
- 976 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Comentario al libro de Josué
Descripción del libro
El Comentario al libro de Josué de Samuel Pérez Millos es el estudio bíblico más actual y amplio que existe en español.
Está organizado en esta estructura:
Contexto histórico al libro, que incluye datos de historia, antropología, arqueología, sociología, lingüística, usos y costumbres, geografía, filosofía de la religión y otras áreas de conocimiento que ayudan a enriquecer la comprensión del mundo bíblico.
Estudio y exposición exegética versículo a versículo o pasaje a pasaje o los términos claves más importantes del texto.
Aplicación pastoral/ministerial con ayudas y exhortaciones prácticas.
Incluye 23 excursos o apéndices, para ampliar sobre un tema relevante.
Incluye infografías, gráficas y tablas.
Preguntas frecuentes
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Información
Categoría
Théologie et religionCategoría
Études bibliquesCAPÍTULO 1
EN LOS LLANOS DE MOAB
EN LOS LLANOS DE MOAB
Introducción
El pueblo de Israel había llegado a los límites de la tierra prometida, situándose frente al Jordán, frontera natural de la tierra al este. En ese momento debían iniciarse los preparativos para la ocupación de la tierra conforme al propósito de Dios. Todas las acciones que se realizaran, tanto en los prolegómenos del paso del Jordán como en el cruce del río y luego en todas las de la conquista, habían de estar sujetas a las disposiciones de Dios. Comienza el pasaje, por tanto, con las primeras instrucciones de Dios que determinan acciones concretas antes del inicio de la conquista de Canaán (vv. 1-2). De igual manera, el Señor indica claramente a Josué cuáles eran los límites del territorio que les entregaba y que debían ocupar (vv. 3-4). La conquista, desde el punto de vista humano, no resultaría una empresa fácil, sin embargo, Canaán sería puesta en manos de Israel por Dios mismo, en cumplimiento de las promesas dadas antes. Con todo, Josué necesitaba el aliento que provenía del compromiso divino garantizándole la victoria sobre todos los enemigos. La campaña de ocupación de la tierra, sería larga y compleja. Josué debía ser diligente en el cumplimiento del trabajo al que Dios le había llamado, por ello le recuerda el Señor la necesidad de esfuerzo y valentía en la conducción del pueblo para esa empresa (vv. 5-6). La obediencia a los mandamientos dados antes a Moisés y registrados por este en sus escritos, debía ser tenida muy en cuenta por Josué, conforme a la advertencia divina (vv. 7-8). Los problemas que habría de enfrentarse durante los años de la conquista, tanto externos procedentes de las naciones enemigas, como internos causados desde la intimidad del pueblo de Israel, podrían hacer decaer el ánimo de Josué, por ello recibe, junto con la instrucción de afrontar la obra con valentía, la promesa del continuo apoyo de Dios (v. 9). Recibido el mandamiento de Dios de iniciar la conquista de la tierra, Josué instruye a su vez a quienes debían colaborar en la primera acción, que consistía en el cruce del Jordán (vv. 10-11). Las dos tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés, que habían solicitado y obtenido territorios en la Transjordania, habían asumido el compromiso de colaborar con sus hermanos en la conquista de la tierra, por lo que Josué les recordó sus promesas y demandó de ellos su cumplimiento, preparándoles para la tarea conjunta de la conquista y ocupación de la tierra en que las otras nueve tribus debían habitar (vv. 12-15). El pasaje concluye con la promesa de estas dos tribus y media de cumplir fielmente sus compromisos y de la más estricta obediencia, a la vez que ruegan por la prosperidad de Josué (vv. 16-18).
