Retrato de Shunkin
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Retrato de Shunkin

Junichirô Tanizaki, María Luisa Balseiro

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Retrato de Shunkin

Junichirô Tanizaki, María Luisa Balseiro

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Una insólita historia de amor entre una bella y culta mujer y su joven «discípulo».Retrato de Shunkin (1933) cuenta la historia de Mozuya Koto, también llamada Shunkin, una bella y culta mujer perteneciente a una acomodada familia de Osaka, durante la era Meiji (último tercio del siglo XIX). Queda ciega de niña y tendrá que abandonar su vocación artística, la danza, pero resultará ser igualmente virtuosa en la interpretación de instrumentos de cuerda. Shunkin será atendida amorosamente por Sasuke, un joven «discípulo», cuyo único objetivo en la vida se convertirá en atender el más mínimo de los deseos de Sasuke. Esta insólita historia de amor, que de cara a la sociedad es sólo una relación entre señora y criado, alcanzará su culmen cuando, ya en su madurez, Shunkin sufra una terrible desfiguración en el rostro...

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Información

Editorial
Siruela
Año
2016
ISBN
9788416854400
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Shunkin (nacida Mozuya Koto, pero más conocida por su nombre de profesión) era hija de un droguero mayorista de Osaka. Murió el 14 de octubre de 1886 –el año decimonoveno de la era Meiji– y está enterrada en el parque de cierto templo budista de la secta de la Tierra Pura, en el distrito Shitadera de Osaka.
Hace unos días acerté a pasar por el templo y entré con la intención de visitar su tumba. Cuando le pregunté al portero dónde estaban los enterramientos de los Mozuya, me respondió: «Por aquí, señor», y me condujo al otro lado del edificio principal. Allí, a la sombra de un grupo de viejas camelias, se alzaban las estelas de generación tras generación de la familia Mozuya; pero ninguna parecía ser la de Shunkin.
Le hablé de ella al portero. Él, comentando que su sepultura tenía que estar en algún sitio, se paró a pensar, y por fin dijo: «Podría ser la del monte». Y me dirigió a unos escalones que subían por una ladera empinada, en el lado oriental del parque.
Como quizá sepa el lector, el santuario de Ikutama se alza sobre una eminencia que domina Shitadera; esa ladera que acabo de mencionar asciende desde el parque del templo hacia el santuario y está espesamente arbolada, cosa rara en Osaka. Encontramos la estela de Shunkin en un pequeño claro a media altura. Llevaba esta inscripción:
MOZUYA KOTO, también llamada SHUNKIN,
Falleció el 14 de octubre
Del año decimonoveno de Meiji
A la edad de cincuenta y siete años.
En un lateral estaban talladas las palabras: «Erigida por su discípulo Nukui Sasuke». Tal vez la razón de que Shunkin fuera sepultada lejos de su familia fue que, aunque nunca se casaran legalmente, ella y su «discípulo», el celebrado maestro del samisen Nukui Sasuke, habían convivido como marido y mujer.
Según el portero la familia Mozuya se arruinó hace mucho tiempo, y sus descendientes ya no venían casi nunca a visitar las tumbas, desde luego no la de Shunkin.
–Yo no creí que perteneciera a esa familia –dijo.
–¿Así que la sepultura está abandonada? –pregunté.
–No –me respondió–, no del todo. Un par de veces al año viene por aquí una señora de Haginochaya ya mayor, de aspecto como de setenta años. Reza, pone flores y quema incienso, y después... –se detuvo apuntando a otra tumba que había a la izquierda de la de Shunkin–. ¿Ve usted esa estela pequeña de al lado? Cuando termina se acerca allí y hace lo mismo. Y paga al templo por el mantenimiento de las dos sepulturas.
Fui a examinar la otra estela. Venía a ser como la mitad de la de Shunkin, y tenía esta inscripción:
NUKUI SASUKE, también llamado KINDAI,
Discípulo de Mozuya Shunkin,
Falleció el 14 de octubre
Del año cuadragésimo de Meiji
A la edad de ochenta y dos años.
Así que ésta era la tumba del famoso virtuoso. El hecho de que su monumento sea más pequeño que el de Shunkin, y que aparezca en él descrito como su discípulo, demuestra que hasta en la muerte quiso seguir humillándose ante ella. Desde aquel punto de la ladera, junto a las dos estelas bañadas por el sol de media tarde, contemplé la ciudad que se extendía a mis pies. Sin duda este terreno escarpado, que por el oeste llega hasta el Templo de Tenno, ha conservado el mismo contorno durante toda la larga historia de Osaka. Hoy la hierba y el follaje, manchados de hollín, tienen un aspecto mortecino; los grandes árboles están marchitos y polvorientos, y dan un aire gris al escenario. Pero cuando se excavaron aquellas tumbas el paraje tuvo que ser frondoso: todavía ahora es sin duda el lugar de enterramiento más apacible de Osaka y el que tiene mejores vistas. Allá en la altura sobre la ciudad más industrial del Oriente, por encima de los innumerables edificios de muchos pisos que rompen la bruma vespertina, maestra y discípulo yacen juntos en su sueño eterno, unidos por un misterioso destino. Osaka se ha hecho irreconocible desde los tiempos de Sasuke, pero esas dos piedras siguen dando testimonio de su amor a Shunkin.
