Los últimos libertinos
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Los últimos libertinos

  1. 464 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Los últimos libertinos

Descripción del libro

Autora ganadora del Premio Viareggio Rèpaci «Craveri escribe con deliciosa amenidad, compatible con el máxi­mo rigor académico. Su narración de hechos y circunstancias es a la vez sólida y llena de ligereza, en el sentido que Italo Calvino daba a esta palabra».Antoni Puigverd, La Vanguardia Benedetta Craveri nos presenta en este libro las vidas de siete jóvenes aristócratas brillantes y virtuosos; nos cuenta de qué forma estos hijos de la Ilustración intentaron conciliar una vida de privilegios con la necesidad de cambio acorde con los preceptos de la Revolución francesa. Con el equilibrio de rigurosidad y maestría narrativa que la caracteriza, Craveri nos ofrece también un nuevo y original enfoque sobre una de las épocas más convulsas de la historia social y política de nuestra civilización; el final del Antiguo Régimen y el inicio de la democracia europea. Refinados y aventureros, representantes de una forma de vida que estaba a punto de terminar, concebían el matrimonio como una convención de artificio mientras alternaban una emocionante vida amorosa sin freno ni límites con la actividad política; buscaban hacerse un sitio cerca del poder mediante estrategias ingeniosas, alianzas camaleónicas e intrigas sagaces y a menudo crueles. Disidentes ideológicos en distintos grados y formas del Régimen absolutista cuyos días estaban contados, el duque de Lauzun, el vizconde y el conde de Ségur, el duque de Brissac, el conde de Narbonne, el caballero de Boufflers y el conde de Vaudreuil —los siete protagonistas de este libro— se vieron arrastrados por las circunstancias históricas y también por su linaje. Todos pagaron un alto precio por ello y eligieron distintos caminos: algunos optaron por las armas, otros por el exilio, pero para todos llegó de forma implacable el final de un mundo hasta entonces compartido.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2018
ISBN de la versión impresa
9788417454128
ISBN del libro electrónico
9788417454111
Edición
1
Categoría
Historia

