III. Mi vestido volverá a ti por correo
Inge Müller
Mi madre no quería que naciera
pues ella quería un niño
ya venía yo de camino
y mi hermano aún no yacía bajo tierra.
Alemania, madre vieja
ella quería un varón
lo que vino fue un cañón,
mucho cañón y poca manteca.
Fritz y Krupp y Carlos el Fuerte
la nación santificada
sí, sí, que ya lo sabemos
Marca Mundial Alemania.
Y el mundo se hizo pedazos
y Alemania un pedacito
a la hora de la Gran Muerte
el pedazo favorito.
Nuestros poetas y pensadores
morirían sin remedio.
la madre, en pie junto a su tumba
en Núremberg, ciudad de maestros.
Mi madre no quería que naciera
yo no la quería tampoco
por eso no tendré rostro
hasta que esté bajo tierra46.
La historia como suma de biografías, como cadena de historias personales. En las biografías hay hechos concretos. Comienzan con la vida de uno y se prolongan después de su muerte. Lo que pasa con las biografías alemanas es que ciertos conceptos como «nación» y «marca mundial» se han inflado durante tanto tiempo que han terminado por explotar.
Este poema refleja la historia como una carga personal. Inge Müller asume la carga de esos hechos vividos con el cansancio vital que ello implica. Es una de esas personas que se ven arrastradas a la locura de la historia y perjudicadas por la historia. Aquí se hace patente la identificación de la propia biografía con el país, el pueblo, el Estado, el régimen. En este lamento de denuncia, el dolor queda puesto de relieve en la rima del texto original47: Sohn (hijo), y schon (ya). En esta rima, los hijos soldados quedan al mismo nivel que la conjunción48. Pero aquí también hay una mujer que se rebela y que, todavía medio niña, sin opción a elegir o siquiera a opinar, se encuentra siguiendo el rastro de sangre de los hijos. Medio niños llamados a filas, encerrados en sus batallones, embutidos en sus uniformes. Inge Müller llevó ese velo que borra los rostros y solo obedece órdenes. El uniforme de los acontecimientos históricos era sinónimo de guerra y muerte. Y todo el tiempo los acontecimientos permanecen colgados en su cabeza. Después de 1945, Inge Müller viste voluntariamente un determinado ropaje porque le atormenta el trauma de la guerra. Para ella se convierte en el vestido de la propia culpa:
En el treinta y tres era una niña ingenua
mis padres buenos y trabajadores
maduré en el año treinta y nueve
cuando comenzó la guerra.
Tenía oído que tal y que cual
contra Hitler y luego pro Stalin
vi lo que uno hizo uno y el otro dejó de hacer
cuando estuvo en su poder
Conocí el primer amor al empezar la guerra
así que se me marchó al frente
rompí a llorar y fui una idiota
comparada con la nación poca cosa.
Antes de morir vino a verme
hecho trizas de matar
no supe qué decir salvo: quédate
felices no logramos ser jamás.
En el cuarenta y cinco éramos todos viejos
yo no quería vivir ni morir
veía aquel legado sin nadie a quien legar nada
la incorporación a filas fue el precio.
Tenía que caminar y caminé
busqué suelo en que apoyarme
pensando en los árboles del parque
y en la dulce boca de él.
Las bombas y los cañones
me enseñaron la paciencia
a quien sangra darle ayuda
reflexionar: qué es la culpa49.
Este poema parece una suerte de biografía verbalizada. Una vida en su forma más breve, recitada en un instante. Una autobiografía que, eso sí, no se escribe por encargo de nadie, sino obligada por la propia memoria. Delimita una vida en función de los acontecimientos del 1933 y 1939. Una vida enhebrada en el hilo de estas dos fechas. Ante unas fechas tan contundentes, poco margen de acción queda a lo individual. Solo hay un Nosotros. El Yo queda prácticamente anulado: «comparada con la nación, poca cosa». En la homogeneización del pensamiento por decreto, miles de biografías resultan idénticas.
El Nosotros es lo que manda. Lo único individual es el sentimiento de culpa. Los padres son «buenos y trabajadores», a diario. Todos «siguen viviendo» en el sentido en que Ruth Klüger habla de «seguir viviendo». Viven acordes con su tiempo y lo que les impone ese tiempo de crímenes contra la humanidad por mandato del Estado. Seguir viviendo acorde con su tiempo en un tiempo de crímenes como 1933 y 1939 significa vivir sin meterse en política. Lo cual, a su vez, no deja de significar contribuir políticamente a la locura de Hitler.
Los hombres del primer amor son soldados de esa época. También los de la «dulce boca» están «hechos trizas de matar». Algunos de ellos son desertores que jamás desertaron, solo desertores en su mente. La cabeza de la joven, con el amor entre las sienes, sigue al hombre a la guerra. Falta la fe, o no es mayor que las dudas. Pero a quién iba a cuestionarle eso. En la primavera de 1945, Inge Müller, apenas cumplidos los veinte años, es llamada a filas como auxiliar en la Luftwaffe. El ataque de los Aliados convierte Berlín en un infierno antes de la derrota definitiva de Hitler.
Llamamiento a filas
Doce líneas de texto, en staccato una fórmula tras otra
un sello: Muchacha, ahora eres soldado
fuera rizos, fuera vestidos – la hierba
verde o blanca, correrá a cargo del estado50.
Una estrofa de cuatro líneas. Tan fría y contundente como la orden de alistamiento.
Sin embargo, entre los dos últimos versos encontramos la consecuencia que el documento oficial no verbaliza: dar la vida «por el pueblo y por el Führer». Con no poco cinismo, la autora se refiere a la muerte como «la hierba verde o blanca». ...