1. Un manual de interrogantes
Un libro para soñadores, aplicados y pensadores
He escrito pretendiendo ser útil en tres situaciones profesionales diferentes. Primero, para ser leído por una persona joven que, al acabar su formación básica, decide ir a la universidad y ponerse a estudiar para llegar a ser maestro, profesor. También he escrito tratando de responder a la pregunta: «¿Y ahora qué?», que se hacen otras personas, también jóvenes, que han estudiado para ser maestros, maestras, han conseguido tener un título educativo en el bolsillo y tienen que empezar a formar parte de una escuela, situarse en una clase, pasar a formar parte de la vida diaria de un conjunto diverso, múltiple, cambiante, de chicos y chicas. Finalmente, en la tercera de las situaciones, propongo una lectura revitalizadora para los y las profesionales más próximos a mi edad, que ya tienen trienios de vida en la escuela. He escrito, también, pensando en el viejo colega, en los y las profesionales que hace tiempo que educan enseñando y retoman cada día, dinámicos y cansados, su trabajo. Es un libro para quien, empezando en la juventud, imagina su vida dedicándose a educar; para quien ha estudiado para serlo, pero todavía no ha descubierto cómo es el oficio y cómo tendría que ser la vida de la escuela; y es un libro para quien persiste en educar enseñando, a pesar de que le van quedando entre nieblas diversas los argumentos que daban y dan sentido a su profesión.
Por eso, las páginas que siguen son una propuesta de lectura para los que sueñan con educar, para los que tienen que llevar a la práctica sus buenas notas de la universidad, para los que ya tienen experiencia, pero sienten la debilidad de la soledad que todo lo relativiza. Este es un libro escrito para ordenar el contenido de los sueños jóvenes, para resumir lo que verdaderamente merece la pena llevar al aula cuando se acaba la universidad, para hacer presente una vez más el esquema profesional que mantiene, impulsa y justifica la pasión y el oficio de educar.
También es un libro para los que no están cada día en la escuela, las madres y los padres. Madres y padres confiados que dejan cada día sus criaturas (al menos buena parte de la vida de sus hijos e hijas) en manos de profesionales, sin preguntarse demasiado qué esperan de ellos ni qué demonios hacen cada día en el aula. No confío mucho que se haga realidad, pero también soñé al escribir que los que hacen las leyes acabarían mirando alguna página y quizás nos ahorraríamos algunos «fracasos» educativos estructurales.
Este libro va de preguntas y respuestas educativas inevitables. He seleccionado y ordenado una constelación de preguntas y respuestas que, a mi parecer, dan sentido y eficacia a la singular profesión de educar desde la escuela o el instituto. Viene a ser como la sistematización de los saberes matemáticos, geométricos, estéticos y sociales que construyen un buen arquitecto. O como la mezcla de anatomía, biología funcional y relaciones humanas que tiene que poseer un profesional de la salud que sea humano. De manera similar, he puesto por escrito el cóctel básico de preguntas, respuestas, incertidumbres, saberes, innovaciones y bagajes de la profesión de educar, de educar en instituciones como la escuela, pensadas para educar enseñando.
Ya sea para argumentar por qué escogemos, en plena juventud, dedicar nuestra vida a ser «maestros» de otras vidas; ya sea para descubrir la aplicabilidad del título cuando empezamos a ejercer la profesión, o acabe sirviendo para recordar y ordenar experiencias y recuerdos profesionales, este libro trata de proporcionar una lista ordenada de preguntas inevitables, de opciones para construir las respuestas, de lógicas profesionales que aplicar (o seguir aplicando).
El maestro reflexivo
No se puede ser maestra, maestro, sin formularse una serie de preguntas que buscan permanentemente ser respondidas (con respuestas cambiantes) en la vida diaria del aula. No se llega a ser maestro simplemente aprobando todas las asignaturas de una carrera. Siempre aparece un interrogante que no estaba en el programa estudiado ni entre todo aquello que se memorizó para examinarse y olvidar después.
En la profesión de maestro siempre se tiene la urgencia de relacionar la utilidad o inutilidad de nuestros saberes con la realidad de las personas para las que queremos llegar a ser una oportunidad educativa. Siempre necesitaremos, por ejemplo, encontrar la conexión entre la maravillosa explicación de las causas de la revolución industrial y las desazones reales de una vida adolescente. Siempre buscaremos ese ingenio profesional necesario para conseguir que un niño se lo pase pipa enfangándose, después de haber estado creativo en una tableta, dibujando o escribiendo en una pantalla. Las metodologías educativas siempre se aprenden en manuales a los que le falta alguna página, justamente aquella que explica la inserción del aprendizaje en la vida concreta de cada niño.
