1. Acepta al escritor que llevas dentro
Para escribir una novela no puedes prescindir de tu personalidad ni de tus anhelos. Por esta razón tan evidente, cada novela es única. No lo olvides. Reconoce al novelista que hay en ti, admite tus particularidades, tus limitaciones, tus preferencias, tu sentido crítico, tu mirada de la realidad y tu capacidad mayor o menor de entrega al mundo creado. Reconoce, en consecuencia, tu manera de contar. Cuenta lo mismo que has contado hasta ahora, pero di algo más: es un atractivo desafío para el alma y el cuerpo. No avances por la novela de otros ni intentes copiar la realidad.
Del impulso al proyecto
Es impensable que el autor sepa exactamente cómo concibió la novela: parte del proceso anida en su inconsciente, en su biografía, en sus obsesiones. Como dice Octavio Paz, «Si usted tiene un problema en la vida, la literatura (la novela) es la gran maestra del hombre». Es conveniente tener una razón para escribirla, saber qué quieres decir con esa historia que de pronto te entusiasma, te exalta, necesitas desplegarla fuera de ti. Precisamente, de esa necesidad se desprende el método de trabajo. «Una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre. La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor sigue la corriente o va contra la corriente», dice William Faulkner. Por consiguiente, traza tu camino.
¿Cómo se traza?
Para empezar, decir lo que tengas que decir será el motor. ¿De qué quieres hablar? De allí –y del modo en que lo digas– se deriva la composición y la materia. Así lo vivió J. M. G. Le Clézio: «Empecé a escribir novelas o cuentos que eran más provocativos que otra cosa, eran maneras de afirmarme como escritor, de tratar de inventar un estilo. Hacía listas de palabras para luego escogerlas. Mi modelo era Salinger, encerrado en una especie de bodega de cemento, sin ventanas, haciendo listas de palabras. Poco a poco, después de vivir en la selva de Panamá, vi que había otras metas en la escritura. Me sentí como el medio de comunicación entre algo y los otros. Desde ese momento, me importó más decir lo que tenía que decir: estamos en la Tierra un período muy breve y no podía dejar de aprovecharlo».
En Mañana en la batalla piensa en mí, Javier Marías dice que cuando descubrimos que algo no era como lo vivimos –un amor, una amistad, una situación política–, el dilema puede atormentarnos y pasa a ser el territorio de la ficción. Seguramente, es su punto de partida.
Hanif Kureishi explora permanentemente las relaciones afectivas, y señala que lo que le interesa es la ruptura de la pareja, ver cómo algo empieza a romperse o va por un camino equivocado, como Madame Bovary o Anna Karénina.
Ramiro Pinilla piensa que «es muy importante tratar de entender al otro, y creo que lo demuestro en la propia novela, y no con palabras de ensayo sino con comportamientos de personajes, y a través de ellos muestro respeto. Me gusta que mis personajes vayan hacia algo, vivan la misma historia de un pueblo, que tengan un sentido cerrado. Siempre soñé con hacer algo parecido a Faulkner porque encajaba con mi manera. Verdes valles, colinas rojas no es solo la visión del mundo vasco, sino mi visión del mundo».
Tom Drury cree que nuestras expectativas no se corresponden normalmente con la realidad y sobre esta idea construye su obra; así ha creado personajes imbuidos de cierta sabiduría interior a los que el lector acompaña en su día a día, en sus alegrías y sus tristezas, con todo lo que eso implica.
Todos estos autores conocen su manera de contar. Saben si serán capaces de llevar a buen puerto esa historia de la que tienen una imagen, un personaje, una idea, una mirada propia.
A continuación, reconoce tu visión y el tono narrativo más adecuado. Puedes contar lo mismo con una voz apremiante, paródica, resuelta, alarmista, desafiante, poética, confesional, entre otras, y con cada voz deja de ser lo mismo. Es uno de tus objetivos principales: perfilar la visión que tienes acerca del tema o de la idea y encontrar el tono con el que mejor fluirá la historia, aunque es posible que sea el personaje quien te provea de lo necesario; ya lo verás.
En algún momento del proceso, te conviene averiguar qué concepto, qué preocupación, qué tema de los que te llaman la atención o te inquietan es el motor.
Supongamos que te cruzas con una mujer que te provoca un terrible malestar, que parece creerse imprescindible sin darse cuenta de que la más necesitada es ella. Es un tema que no te deja indiferente. Como no sabes por qué razón tu rechazo adquiere tales proporciones, decides investigarlo; la colocas como protagonista y comprendes que responde a una idea que te persigue últimamente, la de que muchas personas viven confundidas creyendo que son lo que no son. La idea pasa a ser tu motor. Podrás transmitirlo a través de lo que le pasa a la protagonista de los hechos. Nunca de forma explícita, pero cuando alguien te pregunte de qué trata la novela, seguramente dirás: «De lo que pasa hoy en día; muchos piensan que son lo que no son». De la amalgama entre lo particular (esa mujer, ese personaje) y lo general o social (el hecho con el que muchos se identificarán) se derivan los rasgos de la protagonista (no sabes si la real los tiene todos, pero tú los imaginas en ella): por ejemplo, controladora, intolerante, orgullosa, con el pelo tirante recogido en un moño y uñas postizas de porcelana, etcétera. La sigues, a ver qué le pasa, y lo cuentas con el tono más adecuado para convencer al lector. Es posible que la mujer llegue a comprender su error y cambie o que no cambie. Como te decía, ella misma te guiará.
