Un tío con una bolsa en la cabeza
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Un tío con una bolsa en la cabeza

  1. 244 páginas
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Un tío con una bolsa en la cabeza

Descripción del libro

«No contaremos si la víctima sobrevive o muere, pero quien sale vivo es el autor, sorprendentemente vivo, de un paseo que dura más que los instantes de la muerte porque nos va a llevar a lo hondo y a lo factual». BERNA G. HARBOUR, El País «Alexis Ravelo es único en su aproximación al género policiaco. En esta novela ofrece un punto de vista distinto y un uso arriesgado del tiempo narrativo que funcionan en todo momento». JUAN CARLOS GALINDO, El País «En el interior de esta bolsa no solo se encuentra la cabeza de un hombre, sino también las podridas entrañas de una sociedad corrupta». Negra y Mortal «Una bizarra novela negra entreverada por una descripción hiperrealista del cinismo rampante en la vida política y de las traiciones íntimas en las que algunos reparan cuando es demasiado tarde». ÍÑIGO URRUTIA, Diario Vasco «Imposible condensar en una sola frase todo lo que es esta grandísima novela. Lo que debe hacer el lector es lanzarse sin dudarlo (de cabeza) a por ella».MARTA MARNE, El Periódico «Ravelo es uno de los referentes de la novela negra criminal actual. Es un escritor al que le gusta enfangarse, ir a los temas más turbios». PAULA CORROTO, El Confidencial «Alexis Ravelo radiografía un tipo de ser humano muy específico, al que trata de entender». HÉCTOR PORTO, La Voz de Galicia Un tío con una bolsa en la cabeza trata sobre un tío con una bolsa en la cabeza.Y ese tío es Gabriel Sánchez Santana —Gabrielo para los amigos—, alcalde corrupto del no menos corrupto municipio de San Expósito, a quien dos desconocidos han dejado maniatado con la cabeza metida en una bolsa de basura tras atracarlo en su propia casa. Sin posibilidad de liberarse o pedir auxilio, condenado, salvo azar o milagro, a la muerte por asfixia, Gabrielo dedicará sus últimos momentos a intentar averiguar quiénes son los asaltantes y si estos actuaban por su cuenta o seguían las órdenes de un tercero. De este modo, en el repaso a una vida de egoísmos, ambiciones y deslealtades, se convertirá en el peculiar investigador de su propio asesinato aún antes de su consumación. Este texto claustrofóbico y violento es, además de una poderosa y singular novela negra —cuyos códigos maneja y deconstruye—, una lúcida memoria de la vida política y económica española en las últimas décadas, un relato de oportunidades perdidas y relaciones truncadas que funciona también como una incisiva indagación ética sobre la justicia, la lealtad y el perdón. «Lean a Ravelo, háganse ese favor. Es uno de nuestros imprescindibles».Negra y mortal

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Información

Editorial
Siruela
Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788418245862
ISBN del libro electrónico
9788418436079

«Dicen que quien va a morir recorre en un momento todo su decurso temporal y “ve” su sentido. En esta concentrada actualización de la totalidad del pasado consiste precisamente la “repetición”: el hombre “repite”, vuelve a vivir en un “instante”, junta y apretada, su vida. La “repite”, no como espectador, sino como su autor responsable».
Ética, JOSÉ LUIS L. ARANGUREN
«Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es».
«Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)»,
JORGE LUIS BORGES
«... buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno...».
Las ciudades invisibles, ITALO CALVINO
«En tu penumbra, los ojos ven hacia delante: no saben adivinar el pasado».
La muerte de Artemio Cruz, CARLOS FUENTES

«... según fuentes de la investigación, los agresores huyeron con el botín, dejando a su víctima maniatada y con la cabeza introducida en una bolsa de basura...».