En cualquier edad y en cualquier situación escolar, no se puede ser profesor sin haber descubierto por qué aprende y cómo aprende cada uno de nuestros alumnos. Sin descubrir si hemos conseguido meternos dentro de su mundo. Sin haber pensado cómo resolver el puzle contradictorio de las imposiciones de la escuela oficial, los deseos vitales de nuestro alumnado, las exigencias sociales y nuestra voluntad de que aprendan aquello que los hará personas cultas.
Como toda profesión, la de educar enseñando también tiene rigor metodológico (no sirve cualquier forma de hacerlo), formas y grados diversos de eficacia y eficiencia, competencias y habilidades que dominar, aplicar, renovar. También tiene un «cuerpo doctrinal» acumulado en el tiempo que no se puede ignorar. Ya hace siglos que grandes educadores y educadoras han demostrado cómo tienen que ser las estructuras básicas de una buena escuela y la gran variedad de formas rigurosas de hacerlo. Tenemos donde buscar respuestas.
Hacerse maestro para cobrar a final de mes o para vender un buen producto
Apenas he empezado y no paro de utilizar alternativamente las palabras maestro y profesor. Me gustaría no tener que estar distinguiendo continuamente entre maestras y profesores (más allá del género, que utilizaré de manera libre y diversa). No es más que una reiteración con la que, al usar una u otra palabra, pretendo que todo el mundo que educa enseñando en Infantil, Primaria o Secundaria (o aspira a hacerlo) y es lector o lectora de este texto sienta que el libro es suyo. Ser maestro o profesor, en un nivel u otro, no condiciona para nada las reflexiones básicas sobre la profesión de educar que propongo. Continúo soñando que algún día la profesión sustantiva será educar enseñando y el elemento complementario, el ciclo educativo o el área de conocimiento. Todo lo que he escrito sirve para todos los niveles o ciclos educativos. De manera predominante, hablaré de «maestras».
A pesar de mi edad, trato de meterme dentro de la piel del joven o la joven que ha escogido ponerse a estudiar, a formarse para llegar algún día a ocupar una plaza de maestro o profesor. De entrada, supongo que no se ha dejado llevar ni por el argumentario popular de que todo el mundo sirve, ni por la perentoria necesidad de encontrar un trabajo. No es el tema del libro reivindicar el valor social de los profesionales de la educación, pero lo tengo que dejar claro, puesto que, entre los arquitectos o los médicos, que ya he citado, existe la misma proporción de inútiles que hacen chapuzas que entre maestras y profesores. Para ejercer cualquier profesión hay que saber y ser riguroso. Cuando con nuestra actuación podemos condicionar lo que las personas pueden llegar a ser, todavía mucho más. Por esta razón, una parte significativa del libro tiene que ver con las preguntas y las respuestas que construyen el rigor profesional.
Tener un salario garantizado a final de mes no puede ser nunca la razón para dedicarse a educar. Las incompatibilidades entre aquello que el alumnado necesita y los deseos de una buena y tranquila vida de profesor que siempre cobra al final de mes generan daños mutuos que tienen que evitarse. Comprobar si uno puede servir para educar y prepararse para serlo requiere, por ejemplo, saber cada día más sobre las variables del hecho de educar, sobre los tiempos de la infancia y la adolescencia, sobre el desarrollo humano, sobre el trabajo de hacer de madre y de padre, etc. Si aspiras a serlo, no tienes más remedio que descubrir por qué hay que saber todo esto y más. Si ya estás dentro de la dedicación vital de educar, tienes que construir una forma permanente de actualizar estos saberes.
Además, lo que propone este libro, en cualquiera de las situaciones que justifiquen su lectura, tiene que ver con cómo salir al paso de una nueva moda que sitúa el hecho de enseñar, aprender, educar en el territorio de los productos empaquetados, delimitados, evaluables con categorías de evidencia científica. Las reflexiones que propongo intentan evitar que el futuro profesional de la educación sea un tipo de tecnólogo (o de «habilidoso») que aplica diestramente un proceso de producción estandarizado. Evitar que el profesional experimentado se refugie en propuestas aparentemente seguras para enseñar con las que no se tiene que innovar cada día. Ni nos podemos formar para aplicar engaños ni podemos buscar el relax educativo aplicando fórmulas didácticas invariables.
