Aportes del psicoanálisis para una teoría de la inteligencia
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Aportes del psicoanálisis para una teoría de la inteligencia

Silvia Bleichmar

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Aportes del psicoanálisis para una teoría de la inteligencia

Silvia Bleichmar

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En este tomo de la colección Perfiles, Noveduc rinde homenaje a Silvia Bleichmar, psicóloga y doctora en psicoanálisis, una mujer absolutamente comprometida con la sociedad desde la política y desde su profesión.En los textos que se incluyen, la autora no se limita a exponer teorías propias o ajenas: sus planteos están encarnados; parten de sólidos marcos conceptuales, de profundas reflexiones personales y se despliegan a través de observaciones surgidas de su experiencia. Todo lo que acontece a su alrededor es objeto de su interés y material de análisis; para dar ejemplos, recurre tanto a hechos de la coyuntura económica, social y política como a la narración de anécdotas familiares o a casos de pacientes. Sabe compartirlas, además, con humor y sutil ironía, en lenguaje accesible y, a la vez, rico y expresivo.Hay algo muy cálido en su forma de comunicar, porque le interesa llegar a su interlocutor que, de este modo, se siente un par, un compañero de camino. Y esto, en sí mismo, conforma una ética, un modo de pararse en el mundo, no solo en la profesión.

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Información

Editorial
Noveduc
Año
2021
ISBN
9789875388178
Edición
1
Categoría
Psychology
Categoría
Psychoanalysis
* La doctora Silvia Bleichmar desarrolló esta ponencia en las Jornadas de Actualización Psicopedagógicas “La subjetividad como premisa de la inteligencia”, organizadas por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Secretaría de Asuntos Estudiantiles. Las mismas fueron coordinadas por la psicopedagoga Diana Abramo.
El tema que nos convoca hoy es la subjetividad como premisa de la inteligencia. Yo voy a tomar de allí una cuestión: la primera demarcación. Ustedes saben que el tema de la subjetividad es importante en la medida de que lo que plantea son las formas en las que, de modo singular, los seres humanos establecen el proceso de producción de conocimientos.
Hablar de subjetividad e inteligencia nos lleva a diferenciar dos aspectos: por un lado, cómo defino yo la subjetividad y, por el otro, cómo definiré la inteligencia y lo que tiene para aportar el campo de conocimientos particulares en el que yo me inserto –que podríamos decir que es el del psicoanálisis, en un proceso de revisión crítica–, ¿qué tiene que decir respecto de la cuestión de la inteligencia?