La familia Nukui pertenecía a la secta budista de Nichiren, y todas las sepulturas familiares excepto la de Sasuke están en un templo de Hino, lugar donde él mismo nació, en la provincia de Omi. Sin embargo, el deseo ardiente de ser enterrado al lado de Shunkin le llevó a abandonar la fe de sus ancestros y unirse a la secta de la Tierra Pura. Dicen que todo lo referente a las dos tumbas, incluidos el tamaño y la posición de las estelas, se dispuso cuando aún vivía Shunkin. Su estela medirá casi un par de metros, y la de Sasuke no llega a metro y medio. Las dos comparten una plataforma enlosada, y hay un pino plantado a la derecha de la de Shunkin que extiende protectoramente sobre ella su verde ramaje. La estela de Sasuke se alza un poco más allá a la izquierda, como un humilde servidor, justo donde terminan las ramas del pino. Mirándola recordé cuán fielmente había servido Sasuke a su maestra, siguiéndola como una sombra y atendiendo a todas sus necesidades. Me pareció como si las piedras tuvieran almas, y como si en aquel mismo momento él todavía se deleitara en la felicidad de ella.
Después de arrodillarme por unos instantes ante la tumba de Shunkin, pasé la mano con cariño sobre el borde superior de la estela de Sasuke. Luego deambulé por el monte hasta que el sol se ocultó más allá de la ciudad.
No hace mucho tiempo adquirí un pequeño volumen titulado La vida de Mozuya Shunkin, que despertó mi interés por ella. Es un libro de sesenta páginas, encuadernado a la japonesa e impreso con caracteres grandes en papel hecho a mano. Deduje que Sasuke habría pedido a alguien que redactara la biografía de su maestra para distribuirla en privado en el segundo aniversario de su muerte. Aunque el texto está escrito en el estilo literario de otra época y el propio Sasuke aparece en tercera persona, sin duda fue él quien suministró todo el material, y no sería exagerado atribuirle la autoría.
Cito de la Vida:
Durante generaciones la familia Mozuya ha tenido una casa de droguería en Dosho-machi de Osaka, la firma Mozuya Yasuzaemon. El padre de Shunkin era el séptimo de la dinastía. Su madre, Shigé, procedía de la familia Atobe de Kioto, y le dio dos hijos y cuatro hijas. Shunkin, segunda de las hijas, nació el 24 de mayo de 1829, año duodécimo de la era Bunsei. [...] Desde su más tierna infancia Shunkin no sólo dio muestras de extraordinaria inteligencia, sino que estuvo adornada por una gracia aristocrática y una belleza sin par. Cuando a los tres años empezó a recibir clases de danza, parecía como si los movimientos correctos no le costaran el menor esfuerzo, y en sus ademanes había mayor encanto que en los de ninguna joven danzarina profesional. Se dice que su maestro se admiraba de sus aptitudes. «¡Qué niña tan maravillosa!», exclamaba. «Con esa belleza y ese talento podría llegar a ser una de las geishas más famosas del país. ¡Lástima que haya nacido en una familia respetable!» Shunkin aprendió a leer y a escribir también a edad temprana, con tan extraordinario aprovechamiento que no tardó en aventajar a sus hermanos mayores.
Suponiendo que el origen de esos datos fuera Sasuke, que parece haberla idolatrado, es difícil decidir cuáles de ellos son dignos de crédito. De todos modos, hay otros muchos indicios de que efectivamente había sido adornada con «gracia y belleza aristocráticas».
En aquella época la mayoría de las mujeres eran de corta estatura, y se dice que Shunkin no llegaba a un metro cincuenta; de figura exquisita, tenía facciones delicadas, y finas las muñecas y los tobillos. Hay una fotografía que la muestra a los treinta y seis años, con un rostro de óvalo clásico y rasgos de modelado tan suave que parecen casi etéreos. Pero ese retrato, lógicamente si se piensa que data de la década de 1860, está moteado por el tiempo y desvaído como un viejo recuerdo. Quizá sea por eso por lo que en mí produce un efecto tan débil. En esa fotografía borrosa sólo detecto el refinamiento normal en una señora de familia de comerciantes adinerados de Osaka; hermosa, sí, pero sin verdadera personalidad. Lo mismo podría tener treinta y seis años que diez menos.
