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Egipto eterno
Viaje a los orígenes de la civilización más cautivadora de la Historia. De la noche de los tiempos y la legendaria época de los Reyes-Dioses al Imperio Antiguo de los míticos faraones.
- 256 páginas
- Spanish
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Egipto eterno
Viaje a los orígenes de la civilización más cautivadora de la Historia. De la noche de los tiempos y la legendaria época de los Reyes-Dioses al Imperio Antiguo de los míticos faraones.
Descripción del libro
El despliegue, documentado gráficamente a la perfección, de los aspectos más desconocidos del Antiguo Egipto. Con la desecación del Nilo comienza un proceso que culminará con la construcción de monumentos y edificios que maravillarán al mundo entero hasta la actualidad. Los pastores nómadas del desierto se unen y, paso a paso, 500 años después, forman una sociedad perfectamente elaborada con su religión propia, sus costumbres, una jerarquía totalmente delimitada, unos avances científicos que les llevaría a controlar el Nilo -indudable cuna de su civilización- mediante canales y presas y unos avances arquitectónicos gracias a los cuales levantarían el primer edificio de piedra de la humanidad. Egipto eterno 10.000 a.C. " 2.500 a.C. nos sumerge en ese mundo misterioso y maravilloso combinando una precisa información con numeroso material gráfico de inmenso valor y calidad. Dividido en tres partes José Ignacio Velasco consigue detallarnos la cultura egipcia hasta en sus más nimios detalles, conoceremos: las costumbres, los dioses, los reyes-deidades, los escribas, la vida religiosa, la vida sexual, la vida social de campesinos y nobles o las Casa de la Vida "auténticas universidades egipcias-. Tomando como segmento cronológico el periodo que discurre entre el 10.000 y el 2.500 a.C. consigue detenerse en un periodo de la historia de Egipto en el que no suelen detenerse los manuales, mucho más preocupados, por ejemplo, por las pirámides o por la Dinastía XVIII a la que pertenecen Akenatón o Tut Ankh Amón: los inicios de Egipto. Así podemos profundizar en fenómenos como las Casas de la Vida, centros en los que se educaban a los funcionarios que administraban el reino junto a la figura central del rey, y en las que se juntaban en el mismo rango enseñanzas esotéricas y mágicas con otras sobre matemáticas o arquitectura.
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Información

«Quien ha bebido agua del Nilo
no se saciará con ninguna otra»
no se saciará con ninguna otra»
Dicho popular egipcio

SITUADO EN EL NORESTE DE ÁFRICA, Egipto es un país especial, distinto, con una orografía muy peculiar. Su extensión geográfica es superior al 1.000.000 de km2, desierto en su mayoría. La zona cultivable (El Delta y el Valle del Nilo) es de sólo 40.000 km2, es decir, sólo un 4% del total del país es habitable y cultivable. De esta desproporción podríamos decir la frase de Antoine de Saint-Exupery: «Lo esencial es invisible a los ojos».

Egipto visto desde satélite, apreciándose con claridad el Delta, el Mediterráneo y el Mar Rojo.
Desde los tiempos más remotos, Kemit es una zona rica en toda clase de piedras, tiene algo de cobre, escaso oro, casi nada de plata, algunas piedras semipreciosas y otros minerales y, sobre todo y de gran importancia en su historia, una gran pobreza en madera, que siempre tuvo que importar. Realmente es un enorme desierto, con algunas montañas al este y un gran río que corre desde el Sur hacia el Norte y en cuyo tramo final, muy cerca del actual El Cairo, se abre en varias ramas como una enorme «V», cuyo interior sería el Delta del Nilo.
Al este, se encuentra una zona muy montañosa y desértica, el Desierto Arábigo. En esa zona, entre las montañas, hay una serie de pasos, los uadis, que permiten llegar hasta el Mar Rojo. El más conocido de ellos, en él se supone que se inició esta civilización, se encuentra el Uadi Hammamat, con una gran riqueza de grabados de los primeros tiempos.