El concepto de subjetividad

En primer lugar, el concepto de subjetividad. Vamos a diferenciarlo en dos aspectos: primero, aquello que conocemos todos y de lo que se habla mucho en este momento, que es el de los cambios en la subjetividad, relacionado con las nuevas formas que asume lo que se llama la subjetividad. Y los cambios en la subjetividad aluden a lo siguiente: hay modos históricos y políticos de producción de subjetividad. Los proyectos educacionales se basan en propuestas de construcción de la subjetividad, de sujetos. En la Argentina, a través de su historia, en realidad ha habido dos grandes proyectos educativos estatales (porque después están todas las pugnas por insertarse en la política educativa entre distintos sectores que han trabajado el tema). Esos dos proyectos corresponden a dos momentos de constitución del Estado nacional: el proyecto de Sarmiento y el proyecto de Perón. Más allá de las diferencias, lo que interesa a estos dos grandes proyectos educativos –que expresan modos diversos de propuestas ideológicas y políticas– es qué tipo de sujeto se pretende formar.
Yo asistí en la primaria a una escuela del Estado; en esa época, había algunas consignas que formaban el pensamiento ciudadano que se postulaban desde la infancia (por ejemplo, “El ahorro es la base de la fortuna”) y las formas con las que se proponía la transformación de un país migrante e inmigrante, de migraciones internas y externas. Por eso la escuela era formadora, no solo en el sentido político. Por ejemplo, se nos enseñaba a comer, a tomar los cubiertos, a hacer ciertas cosas que tenían que ver con el proyecto civilizador (aunque a Perón no le hubiese gustado la palabra). El proyecto de Sarmiento era lo mismo y esto se relaciona con la producción de subjetividad. Lo que nos planteamos hoy con respecto a esto tiene que ver con cuáles son los modelos ideológicos con los que se genera la producción de sujetos. Por ejemplo, de qué manera los niños de hoy viven en sus casas lo que está pasando en el país y que nos tiene a todos bastante conmocionados1, que va a reflejarse en las formas en que se definan en los próximos años las relaciones intersubjetivas de apropiación y de corrupción extraescolar y las formas de la violencia. No de modo mecánico, porque no es verdad que sea mecánico, pero tiene que ver con las formas en que se construye la subjetividad.
Por otra parte, voy a hablar de las premisas de la constitución del psiquismo. Vale decir, bajo qué modelos –que trascienden las formas histórico-políticas o sociales– se constituye el pensamiento. Esto quiere decir que los niños de cierta época deben emplear ciertos modelos psíquicos para producir conocimientos, tengan el valor que tengan dichos conocimientos. Para aprender a jugar al fútbol o para establecer reglas matemáticas hay leyes que en el psiquismo funcionan exactamente igual. Para comprender una telenovela y para armar la significación de un relato es necesario que se constituyan ciertas reglas que funcionen para uno y para otro campo, más allá de que la telenovela esté expresando algo muy distinto de lo que fue la Amalia de José Mármol. El modelo del amor ha variado, pero lo que implica reconocimiento en relación al semejante, diferenciación sujeto-objeto y capacidad de establecer secuencias se conserva. Por eso el tema que voy a abordar mantiene un poco la ilusión universalista de Piaget y de Freud en cuanto al descubrimiento de los mecanismos que regulan las formas de funcionamiento psíquico; eso hace a la constitución del psiquismo y no a la producción de subjetividad. Entre unos y otros hay relaciones, pero no son directas. Y, en última instancia, la producción de subjetividad incide en el modo con el que se perturba o se favorece la constitución del psiquismo. Por ejemplo, si se toman hoy las formas de desorganización en las que se inscribe el aprendizaje de los pobres pauperizados (en la provincia de Buenos Aires hay un sector muy importante en esa situación, y otro de los más relevantes del país es el cinturón del Gran Rosario, cuya pobreza no es como la jujeña, que tiene un carácter más bien consuetudinario), las formas con las que se producen estas transformaciones inciden en los modos de organización de la inteligencia bajo formas indirectas, en el sentido de que la pobreza pauperizada produce modelos anómicos en los padres y en quienes tienen a su cargo la educación. A esto, unámosle el brutal embate biologista de los laboratorios, que viene de alguna manera a patologizar la educación para mostrar que todos los fracasos son efectos de déficits genéticos. Esto es muy interesante, porque hace una propuesta económica e ideológica.
La patologización de la educación se corresponde con la patologización de la sociedad civil, en términos de que esta alude precisamente al tema de eludir responsabilidades y de producir propuestas a largo plazo, más allá de los proyectos económicos que están en juego.
Me interesa mucho el tema de la patologización de la educación por dos razones: una, porque tenemos en este momento un embate desmedido sobre ella (y el mismo no se verifica solo en la Argentina: hace poco Hillary Clinton salió a debatir el tema del ADD2 con respecto a la cantidad de niños medicados en EE.UU). Nosotros tenemos zonas enormes de medicación en la Argentina, con lo cual hay enorme cantidad de niños que están como larvando el proceso educativo a partir de esta situación.
La otra razón por la que me interesa el tema de la patologización en la educación es por el problema de las patologías graves escondidas detrás de estos cuadros, sobre las que no se opera, con el afán de resolverlas transitoriamente. En esto confluye la desresponsabilización del sistema educativo y social, unido al elemento de las empresas de medicina prepaga, que tratan de buscar resoluciones veloces y no imputables. Si ustedes quieren saber cómo se define hoy gran parte de la patologización infantil, les aseguro se define por la búsqueda de inimputabilidad.
Los diagnósticos se establecen de modos no estructurales, que evitan la responsabilización a largo plazo. Yo diagnostico un ADD; si a los catorce años ese chico tiene una desorganización psíquica y a los veinte años es (como dicen ahora) un bipolar, bueno... ¡yo tenía un ADD!, el bipolar no es un cuadro de la infancia, entonces, yo soy inimputable. Mi preocupación es del orden de dar elementos para comprender el modo de funcionamiento de los grandes procesos productores de inteligencia y, por otra parte, para recomponer el elemento de responsabilidad ética, en la medida en que no podemos seguir echando afuera algo que nos compete.
Una cosa son las condiciones sociales en las que debemos instrumentar la práctica, y otra cosa es el abaratamiento en nuestra práctica en función de esas condiciones sociales. Al menos, con un lápiz y un papel nosotros podemos hacer cosas. No es lo mismo que un físico o un biólogo, que necesitan instrumental como punto de partida. Nosotros tenemos con qué hacerlo, y podemos seguir haciéndolo más o menos seriamente.

