Breve historia de los judíos
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Breve historia de los judíos

Juan Pedro Cavero Coll

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Breve historia de los judíos

Juan Pedro Cavero Coll

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Breve historia del pueblo judío es el título del libro escrito por el historiador Juan Pedro Cavero Coll y editado por Nowtilus. Un ejemplar que resume en ocho capítulos la trayectoria de un pueblo en el que han nacido Moisés, Jesucristo y Carlos Marx entre otros y que reconoce como padre a Abraham. Un libro ameno, sencillo y muy riguroso que vale la pena leer y que nos enseña una historia rica en avatares y costumbres ancestrales. Además de su historia cronológica y objetiva podemos ver a un pueblo en sus elementos más íntimos y originales, que no dejara indiferente a nadie. La historia de un pueblo que a pesar de la segregación, la diáspora y el holocaustoha sabido conservar su identidad y su unión religiosa. Este libro nos descubre la historia de uno de los pueblos más complejos en la historia universal. Perseguidos a lo largo de la historia en todos los países en los que se asentaron, los judíos han vivido siempre en minoría con respecto a las otras grandes religiones, y aun así, han sabido conservar sus señas de identidad y mantener un poder estratégico en aquellos países en los que han habitado. Conocer al pueblo judío es descubrir qué tienen en común personalidades tan influyentes y dispares como: Moisés, David, Jesús de Nazaret, Maimónides, Sigmund Freud, Karl Marx, Franz Kafka o Bob Dylan. Juan Pedro Cavero Coll trata en este libro la historia del pueblo judío de un modo riguroso pero sin renunciar a la intención divulgativa. En los primeros capítulos analiza el nacimiento del pueblo judío desde el padre Abraham, su convivencia con Roma y la figura de Jesús de Nazaret, para pasar luego a la tensa convivencia de los judíos con los cristianos y los musulmanes en la Edad Media y a la progresiva normalización de su situación en la Ilustración.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2011
ISBN
9788499671451
Edición
1
Categoría
History
Categoría
Modern History

1

Desde los comienzos

(h. s. XIX a. C. - s. I a. C.)