Uno de los múltiples aspectos del desierto.
Hacia el oeste, de nuevo el desierto continúa hacia el Sahara, en lo que en la actualidad es Libia. En esa dirección se encontraban y encuentran diversos oasis y un gigantesco hundimiento de tierra, la Gran Depresión de Qattara.
Sahara, que en árabe significa desierto, y al que en tiempos remotos llamaban el «gran mar de arena», es la superficie de arenisca más extensa del mundo. Es una zona en la que no llueve casi nunca. Antes de ser un vasto desierto fue un vergel, pero sufrió un grave cataclismo que lo desertizó en un relativo breve periodo de tiempo.
El Sahara, en la época en que se están iniciando los orígenes de Egipto, en torno a los 9000 años a.C., era un frondoso vergel, con ríos de abundante cuenca y una cierta población más o menos nómada. Pero, unos 4.000 años más tarde, aproximadamente en el 5000 a.C., es sustituido por el gran desierto. Esta enorme extensión yerma está formada por dunas lineales extendidas hasta centenares de kilómetros. Entre cada una de estas largas dunas en línea existen unos «corredores» o espacio entre dos de ellas con una separación en torno a los trescientos metros.
Y este fenómeno de la desertización sucede de forma paulatina. Es una desecación lenta, que ocurre entre los milenios V a III a.C. Al final, de todo ese norte y noroeste africano, sólo queda el Valle del Nilo, situado en la zona nororiental de África.
La lluvia ya era muy poco frecuente bastante antes del Imperio Antiguo. En el País de las Dos Orillas hay un par de aspectos que son normales desde tiempos pretéritos: la extrema sequedad del aire y la escasez de lluvia. Esta ínfima pluviosidad hacía que, cuando ocurría el fenómeno, se consideraba que eran las «lágrimas de Isis» y que las derramaba por la muerte de Osiris. Se suponía también que estas lágrimas de la diosa eran las que hacían crecer el Nilo cada año. Si la diosa estaba ofendida, no lloraba y la crecida se retrasaba, con lo que venía el hambre y la alteración de toda la vida del país. La pluviometría era ya muy escasa en la época de Keops, el rey que construyó la Gran pirámide y la Esfinge, ambas en Gizeh.

Ya en esta etapa se están delimitando, de forma manifiesta, dos zonas netamente diferenciadas en Egipto: una al norte, el Delta, llamada el Bajo Egipto y otra al Sur, a la que se la denomina el Alto Egipto.
Hacia el sur se encuentra Nubia (Ta-Sty), una zona de la que le van a llegar maderas muy especiales, como el ébano, animales, plumas, monos, jirafas y algo que se apreció mucho en la antigüedad, los enanos. De Nubia les llegaba una gran cantidad de oro, al que se le llamaba Nebu, lo que puede justificar el nombre de Nubia, o quizá el origen de la palabra pudiera ser a la inversa.
Al norte se encuentra el Mar Mediterráneo, al que llamaban «El Gran Verde» (Vadye-Ur), considerado durante un cierto tiempo como un enorme río del que no se podía ver la otra orilla. Hacia el este del Mediterráneo hay una gran lengua de tierra, un istmo donde se encuentra el actual Canal de Suez, paso obligado para las caravanas a través de la península del Sinaí. Y fue precisamente por este punto por el Egipto tuvo los mayores problemas. Diversas invasiones por esa zona, le obligaron a defenderse y vigilar la franja. De entre ellas la más famosa fue la de los Hicsos, que ocuparon el norte durante muchos años.

Cantera de granito rojo en Assuan.

Wadi entre montañas bajas, en pleno desierto, que da acceso a un valle, donde son frecuentes los paisajes rocosos, como el que podemos ver.
En medio de este enorme país que es Egipto (llamado Kemit o Kemet en la antigüedad) discurre el Nilo y lo hace en una zona baja, con meandros y con una dirección bastante clara: desde el sur al norte coincidiendo con bastante exactitud en ese eje: Sur a Norte. Lo hace encañonado entre las montañas orientales y el desierto arábigo y una gran meseta occidental que es, en realidad, el final del desierto del Sahara.
Es en esta meseta que queda al borde del Nilo por occidente, algo más alta que el nivel del río, la zona en la que se van a construir en un trecho de unos 100 km. la mayoría de las pirámides que se conocen y que están cercanas a Menfis, la capital de Egipto en la época del Imperio Antiguo.



