la plenitud en nuestra personalidad. Tu personalidad, heridas incluidas, puede llegar a ser un don para el mundo que te rodea. Aquí es donde resulta útil el Eneagrama.
¿Qué es la personalidad?
Aunque tu identidad nunca se reduce a tu personalidad, las dos están conectadas. Igual que en el sistema de raíces de un árbol, las raíces no son el tronco, pero tampoco pueden seccionarse de él. Por tanto, cuanto más cree uno en su cualidad inherente de ser amado, más saludable debe ser su personalidad. Pero, como nos cuesta recibir este don divino, terminamos elaborando estrategias, manipulando y coaccionando para obtener aprobación, afecto y aceptación por dondequiera que vamos.
¿Qué es entonces la personalidad? En general, la personalidad es una estrategia bien forjada para salir adelante y progresar en un mundo hermoso y roto. La personalidad es única en cada persona. Los nueve tipos del Eneagrama son patrones de motivaciones que se presentan como una estrategia para salir adelante y progresar. Sin embargo, como sucede con las huellas dactilares, no hay dos personas en el mundo que tengan exactamente la misma personalidad. Hemos sido creados demasiado maravillosos y misteriosos como para que nos resuman y reduzcan a un número en un diagrama. La personalidad, pues, es la rama —el tronco, si se quiere— de la cual fluye nuestra identidad. La personalidad la fraguan tanto nuestra composición genética particular como nuestras experiencias de vida (naturaleza y crianza). Con el tiempo, comenzamos a formar patrones de comportamiento que reflejan nueve tipos.
Piénsalo de esta manera: tu identidad es la amada imagen de Dios; esto es algo que se recibe y una verdad universal. Tu personalidad se forja; esto es particular y único para ti. El Eneagrama nos ayuda a trazar nueve patrones de conducta que son comunes a todas las personas, aunque también preserva la singularidad de cada persona, incluido tú.
Carácter y dones
Lo que comienza con un sistema de raíces llamado identidad se filtra a la personalidad. Aunque cada uno de los números está en cada persona, cada persona «presenta» en mayor medida un tipo dominante entre los Nueve (veremos más sobre esto en el capítulo siguiente). Toma en cuenta que las teorías como el Eneagrama son útiles, pero no absolutas. Usando una metáfora del arte, el Eneagrama se parece más a un cuadro impresionista que a una fotografía documental. Vistos a distancia, los nueve tipos nos ponen en contacto con una imagen general, pero de cerca todos se descomponen porque la condición humana es de...