
- 184 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Primavera en Viena
Descripción del libro
UNA LECTORA, UN LIBRERO, UN ESCRITOR… Y LA BELLA CAPITAL AUSTRIACA EN PRIMAVERA.
Una historia de amor, libros y literatura por la autora de Invierno en Viena.
«Una hermosa y animada ciudad en la que se va al teatro, se toma café en el Imperial y se cena en el Sacher. Ideal para trasladarnos a la belleza que emanaba la Viena de principios de siglo». Sagrario Fernández-Prieto, La Razón
Viena, 1912. Después de una infancia llena de privaciones, Marie parece haber encontrado por fin su lugar en el mundo como niñera en casa del famoso dramaturgo Arthur Schnitzler. Aunque su verdadera ilusión se llama Oskar. Sin embargo, a pesar de que los sentimientos del apasionado librero parecen sinceros, Marie no puede evitar recordar cuán frágil es la felicidad cuando Sophie, otra de las empleadas, escapa por muy poco de una peligrosa situación o cuando por casualidad escucha al señor contar cómo una noche, en el elegante hotel Sacher, coincidió con su querido Oskar, acompañado de una atractiva joven...
Pero no todo en la vibrante capital austriaca se reduce a las tribulaciones de Marie. La primavera se anuncia con todo su esplendor y la ciudad rebosa movimiento y sensualidad, desde los concurridos parques y avenidas hasta los museos y los brillantes salones frecuentados por algunos de los más destacados intelectuales y artistas del siglo XX.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Primavera en Viena de Petra Hartlieb, María Esperanza Romero en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Ficción histórica. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Editorial
SiruelaAño
2019ISBN de la versión impresa
9788417624989ISBN del libro electrónico
9788417860370Para mis compañeras y compañeros:
Alex, Anna, Barbie, Berna, Elodie,
Eva, Hanna, Jakob, Lena, Livia, Peter,
Silvia y Teresa
Los zapatos le venían pequeños, al menos un número. Marie tenía que andar con cuidado para no trastabillar. Sobre todo la alfombra le dificultaba el avance, y no tuvo más remedio que agarrarse al brazo de Oskar. El corpiño le apretaba, no estaba acostumbrada a esos atavíos. Fue la cocinera quien se lo ciñó y acordonó; además de preguntarle tres veces si estaba segura de querer someterse a ese suplicio.
—Sí, aprieta fuerte, quiero parecer una dama distinguida.
Ojalá no le diera un mareo, pues ella sola no iba a poder aflojarse los cordones.
Oskar subía por la gran escalinata alfombrada de rojo como si todo aquello fuese para él lo más normal del mundo. Aquella arquitectura descomunal, las numerosas pinturas, los escalones de mármol..., nada parecía impresionarlo de verdad.
Después de que un hombre de librea negra les rasgara las entradas, Oskar la condujo al patio de butacas del K. K. Hofburgtheater, el gran teatro imperial. Pareció notar el efecto que producía la sala en Marie, y nada más entrar se quedó unos pasos atrás observándola, viendo cómo miraba a su alrededor boquiabierta y con los ojos como platos. Las butacas tapizadas de terciopelo rojo, los palcos ricamente historiados, la profusión de luces y la enorme araña de cristal en el centro del techo... Marie, que venía de un pueblo de provincia, jamás había visto un esplendor similar.
—Disculpe, no puede quedarse parada aquí.
—Perdone, ¿puedo pasar?
—¿Me permite?
Los dos fueron empujados por los otros espectadores hacia el interior de la sala, y Marie sostenía con firmeza las entradas. Oskar había insistido en que fuera ella quien las enseñara ante la puerta, aunque en el tranvía Marie había querido depositar el sobre en sus manos.
—Son tus entradas. A ti te las han regalado y tú amablemente me has invitado a venir contigo. O sea que te corresponde llevarlas.
Desde entonces, Marie sostenía los dos trozos de papel en la mano. Solo los soltó durante un instante para que los revisaran y rasgaran a la entrada.
—¿Dónde están nuestros sitios? —preguntó Oskar, que seguía cogiéndole la mano con fuerza.
—No lo sé —dijo Marie con voz muy queda.
—Tienes que mirar las entradas, ahí lo pone.
