Castigo para los buenos
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Castigo para los buenos

  1. 304 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Castigo para los buenos

Descripción del libro

«Esta tercera entrega de la serie de Craig Johnson lo sitúa de nuevo al mismo nivel que Michael Connelly, Tony Hillerman y James Sallis. Su talento para dibujar personajes y lograr que sus reacciones físicas y emocionales ante la tragedia resulten verosímiles consigue que destaque y se haya hecho un hueco entre los iconos del género policiaco.»I Love a MysteryWalt Longmire lleva como sheriff del condado de Absaroka casi un cuarto de siglo, impartiendo justicia con chispeante sentido del humor. Es hora de tomarse un descanso y decide emprender un viaje con su buen amigo Henry Oso en Pie a Filadelfia, donde le espera una desagradable sorpresa: su hija, Cady, será víctima de un violento ataque que la dejará a las puertas de la muerte. Comienza entonces una investigación que provoca una reacción en cadena de violencia y muerte, y revela oscuros intereses políticos.Acompañado por Henry, por su ayudante Victoria Moretti, por ­Perro y por su familia al completo –un clan de policías de Filadelfia–, el sheriff Longmire tendrá que hacer valer la justicia del Oeste, donde las buenas acciones se acaban pagando.Castigo para los buenos ofrece a los seguidores de Walt Longmire todo el ingenio, la sofisticación y la tenacidad de cowboy a que nos tiene acostumbrados el sheriff de Wyoming. Pero también es una novela sobre la amistad y los vínculos familiares, sobre la necesidad de tener esperanza para afrontar los golpes duros de la vida.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2014
ISBN de la versión impresa
9788415803515
ISBN del libro electrónico
9788415937937
CASTIGO PARA LOS BUENOS
1
Aquel día no iba armado. Me habían asegurado que sería tarea fácil y yo me lo había tragado como un tonto. Me indicaron que si la cosa se ponía fea no dudara en mostrarles las ilustraciones, veintitrés en total. Ya se las había enseñado dos veces.
–«Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un rey y una reina...» –miré a mi alrededor en busca de refuerzos, pero en la habitación no había nadie. Me habían dicho que no me preocupara, que no me dejarían solo, pero lo habían hecho–. «...que no tenían hijos. Un día, la reina recibió la visita de un hada madrina, que le dijo: "Tendrás una hermosa niña". El rey se alegró tanto que cuando oyó la noticia decidió celebrar un gran banquete. No solo invitó a sus parientes, sino también a las doce hadas que habitaban en su reino.»
–¿Dónde está tu arma?
Eso mismo me preguntaba yo.
–No creí que fuera a necesitarla.
Todos asintieron, pero me pareció que no quedaron muy conformes.
–¿Hace cuánto tiempo que eres sheriff?
–Veintitrés años –sonaba como si fueran un millón.
–¿Conoces a Buffalo Bill?
Quizá sí que fueran un millón.
–No, ese es un poco más viejo que yo.
–Mi papá dice que eres un caraculo.
Bajé la vista al ajado libro que sostenía entre las manos.
–Vale, quizá deberíamos concentrarnos en el cuento de hoy...
–Dice que siempre vas por ahí conduciendo borracho...
El instigador de la primera fila tenía apariencia de angelito y la boca de un estibador. Como estaba a punto de añadir algo, lo corté sosteniendo en alto Los cuentos de los Hermanos Grimm por la página en que la princesita caía en un sueño de cien años, presa de un encantamiento.
–¿Por qué creéis que el hada visitó a la reina? –en la tercera fila, una niña de piel morena y ojos enormes levantó la mano despacio.
–Sí, tú.
Ella ladeó la cabeza, indignada.
–Ya te lo he dicho, me llamo Anne.
Asentí con cara de arrepentimiento.
–De acuerdo, Anne, ¿por qué crees que el hada visitó a la reina?
–Porque su hija iba a quedarse dormida –lo dijo despacio, con verdadero desdén, incluso los más jóvenes miran mal a los funcionarios que no hacen las cosas como es debido.
–Bueno, sí, pero eso sucede después, cuando una de las hadas se enfada, ¿verdad? –Anne volvió a levantar la mano pero la ignoré y me decanté por un niño menudo y pelirrojo del final. Su nombre era Rusty y di gracias al cielo por la fácil asociación entre su pelo y el significado literal de su nombre: «oxidado»–. ¿Rusty?
–Mi padre dice que las hadas son cosa de maricas, como mi tío Paul.