La Voz de la Isla,

martes, 14 de noviembre de 2017

Habría apostado cualquiera de mis muertes a que la que habría de tener no sería esta. Habría podido imaginar un ictus, una perforación intestinal, un hígado o un páncreas reventados de pronto sin darme tiempo a casi nada. O un cáncer. Un cáncer lento. De los que te duran años y te permiten pasar por todas las jodidas fases del duelo mientras te pudres poco a poco y te dejan poner las cosas en orden, despedirte, hacerte a la idea, morirte tranquilo y hasta el culo de morfina, mirando hacia arriba para ver antes a Dios, como dicen que mueren los justos. Incluso una hostia con el coche. Eso sí que me lo habría podido imaginar. Con el Audi. O, mejor, con el Lexus. Si te vas a ir a la mierda, mejor en un cochazo de cojones, no como Rafael, pobre Feluco, que se mató en un Suzuki Santana. Habría estado muy bien, una muerte por todo lo alto: una breva en un coche, pero una de las buenas, de las que te estroncian contra un poste de luz o te desriscan o te dejan aplastado debajo de una hormigonera. De esas en las que lo último que te pasa por la cabeza es el radiador del coche. Será por muertes que uno se ha ganado, joder. Si soy candidato al infarto desde hace más de diez años, coño, y hasta se me llegó a amenazar una vez con arma de fuego y el arma de fuego era una escopeta del doce y el que la empuñaba estaba a un metro de distancia, con los ojos inyectados en sangre, ira y ron y las manos llenas de ganas de apretar el gatillo y partirme en dos y, además, aunque ese hombre era mi hermano, tenía buenos motivos para pegarme un tiro. Así que sí: un escopetazo, un infarto, un cáncer, un accidente, un ictus. Todo eso habría podido esperármelo, me lo habría ganado y hasta habría sido lógico. Pero, fíjate tú, quién habría podido pensar que al final el final llegaría porque dos chorizos de los torpes se olvidaron de hacer un puto agujero en una bolsa. Y sí, compadre, c’est fini, rien de rien, te dieron finiquito, primo, y tu nombre va a aparecer ahí, en el periódico, hacia la parte última, la de los ultimados, la que viene después de los anuncios de las putas, donde publican cada día la lista de los que tienen prohibida la entrada al corteinglés. Ese era el chiste que soltaba el Viejo todos los días como si fuera nuevo, como si se le acabara de ocurrir: llegábamos al bar, abría el periódico por el obituario y decía Voy a leer la lista de los que tienen prohibida la entrada al corteinglés, y se reía como si también nosotros debiéramos hacerlo. Y vaya si lo hacíamos. Vaya si nos reíamos los tres, Saulo, Tano y yo. Tano, con aquella risita de chacolín, aquella rafaguita aguda y mierdosa que enervaba a cualquiera. Saulo, más comedido, con una carcajada asmática, como si le diera vergüenza, como si la risa fuera una debilidad, pero moviendo los hombros flacos dentro de aquellos trajes de vendedor de enciclopedias que solía ponerse, para fingir que la risa le llegaba desde muy adentro hasta aquellas hombreras que siempre tenía salpicadas de caspa. Yo, no sé, vete tú a saber cómo me reía yo. Uno nunca se pregunta cómo es su propia risa. Yo creo que me río bien, que tengo una risa simpática, de las que se contagian. Por lo menos, con la mayoría, cuando me río me acompañan. Como si la risa fuera un río. Como si se dejaran arrastrar por la corriente. La corriente del río de la risa. Con Gladys, con Pedro, con Chago es así. Pero también es verdad que puede que no les haga maldita la gracia y se rían conmigo por miedo, por peloteo, porque son unos hijos de puta que me rodean como buitres que esperan a que el león se despiste para arrojarse sobre su carroña, igual que hacíamos Saulo, Tano y yo con el Viejo. Porque ahora yo estoy en el lugar del Viejo. Porque ahora el Viejo soy yo. En sus tiempos, en tiempos del Viejo, yo no era más que uno más, un trepa, como lo éramos todos