La belleza del desierto es difícil de expresar.
Aunque la definición de desierto es: «lugar arenoso, desprovisto de vegetación y poco o nada habitado», el desierto en realidad es algo muy diferente. Hemos tenido ocasión de conocerlo bastante a fondo en abril de 2007, y quizá lo único en lo que encaja con esa descripción sea «en lugar poco habitado». E incluso hemos de decir que, mientras lo cruzábamos en un vehículo 4 x 4, a veces por pistas militares y en otras subiendo y bajando por dunas de diferentes alturas, o por terrenos plenos de guijarros, en varias ocasiones vimos cerca o lejos, largas caravanas de camellos que nos hacían recordar tiempos pretéritos. Y bastaba sustituir con la imaginación los modernos camellos por los asnos salvajes y los onagros en uso en el Imperio Antiguo y siglos posteriores, para suponer las dificultades de transporte de aquellos lejanos tiempos.
El desierto es un espectáculo inaudito y de una belleza singular. El que lo atraviesa no sale de su asombro ante tan cambiante escenario. Ante sus ojos se muestran unas extensiones que se pierden en el horizonte, cuando éste no se encuentra roto por los frecuentes y amplios espejismos. El cambiante suelo muestra, desde lugares arenosos de bajas dunas a zonas cubiertas de matas salpicadas al azar, zonas en las que los mogotes que el viento y la arena han tallado en caprichosas formas, a veces de aparente inestabilidad, o las mesas y mestas de cierta altura, en una alternancia aleatoria con los cerros testigo, las quebradas, las cañadas de cauce seco, las entradas a uadi de sistemas de cordilleras de bordes abruptos, o los «Sig» de estrechos pasos que muestran al final otro valle de paisaje no menos sorprendente.
Hemos tenido ocasión de ver los tres desiertos que hay en el Sahara que llega desde Libia y va a acabar muy cerca del Nilo. En nuestro deambular de oasis en oasis hemos pasado del desierto normal, el más conocido, de arenas blanquecinas-amarillentas, a lugares donde enormes extensiones de color negro conformaban el «Desierto Negro».
Pero en otros momentos, el desierto parecía haber sufrido una nevada de enormes extensiones y nos encontrábamos en el «Desierto Blanco». Y ya dentro de él, poder contemplar el causante de semejante albura: trillones y trillones de conchas de moluscos con antigüedad de millones de años en sucesivas capas que tapan la arena subyacente.
Y otras muchas sorpresas más, como poder ver «La montaña de Cristal», con el brillo traslúcido de cristales de cuarzo, micas y calcitas que la convierten en algo inenarrable.
O la sorpresa de entrar en un uadi y ver las paredes de las rocas casi verticales con las aperturas de cuevas prehistóricas y revisar el suelo y encontrar puntas de flechas, de lanzas o hachas de sílex rústicamente talladas en dos y tres caras. Del mismo modo, observando el suelo, y removiendo, se encuentran restos de loza de diversos colores, con o sin señales de grabaciones. En unas palabras: verlo para vivirlo o viceversa.

En la franja de desierto occidental de Egipto, por debajo de la depresión de Qattara y a lo largo de toda la ancha banda de desierto hacia el sur, paralela a la frontera con Libia, que nos llevaría hasta Nubia y Sudán, hay dispersos una serie de oasis que son dignos de ver y visitar detenidamente.
Al avanzar por el desierto se alcanzan en ocasiones puntos en los que el suelo inicia un descenso paulatino que lleva a un sector situado a 18 o más metros por debajo del nivel del mar y allí, verde palmeral, con prolongadas extensiones de agua dulce, encontramos el oasis. Y en él, ciudades llenas de vida, templos y tumbas. Y, eso sí, ni una cerveza con alcohol, lo que se convierte en algo molesto para poder cambiar el agua que se consume durante el viaje por algo más sabroso.
Siwa, el lugar en el que Alejandro Magno consulto al oráculo, es sin duda el de mayor extensión. Sus palmeras datileras cubren una gran superficie y se encuentra rodeada por un gran lago de agua dulce de más de 40 kilómetros. Las palmeras nos permiten comer dátiles con sólo lavarlos. Su «Montaña de los Muertos», y sus tumbas en el suelo y en las paredes de la montaña son una experiencia más que satisfactoria, así como el resto de templos y la llamada «fuente de Cleopatra» que ésta nunca visitó, pero en la que nos bañamos en su agua termal.
Sitra es sin duda el más pequeño de los oasis que pudimos ver. Y sucesivamente, conforme se avanza hacia el sur y vamos pasando por: Bahariya, El Dakhla, Farafra, Mut, El Kharga y sus oasis cercanos: El Wahat, Bulaq, Baris, El Maks, Dush para llegar finalmente a Tebas.
Y en cada uno de ellos, las visitas obligadas a sus templos y tum...
Índice
- Portada
- ÍNDICE
- PREFACIO
- INTRODUCCIÓN
- PARTE I. LA NOCHE DE LOS TIEMPOS. (10000 a 4000 a.C.)
- PARTE II. PERIODO PREDINÁSTICO (5500 a 3150 a.C.)
- PARTE III. EL PERIODO DINÁSTICO (3150 a 2181 a.C.)
- BIBLIOGRAFÍA
- NOTAS