PARTE II
Tragedia
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En la tradición de la cultura griega, los géneros poéticos clásicos se presentan inventados uno tras otro en una secuencia histórica paradigmática: primero la épica, luego la lírica (que puede ser monódica o coral), después la dramaturgia (tragedia y comedia) y, ya como retoño tardío, la novela de amor y aventuras.26 Lo subrayaba, con su acento hegeliano, el filósofo G. Lukács:
La coincidencia en los griegos entre la historia y la filosofía de la historia ha tenido por consecuencia hacer surgir cada forma de arte en el instante mismo en que, en el cuadrante del espíritu, se podía leer que su hora había llegado y obligarla a ceder su lugar tan pronto como sus arquetipos desaparecían del horizonte. Las edades posteriores no conocerán esa periodicidad filosófica.27
Claro está que el surgimiento de un género literario y el coetáneo declive del anterior está ligado fundamentalmente a la renovación del contexto social; es decir, al devenir de la sociedad helénica, a la aparición de una nueva mentalidad, un cambio en el sentir y las expectativas del público. El teatro —primero tragedias y luego comedias— aparece en un momento y contexto precisos, en la Atenas democrática, inquieta y progresista, a finales del siglo VI a. C., y se mantiene con fervor popular durante los siglos V y IV a. C.
En cierto modo, el desarrollo de una postura crítica frente a los mitos es una etapa de la deriva estética que señala bien J. M. Redfield: «La historia de la cultura griega a partir de Homero puede verse como una progresiva “desmitificación” del mundo, del mundo de la poesía como de todo lo demás».28 No obstante, conviene matizar esa observación. Para los griegos Homero fue siempre el inolvidable magisterio del legado poético, y durante siglos en la sociedad griega los poetas fueron considerados como «los maestros de la verdad». Lo fueron con notables variantes, según las épocas y las formas poéticas. Pero mantuvieron su función como guardianes e intérpretes del repertorio mitológico tradicional (ellos y no los sacerdotes, atentos a los ritos locales y a la tradición religiosa de notables variantes en creencias sobre su esquema politeísta). El conocido libro de Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia arcaica,29 analiza a fondo el secular prestigio de los poetas en relación con la función educativa popular reconocida a la poesía (siempre con Homero como su caudillo) a lo largo de las sucesivas generaciones. Fue precisamente por ese destacado papel social reconocido en toda Grecia por lo que Platón intentó censurar y desplazar a los poetas en el proyecto utópico de su República, desde una perspectiva ética y filosófica, proponiendo que los filósofos los relevaran como educadores más sabios.
Tras los aedos y rapsodos de la épica, llegaron los poetas líricos de singular personalidad creativa, y luego, ya en la democrática Atenas, los dramaturgos. Sobre la escena dionisiaca los relatos míticos cobran una nueva dimensión. Las versiones dramáticas reinterpretan en una nueva clave poética el sentido de los mitos, los recortan y recomponen con nuevos acentos para emocionar y educar a su público ateniense.30
No voy a insistir en este tema muy bien conocido. Solo quiero destacar que el teatro trágico sigue teniendo como materia constante la representación de los viejos mitos, pero la versión dramática ofrece una perspectiva muy distante de la homérica. Y eso está claro en la configuración de los héroes en el teatro dionisiaco y democrático. La mirada del público ateniense se va educando en un nuevo enfoque centrado en el destino patético de los héroes, que las «relecturas» críticas de los grandes dramaturgos le proponen. Ya no se persigue una ingenua admiración por las hazañas de los héroes de antaño, sino que ahora se invita —a los espectadores del teatro— a reflexionar sobre los riesgos de la condición heroica, atendiendo no tanto a la fama heroica como a la peripecia patética de esos personajes que aquí se presentan y sufren y hablan en la escena. En otras palabras, a la tragedia no le importa tanto el kléos, la gloria, como el páthos, el dolor. Los héroes han realizado admirables acciones, pero su audacia a menudo está compensada con el sufrimiento. Como si la grandeza excesiva se pagara con una noble y tremenda agonía. Lo apunta la vieja sentencia: «Conocimento mediante el sufrimiento» (páthei máthos). Ese sufrimiento de los héroes es lo que los trágicos destacan y llevan a escena para suscitar la «purificación del terror y la compasión» del público, según la opinión de Aristóteles.