los Cachorros de Colacho. Sí, esos éramos nosotros: los Cachorros de Colacho. Nos bautizaron así los enemigos y así nos quedamos y hasta lo terminamos aceptando como nombre de guerra, porque eso es lo que pasa cuando te ponen apodo en esta parte del culo del mundo, donde los nombretes son fáciles de poner y difíciles de quitar, como decía mi viejo. No el Viejo, sino mi viejo, mi padre, un tipo recto, serio, que trabajó toda su vida como un cabrón para llevarse a la tumba solo el traje con el que lo enterramos. Yo no quería ser como él, como mi viejo, o, al menos, no quería acabar igual. Por eso me fui arrimando al Viejo, aquel que no era el mío, y no me importó no ser recto ni serio, no me importó ser un trepa, un listillo, uno de los Cachorros de Colacho, un sorrocloco, porque, como solía decir el Viejo, no el mío, sino el otro, Nicolás Umpiérrez Bosch, alias Colacho el Viejo, como solía decir, digo, él, Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Ya sé que también se dice que planta que nace en maceta nunca pasa del pasillo, pero en este país, en esta isla, en este pueblo, hubo un momento en que hubo una oportunidad, la oportunidad perfecta, y, qué se le va a hacer, yo supe aprovecharla. Por eso me afilié y por eso me arrimé al Viejo y le reí las gracias, por eso me fingí amigo de Tano y de Saulo y me convertí en ese tío simpático que soluciona problemas y apoya justas reivindicaciones, sobre todo si son las reivindicaciones y los problemas de gente que podrá un día devolverte el favor. Ahora que lo pienso, con Tano sí que fuimos amigos. Da igual lo que pasara luego. Sí fuimos amigos. De hecho, él fue quien me facilitó entrar, quien me presentó al Viejo y me enseñó cómo iba el asunto y me aconsejó sobre qué debía hacer y qué no. El pobre nunca se portó mal conmigo y poco o nada tengo que echarle en cara, no como con el cabrón de Saulo. Menos al final. Y, hasta en ese momento, Tano fue más torpe que malo. El malo fui yo, porque soy de los que prefieren ser malos a ser torpes. Pero ahora eso qué más da. Si me queda poco. En realidad, ¿cuánto me queda? Una vez leí que un tipo había aguantado sin respirar veinte minutos. ¡Veinte putos minutos sin respirar! No me jodas. Pero eso lo hizo un tío preparado, un amneísta. O un apneísta. O como diantre se diga. Danés, me parece que era el hombre. Pero yo, un cincuentón de dos cajetillas diarias, ¿cuánto puedo aguantar? ¿Dos, tres minutos? Y encima sin prepararme, sin hacer respiraciones primero. Sin ni siquiera saber que los dos changas de hoy iban a estar ahí, esperándome. Bueno, no sé. Todavía respiro. Todavía hay aire en la bolsa. Y chica no es. Es de las de basura. Todavía igual tengo suerte. Todavía es capaz que llega Nisita y da tiempo. No sé si venía hoy. Viene los martes y los jueves. Y hoy ¿qué día es? Lunes, me cago en la puta.

También habrían podido venir mañana, carajo. Pero no: tenían que venir hoy, los muy hijos de puta. Tenían que venir hoy, que no viene Nisita, hoy, que no viene nadie. Y no van a volver, eso está claro. Encontraron lo que querían y se piraron. Aquí está, dijo uno, el más pureta, el de la voz de ronero. Ya está, por patas. Se dijo, compadre, dijo el que sonaba como un cenicero lleno de colillas de porros. Y se fueron, con ese ruido de botas camperas y bolsa de plástico que luego fue el sonido de una moto alejándose. La bolsa de plástico en la que iban las perras. El problema es la otra, la de basura. La que me pusieron en la cabeza. La que me apretaron al cuello con cinta. Esa no me la quitaron. Por las prisas, porque estaban acojonados, porque se despistaron, porque se olvidaron o porque se la suda, pero no me la quitaron y por eso me voy a morir. Al final, después de tanto lío y de tanto plantarle huevos a la vida voy a cascar por ¿cuánto? ¿Cuánto tenía? ¿Cuatro ochocientos? Algo así: menos de cinco mil, en todo caso. Lo