1789

La carta que Chamfort escribió a Vaudreuil en diciembre de 1788 abordaba el fondo del debate político sobre las instituciones, debate que apasionaba a Francia desde hacía tres meses y de cuyo resultado dependería el destino del país.
El 25 de septiembre, al registrar la convocatoria de los Estados Generales fijada por el rey para el mes de enero del año siguiente, el Parlamentode París se había pronunciado por la fórmula utilizada en 1614, basada en la división por estamentos. Pero el tercer estado, movido por la aspiración compartida de la burguesía y del pueblo de obtener, en consideración a su número —los «veinticuatro millones» de Chamfort—, una representación igual a la de los otros dos estamentos reunidos, reaccionó con fuerza invocando el derecho natural y la igualdad entre los ciudadanos. El 5 de octubre, Necker —reincorporado desde finales de agosto al Ministerio de Hacienda— convocó de nuevo a la Asamblea de los Notables de 1787 para deliberar sobre las distintas posibilidades para que los Estados Generales ejercieran su mandato.
Si Luis XVI se había resignado a convocar «la representación» solo por la urgencia de la crisis financiera, para muchos franceses «el acto de representar»766 adquiría ahora un significado político nuevo, y veían en la convocatoria de los Estados Generales la ocasión, durante tanto tiempo deseada, de proponer las reformas estructurales necesarias para el país. Esta era la razón por la que, lejos de presentarse como un mero problema técnico, el debate sobre las normas que regularían la reunión había encendido a la opinión pública. Para encontrar la mejor solución, se constituyó la Sociedad de los Treinta767. Esta «conspiración de gentes honestas»768 formada por iniciativa de Adrien-Jean-François Duport, consejero del Parlamento, respaldado por Mirabeau, contaba con discípulos de la Ilustración como Condorcet, Chamfort y Sieyès, con numerosos magistrados, entre ellos una autoridad como Duval d’Éprémesnil, y con varios miembros de la nobleza liberal. Entre estos últimos se encontraban muchos de los nombres que hemos evocado en los capítulos anteriores: en primer lugar, Lauzun, que ayudó a Duport y Mirabeau a poner en marcha la Sociedad de los Treinta, y con él La Fayette, el vizconde de Noailles, los hermanos Lameth, La Rochefoucauld-Liancourt y Talleyrand. Para ellos se trataba de continuar la «cruzada» iniciada en América: «Eran cortesanos que estaban en contra de la corte, aristócratas que estaban en contra de los privilegios y oficiales que querían sustituir el patriotismo dinástico por la fidelidad a la nación»769.
Más allá de sus divergencias, los Treinta eran todos monárquicos, pero la mayoría coincidía en que la decisión de atenerse a las antiguas leyes del reino era un anacronismo absurdo y estaban convencidos de que había que redactar una constitución y reconocer la igualdad de derechos de los ciudadanos. Su preocupación inmediata era preparar las elecciones y establecer un modelo de cahier de doléances para difundir en las bailías.
El 5 de diciembre, el Parlamentoasumió una posición neutral sobre el problema de la representación del tercer estamento, mientras que los Notables se limitaron a reconocer la igualdad numérica solo para la deliberación relativa a los impuestos. «Permitir a un pueblo defender su dinero y negarle el derecho a influir en las leyes que deben decidir sobre su honor y su vida es un insulto, una burla»770, se indignaba Chamfort; pero la batalla solo acababa de empezar.
El escritor se consagraría a ello con entusiasmo, sin ninguna ambición personal, eligiendo el papel de consejero en la sombra. Él fue, por ejemplo, quien sugirió al abate Sieyès el título del libelo político más célebre de la historia francesa: Qu’est-ce que le Tiers-État? Tout 771. Publicado a principios del año siguiente, tercero de una serie de textos772 deslumbrantes redactados en tres meses, el opúsculo comenzaba con las tres preguntas fatídicas: «¿Qué es el tercer estamento? Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada. ¿Qué pide? Ser algo», y continuaba definiendo la nación como «un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y están representados por la misma legislatura», y cuya voluntad general tenía a su vez fuerza de ley. Con este escrito, la Revolución, evocada por Chamfort en términos bastante vagos a Vaudreuil pocas semanas antes, entraba en escena con el lenguaje y el programa político a los que se ceñiría en el futuro.
Antes incluso de que acabara el año773, el Consejo de Ministros decidió duplicar la representación del tercer estado y anunció que el número de diputados sería, en la medida de lo posible, proporcional a la población y a los impuestos de cada bailía. En realidad, el número de diputados no era decisivo, ya que cada estamento deliberaba por separado y conservaba la paridad de voto774, pero en el plano de los principios era ya una gran victoria.
«Ah, señor duque», escribía loco de alegría Mirabeau a su amigo Lauzun, «vayamos a los Estados Generales, hagamos que nos elijan como sea, tomaremos el control y obtendremos de ello un placer superior a todas las menudencias de la corte»775. Lauzun no necesitaba que le animaran. Desde su regreso de los Estados Unidos debatía con sus amigos —tanto en su casita de Montrouge como en casa de Talleyrand o en el Palais-Royal del duque de Orleans, y ahora con los Treinta— las reformas necesarias para Francia. Pero la gravedad de la crisis económica, financiera y política que sufría el país y la incapacidad del Gobierno para ponerle remedio le ofrecieron finalmente la posibilidad de actuar. El duque entró, por lo tanto, en política con el mismo entusiasmo, los mismos ideales y la misma necesidad de afirmación o de revancha que muchos de sus viejos amigos. Pero necesitaba, como cuando vivía el marqués Voyer de Argenson, una inteligencia superior con la que dialogar, y eligió, acertadamente, a Mirabeau. Lo había conocido en 1769, en Córcega, cuando ambos servían en el Ejército enviado por Choiseul para sofocar la insurrección de Paoli. Lauzun tenía veintidós años, Mirabeau veinte y, aunque a primera vista todo parecía separarlos, se hicieron muy amigos. Sobrino de un gran ministro, ya ascendido a oficial y muy bien considerado por todos, Lauzun era, como ya sabemos, bien parecido, elegante y un perfecto hombre de mundo, mientras que Mirabeau, con el cuerpo macizo y el rostro desfigurado por la viruela, tenía modales de carretero. El primero podía plantearse en esa época tener una carrera prestigiosa, disponía de un ingente patrimonio y er...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Cita
  6. Prefacio
  7. El duque de Lauzun
  8. El vizconde Joseph-Alexandre de Ségur
  9. El duque de Brissac
  10. El conde de Narbonne
  11. El caballero de Boufflers
  12. El conde Louis-Philippe de Ségur
  13. El conde de Vaudreuil
  14. 1789
  15. Pasando página
  16. Agradecimientos
  17. Índice onomástico