Psicología e hipnosis en el tratamiento del dolor
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Psicología e hipnosis en el tratamiento del dolor

Martha Martín Carbonell

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Este libro de investigación tiene como objetivo describir los aportes y limitaciones de la hipnosis como técnica coadyuvante en el tratamiento del dolor, a partir de técnicas que pueden ser usadas en servicios de urgencia, en la atención hospitalaria y en la atención primaria. El libro recoge los resultados de investigaciones y experiencias de más de veinte años de práctica, de profesionales que han trabajado en la atención a personas con enfermedades y problemas de dolor crónico. Puede vislumbrarse un porvenir prometedor para que en el trabajo cotidiano se utilicen los recursos psicológicos en las técnicas de hipnosis para potenciar el alivio del dolor y el bienestar humano.

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Información

Parte 1. Fundamentos del uso de la hipnosis en el tratamiento del dolor

Part 1. Fundamentals of the Use of Hypnosis in the Treatment of Pain
1. Aspectos históricos del uso de la analgesia hipnótica
Historical features of the use of hypnotic analgesia
Resulta sorprendente cómo, a pesar de que desde los inicios de la humanidad se han utilizado exitosamente influencias psicológicas para el control del dolor, hoy en día el uso de la hipnosis con fines analgésicos todavía se discute y hasta niega, tanto por especialistas, como por legos, e incluso es una noticia curiosa en los periódicos. No es el objetivo de este capítulo abordar la historia de la hipnosis –sobre la cual el lector interesado podrá encontrar abundantes análisis y referencias en los numerosos textos que existen sobre este tema–. Sin embargo, considero importante resaltar momentos axiales de la historia del uso de la hipnosis en la analgesia, ya que nos ayudan a comprender el porqué del escepticismo y la desinformación que existe al respecto en la actualidad. De hecho, buena parte de la producción científica contemporánea y pasada está marcada por la necesidad de “desmitificar” la hipnosis (Vallejo, 2015).
Uno de los factores que explican esta situación es que la propia hipnosis resulta un asunto polémico, aunque –paradójicamente– sea uno de los que más interés despierta entre los profesionales de la salud y la propia población. Mitos y prejuicios a lo largo de los años han permeado este estado mental, dotándolo de atributos de esoterismo, magia, peligrosidad, etc.
El hecho de que la hipnosis (o los trucos de teatro denominados como hipnosis) se utilice como espectáculo, ha contribuido y contribuye a incrementar especialmente estos prejuicios en el contexto latinoamericano (Vallejo, 2015).
Por otra parte, como plantea Mangieri (2014, p. 102), “la performatividad de los gabinetes espiritistas tiene una conexión semiótica indudable con el discurso de la ciencia experimental (sobre todo la psicología, la física y la química de la época)”; en efecto, desde el discurso de magos y espiritistas se usa con frecuencia el término hipnosis (Vallejo, 2015). Es más, el mito del zombi, según Carcavilla-Puey, nace como “símbolo arquetípico de cierto estado psíquico morboso derivado de nuestra relación con lo inconsciente” (2013, p. 13), cuyos orígenes se remontan al tratamiento literario y cinematográfico del “lado oscuro del magnetismo animal y la hipnosis”, y hace referencia a la actuación perversa de personas con poderes naturales (el hipnotizador o “magnetizador”), o sobrenaturales (el mago).
Entre los propios profesionales de la salud pueden existir temores a practicar la hipnosis, ya sea porque compartan los prejuicios anteriormente mencionados, o bien porque tengan otros. Ejemplos de estos prejuicios son: creer que la hipnosis es intrínsecamente peligrosa, que se necesitan dotes especiales para practicarla, requiere mucho tiempo o es privativa de determinadas profesiones o especialidades (la psicología o la psiquiatría, por regla general).
Hull (1930/1931) lo planteó en un artículo pionero:
Debería recordarse que Mesmer fue contemporáneo de B. Franklin. Durante el período de un siglo y medio desde que Franklin hizo su experimento (1752), la electricidad se ha desarrollado como una de las ciencias exactas y cuantitativas que existen. Después de aproximadamente el mismo período (Mesmer propuso su teoría del magnetismo animal en 1775) encontramos que el hipnotismo en mayor parte se ha quedado en manos de charlatanes y monjes místicos. (p. 201)
Especialmente la analgesia hipnótica, como plantean Chaves y Dworkin (1997), es uno de los tópicos que resulta más dramático y misterioso. Es también uno de los argumentos que se esgrimen para fundamentar la visión de la hipnosis como un estado de consciencia especial, asociado a mitos como el del “poder del hipnotizador”, el de la “pérdida de la voluntad y el control de la persona hipnotizada”, así como los dos peligros que más se le atribuyen: el temor a quedarse “enganchado” y no poder salir de ese estado, y el temor a que la hipnosis pueda provocar algún tipo de trastorno psíquico, alteración emocional o activación de patologías “latentes”.
Por otra parte, la mayoría de los autores, al abordar el tema del desarrollo histórico de la hipnosis, establecen su origen en los albores de la historia y lo asocian a prácticas de tipo mágico-religioso que tenían algún tipo de consecuencia terapéutica. En muchos textos sobre hipnosis se encuentran referencias que atribuyen a los asirios y babilonios (5000 años a. C.) el uso de métodos hipnóticos en sus prácticas terapéuticas. También se mencionan a las culturas hebrea, hindú, china y japonesa, como herederas de prácticas que combinan la relajación, la concentración, la quietud, sonidos rítmicos y palabras para lograr reacciones sanadoras en el cuerpo y la mente (Martínez-Perigod y Grenet, 1985; González-Ordi, 2015).
Se han conceptualizado como métodos primitivos de inducción hipnótica el uso del canto rítmico, la música, el baile, palmadas monótonas, toques de tambor, etc. Se asume que generalmente tienen como finalidad favorecer los estados místicos y el éxtasis religioso (González-Ordi, 2015). Muchas de esas prácticas mágico-religiosas se mantienen en la actualidad –lo que sin duda ha contribuido a la mistificación de la hipnosis–, y están particularmente vigentes en la cultura latinoamericana. Otros autores rechazan de plano cualquier comparación de la hipnosis con tales rituales (Spanos y Chaves, 1991), en la medida en que estos reflejan pautas culturales y funciones ceremoniales con objetivos muy diferentes a las de la hipnosis actual. Es más, nótese que el término trance, que se usa como sinónimo de estado hipnótico, también se utiliza para referir el estado de éxtasis místico descrito en múltiples textos religiosos.
Sin embargo, un momento importante para intentar una explicación científica de la hipnosis suele situarse en Viena, con la publicación de los trabajos de Franz Anton Mesmer (1734-1815), quien en 1779 expuso los resultados de sus investigaciones en Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal. Según esta obra, existe un fluido sutil en el universo que actúa como un medio de unión entre los hombres, así como entre estos y la tierra, y entre la tierra y los demás cuerpos celestiales. La enfermedad se originaría por una desigual distribución del fluido en el cuerpo humano y la recuperación se obtendría al restaurar el equilibrio. Mediante técnicas especiales, ese fluido podría ser canalizado, almacenado y trasmitido a otras personas, con el objeto de provocar “crisis” y curar las enfermedades por medio de “pases de manos magnéticos o energéticos”. Mesmer sostenía que el magnetismo obedecía a leyes similares a las de la electricidad, y, por esa razón, pensaba que tal fluido poseía polos, corrientes, descargas, conductores, aisladores y acumuladores, e ideó la “cubeta (baquet) magnética”, a fin de concentrar el fluido y aplicarlo en grupos de enfermos. El médico alemán utilizó sus técnicas para el tratamiento del dolor, entre otros trastornos (Chaves y Dworkin, 1997).