¡Dios, qué tonta se sentía! Como una niñera pueblerina que quiere dárselas de gran dama acudiendo al teatro. Probablemente la gente distinguida ya la había calado hacía tiempo y hablaba de ella por lo bajo. Rápidamente leyó: fila cinco, butacas seis y siete.
—Nunca he estado en sitios tan caros —dijo Oskar con entusiasmo tirando de ella para que avanzara y buscando la fila cinco.
Marie se sintió aliviada en cuanto pudo sentarse, los zapatos le apretaban y el ajustado corpiño hacía que le costara respirar.
—¿Qué te parece? —le preguntó Oskar como si todo aquello le perteneciera y se lo estuviera presentando con orgullo.
—Es..., no sé qué decir..., es impresionante.
—Sí, lo es. Me acuerdo a la perfección de la primera vez que estuve aquí.
—¿Cuándo fue eso?
—Lo sé exactamente. Tenía diecisiete años. El señor Stock me regaló la entrada por mi cumpleaños, solo que era para un sitio de pie. Mi primera visita al teatro no fue tan elegante como la tuya.
—Ya ves, puedo permitírmelo —dijo Marie riendo, pues ya estaba más relajada. Las entradas que el doctor le había regalado por Navidad valían casi tanto como lo que ella ganaba en un mes haciendo de niñera de sus hijos.
—Sí, tú eres una dama distinguida y yo tan solo un modesto librero. Soy en verdad muy afortunado de que hayas querido traerme.
Entretanto, todos los espectadores habían tomado asiento, salvo alguno que otro que caminaba deprisa por los pasillos. Sonó el timbre, y Oskar apretó la mano de Marie y le susurró:
—¡Chisss! Ahora comienza.
Marie estaba embelesada. Absorbía las imágenes, intentaba dilucidar cada escena, al tiempo que pensaba una y otra vez que esas palabras habían fluido de la pluma de su patrón. Era francamente inimaginable: todo esto que sucedía aquí en el escenario había estado antes en la mente del doctor Schnitzler, luego lo habían aprendido de memoria aquellos seres maravillosos que tenía delante y ahora lo repetían para ella. Sí, Marie tenía la sensación de que Bleibtreu y Korff pronunciaban las frases solo para ella, olvidaba a la gente que la rodeaba. Tampoco era consciente de que Oskar estuviera a su lado, y cuando un anciano espectador, sentado en la fila de detrás, tuvo un acceso de tos, ella se sobresaltó y se giró con mirada de reproche.
Tenía puestos sus cinco sentidos en la obra y los ojos bien abiertos. No quería perderse nada, quería captar cada palabra, cada pequeño gesto, y esperaba poder retenerlo todo para siempre en su memoria.
Y eso que el día había sido muy largo y al atardecer estaba tan cansada que había tenido miedo de quedarse dormida en el teatro tan pronto como se apagaran las luces.
A las cinco y media de la mañana Lili ya estaba completamente despierta, y a Marie le había costado mantener callada a la pequeña, que a sus dos años ya era muy espabilada. La señora se ponía de muy mal humor cuando se la despertaba demasiado pronto, y puesto que Marie había visto luz en el despacho del doctor hasta bien entrada la noche, suponía que este también seguiría durmiendo. Ella misma había bregado por conciliar el sueño. No paraba de pensar en ir al teatro y en Oskar. En algún momento, en mitad de la noche, se había levantado a comprobar si las dos entradas seguían estando sobre la cómoda.
Esas dos entradas eran lo más caro que Marie había poseído nunca. Cuando por Navidad el doctor depositó en sus manos aquel sobre y Heini la había animado a abrirlo delante de todas las miradas, ella se había echado a llorar de puro contento. Lili se subió a una silla y con sus manitas pringosas le enjugó las lágrimas. Y a Heini, con sus nueve años, el arrebato sentimental de Marie casi llegó a angustiarlo.
Ese día los niños se habían levantado temprano a pesar de la oscuridad de la mañana. Heinrich estaba abatido porque sus padres salían de viaje a pasar unos días en Salzburgo; la señora, de mal humor, rezongaba constantemente a la criada mientras hacía la maleta, e incluso la buena de Anna, que se afanaba en preparar una merienda para los señores, andaba de mal genio.
Por fin el señor y la señora Schnitzler estuvieron listos para part...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Créditos
- Dedicatoria
- Epílogo