Para el comentario del pasaje se sigue el bosquejo analítico que está en la Introducción, como sigue:
A. La entrada en la tierra de Canaán (1:1-5:15)
1. La comisión de Dios a Josué (1:1-9).
2. La comisión de Josué al pueblo (1:10-18).
La entrada en la tierra de Canaán (1:1-5:15)
La comisión de Dios a Josué (1:1-9)
1. Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:
El relato comienza “después de la muerte de Moisés”, que había ocurrido en el monte Nebo, en la tierra de Moab (Dt. 34:1, 5). Había sido el “siervo de Yahveh” (aebed Yahveh), sirviéndole con toda fidelidad. El Espíritu da testimonio de su servicio leal, calificándolo como “fiel sobre toda su casa” (He. 3:3). Lo había sido como profeta de Dios, andando en comunión con Él y llevando a cabo acciones portentosas mediante el poder del Señor que actuaba en él (Dt. 34:10-12). Conociendo que su muerte iba a ocurrir antes de que el pueblo —que había sacado de Egipto y conducido por el desierto— entrara en la tierra de la promesa, pidió al Señor que designara a quien debía sucederle como conductor del mismo. El deseo de Moisés se expresó en oración: “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor” (Nm. 27:16, 17). El corazón de Moisés era un corazón de pastor. Su petición procuraba la continuidad del pastoreo del pueblo que él había ejercido durante su ministerio. El pensamiento de Moisés estaba en el pueblo de Dios. Su oración tuvo respuesta inmediata: “Y Jehová dijo a Moisés: Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él; y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación; y le darás el cargo en presencia de ellos” (Nm. 27:18-19). La imposición de manos era señal de identificación y prolongación en el ministerio, así como de transmisión de bendiciones. Josué fue presentado de este modo como el relevo de Moisés, por él mismo, conforme a la voluntad de Dios. El Señor respetó siempre el ministerio de Moisés como conductor de Su pueblo. Era a Moisés a quien hablaba para darle las instrucciones necesarias en cada momento sobre lo que debía hacerse en Israel.
A la muerte de Moisés, el Señor actuó del mismo modo con Josué, su sucesor, hablándole de la misma manera que había hecho antes para instruirle en relación con lo que debían llevar a cabo. El texto bíblico no deja duda sobre quién habla a Josué: “Jehová habló”. Este es uno de los nombres de la deidad en el Antiguo Testamento. Los nombres con que Dios se nombra en la Escritura son revelados por Él mismo. El nombre en la Biblia tiene la importancia de su propio significado, que expresa aspectos intrínsecos de la persona nombrada, especialmente de su propio carácter, que define sus cualidades personales. De ahí que, cuando una persona cambia en algún aspecto esencial, cambie también de nombre. Así ocurrió con Abram cambiado en Abraham (Gn. 17:5) a causa de la promesa de su descendencia; igualmente con Jacob, el usurpador, cambiado en Israel, un príncipe con Dios (Gn. 32:28); o con Salomón, por medio de Natán el profeta, cambiado en Jedidías (2Sa. 12:25). Igualmente ocurre en el Nuevo Testamento, donde Jesús cambió el nombre de Simón, el hijo de Jonás, por el de Cefas (Jn. 1:42).
Si el carácter personal se descubre parcialmente en relación con el nombre, el de la deidad se manifiesta en plenitud al ser Dios mismo quien lo revela por su Palabra inspirada. Nadie ha nombrado jamás a Dios, en el sentido de imponerle un nombre, sino que Él mismo lo ha manifestado, como parte de Su autorrevelación personal. Por esa razón, todos los nombres con que la Escritura designa a Dios son significativos, como expresión de aspectos concretos de Su carácter y realidad íntima. Jehová, o tal vez mejor Yahveh, es uno de los nombres primarios de la deidad, que manifiesta especialmente el concepto de proximidad de Dios en gracia al hombre. No se sabe mucho de su significado idiomático, pero el texto bíblico revela por medio de él aspectos relacionales de Dios. Es uno de los títulos más usados en el Antiguo Testamento. Probablemente ese nombre fue revelado ya a los primeros hombres. Es posible que Adán conociera por este título al Creador. Sin embargo, su significado debió permanecer oculto hasta los días de Moisés en el desierto, como él mismo lo registra en el Génesis: “Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos” (Gn. 15:2). El significado básico del título le fue dado a Moisés: “Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Así dirás a los hijos de Israel; YO SOY me envió a vosotros” (Éx. 3:14). El título revela una existencia en y por sí mismo. Es el que permaneció, permanece y permanecerá siendo lo que eternamente fue, es y será. Esencialmente, es el que se revela por propia voluntad como quien existe eternamente en Sí, pero no estáticamente, sino en actividad. Dios es Yahveh por haber entrado en relación personal con los hombres y especialmente con su pueblo Israel. El título designa al Dios del pacto que incondicionalmente establece promesas que cumplirá debido a su fidelidad personal. El nombre de Yahveh se utiliza de forma notoria en una relación entre Dios y el hombre en aspecto salvífico o redentivo. Son los hechos salvíficos de Dios operados en la historia humana, los que van dando aspectos concretos del significado admirable de este nombre por el cual se revela. Yahveh es quien rescata a su pueblo de la opresión de Egipto, salvándole de la esclavitud a que estaba sometido y adquiriéndolo para sí mismo como su especial tesoro.