Ni virtudes genéticas ni vocación
A diferencia de otros «oficios» hacer de maestro tiene algunas connotaciones singulares. Así, en el cóctel profesional siempre están presentes muchos componentes que tienen que ver con determinadas formas de ser y hacer de la persona que lo tiene que ejercer. No vale todo para ejercer de maestro y algunos tienen que abstenerse. La multiplicidad de personas diversas que pueden llegar a ejercerlo no nacen predestinadas para ello, pero tienen que llegar a dominar un conjunto de competencias personales. Por ejemplo: tienen que tener un interés dominado por la creatividad, encontrar normal que el alumnado los ponga en crisis, no añorar el pasado, ser una persona interesada en saber más, desarrollar multiplicidad de formas de empatía, querer una sociedad más justa, etc. No se trata exactamente de virtudes genéticas ni de vocación, y por eso propongo preguntarse, pensar, descubrir los diferentes materiales que componen el territorio de las competencias del maestro, del profesorado. Resumo sugerencias para aprender a adquirirlas o para mantenerlas vivas adaptándose a diferentes situaciones, a mundos que cambian.
La singularidad de la profesión educativa nace de ser una de las profesiones relacionales con más poder de influencia humana. Depende de nosotros construir un conjunto de potentes influencias, basadas en la persona que influyes, que pueden ser oportunidades o rémoras vitales. Tal vez suceda una acumulación de felicidades o una suma de malestares, que ayudemos a mantener el deseo de aprender y la felicidad de saber o seamos gestores que administren trabajos escolares para olvidar. Mientras estoy en la revisión final del texto he tenido la ocasión de visitar, en Santiago de Chile, el Museo de la Educación Gabriela Mistral. En una sala interactiva se pregunta al alumnado que lo está visitando «cuál ha sido el peor castigo que ha recibido». Bastantes comentarios destacan, de diferentes maneras, el hecho de haber sido ignorados. El fracaso más importante de la profesión es no haber sido significativo para el alumnado.
Sería exagerado decir que las vidas de los niños y adolescentes dependen del maestro que se encuentren. Pero una buena parte de lo que ellos y ellas acabarán siendo depende de las experiencias en positivo que diferentes adultos aportarán a sus vidas de niños y adolescentes. Por eso propongo que reflexionemos sobre lo que significa convertirse en generadores de oportunidades vitales satisfactorias a partir de la escuela.
El oficio de maestro, de profesor, no es nunca el de vendedor o vendedora de seguridades estables ni de certezas, a pesar de ser personas que dan seguridad a los niños y adolescentes creando entornos de serenidad y de intriga por saber. Este no es un libro que recomienda un conjunto de buenas prácticas para aplicar (conduce a buscarlas entre los buenos libros de didáctica o de pedagogía). No, no es un manual que aplicar. Es un manual para recordar las buenas maneras de ser maestro. He escrito un manual de interrogantes, una enciclopedia de las preguntas para ser usada por quienes tienen como objetivo profesional ayudar a los niños y adolescentes a plantearse preguntas y a buscar respuestas.
Si educar es humanizar, quien educa es un humanizador y tiene que ser un humanista. Pero no se trata de acabar siendo útiles para cualquier proyecto de desarrollo, de adiestramiento o de adoctrinamiento. Somos, tenemos que acabar siendo, mujeres y hombres con coherencia personal, que acaban siendo sujetos sabios para sus discípulos, que acompañan la construcción autónoma de personas que sienten, piensan, conviven, entienden la realidad y la quieren transformar. Así, algunas preguntas tienen que ver con cómo ayudar a ser personas en medio de la complejidad o conducen a reflexiones sobre la ética de la educación.
Todo interrogante vive en un hipervínculo
Este manual de preguntas para profesionales de la educación sigue el mismo esquema para cada interrogante: definir el porqué y los posibles componentes de la pregunta; ordenar un conjunto de argumentos y sugerencias para construir las respuestas. He leído de nuevo viejos documentos y he resumido las principales ideas de muchos textos del debate educativo más reciente. No he inventado nada, y seguro que entre las buenas compañeras y buenos compañeros maestros encontrarás prácticas reales de todas las preocupaciones que he resumido. Siempre, inevitablemente, es una propuesta de síntesis realizada a partir de mi propia historia educativa, con los sesgos significativos correspondientes. Al final he colocado una pequeña lista de referencias actuales para que el lector o lectora pueda descubrir de dónde han salido algunas de las ideas que he cocinado. El texto no tiene citas, pero ninguna idea es solo mía. Todas han sido sugeridas por alguna lectura o alguna experiencia. No es más que un pequeño puente para ayudarte a transitar entre las grandes ideas de la política educativa, la pedagogía o innovación escolar (ahora de moda) y tu encuentro diario con niños y adolescentes que quieren aprender a partir de tu presencia.
He escrito a partir de una larga lista de preguntas iniciales y creo que los resultados podrían organizarse como una conste...