Volveremos luego a este punto, pero quisiera citar aquí unas líneas de J. P. Vernant que destacan cómo la mirada sobre los mitos cambia en la perspectiva de la representación en el marco cívico de la democracia:
La epopeya, que proporcionó al drama sus temas, sus personajes y la red de sus intrigas, presentaba las impresionantes figuras de los héroes de antaño como modelos: exaltaba los valores, las virtudes, las hazañas heroicas. En la escena teatral el héroe legendario que la epopeya glorificó se convierte en objeto de un debate a través de la representación de diálogos, del careo entre los protagonistas y el coro, de las inversiones de la situación en el transcurso del drama. Cuando el héroe es puesto en tela de juicio ante el público, es el propio hombre griego quien, en el siglo V ateniense, en y por el espectáculo trágico, se descubre problemático.31
La tragedia griega recorta y escenifica los relatos míticos ya conocidos por las versiones épicas (Esquilo decía que sus obras eran «tajadas del festín de Homero»); e incluye también, colocadas entre las escenas de diálogo y acción dramática, unos espléndidos cantos líricos, como caja de resonancia de las acciones. De este modo, en esos cantos corales, y también en los monólogos cantados de sus actores (monodias), resultan evidentes los reflejos de la poesía lírica, el género poético precedente cuyo auge se sitúa entre el esplendor de la épica y el surgirmiento del teatro, es decir, en el periodo arcaico y el comienzo del clásico (siglos VII y VI a. C.).
Aunque la rememoración de las tramas heroicas no constituía el asunto fundamental de la poesía lírica, que suele centrarse en cantar la experiencia personal del autor, es decir, no en el pasado, sino en el presente, en relatar las vivencias actuales y el sentir dolorido o gozoso del poeta —en ese «descubrimiento del yo» muy bien analizado por B. Snell y B. Gentili—, parece evidente que las enseñanzas y ecos de dichas tramas heroicas fueron decisivos en el entramado sentimental de la poesía trágica. Si los personajes del drama saben expresar en la escena de manera tan aguzada sus ansias y temores, y los coros aciertan a evocar los mitos con tanta destreza y sutileza musical, esa soltura se debe en gran parte a lo aprendido de la tradición lírica anterior.
Cierto es que, por otra parte, las figuras de los héroes estaban evocadas en múltiples poemas de la lírica coral, a menudo en brillantes alusiones marginales, como en los himnos y epinicios de Píndaro, o de Simónides y Baquílides, y, algo antes, en los poemas extensos de Estesícoro (que conocemos solo por breves fragmentos), que pueden verse como preludios de las escenas recobradas en la dramaturgia. Recordemos que el ditirambo fue considerado el origen de la tragedia, y, aunque sabemos poco sobre este tipo de canción, no cabe duda de que era poesía lírica coral y sus temas evocaban hazañas heroicas, y no solo las glorias y aventuras de Dioniso.
En fin, debo disculparme por la apresurada síntesis de las líneas precedentes. Insisto en que dichas líneas no tienen otra pretensión que la de ofrecer breves apuntes para acercarnos al género dramático inventado por un tal Tespis y promocionado como institución cívica e introducido en las fiestas dionisiacas por el tirano Pisístrato a finales del siglo VI a. C. Sin embargo, no vamos a tratar aquí ni de los orígenes del teatro ni de su función religiosa o social, ni tampoco de su relación con el divino Dioniso. Me interesa tan solo subrayar la idea de cómo los héroes míticos, ya celebrados por la épica y la lírica coral, reaparecen como indiscutibles y ubicuos protagonistas del género dramático inventado en Atenas.
Y, más precisamente, advertir de cómo esas figuras heroicas van cobrando nuevos perfiles a través de inolvidables escenas, ejemplos significativos de la inquietante sabiduría trágica de los tres grandes dramaturgos de la época, indiscutibles maestros del género.