El significado pleno del título fue proclamado más tarde por Dios mismo a Moisés: “Y Jehová descendió en una nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ninguna manera tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éx. 34:5-7). Es el Dios de la gracia y de la bondad, quien misericordiosamente estableció compromisos de bendición para con su pueblo, en razón de su sola y soberana voluntad. Nada ni nadie podrían invalidar sus promesas. Él mismo estaba dispuesto a perdonar el pecado de los transgresores y mostrar misericordia sobre quienes continuamente estaban faltando a su compromiso con Él. La rebelión y el pecado de los suyos podían encontrar la piadosa recepción en los brazos misericordiosos de Yahveh, el Dios del Cielo, quien podía “pasar en su paciencia los pecados de su pueblo” (Ro. 3:25) en razón de la obra expiatoria que se efectuaría en el tiempo histórico de los hombres por el Cordero de Dios. No era el Dios inmisericorde que exterminaría a quienes pecaran contra Él, pero tampoco era el Dios que pasaba por alto el pecado cometido por los suyos. Quien amaba hasta pactar en gracia con su pueblo, exigía también la medida de santidad que había de caracterizar a quienes eran suyos para vivir en comunión con Él. La advertencia hecha en la proclamación de Su Nombre de que no tendría por inocente al malvado, se manifestaría en acciones disciplinarias contra los desobedientes durante el tiempo de la conquista de la tierra. La realidad admirable de Jehová y su relación con el pueblo a lo largo de los siglos de existencia desde el llamado de Abraham y la salida de Egipto, pasando por las actuaciones en el desierto e iniciando la conquista y posesión de la tierra, hacen que el concepto íntimo de Dios, revelado por Él mismo, se amplíe mediante otros títulos que, unidos al de Yahveh, expresan aspectos concretos de su comportamiento. El mismo Moisés había recogido en sus escritos inspirados por Dios tres de esos calificativos. Yahveh era el que supliría todo cuanto faltara a su pueblo porque es “Yahveh-jiré”, “Yaweh proveerá” (Gn.22:13,14). El que había hecho provisión para evitar la muerte del unigénito de Abraham proveería de cuanto fuera necesario para los suyos en la marcha victoriosa sobre Canaán, en el cumplimiento de sus promesas y pactos. Había manifestado la misma provisión ya a lo largo de las jornadas por el desierto. Cuarenta años de continua provisión para todo cuanto el pueblo había necesitado atestiguan la grandeza del Padre Celestial que cuidaba con solicitud de sus hijos. Yahveh era también el sanador de su pueblo, como “Yahveh-rafah”. De ese modo se reveló a Moisés con motivo de las aguas amargas de Mara, cuando al reclamar la obediencia de su pueblo les hizo una promesa de bendición: “Si oyes atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (Éx. 15:26). El Dios que hablaba a Josué era también la bandera sobre su pueblo, como lo llamó Moisés en el tiempo del enfrentamiento con Amalec: “Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi” (Éx. 17:15). Dios había manifestado su cuidado, su poder sanador y su eficacia contra los enemigos, por tanto, Josué podía sentirse confiadamente seguro ante una empresa como la que el Señor le estaba encomendando. Habría serias dificultades que vencer, momentos de inquietud, enemigos poderosos, pero sobre ellos estaba Yahveh, el Dios del pacto, de la gracia y del poder. Era el Omnipotente quien dirigiría toda la acción en la conquista de la tierra y era Él mismo quien daría la victoria y la heredad a Su pueblo conforme a sus promesas. Josué podía confiar porque conocía a Dios.