LA ÉPOCA DE LOS PATRIARCAS

Y LA FORMACIÓN DE ISRAEL

Conocer el pasado requiere disponer de fuentes que aporten información sobre lo que sucedió. Suele ocurrir que, cuanto más lejos en el tiempo están los eventos que deseamos conocer, menos son los testimonios conservados que permiten arrojar luz sobre lo acontecido. De hecho, para reconstruir los períodos más largos de la vida humana (Paleolítico, Mesolítico y Neolítico, este último aproximadamente y variando según los lugares, del 6000 al 3000 a. C.), sólo contamos con restos materiales. Precisamente a fines del Neolítico surgieron los poblados que dieron origen a las primeras civilizaciones (c. 3000 a. C.).
El escenario geográfico de estos importantísimos cambios fue el Creciente Fértil, así denominado por el arqueólogo estadounidense del siglo pasado James Henry Breasted, debido a la forma de luna creciente del territorio. Un área situada entre mares y desiertos y bañada por los ríos Tigris y Éufrates (Mesopotamia), Jordán (Canaán) y Nilo (Egipto) que, al seguir una evolución distinta al resto del mundo puede considerarse también una específica región histórica. Siglos antes había empezado a usarse el cobre en Europa y Asia, dando comienzo una nueva etapa en la evolución tecnológica que denominamos Edad de los Metales (subdividida a su vez, según se utilizan nuevos materiales, en Edad del Cobre, Edad del Bronce y Edad del Hierro).
Pero mientras la mayor parte del mundo seguía en plena Edad de Piedra —con la excepción de una Europa prehistórica que usa ya el metal— el empleo del cobre en el Creciente Fértil coincidió con el desarrollo de la escritura y, por tanto, con el comienzo de la Historia. En efecto, fue en esta zona donde se desarrollaron las primeras representaciones de palabras o ideas, con signos trazados en una superficie. Y gracias a ello y a lo avanzado de estas primeras civilizaciones, para conocer su pasado milenario disponemos de fuentes más numerosas y variadas que en otras áreas: una rica cultura material (restos óseos humanos y animales, vestigios de flora silvestre y de especies vegetales cultivadas, ruinas de construcciones, tumbas, representaciones artísticas o de culto, herramientas de trabajo, objetos suntuarios, armas, monedas, utensilios domésticos y otras piezas de barro, piedra, metal y marfil) y, además, fuentes escritas (inscripciones en lápidas, sellos de piedra, fragmentos de cerámica escrita y cientos de tablillas con diversos sistemas de escritura).
Interesa mucho tener todo esto en cuenta porque el Creciente Fértil fue escenario de la constitución y consolidación del pueblo hebreo, del que nos ha llegado más información que de muchos otros pueblos de la Antigüedad. Siendo no pocos los testimonios indirectos encontrados en excavaciones mesopotámicas, cananeas y egipcias, disponemos sobre todo de una fuente excepcional para conocer a los israelitas: la Biblia. Formada esta, como veremos, por distinto número de libros según preguntemos a judíos o a cristianos (también difieren católicos y protestantes), la Biblia es considerada principalmente palabra de Dios por los creyentes de esas religiones y portadora, por tanto, de un mensaje trascendente. Pero además, la mayoría de los especialistas piensan que la Biblia es un magnífico instrumento para reconstruir el pasado del pueblo judío y coinciden en tres afirmaciones básicas de gran importancia: los fundamentos teológicos y jurídicos de la Biblia son muchos siglos anteriores a su puesta por escrito; los textos muestran una gran continuidad, como consecuencia de la consistencia y raigambre de las creencias de los judíos; y es casi segura la inclusión de relatos posteriores a los hechos narrados y a las circunstancias en que se expusieron las enseñanzas.
La Biblia es, pues, una fuente excelente —teniendo en cuenta la variedad de géneros literarios que utiliza y los principios arriba indicados— para conocer la historia antigua, especialmente la de los israelitas. Y a pesar de que libros bíblicos históricos como los del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) fueron redactados en fechas muy posteriores a los hechos que narran, reflejan fielmente la memoria colectiva y custodian la identidad de un pueblo que, considerando las calamidades sufridas desde hace milenios, a nadie extrañaría que ya hubiera desaparecido. Todos, también los más desconfiados, tenemos una prueba excelente de la fidelidad de los escribas judíos al transcribir sus textos sagrados: los manuscritos bíblicos del mar Muerto, fechados entre los siglos II a. C. y I d. C. y descubiertos en cuevas cercanas a Qumrán (Israel) en 1947, son muy parecidos a escritos posteriores que se conocían hasta entonces. De hecho, y con gran diferencia, hay muchas más garantías de autenticidad sobre la Biblia que sobre cualquier otro escrito de la Antigüedad.
La mayor importancia del hallazgo de Qumrán es que hay textos bíblicos encontrados que concuerdan con los más antiguos conocidos hasta entonces (ss. IX y X d. C.) de la versión hebrea de la Biblia —usada también en la traducción cristiana del Antiguo Testamento— y prueban, por tanto, la milenaria fidelidad de su transmisión.
¿Y qué dice la Biblia de aquellos tiempos? Ya su primer libro, el Génesis, tras dedicar los 11 capítulos iniciales a cuestiones fundamentales sobre la historia universal (creación del mundo inanimado y animado, creación del hombre y la mujer, aparición del mal y sus primeras consecuencias, genealogía de patriarcas antediluvianos, diluvio, repoblación de la Tierra y comienzo de la diversidad de lenguas, genealogía de Abrán), se centra desde el capítulo 12 en la historia de quien cambiará su nombre de Abrán por Abraham (h. s. XIX a. C. - h. s. XVIII a. C.), origen del pueblo hebreo. Esa particular atención que merece el futuro patriarca tiene, según el Génesis, una razón de ser: su especial elección por Yahvé o, dicho de otro modo, su vocación.
Tras marchar de Ur con su padre y muerto este en Harán, cuenta el Génesis que Yahvé dijo a Abrán: «Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré». Y así lo hizo Abrán, patriarca venerado por los fieles de las tres religiones monoteístas.
Abrán había marchado con su padre desde la ciudad caldea de Ur hasta la ciudad de Harán. Allí, nacido ya su hijo Ismael, fruto de la unión con su esclava egipcia Agar, Abrán oyó de Dios unas palabras que, por su trascendencia para comprender la historia del pueblo judío, hemos de transcribir:
Yo soy El Sadday [nombre divino de época patriarcal], anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi Alianza entre nosotros dos y te multiplicaré sobremanera. […] Por mi parte esta es mi Alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abraham, pues te he constituido padre de una muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi Alianza entre nosotros dos y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una Alianza eterna, de ser Yo tu Dios y el de tu posteridad. Te daré a ti y a tu posteridad la tierra en la que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua y Yo seré el Dios de los tuyos.
La señal de tal Alianza fue, por orden divina, la circuncisión de los varones. Así se hizo con Ismael y con el pequeño Isaac, nacido de la anciana Sara, esposa de Abraham. Según el Génesis, la continuidad de ese pacto especial recayó precisamente en Isaac. Y tras prometer Yahvé a Abraham que haría de su hijo mayor un gran pueblo, la egipcia Agar e Ismael —de quien descienden los ismaelitas y el propio Mahoma, según el fundador de la religión musulmana— fueron despedidos.
La vida continuó, cambiando de sitio según se agotaban los pastos para el ganado y aparecían otros nuevos. Isaac engendró a Jacob, que suplantó a su hermano mayor Esaú durante la bendición paterna y a quien, como sabemos, se llamó Israel tras luchar contra un ser misterioso, «porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres y le has vencido». Llevado por el hambre, Jacob/Israel y su familia se trasladaron a Egipto, donde el patriarca acabó sus días. De sus descendientes surgieron las llamadas doce tribus de Israel.
Parece que la estancia de los israelitas en Egipto se prolongó durante varios siglos (h. XVII a. C. - h. XIII o XII a. C.). De la esclavitud que sufrieron —al menos en las últimas centurias— en el país de los faraones fueron liberados por Moisés, quien, según el conocido relato del Éxodo, contó con ayuda divina para lograrlo. Diez plagas soportaron los egipcios. Tras la décima, que acabó con sus primogénitos, los israelitas obtuvieron su liberación, como sigue recordándose durante la Pascua judía. Moisés cumplía libre y fielmente su misión, aunque la Biblia revela que el éxito estaba siendo posible por contar con el favor de Yahvé. La figura de Moisés constituye un hito decisivo tanto en la creación de la vida nacional de Israel, como en su inseparable identidad religiosa. El hecho clave fue la teofanía (‘manifestación divina’) que tuvo lugar en el monte Sinaí, fuera ya de Egipto. Allí, según los textos bíblicos, se estableció una Alianza especial y Yahvé reveló el Decálogo.
Las duras plagas enviadas por Yahvé a los egipcios acabaron forzando al faraón a autorizar la salida de Egipto de Moisés y de los esclavos hebreos. Durante la larga travesía por el desierto rumbo a Canaán tuvo lugar, entre otros hechos extraordinarios, la Alianza entre Yahvé y los israelitas.
Aunque alcanzara a sus descendientes, el pacto de Yahvé con Abraham había sido personal y ...

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