De la numerosa nómina de autores de tragedias tan solo de tres conservamos obras. La famosa tríada —Esquilo, Sófocles y Eurípides— cubre con su vasta producción casi un siglo, el V a. C. Conservamos treinta y tres piezas de los muchos cientos que se representaron durante más de un siglo en el teatro ateniense. No es un mal número para darnos una idea de la espléndida creatividad dramática de aquel áureo siglo. Por otra parte, los tres grandes autores ofrecen sendas perspectivas muy distintas de lo trágico y del papel de los héroes en esos entramados míticos que la mirada trágica reinterpreta. Quisiera, sobre todo, destacar, partiendo de esa diversidad de miradas sobre lo trágico, la renovación del perfil trágico de algunos héroes inolvidables.
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El contraste en la perspectiva trágica de los tres grandes dramaturgos clásicos, con énfasis en la configuración dramática de sus héroes, nos la resume Bernard Knox con admirable precisión y agudeza en unos magníficos párrafos:32
En Esquilo la acción de los personajes es una parte orgánica de un designio más amplio, que tiene su esencia en un mundo imaginado gigantesco donde el impulso de la historia nos aporta una perspectiva para el sufrimiento que presenciamos en la escena, y nos ofrece consuelo al darle sentido; donde incluso los seres humanos envueltos en una acción demasiado grande para entenderla son aleccionados o reanimados, juzgados o defendidos por los dioses, desde lejos y al final en persona. El sufrimiento humano, en esta visión que abarca todo, tiene un sentido, incluso una sugerencia benéfica: es el precio pagado para el progreso humano. La violencia, canta el coro de Esquilo, es en cierto modo la gracia de dios.
Pero cada drama de Sófocles descarta el futuro que pudiera servir para aclarar la tristeza y el terror del presente: las Traquinias no hacen referencia a la final deificación del héroe torturado, envenenado y en cruel agonía sobre la escena; la Electra solo da ambiguas referencias a la secuela del matricidio; el Edipo rey, solo una oscura alusión al futuro del héroe mancillado y cegado por sí mismo. Atenea se aparece a Áyax solo en su locura y entonces solo para burlarse y dejarlo; Filoctetes ve a Heracles solo cuando por su propia voluntad se negaba a ir a Troya en contra de las profecías. Por doquier la voluntad de los dioses es un enigma lejano.
[…] El héroe sofocleo actúa en un vacío terrorífico, un presente que no tiene futuro para confortar ni pasado para guiar, en un aislamiento en el espacio y el tiempo que impone al héroe la total responsabilidad de su propia acción y sus consecuencias. Sófocles nos presenta por primera vez lo que nosotros reconocemos como un «héroe trágico»: alguien que, abandonado por los dioses y enfrentado a la oposición humana, toma una decisión que brota de lo más profundo de su naturaleza humana, su physis, y luego ciega, feroz, heroicamente mantiene esa decisión hasta el extremo de su autodestrucción.
Por otra parte, también el ejemplo de Eurípides sirve para reforzar este punto. Excepto en el caso de Medea, el héroe característico de Eurípides sufre más que actúa. Heracles, Penteo, Hipólito y muchos otros son víctimas más que héroes. Los caracteres de Sófocles son responsables, por su actuación e intransigencia, de las trágicas consecuencias; pero en las tragedias euripídeas el desastre acostumbra a dar golpes caprichosa y ciegamente, y viene a menudo no de la reacción de los compañeros a la obstinación del héroe, sino de los dioses mismos: de Afrodita, que viene a anunciar la sentencia de muerte de Hipólito al comienzo de la obra; de Hera, que envía como su agente a la Locura contra Heracles; de Dioniso, que en persona seduce a Penteo y le conduce a su terrible muerte a manos de su madre en las montañas. Eurípides vuelve la espalda al característico aislamiento del héroe trágico sofocleo; en sus tragedias el hombre está en un mundo donde la autonomía de su acción está en duda; los grandes dioses salen de nuevo a pisar la escena.
Estas líneas de Bernard Knox, en uno de los más profundos estudios de la obra de Sófocles, pueden servirnos bien como oportun...