Misterio en blanco
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Misterio en blanco

  1. 244 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

En la velada del día de Nochebuena, una gran nevada obliga al tren de las 11: 37 procedente de la estación londinense de St. Pancras a detenerse en las proximidades de Hemmersby. Decididos a no pasar la noche en el vagón, un ecléctico grupo de seis pasajeros decide desafiar las inclemencias del tiempo e intentar llegar al cercano pueblo. A mitad de camino, se ven obligados a refugiarse en una solitaria casa de campo que, a pesar del fuego encendido en la chimenea, el té para tres dispuestosobre la mesa y el agua de la tetera todavía hirviendo, parece estar desierta. Atrapados por las circunstancias en ese reducido espacio, los viajeros intentarán desentrañar el enigma de la vivienda deshabitada y, cuando la tormenta finalmente amaine, de las cuatro personas que han sido asesinadas…La recuperación de esta espléndida novela de intriga de ambiente navideño, desaparecida de las ibrerías desde hace más de setenta años, se ha convertido en un festivo e inesperado éxito editorial en el Reino Unido, resucitando así el interés de la crítica y los lectores por un escritor que Dorothy L. Sayers no dudó en calificar como «un insuperable maestro en el marco de las aventuras de misterio».

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Información

Editorial
Siruela
Año
2016
ISBN de la versión impresa
9788416854011
ISBN del libro electrónico
9788416964024

XXIV

La senda roja

—¡Adentro, vamos! —susurró el señor Maltby.
Los tres hombres entraron sigilosamente en la cocina y cerraron la puerta tras de sí sin hacer ruido. Desde el pasillo situado al otro lado del oscuro espacio en el que estaban, llegaron los vacilantes y fatigosos pasos. No habían alcanzado a la puerta que estaba en el extremo opuesto de la habitación y tampoco parecían tener prisa por hacerlo, pues se acercaban despacio. Luego siguió una pausa más prolongada de lo habitual. El autor de los ruidos estaba armándose de valor para abrir la puerta.
—¿Esperamos o huimos? —susurró el señor Hopkins.
Después se le ocurrió que quizá solo había pensado la pregunta. No había escuchado sus palabras. Aparentemente nadie más lo hizo.
Un nuevo ruido interrumpió el silencio: el de la manilla de una puerta que giraba muy despacio. Se oyó después un diminuto crujido seguido de una difusa sombra en la oscuridad que tres pares de ojos intentaron identificar. La sombra era una larga mancha vertical de color gris oscuro que apenas se distinguía contra el fondo negro y que poco a poco iba ganando en volumen. A medida que crecía se hacía más discernible. Era el hueco cada vez mayor de una puerta entreabierta.
Un largo borrón apareció entonces en la mancha y rápidamente se fundió con la negra oscuridad. La mancha siguió allí (una leve impresión de la penumbra de un pasillo), pero el borrón siguió moviéndose, invisible y silencioso. El señor Hopkins, que aguardaba muy tenso a que tuviera lugar una terrible culminación, vio en el borrón a uno de los fantasmas en los que había afirmado no creer y que a punto estaba de abatirse sobre él por su incredulidad. También él habría querido echar a correr, pero estaba inmovilizado, bien por la voluntad del anciano bien por su propio entumecimiento. Así que, en vez de mover su cuerpo, fue su mente la que huyó. Escapó durante un instante de la cocina y buscó consuelo entre los brazos de Jessie. Se aferró con todas sus fuerzas al calor material que encontró en ellos y decidió que cuando todo el temor que lo atenazaba hubiera desaparecido, de un modo u otro encontraría esos brazos. «Y seré bueno con ella», decidió. «Es una muchachita decente y conseguiré gustarle de verdad, claro que sí».
Pero el atractivo rostro que ocupaba su visión cambió de pronto. No supo cómo tuvo lugar la transición, simplemente despertó enfrentado a ella. Se encontró mirando otro rostro en el que se había fundido el de Jessie: una cara con unos ojos aterrados y demasiado brillantes que parecían haber clavado su mirada en el mismísimo infierno. El señor Hopkins jamás había visto una expresión semejante en un rostro humano, y quizá por eso durante un instante de vacilación se preguntó si realmente lo era. Encima de los ojos el pelo era gris, y la mejilla, más abajo, de un blanco pálido. Una boca entreabierta dejaba a la vista un pequeño hueco negro donde debería haber habido un diente, cosa que no ayudaba a mejorar la alarmante visión que iluminaba la linterna del señor Maltby.
—No se mueva —dijo la voz tranquila y adusta del señor Maltby—. Está acorralado, Charles Shaw. Y pasará la Navidad en la cárcel, acusado de los asesinatos de John Strange y de su hijo, Harvey.
Entonces el hombre aterrado, por fin, encontró la voz.
—¡Yo no los he matado! —gritó, como si de repente se hubieran resquebrajado los años de control—. No he sido yo. ¡Yo no los he matado!
—En ese caso, será mejor que aproveche esta oportunidad para demostrarlo —respondió el señor Maltby—, porque no dispondrá de otra mejor.
—¿Quién es usted? —jadeó Shaw.
—Eso no importa —respondió el señor Maltby—. Dese por satisfecho con que no soy un juez a punto de ponerse el birrete negro. Pues ese es el hombre al que tendrá que enfrentarse en breve, a menos que pueda demostrar su inocencia ante mí y ante todos los que me acompañan esta noche.
David, que enseguida había entendido cuál era la situación, se había escabullido hasta la puerta más alejada y estaba plantado junto a ella para impedir la salida del hombre en caso de que este intentara una repentina huida, pero el señor Hopkins seguía inmóvil, horrorizado ante el temor de la persona que tenía ante él y humillado por el suyo propio. El señor Hopkins aprendía despacio, pero esa noche estaba sin duda aprendiendo de verdad. Que recordara o no su lección cuando saliera el sol de la mañana ya era harina de otro costal.
El hombre, que había creído estar solo y que ahora se veía sometido de golpe a una espantosa exposición, tragó saliva. Durante unos segundos, mientras los demás aguardaban, pareció que esas palabras proferidas a voz en grito lo habían vaciado de todas las demás. Entonces pasó a una nueva fase. Una impotente depresión empezó a reemplazar la agonía de un terror que no podía mantenerse indefinidamente, pero que dejó a su paso un dolor crónico y endémico. El dolor, en el caso de Shaw, lo estranguló con fuerza.
—¿Qué hago? —preguntó con una simplicidad casi patética.
Parecía como si hubiera cambiado el potro por el suelo de la cámara de tortura y acabara de darse cuenta de que estaba encerrado dentro de ella y de...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. I El tren aislado por la nieve
  6. II La huella invisible
  7. III El extraño santuario
  8. IV Té para seis
  9. V Noticias del tren
  10. VI Al son de los estornudos
  11. VII El regreso de Smith
  12. VIII En una cama con dosel
  13. IX Estudios en ética
  14. X La mujer dispone
  15. XI Jessie continúa su diario
  16. XII Una cena con fuocco
  17. XIII La prueba B
  18. XIV Las pruebas A y C
  19. XV Contra la marea
  20. XVI La imaginación de Robert Thomson
  21. XVII Reflexiones del pasado
  22. XVIII Lo que le ocurrió a David
  23. XIX Nuevas incorporaciones a la fiesta
  24. XX Los recién llegados
  25. XXI La historia de Nora
  26. XXII El apagón
  27. XXIII «Alguien que sabe»
  28. XXIV La senda roja
  29. XXV Veinte años después
  30. XXVI La versión oficial
  31. XXVII Jessie pone el punto final