El concepto de inteligencia

Segundo aspecto: el concepto de inteligencia. Es indudable que la inteligencia, tal como fue definida a lo largo del tiempo –y esto hay que conservarlo– se caracteriza al menos por dos variables que son, por un lado, su carácter operatorio –vale decir, capaz de hacer operaciones– y, por otro lado, su capacidad de que esta operatoria se realice en el mundo –vale decir, que tenga efectos en la relación con los objetos y con el mundo. Y, en este caso, entonces, la inteligencia no puede ser nunca pensada como algo del orden de lo inconciente, porque el inconciente es algo que se cierra a la relación con el mundo y no establece una operatoria de apropiación de este–. Pero, al mismo tiempo, la inteligencia humana debe ser definida en términos de la diferencia con las condiciones biológicas de partida. La biología no posee conocimiento, sino información. Ustedes tienen inscripta en los genes una información. Esta se caracteriza por permitir una resolución de las necesidades del organismo biológico en el cual está inscripta esa carga genética, que es del orden de la información genética, no del orden del conocimiento. Esto quiere decir que no puede adaptarse a nuevas condiciones. Si ustedes ponen a una foca en un lugar inadecuado, ella no podrá armarse una pileta para enseñarle a su cría a nadar. Pero los seres humanos nos caracterizamos porque nuestra inteligencia produce constantemente formas de transformación y no solamente de transformación de lo existente: formas de composición y de producción de objetos no existentes en el mundo. Esto es lo más importante a pensar en cuanto a la inteligencia humana, que no se caracteriza por la posibilidad de manipular de manera distinta el mundo, sino por la posibilidad de crear mundos no existentes. Esto quiere decir que, a partir de la producción de inteligencia humana, los seres humanos podemos interesarnos en cosas tan alejadas de nuestras necesidades básicas biológicas como el tipo de comida que vamos a comer, más allá de las necesidades nutricias e, incluso, en contra de ellas.
Yo siempre insisto en que el hecho de que alguien vigile su colesterol marca muy claramente que no come por instinto, desde el punto de vista biológico, porque la información de la existencia del colesterol no está inscripta en los genes, sino que es el modo con el cual un sujeto se representa en la relación entre alimentación y conservación de la vida. Y la conservación de la vida no tiene nada que ver con la persistencia biológica de la naturaleza.
Entonces, el primer punto que yo quiero marcar es este: que la inteligencia humana se produce no solo en discontigüidad con la biología, sino en conflicto con los aspectos biológicos del ser humano. El ser humano es el único ser que ha producido un estallido de la contigüidad reproductiva, y ha creado todo un mundo en el que se organizan sus aspectos autoconservativos bajo modelos que no tienen nada que ver con la autoconservación. Que alguien me explique bajo qué modelo biológico uno se mete en un cine con trescientas personas, en la oscuridad, a contagiarse los resfríos de todo el mundo, en una sala con carteles que indican “Salida de emergencia, úsese en caso de incendio”, y olvida totalmente las condiciones autoconservativas para ver una película.
Lo primero que planteo es que la inteligencia humana es un estallido de los modos con los que funciona la inteligencia animal, y voy a desarrollarlo. ¿Por qué hablo de un estallido? Porque una vez que se ha producido el encaminamiento por el cual las necesidades biológicas quedan de alguna manera subvertidas por la cultura, la inteligencia tiene que constituirse para una supervivencia que ya no es del orden biológico, sino que está en equilibrio y conflicto con lo biológico.