Cuando se tomó esa fotografía hacía más de dos décadas que Shunkin había perdido la vista, y sin embargo su aspecto es simplemente el de una mujer que hubiera cerrado los ojos. Se ha dicho que los sordos parecen tontos y los ciegos parecen sabios: los sordos, esforzándose por captar lo que se dice, fruncen las cejas, abren la boca, ponen los ojos en blanco o inclinan la cabeza a lado y a otro, todo lo cual les confiere un aire de estupidez; mientras que los ciegos, al permanecer tranquilamente sentados con la cabeza un poco baja como si meditaran, parecen personas muy reflexivas. Como quiera que sea, estamos tan acostumbrados a ver los «ojos misericordiosos» entornados con que Buda y los bodhisattvas contemplan a todos los seres vivos, que los ojos cerrados nos parecen más benévolos que los abiertos; tal vez incluso nos infunden un sagrado respeto. Y Shunkin es una mujer de aspecto tan manso y amable que se siente una actitud de compasión en sus ojos velados, como la sentiríamos en los de Kannon, la diosa de la misericordia.
Que yo sepa, es la única fotografía que se tomó de ella. Cuando era más joven aún no se había introducido ese arte en el Japón, y en aquel mismo año sufrió un percance tras el cual ciertamente no permitiría que nadie la fotografiara. Así que sólo tenemos un único y tenue reflejo que nos ayude a imaginar su aspecto. Sin duda yo he dado una impresión vaga y deficiente de cómo era; pero la propia fotografía es, quizá, todavía más vaga que la impresión que transmiten mis palabras.
Se me ocurre que cuando se tomó esa fotografía de Shunkin a los treinta y seis años fue poco antes de que Sasuke se quedara ciego; la última vez que la vio debió de tener un aspecto muy similar. ¿Estaría la imagen de Shunkin que recordara en la ancianidad tan desvaída como esta fotografía, o quizá su imaginación iría compensando el debilitamiento gradual de su memoria? ¿Se haría Sasuke la imagen de otra mujer hermosa, totalmente distinta de la mujer de la fotografía? La Vida de Shunkin prosigue con este pasaje:
Por consiguiente, sus padres la tenían por su joya más preciada, y le daban la preferencia sobre sus cinco hermanos y hermanas. Sin embargo, a los ocho años de edad Shunkin tuvo la desgracia de contraer una enfermedad de los ojos, y pronto perdió totalmente la vista. Sus padres quedaron destrozados; su madre casi enloqueció de dolor, y se llenó de acritud hacia el mundo entero por la desdicha de su hija. A partir de entonces Shunkin dejó de bailar, y aplicó todas sus energías al estudio del koto y del samisen, y al arte afín del canto. Consagró su vida a la música.
No está claro qué clase de enfermedad ocular padeció Shunkin, ni se vuelve a hacer mención de ello en la Vida. Pero Sasuke declaró en cierta ocasión lo siguiente: «Al árbol alto le envidia el viento, dice el refrán. Sólo por ser más bella y tener más talento que otras, mi maestra fue víctima de los celos dos veces en su vida. Todos sus males nacieron de esas dos agresiones». Estas palabras inducen a pensar que tras la desgracia de Shunkin hubiera alguna circunstancia peculiar.
En otra ocasión Sasuke dijo que su maestra había quedado ciega debido a una oftalmia purulenta. Ahora bien, Shunkin estaba no poco malcriada por haber crecido entre algodones, pero de niña era tan alegre y vivaracha y simpática, y tan considerada con quienes la servían, que se llevaba bien con todo el mundo. Estaba muy unida a sus hermanos y hermanas, y para todos era la reina de la casa. Sin embargo, se dice que el aya de su hermana más pequeña la odiaba en secreto, resentida por el favoritismo que le mostraban sus padres. Dado que la oftalmia purulenta es una infección venérea de las mucosas de los ojos, Sasuke debió de insinuar, tuviera o no fundamento para pensarlo, que de algún modo el aya había conseguido privar de la vista a Shunkin. El genio violento que ésta mostró después autoriza a preguntarse si algún incidente de esa clase contribuiría a configurar su carácter. De cualquier manera, las opiniones de Sasuke no merecen ser admitidas a pies juntillas; no es la única vez en que su dolor por Shunkin parece haber envenenado su actitud hacia otras personas. Lo más probable es que sus sospechas del aya carecieran de base.
Sea como fuere, no me compete tratar de resolver ese problema; me basta señalar que Shunkin perdió la vista a los ocho años. Y que «a partir de entonces Shunkin dejó de bailar, y aplicó todas sus energías al estudio del koto y del samisen, y al arte afín del canto, y consagró su vida a la música». En otras palabras, fue la ceguera la causa de que Shunkin se orientase a la música. Sasuke decía que ella le había dicho muchas veces que su verdadera vocación estaba en la danza; que quienes alababan su voz o su arte con el koto y el samisen no la conocían verdaderamente, y que si tuviera vista sería bailarina. Esto suena un poco arrogante, como si pretendiera hacer notar cuán alto había llegado incluso ...

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