que me entregaron ayer más unos ochocientos que tenía yo. Vas a cascar por menos de cinco mil euros, Gabrielo. Pura calderilla. Ni siquiera buscaron la caja fuerte. Y mira que la tenían cerca, ahí mismo, detrás del cuadro. Te jodieron por chatarra, a ti, que has manejado cientos de miles. Por chatarra y porque por una vez que alguien se atreve a jugártela resulta que son un par de chapuceros. Porque profesionales no son. Estos son dos muertosdehambre. Y de aquí, del pueblo. Eso fijo. Estaban esperando en el porche. Sabían a qué hora iba a salir y sabían lo que tenía. Me llamaron Gabrielo. No Gabriel. Me llamaron Gabrielo. Como me llaman todos aquí. No te muevas, Gabrielo, dijo el ronero. Si te mueves te arranco la cabeza, cabrón, dijo el mariguanado mientras me empujaba por la espalda contra la pared, mientras me ponían la bolsa en la cabeza y me echaban las manos atrás, antes de empujarme otra vez para dentro, para casa. Así que sí, son del pueblo. Son de San Expósito o poco más lejos. De los fulanos que se juntan en la plaza. O gente de la construcción. Alguno de los del paro. A lo mejor han hecho cola en la puerta de Gladys para pedir una ayuda. O no. A lo mejor solo son unos mataos de los de la plaza. Pero son unos chapuzas. No creo que se atreviera ninguno de los de Berto. Y de los del Boris no son. Esos son profesionales, tíos winstrolados, de los que tiran de cacharra. Y gastan acento. Y estos dos eran más canarios que el gofio. ¿De los que trapicheaban con César? Vete a saber si alguno de esos salió ya del talego. Un cuchillo sí tenían, al menos, porque lo noté en los riñones. Qué putada no haberles visto las caras. Pero es que no me dio tiempo a nada. Ahí, en el porche, como dos ratas, esperando. Quién se va a imaginar, en la propia casa de uno. Bueno, a llorar al parque, Gabrielo. Tanto protegerte de la jueza Espinosa, tanto cuidadito con las comunicaciones y tanto barrido electrónico y no se te ocurrió nunca que aparecieran un par de changas interesados solo en la pasta. Gilipollas. Merecidito te lo tienes. Me voy a enterar de quiénes son y se van a cagar. Eso luego. Ahora lo importante es salir de esta. Si salgo de esta. Pero no salgo. Fijo que no salgo. A menos que piense. Vamos a ver: Nisita no va a venir porque es lunes. No son ni las ocho. Y yo había quedado con Chago a las ocho en la oficina. Para allá salía cuando me trincaron. Lo que pasa es que a Chago no le va a parecer raro que me retrase. Así que hasta las ocho y media o las nueve nadie me va a echar en falta. Y primero me llamará. No va a venir sin llamar primero. Eso si se atreve a venir. O a mandar a alguien. En todo caso, antes de las nueve no va a aparecer nadie por aquí. Y no voy a aguantar tanto. El móvil me lo sacaron del bolsillo. Ha de estar por ahí, en algún lado. El inalámbrico está en la base. Los teléfonos. Qué bobomierda. Para qué me van a servir. Para qué me sirven los teléfonos si no dispongo de las manos, si no me puedo mover, si no puedo ver nada porque la bolsa es de basura, de esas de color azul quirófano, y no veo nada. Por lo menos es perfumada. La bolsa es perfumada. Es de basura, pero perfumada. Ahora las bolsas de basura vienen con perfume. Antes eran bolsas, sin más. Olían a plástico antes de oler a embutido ácido, a leche agria, a calamares podridos, a colilla mojada. Sí: primero olían a plástico y luego a basura. Antes el plástico era plástico. Y la basura era basura. Ahora la basura no existe. Me lo dijo un técnico una vez, La basura no existe, don Gabriel, solo el desorden; lo que llamamos basura son simplemente cosas que no están en su lugar: todo aquello que pensamos inservible y que colocamos en cualquier lado, si lo ponemos en su sitio, deja de ser basura y vuelve a servir. Seguro que el discursito no era suyo. Seguro que lo había leído en algún libro. Era uno de esos pollabobas con gafas y