La primera aplicación que se desprende del texto tiene que ver con el conocimiento que el líder bíblico debe tener de quién es el Dios a quien sirve. De este conocimiento personal e íntimo derivará el modo de actuación en el servicio. No es igual servir al dios pequeño y reducido del humanismo que al Dios soberano de la Biblia. El Dios del pacto estableció compromisos con su pueblo que no va a quebrantar. Él mismo firma: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:18); o de otro modo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). Es necesario conocer a Dios para poder entender bien el privilegio de servirle y tener la certeza de que ninguna empresa que Él determine, por dificultosa que humanamente parezca, podrá fracasar porque Él está detrás de ella. Es necesario conocerle en la grandeza de sus perfecciones para que el desaliento no conduzca al abandono en su obra. Él es el Dios de la provisión, de la restauración y de la victoria. Su bandera desplegada sobre su pueblo jamás será arrebatada p...
Índice
- Acerca del autor
- Índice
- PRÓLOGO
- INTRODUCCIÓN
- CAPÍTULO 1 EN LOS LLANOS DE MOAB
- Excursus I Datación y entorno histórico del libro de Josué
- Excursus II LOS JURAMENTOS
- CAPÍTULO 2 RAHAB
- CAPÍTULO 3 EL CRUCE DEL JORDÁN
- Excursus III EL RÍO JORDÁN
- CAPÍTULO 4 LOS DOS MONUMENTOS
- CAPÍTULO 5 PREPARATIVOS PARA LA CONQUISTA
- EXCURSUS IV LA PREEXISTENCIA DE CRISTO
- CAPÍTULO 6 JERICÓ
- Excursus V JERICÓ
- EXCURSUS VI ANATEMA
- CAPÍTULO 7 CONSECUENCIAS DE LA DESOBEDIENCIA
- Excursus VII HAI
- Excursus VIII LA IRA
- Excursus IX URIM Y TUMIM
- CAPÍTULO 8 VICTORIA EN HAI
- Excursus X EBAL Y GERIZIM
- CAPÍTULO 9 ALIANZA CON GABAÓN
- Excursus XI GABAÓN
- CAPÍTULO 10 GUERRA CONTRA CINCO REYES
- EXCURSUS XII CIUDADES DEL SUR DE CANAÁN
- CAPÍTULO 11 LA POSESIÓN DE TODA LA TIERRA
- EXCURSUS XIII HAZOR
- CAPÍTULO 12 LA TIERRA CONQUISTADA
- EXCURSUS XIV EL REINO DE MOAB
- CAPÍTULO 13 REPARTO DE TRANSJORDANIA
- CAPÍTULO 14 HERENCIA Y COMPROMISO
- EXCURSUS XV HEBRÓN
- CAPÍTULO 15 LA HEREDAD DE JUDÁ
- EXCURSUS XVI OTRAS CIUDADES EN LA LXX
- CAPÍTULO 16 LA HEREDAD DE EFRAÍN
- EXCURSUS XVII JOSÉ
- EXCURSUS XVIII GEZER
- CAPÍTULO 17 HEREDAD CISJORDANA DE MANASÉS
- EXCURSUS XIX BET-SEÁN Y MEGUIDO
- CAPÍTULO 18 REPARTO DEL RESTO DE LA TIERRA
- EXCURSUS XX EL TABERNÁCULO
- EXCURSUS XXI SILO Y JERUSALÉN
- CAPÍTULO 19 LAS HEREDADES RESTANTES
- EXCURSUS XXII SIDÓN Y TIRO
- CAPÍTULO 20 CIUDADES DE REFUGIO
- CAPÍTULO 21 LA PORCIÓN DE LOS LEVITAS
- EXCURSUS XXIII LA TRIBU SACERDOTAL
- CAPÍTULO 22 DESPEDIDA de LAS DOS TRIBUS Y MEDIA
- CAPÍTULO 23 DESPEDIDA DEL PUEBLO Y SUS LÍDERES
- CAPÍTULO 24 HISTORIA, PACTO Y EPÍLOGO
- BIBLIOGRAFÍA
- Signos de transcripción hebrea