Los orígenes de la simbolización

Vamos a empezar por cómo se producen los orígenes de la simbolización. En primer lugar, cuando uno habla de simbolización, siempre se refiere a relaciones entre términos, por lo que es necesario preguntarse qué tipo de materialidad es la de las primeras representaciones psíquicas y de qué manera se instalan estas.
Supongamos que un niño fuera criado en condiciones en las que estuviera ausente la función de maternaje en el sentido estricto del otro. Cuando hablo de maternaje hablo de adulto, olvídense de la madre y del padre, hablamos acá de antropología en la producción de inteligencia, hablamos de los modos en que esto se sostiene a lo largo del tiempo. Esos modos que se sostienen a lo largo del tiempo tienen que ver con la imposibilidad de la cría humana de resolver sus necesidades básicas y con el hecho de que aquel que viene a resolver sus necesidades básicas está atravesado por una serie de representaciones, deseos y afectos que le dan al cuidado de la cría cualidades que no se remiten a lo autoconservativo. Yo insisto en una broma que creo que guarda relación con esto: los hijos se tienen para… nada. Quiero decir, se tienen porque se necesita trascender o porque se necesita amar. Incluso, la gente tiene hijos para no morir de amor propio, porque, como decía un chacarero de mi pueblo, “Yo he comprobado a lo largo de la vida que donde comen dos, come mejor uno”. De manera que no hay nada del orden de la autoconservación que lleve a que uno tenga hijos. Pero, además, el ser humano es el único que ha logrado hacer estallar la relación entre procreación y coito: este último no tiene como consecuencia necesaria la procreación como le pasa a todas las otras especies. Sin embargo, los seres humanos siguen teniendo hijos, lo que demuestra que no se guían por la racionalidad natural, sino por otro tipo de racionalidad.
El hecho de que la cría esté en manos de alguien que ya tiene producidos todos estos sistemas representacionales plantea que en el momento en que se haga cargo de los cuidados básicos va a producir cosas que no son del orden de la resolución de las necesidades del organismo. Es decir: la madre va a dar el pecho a un bebé; desde el punto de vista de este, ella es un objeto nutricio, pero desde el punto de vista de la madre ya es un objeto sexual, en la medida en que cualquier mujer que dé el pecho ya ha tenido un pecho que pasó por otros órdenes de contacto. Pero, además, porque la relación que establece la madre con su pecho y el bebé está atravesada por una serie de fantasías relacionadas con su propia alimentación, con lo que en psicoanálisis llamamos su propia oralidad, con sus propios fantasmas orales. Vale decir que la lactancia estará atravesada por representaciones que no guardan relación con los cuarenta o sesenta gramos de leche que se den a la cría, sino que estará totalmente teñida por un conjunto de elementos que no son del orden de lo natural. Incluso el objeto ya no tiene nada que ver con lo natural: el biberón es un objeto artificial, pero el pecho también es un objeto artificial, porque las mujeres se ponen bicarbonato un día sí y otro no; porque tienen un perfume que no es el perfume del cuerpo natural; porque visten una ropa que marca la diferencia… Piensen que en cada vivencia del bebé con el pecho hay constantemente elementos repetidos y elementos ausentes. Porque un día la mamá lo toma en brazos y lo toca, y otro día le habla, y otro día le acomoda el cuellito: en cada momento se van sumando elementos que no son autoconservativos, sino que se relacionan con el placer del contacto con el otro. Estos elementos son los que definen en última instancia un plus de placer que, al provenir del adulto, no va a reducir nunca la alimentación a la pura ingesta de leche.
