LÓGICA DEL SILENCIO
Amador Vega
La vocación poética de Rilke no se funda en un imperativo artístico. Y sin embargo hay necesidad, hay destino de la necesidad en quien rechaza continuamente todo bálsamo frente al dolor de lo inevitablemente contingente. Rilke no quiere ser un autor de libros, no produce versos y tampoco le pertenecen: los recibe como un don y los pone en manos de otros para que los tengan, los acojan y distingan en ellos esa extraña gratuidad que los contiene. La poesía de Rilke se nos presenta como un acto de fidelidad único a la vida de poeta, a la única vida que Rilke concibió para sí mismo desde los primeros versos hacia 1895. Desde aquel momento todo quedaría trazado, a falta de su despliegue en el tiempo. Será la larga marcha hacia su poesía tardía la que dejará señales de los abismos por los que el alma del poeta se asomó: esas profundidades únicamente penetradas por quienes, como ha dicho Heidegger, se atreven en pos de lo sagrado, aun no sabiendo si se trata de la dirección a un lugar o tan solo de un rastro sin destino. Es la necesidad de cumplimiento del propio destino la que tensa los versos de este poeta, también él tardío, que exigió el lento y, en ocasiones, desesperante ejercicio de atender al dictado de los ángeles: compañía inquietante de Rilke a cada paso en el peregrinar hacia su irrenunciable y voluntaria expatriación.
La vocación poética de Rilke es la respuesta al silencio que el lenguaje alberga. Es la respuesta al ímpetu de la vida, que acelera aquel destino humano con capacidad para oír la voz que llama en la forma del silencio. De ahí su pasión por la despedida, consciente de la premura escatológica que urge a que todo se cumpla. Como si el ser que se halla siempre en actitud de despedida fuera la imagen terrenal del ángel que pasa. No hay un sentimiento real de nostalgia en la poesía de Rilke, pues todo en ella indica un avanzar, un adelantarse no solo a las despedidas, sino también al sufrimiento y al dolor que estas nos causan. El objeto de una vocación tal de poeta es pues la vida misma y su expresión son los versos, cuyo reverso silencioso es «la otra percepción» [der andere Bezug], a la que todo lo visible en esta vida tiene que dirigirse, una vez ha sido transformado en invisible. Y si los versos llaman nuestra atención acerca de las cosas que nos rodean —debido a las múltiples existencias que arrastran y nos transmiten al nombrarlas y enumerarlas, al llenar nuestras horas de su presencia, mucho más extensa en la tierra que la nuestra—, es porque en ellas apercibimos el fondo de realidad sobre el que se sostienen, mientras que en su estatismo proyectan sobre nosotros su aparente banalidad, su inútil autonomía.
La poesía de Rilke da comienzo con el mundo cotidiano, quiere atravesarlo y revertirlo, para conducirlo a su pura invisibilidad, y es gracias a ese proceso de transformación de lo visible en invisible que esa misma poesía logra encumbrar al espíritu hasta los órdenes más altos de la conciencia, que se reconoce pobre creatura. Una criatura, es cierto, limitada por un mundo interpretado, repleto de sentidos, y separado de aquel natural en el que vive el animal de modo libre. Pero el misterio de la poesía de Rilke no se alimenta del sentimiento de criatura característico de un Schleiermacher, el cual participa en cierto modo de un orden divino que todo lo envuelve, aunque sea en la fría niebla de la religión romántica. Rilke habla con Dios con la misma confianza con la que nombra las cosas, convencido de que ambos órdenes, aparentemente tan distantes, constituyen un sentido único y unificado. Rilke sitúa las cosas y a Dios en un mismo plano, cuya extensión sobrepasa cualquier límite de diferenciación en el tiempo. La condición intemporal de las cosas resulta altamente significativa, ya que pueden llegar a transformar en nosotros una mirada que atraviese su tosca visibilidad, sacándonos así del torpor de la contingencia.
El Dios de Rilke, sea lo que sean esos «rumores» que circulan por nuestra «oscura sangre», ya desde los comienzos de su poesía, nos lleva a tener que hacer un ejercicio de lectura, de modo que sea el mismo poema, alejado de cualquier intención programática, el que describa los límites de dicha palabra sobre lo divino, esa referencia al misterio último para el cual también se conocen otros nombres. El proyecto de una hermenéutica tal, que diera cuenta de dicho logos, en su condición de principio oculto o desconocido, podría servir como vía de aproximación a «lo indecible» [das Unsägliche], en tanto que expresión del «concepto poetológico más importante de Rilke». Una lectura como la que aquí se propone, al querer ofrecer una visión de conjunto, precisa de un ejercicio de exposición y análisis no solo de los núcleos temáticos de la poesía, los escritos en prosa y la rica correspondencia del poeta, pues en ellos las sugerencias del autor acerca de los fulgores de su pensamiento podrían llevarnos de inmediato a un ensayo de interpretación precipitado, debido a las cuestiones fundamentales que contienen. Convendría también, en primer lugar, y en virtud de dichas características sugestivas, un intento descriptivo de las constantes poetológicas en el momento y lugar que acceden a su expresión. Con ello, en modo alguno se quiere soslayar la aparente dimensión metafísica de esta poesía sublime, sino precisamente por ello empe...