camisa de cuadros, un ingeniero que tenía hecho un estudio de la puta hostia sobre el tema. Pues bien, ¿la basura no existe? Cojonudo. Eliminamos la palabra basura y buscamos una más bonita. ¿Residuos va bien? Pues lo llamamos residuos. Y a lo de separar la basura y reciclarla lo llamamos gestión de residuos. Y a los vertederos los llamamos ecoparques aunque sigan oliendo a la misma mierda de siempre. Y si antes ya era un negocio lo de recoger la basura, esto es la rehostia. Porque la cosa se multiplica. Los bisnes que nos hemos hecho aquí gracias a eso, madre mía. ¿No querían ecologismo? Pues toma ecologismo: vidrio, papel, aceite, latas, plástico, orgánico. Hasta las pilas. Todo separadito. Y las contratas también separaditas. Más gente a la hora de merendar. Y, por cada contrata, una mordidita. Y todos contentos. Eso es lo bueno del perfume. Hasta que todo es perfume mezclado con aire enrarecido. Como ahora. Aún hay aire en la bolsa. Un aire que se va volviendo pesado. Un calor de la puta madre y el sudor que hace que la bolsa se pegue en la frente al inspirar y puede que hasta me esté colocando con el perfume ese que le ponen a la bolsa de basura para que no parezca de basura. Aunque hay aire todavía, aún hay aire. Pesado, caliente, pero hay. Puede que los tíos sí que hayan abierto un agujero y que yo no lo vea. ¿Por qué no lo veo? Claro, melón: puede que el agujero esté por detrás, en la zona de la coronilla. El totiso, como le decía tu viejo. Estaría bien que, aunque tú no lo vieras, los tipos hubiesen dejado ese agujerito, por chico que fuera, para que el aire siga entrando y saliendo. Pero no. No hay agujero. No hay agujero ni en el totiso ni en ningún otro lado de la bolsa, porque, si lo hubiera, el aire que entra y el aire que sale en algún momento habrían llegado a alcanzar algún tipo de equilibrio. Y no es así. La asfixia crece y crece y crece y no para, todo es cada vez más denso, más pesado, más agobiante. Aquí, dentro de la bolsa (yo no estoy dentro de la bolsa: dentro de la bolsa está solo mi cabeza, pero tener la cabeza dentro de la bolsa es estar dentro de la bolsa. Si tuviera un pie o una mano dentro de una bolsa, tendría un pie o una mano dentro de la bolsa, pero yo no estaría dentro de la bolsa, no diría que lo estoy. Pero lo que tengo es la cabeza, así que yo estoy dentro de la bolsa, porque yo soy mi cabeza más que mi pie. Yo soy mi cabeza, yo soy siempre solo lo que está dentro de mi cabeza), entonces, aquí, dentro de la bolsa, el aire se enrarece cada vez más, no hay punto de equilibrio que valga, no hay parada, crece el calor crece el sudor crece la náusea ni se te ocurra vomitar crece la muerte. La muerte va medrando por la superficie de plástico azul como la hiedra por un muro en esos documentales en los que usan time-lapse para que veas en unos segundos lo que dura días o semanas o meses. Time-lapse. Queda chulo. Decirlo, digo: time-lapse. El palabro me lo enseñó Chago cuando las elecciones de 2015, al explicarme el vídeo que íbamos a usar para la campaña. Un amanecer en time-lapse del skyline de San Expósito, dijo, usando las manos para dibujar una pantalla que solo veía él y en la que aparecían cosas que solo él entendía. La madre que lo parió al Chago cuando se pone gafapasta. Después ya me explicó lo que era el skyline y lo que era el time-lapse. Qué cosa, lo del tiempo, no sé cuánto llevo aquí, quizá un par de minutos, quizá diez, quizá unos segundos nada más, porque aquí dentro, dentro de la bolsa, dentro de mi cabeza, dentro de mí, el tiempo se estira y se encoge, va hacia atrás o hacia delante aunque yo sé que eso es solo dentro de mi cabeza, porque el tiempo es como es, va a su bola, siempre hacia delante siempre al mismo ritmo y cada segundo pasa un segundo y esto es lo que hay y cada segundo que pasa es un segundo menos que vives, un segundo que echas hacia atrás, y