Esto se aprecia de modo muy claro en dos cuestiones: en primer lugar, en lo que ocurre cuando eso no sucede, cuando en el niño a posteriori no hay capacidad de producción de elementos de interés en el mundo. Un ejemplo al que suelo referirme son las famosas guarderías de Ceausescu –esa experiencia horrorosa en Rumania donde hubo una enorme cantidad de niños que fueron mantenidos ahí, alimentados y abrigados pero sin cuidados humanizantes, en donde no se desarrolló ningún tipo de inteligencia– marcan claramente estos elementos que estoy planteando: la necesaria perturbación de la economía natural para que surja algo de la representación o de la simbolización humana.
El segundo aspecto de la simbolización que uno puede tomar como corroboración es el llamado marasmo infantil. A cierta edad, cuando el niño pierde el objeto de placer y amor que acompaña la satisfacción primaria, renuncia al alimento, lo que implica una renuncia a la vida. Esto no quiere decir que el bebé quiera morirse porque ya no está con los seres amados de origen. Quiere decir, simplemente, que renuncia al objeto de la necesidad o satisfacción biológica porque no está acompañado de los índices de placer. Ha decidido renunciar a buscarlo. Mejor dicho, lo busca hociqueando, mirando para todos lados, y no es que diga no sino que lo está buscando de otra forma.
¿Qué ocurre entonces con estos primeros tiempos? El adulto tiene una doble característica: por un lado ejecuta acciones que él mismo desconoce que está practicando y que tienen que ver con lo que tiene reprimido. Hace unos años, una propaganda de pañales enunciaba: “Para ese secreto placer con su bebé”. Es extraordinario lo de “secreto placer”. El cambio de pañales no es simplemente algo vinculado con que la cola no se paspe, es algo del placer; las madres les cambian los pañales a los bebés y les besan la cola, los padres les acarician el culito... Estas son cosas que no harían nunca con un amiguito. La relación erótica que se produce con el cuerpo del niño, constantemente, es algo que está marcando las formas con las que los cuidados del adulto subvierten permanentemente la relación de naturaleza.
A partir de esto, el bebé se va guiando por índices que no tienen nada que ver con los índices de satisfacción de necesidades. Por ejemplo, un niño puede no querer tomar el biberón porque le cambiaron la tetina, lo que indica que el placer ha tomado a su cargo lo autoconservativo, ha tomado a su cargo la satisfacción de necesidades. El problema es cómo, por qué vía va a encontrarlo. Pero digamos que, en los primeros tiempos de la vida, la supervivencia está en manos del adulto. Esto es muy importante, porque no se aprende a vivir por ensayo y error. Ustedes saben que cualquier organismo que quiere vivir por ensayo y error muere en el primer traspié. Así es imposible. La supervivencia se define porque hay un a priori cultural, social, que permite saber qué es lo que uno puede y qué es lo que no: un sistema representacional. En el caso del bebé, el sistema está en el adulto. Es él quien lo pone en la camita bien adentro, para que no se caiga y no se mate, porque en el bebé no hay representación de la vida. Esta es la enorme diferencia entre la supervivencia biológica y la vida humana: la vida humana, en términos de humanización, tiene que ver con el reconocimiento de la propia existencia. Y la propia existencia está marcada porque hay alguien que tiene miedo a la muerte y no una naturaleza que intenta sobrevivir. Yo insisto muchas veces en que la gente que le habla a las plantas dice que ellas así crecen mejor, y seguro que es...

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