No estoy seguro de cuándo había empezado a atrofiarse mi talento como cuentacuentos, pero debía de haber sucedido en algún punto entre Barrio Sésamo y La hora de Bill Cosby. Y yo que creía que se me daba bastante bien, a pesar de la cantidad de tiempo que hacía de eso. Iba a tener que preguntarle a mi hija si estaba en lo cierto. Ahora ella era «La mejor jurista de nuestro tiempo» y ejercía de abogada en Filadelfia. Había estado hablando con Cady la noche anterior y, cuando la llamé, ella seguía en la biblioteca del sótano de su oficina. Me dio pena hasta que me contó que el sótano en realidad estaba en la planta treinta y ocho. Mi amigo Henry Oso en Pie decía que las bibliotecas de los bufetes eran lugares donde los abogados se echaban la siesta a razón de 250 dólares la hora.
–Nunca habíamos tenido un cuentacuentos así de malo.
Bajé la vista para observar al futuro crítico literario que había permanecido en silencio hasta ese momento y me pregunté si no habría cometido un error con «La espina de la rosa». Cady adoraba este cuento cuando era muy pequeña, pero parecía que el público actual era demasiado sofisticado para ese material.
–Mi papá esconde su medicina cuando alguien llama a la puerta.
Traté de no quedarme con el nombre de ese niño en concreto. Volví a apoyar el libro sobre la rodilla y los observé atentamente: el futuro del condado de Absaroka, Wyoming.
–Dice que no tiene receta.
Se suponía que al día siguiente partiría en coche hacia Filadelfia con Henry. Él había recibido una invitación para exponer su colección de fotografías menonitas en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania. Yo había pensado que sería una buena oportunidad para visitar a mi hija y conocer a su última conquista, un abogado. Llevaban juntos casi cuatro meses y para ella eso suponía todo un récord, así que había decidido que ya era hora de que conociese a mi futuro yerno.
–Si se cae al suelo es por la medicina.
Henry pensaba ir hasta allí al volante de Lola. Había tratado de convencerlo de que tomáramos un vuelo, pero hacía bastante tiempo que no atravesaba el país conduciendo y decía que le apetecía ver cómo iba todo. Claro que el verdadero motivo era que quería hacer una entrada triunfal conduciendo su Thunderbird descapotable de 1959 color azul celeste. A Oso se le daban bien las entradas.
–Se fuma la medicina.
Íbamos a pasar solo una semana en la ciudad, pero Cady estaba entusiasmada con la idea de presentarnos a Devon Conliffe, un nombre que parecía sacado de Historias de Filadelfia. Le había advertido a mi hija que los abogados no deberían casarse con otros abogados, que eso solo servía para engendrar asistentes jurídicos imbéciles.
–Mi mamá dice que no consigue trabajo por culpa de la medicina.
Patti, terminada en «i», la secretaria de mi hija, pensaba también que los abogados no debían cruzarse. Habíamos estado hablando sobre la relación y me daba la sensación de que la voz de Patti dejaba entrever cierta reserva al mencionar al novio.
–Es mi tercer papá.
Se suponía que íbamos a ir a cenar a la casa palaciega que tenían sus progenitores en Bryn Mawr, algo que me apetecía tanto como hacerme una herida subcutánea.
–Me gustaba más mi segundo papá.
Sería interesante ver la reacción de los Conliffe al toparse con el indio y su fiel compañero de aventuras, el sheriff del condado de Absaroka. Seguro que ni siquiera nos abrían la puerta.
–No me acuerdo de mi primer papá.
Me quedé mirando al chaval y volví a abrir el libro.
–«Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un rey y una reina que no podían tener hijos...»
Dorothy Caldwell fue hasta la plancha donde estaban las hamburguesas, situada detrás de ella, las aplastó con la espátula y les dio la vuelta.
–¿Qué les has leído?
Recogí la copia de Cady del taburete que estaba a mi lado y la dejé sobre la barra. Los cuentos de Grimm. «La espina de la rosa», es decir, «La Bella Durmiente» antes de que Disney le pusiera las manos encima.
Dorothy me echó una mirada de reojo y luego se inclinó para echarle un vistazo a la portada, gastada por el uso.
–¿De guardería? –se encogió de hombros mientras recogía la espátula para llevársela a otro sitio–. Walter, los niños de ahora son más cínicos que los de la generación de Cady.
Dejé mi vaso sobre la barra.
–Bueno, no tengo que volver a hacerlo hasta después de las elecciones.
Dorothy introdujo la carne, la lechuga, el tomate y el beicon en un bollo y deslizó el plato hacia mí.
–¿Lo de siempre?
Ella asintió al escuchar ese viejo chiste, le dio un sorbo a su té y me observó por encima del borde del vaso.
–He oído que Kyle Straub va a presentarse a las elecciones a sheriff...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Cita
  4. CASTIGO PARA LOS BUENOS
  5. Agradecimientos
  6. Créditos