En 1785 se pidió al gobierno francés que nombrara varias comisiones de investigación compuestas por médicos y científicos, cuyos informes fueron desfavorables para su teoría y su práctica. Así terminó la carrera de Mesmer, quien abandonó Francia llevando consigo una fortuna que había “atraído magnéticamente” (García, en preparación). Sin embargo, Mesmer se inmortalizó y se convirtió en el eslabón histórico que enlaza las teorías antiguas y modernas del estado hipnótico. Llamó la atención del mundo occidental de la época hacia la existencia de un modo terapéutico que antes solo estuvo reservado para sacerdotes, hechiceros y magos. A partir de ese momento, puede rastrearse en la literatura científica el interés por el uso de la hipnosis para el control del dolor.
Entre otras figuras destacadas del “mesmerismo”, se halla el abate José Custodio de Faria (1756-1819), quien abrió en París un gabinete de magnetizador donde inició un curso público de “sueño lúcido”, con el cual cambió la manera en que la historia se refería al magnetismo. Retiró los imanes, las varas de hierro, los tubos de roble y la música, y re-descubrió (ya que antes lo había descubierto la segunda comisión de investigación sobre Mesmer), que el mesmerismo no tenía nada que ver con fuerzas externas actuando sobre la persona, sino con cuán receptiva era esta a la técnica de inducción. Se opuso al mesmerismo y al concepto de fluido magnético. Su sueño lúcido era una especie de sugestión terapéutica, a la cual le veía aplicaciones para la anestesia quirúrgica. Para él, solo algunos individuos eran susceptibles de adormecerse artificialmente, y a estos los llamó epoptes naturales (del griego epopte, “el que ve todo al descubierto”). En 1816 fue víctima de una burla pública, y se consagró a la redacción de su tratado De la cause du sommeil lucide ou étude de la nature de l’homme, cuya publicación pasó inadvertida. Más tarde, Bernheim, Gilles de la Tourette y Janet, sabrían reconocerle su papel como predecesor del método de la hipnosis por sugestión (García, en preparación).
Asimismo, entre los reportes tempranos del uso del “mesmerismo” para el control del dolor, sobresalen los trabajos de John Elliotson (1791–1868), y de James Esdaile (1808-1859). Elliotson era profesor de medicina del University College Hospital de Londres. Había estudiado mesmerismo con un discípulo del abate Faria, y experimentó con el “sueño magnético” para la cirugía mayor en numerosos casos. Fundó una revista, The Zoist, y un hospital mesmérico (Gezundhajt, 2007).
El cirujano James Esdaile (1808-1859) fue colaborador de Elliotson en esta revista. En 1845, a cargo de un hospital en la India, Esdaile fue pionero en el uso de la analgesia quirúrgica mediante el “mesmerismo”, lo cual coincidió con el descubrimiento del cloroformo. Un comité gubernamental valoró favorablemente su trabajo, por lo que ganó el aprecio de la población nativa. La proporción de mortalidad para la cirugía mayor en ese momento era aproximadamente del 50 %, pero en las 161 operaciones hechas por el Dr. Esdaile usando técnicas hipnóticas, la mortalidad bajó a solo el 5 %, sin ningún caso de complicaciones como resultado inmediato de la cirugía (García, en preparación). Publicó luego el panfleto The Introduction of Mesmerism as an Anaesthetic and Curative Agent into the Hospitals of India, pero a pesar de su éxito, tropezó con la oposición de los partidarios del cloroformo y de la Iglesia (Gezundhajt, 2007). Esto, probablemente, porque sus informes también fueron exagerados, tal y como demostró el propio comité gubernamental (Chaves y Dworkin, 1997).
El debate entre la anestesia farmacológica y la hipnótica fue especialmente agudo en esta época, ya que tenía como telón de fondo la “batalla de ideas” entre la naciente modernidad y el pensamiento medieval. Con respecto al dolor, en la Alta Edad Media se tenía una concepción dual, pues era visto como medio de castigo y redención. Desde la profesión médica, también existía ambivalencia sobre si debía intentar su alivio durante una intervención quirúrgica, ya que las quejas y referencias del paciente servían de guía para la intervención (Chaves y Dworkin, 1997).
La victoria de la anestesia farmacológica sobre la hipnótica se debió más a consideraciones políticas que científicas, pues al inicio no había evidencias claras de la anestesia inhalante; tanto el mesmerismo, como el óxido nitroso, fueron utilizados de manera teatralizada y como espectáculos circenses (Rey, 1993). De acuerdo con Chaves y Dworkin, “el pivote de estas considerac...

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