yo, a cada segundo me estoy muriendo un poco más. ¿Dónde vi lo del time-lapse de la hiedra en el muro? Sí. Aquel documental sobre esa musaraña pequeñita que vive en los muros que hacen los agricultores. La musaraña brusca. No: la musaraña etrusca. Decían en el documental que es uno de los mamíferos más pequeños del mundo. Es chiquitita chiquitita. El corazón le late a mil doscientas pulsaciones por minuto. Un bicho de mierda con el corazón como un caballo dopado. Como yo ahora. Tengo un corazón de musaraña etrusca. Un proyecto de rata que tiene que comerse cada día más que su propio peso para poder sobrevivir. Vive solo para comer. No hace otra cosa que buscar gusanos y moscas para devorarlos. Un apetito de la hostia. Uno no puede controlar a qué ritmo le late el corazón. Te puedes aguantar las ganas de mear o de cagar. Un pedo o un eructo. No un estornudo. Ni el ritmo del corazón. La respiración, a lo mejor sí. Claro que sí. Controlar la respiración. ¿Es mejor que haga respiraciones cortas o largas? Cortas y lentas. Hay que racionar el aire. Mejor cortas. Aunque, de vez en cuando, estoy haciendo una larga, profunda. No quiero, pero la hago. No lo puedo evitar. Como tampoco puedo evitar este puto corazón acelerado de musaraña etrusca. Uno no puede evitar que el cuerpo haga por su cuenta ciertas cosas: esa inspiración profunda, el latido acelerado, débil pero acelerado. Lo sientes así, rápido y flojo, el corazón. Incesante, inútil, un niño chapoteando en la marea que se lo lleva mar adentro. Lejos, cada vez más lejos. No pensar en niños ahogados. Mala idea. Malísima idea. Mejor la musaraña. Qué carajo, la musaraña tampoco te va a salvar. Como tampoco te salvará gritar. Gastarías más aire y, total, quién carajo te va a oír. Claro: me voy a hacer el chabolo más grande de todo el puto pueblo. Pero no lo voy a poner en el pueblo, sino a tres kilómetros. Que se vea al entrar o al salir de San Expósito. Pero de lejos, desde la carretera general. Me cago en Dios. Más bobo y no nazco, coño. En fin, tampoco gritar. Ni gritar ni la musaraña. Pero piensa, carajo, piensa. Que cuando llegue la muerte, te trinque pensando en cómo vivir, no en un animalucho que viste en un documental. Vamos a centrarnos. No existen los problemas; solo existen las soluciones. Eso también lo decía el Viejo. Vamos a centrarnos. Estoy en el salón, en mi propio salón. Las manos atrás. Los pies juntos. No usaron cinta. Usaron bridas. Latiguillos de esos, de plástico. Y los latiguillos los unieron con soga de pita. En el sofá. Estoy en el sofá. De lado. El lado derecho. Con la cabeza sobre el brazo del sofá. Delante de mí, entonces, tengo el respaldo. Si me doy la vuelta, quedo hacia el otro lado. Mejor si me doy la vuelta. Si me doy la vuelta. Me doy la vuelta. Ya. Ya me giré. Ahora de frente. Algo es algo. De frente, casi al borde del sofá. Delante de mí está la mesa de centro, sobre la alfombra. Más allá, el espacio grande, el carrito de las bebidas. En el otro extremo, el centro de ocio. La tele, el aparato de música, los cedés, los deuvedés. La librería chica, para que las visitas vean algo encuadernado. Y, sobre la librería, el cuadro de Tàpies. El cuadro de Tàpies y la caja detrás. Si me giro un poco más a la izquierda, me caigo. Lo puedo hacer. Pero ¿qué consigo si lo hago? Solo caerme. Caer entre el sofá y la mesa de centro. Mejor no. Ahorra fuerzas. Que todo movimiento sirva para algo. Si no, si no sirve, mejor no te muevas. Ahorra fuerzas. Aletárgate. Como un tardígrado. El osito de agua. Ese animalito microscópico que puede vivir cientos de años. Cuando no tiene las condiciones adecuadas, se deshidrata, se aletarga, se queda ahí, como muerto. Pero no está muerto. Espera hasta volver a tener agua y oxígeno o lo que coño necesite para sobrevivir. Y entonces vuelve a la vida. Algunos han vivido trescientos años en la hoja de un