«Pero ¿tú qué quieres decir?», es una pregunta que hago una y otra vez en los talleres de novela, cuando alguien acaba de leer una anécdota que le pasó o que le contaron. Unos lo tienen claro, otros dan con la respuesta cuando ya llevan cien páginas escritas, otros no la encuentran nunca y tienen que replantearse el proceso, descubrir sus necesidades, ahondar en una temática, pasarla por los filtros internos; de allí proviene el sentido subyacente y el estilo.
Escucho una voz que dice: «Pero yo solo quisiera entretener, y entretenerme». ¿Únicamente? En ese caso, también es éste el camino: si pasa por tu filtro emocional, el lector también se emocionará.
El filtro emocional
Las novelas se escriben para decir lo que arde en nuestro fuero interno o para explicarnos un hecho que no entendemos del todo; nadie sigue siendo el mismo tras la escritura de una novela.
Hay que afrontar la tarea con algo más que un equipaje de técnicas. Los conceptos y las teorías tienen un valor relativo si no se prueban en la práctica y no pasan por las emociones. Obsérvate, no te reprimas, sé valiente y encontrarás tus propias herramientas intransferibles. Si compruebas que respondes a automatismos, toma nota de tus ideas, tus hábitos, tus apegos y tus miedos, no los condenes, reconócelos y sabrás usarlos como herramientas.
Esto no significa que el autor se encarne en un personaje ni que le haya sucedido lo mismo, sino que la historia vivida por el personaje pasa por sus vísceras y, para bien o para mal, le afecta. Averigua a qué sentimiento te conduce la idea que has escogido y cómo podrá sentirse en consecuencia tu personaje: ¿desvalido?, ¿impotente?, ¿entusiasta?, ¿ridículo?, ¿confiado? También toma nota. La voz narrativa deberá transmitir ese sentimiento que a lo largo de los acontecimientos podrá pasar por distintos estadios y matices e incluso transformarse completamente. Manuel Vázquez Montalbán comenta acerca de Carvalho, su personaje: «Aunque la frase de Flaubert, “Madame Bovary soy yo”, parezca una frase hecha, en realidad tiene mucho de verdad y también mucho de mentira. Cuando un autor inventa a sus personajes, les aplica la conducta que él mismo tendría si fuese ese personaje, y al final, ya sea un detective, un fascista, una mujer o un torturador, siempre hay parte de ti en cada uno de ellos, sin que esto implique una identificación. Obviamente, Carvalho es mucho más anarquista que yo, mucho más nihilista, su relación con la cocina es mucho más neurótica. O sea, una suma de conexiones y desconexiones».
No puedes ser indiferente frente al sufrimiento o la alegría de tu protagonista. Si no lo eres, seguirás su proceso con fluidez, sabrás desde dónde enfocarlo y la escritura ganará en intensidad. Todo tiene que pasar por tu filtro emocional: lo que no se siente no se transmite. Vives la novela y vives los personajes, te colocas en el lugar de cada uno y percibes sus ilusiones y sus frustraciones.
El filtro del pensamiento
Por otra parte, las técnicas literarias están al servicio de una forma de pensar la realidad. De la reflexión acerca del proceso de creación también proviene la creación de la novela.
Tras las primeras chispas y el deseo, reflexiona sobre tus motivos, buenos conductores hacia tu propio método. Es decir, piensa la novela y escríbela en consecuencia. Indaga por qué quieres hablar del asunto que has escogido, qué es lo que la imagen o la idea que contiene te sugiere. Paul Auster se lo plantea así: «Mi idea es que nuestro cuerpo va a la deriva por el mundo y al mismo tiempo estamos aislados, encerrados en nosotros mismos. Escribo sobre eso, sobre esa separación entre el adentro y el afuera y en cómo enfrentamos o evitamos el abismo que hay en el medio, una experiencia que logra acercarnos es el amor, otra el compromiso con algo, de allí han surgido varias de mis novelas, que adoptan la forma de la biografía de alguien. Es el itinerario global de una vida lo que me interesa, con sus giros, sus altibajos, sus tachones, sus vacilaciones, sus remordimientos. Y los biografiados terminan a menudo encontrando a alguien que dará un vuelco a sus vidas, y eso cambia todo».
Onetti está convencido del sinsentido de la vida humana y despliega esta convicción a lo largo de treinta años y muchos libros. En su primer relato, «El pozo», hace una declaración que contiene esta convicción: «El amor es maravilloso y absurdo, e, incomprensiblemente, visita a cualquier clase de almas. Pero la gente absurda y maravillosa no abunda, y las que lo son, es por poco tiempo, en la primera juventud. Después comienzan a aceptar y se pierden». Las novelas que le siguieron son historias de seres que empezaron a aceptar y se perdieron, de seres condenados.
De El hombre duplicado dice Saramago que es una reflexión sobre el yo. El drama, la duda impulsora que no ...