helecho. Han viajado al espacio en el fuselaje de los satélites. Han regresado y han sobrevivido. Está demostrado. También lo vi en un documental. Si un invertebrado de mierda puede sobrevivir a eso, tú puedes aguantar un rato en tu propio salón, hasta que Chago o quien carajo sea se dé cuenta de que no estás. Hasta que alguien te eche en falta y vengan a por ti. Estas son las putadas de vivir solo. Mejor solo, digo yo siempre a quien quiera oírme. Mejor solo que mal acompañado. Mejor solo sin Sol. Mejor solo sin Maru. Sin los pibes. Sin el pibe. Cosas que se dicen por decir. Y las cosas que se dicen por decir son mentira la mitad de las veces. Tú lo sabes. Y esos a quienes se las dices también lo saben, aunque respondan a la sonrisa cínica como responden a tus chistes malos, navegantes del río de la mentira, haciendo de espejo. De espejo que deforma. Lo de Sol no fue nunca nada más que un espejismo, un puto espejismo de veinticinco años, piel cobriza y voz de contralto que sabía decir las cosas que a mí me volvían tonto. Pero tonto perdido. Todos pensaban que me tenía engatusado porque estaba buena, porque follaba bien, porque la debía de chupar de puta madre. Y sí, claro que estaba buena, que follaba bien, que la chupaba como nadie. Pero era su voz. Su voz y cómo me miraba cuando me decía aquellas cosas. Cuando les quitaba importancia a todos los problemas que yo me traía a casa. Cuando hacía desaparecer todos los agobios. Ay, papito, relájese ya, decía. Deje ya la regañadera, que todo va a estar bien. Era una voz de gata que volvía de estar toda la noche fuera, voz de niña vieja. Y cómo me miraba, con aquellos ojos castaños de perderse para siempre en ellos. Normal que me quedara idiota. Normal que fuera tan gilipollas y no supiera o fingiese no saber lo que todos sabían. En fin: ella hizo lo que tenía que hacer, lo que yo mismo habría hecho de estar en su lugar. Y yo saqué cinco años cojonudos haciéndome acompañar y follándome cuando quería a la hembra perfecta. Bien que se lo cobró luego. Bien que se lo sigue cobrando. Pero sin rencores, Gabrielo: la piba se ganó hasta el último céntimo. Otra cosa es que después te saliera rana. Ahora que lo pienso, la única que me va a echar de menos es ella. Porque va a dejar de cobrar. Hija de puta. Me vas a echar de menos, Sol. Mucho. Vas a tener que trabajar para ganarte la vida. O arrimarte a otro que te mantenga como te he mantenido yo. Todo para Maru. Todo va a ser para Maru. Para los pibes. Para el pibe. Y para los de Feluco. Qué suerte que no te dejé preñada. Si te llego a preñar, entonces sí que tendrías un chollo vitalicio. Pero no te preñé, cabrona. Con Yeray y con Maru, todo arreglado. Arreglado desde hace tiempo, desde que te tomé la matrícula. Desde que me viniste con lo que tenías para joderme la vida y yo hice números y entendí que me sale más a cuenta mantenerte, darte ese sueldito todos los meses, que dejar que fueras a la Fiscalía. Fiscalía. La UDEF. La Guardia Civil. Una posibilidad. Una puta posibilidad: se supone que me están vigilando, ¿no? ¿No es su obligación intervenir? Quiero decir: si ellos están vigilándome y ven que estoy en peligro de muerte, se supone que tienen que intervenir, ¿no es verdad? A no ser que yo me haya dejado llevar por la paranoia y en realidad no haya nadie vigilando, nadie haciéndome el seguimiento. Y, aunque me estén vigilando, a lo mejor no están ni aquí. Yo, mejor que nadie, sé lo fácil que es vigilar a alguien: poner cámaras y micros, almacenar ese material y verlo luego. Pero eso es una tontería: aquí no hay cámaras ni micros. Me aseguré bien. La agencia hizo un barrido completo. También se me ocurre otra posibilidad: que los tipos que han hecho esto sean de la madera. O vengan de parte de la madera....

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. UN TÍO CON UNA BOLSA EN LA CABEZA
  5. Agradecimientos