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La voz del escritor que llevas dentro
¿Cómo encontrar la voz del relato? No es un tema menor, sino el verdadero núcleo del trabajo del novelista, del cuentista o del ensayista: el secreto de todo texto literario reside en la acertada elección del narrador (que no es el autor ni es un personaje cualquiera).
Una historia no se convierte en cuento o novela hasta que el escritor no encuentra la voz o las voces que la cuentan, el ángulo desde donde sitúa la mirada.
¿De dónde proviene la elección? De la exacta coincidencia entre la necesidad interna del escritor y la necesidad interna del relato. Difícil, pero posible. En cualquier caso, es una elección ineludible.
¿Qué quieres contar? ¿Por qué? ¿Lo sabes o lo descubrirás durante el trayecto? En cualquier caso, tendrás que decidir quién será el narrador más indicado, desde dónde relatará y cómo.
Así ves la realidad, así la enfocas
Cuando uno cuenta una historia, su aspiración es siempre que el lector se deje llevar por ella. Una historia tiene que atraer, cautivar. Lo que da sentido a la ficción es la manera en que proyecta una luz sobre la realidad, esa mirada es el elemento más importante en una narración.
El escritor toma todo lo que necesita de la realidad y lo organiza otorgándole un nuevo sentido. ¿Pero qué es eso de transformar la realidad y otorgarle sentido? ¿Cómo se consigue?
El proceso abarca una serie de pasos ineludibles:
. Debes saber qué pretendes decir.
. Tienes que escoger tu narrador, una voz que narra: cada historia pide un narrador diferente y es el que le da el tono adecuado a tu relato.
. Una vez decidido el narrador, estableces el punto de vista: desde qué personaje contará el narrador los hechos, a cuál designará como protagonista, desde cuál podrá seguir el lector la historia.
. Por último, si la elección es acertada y la información que ofrece es significativa, sabrás naturalmente cuál es el mejor final, el que tu relato exige, el que sugiere más lecturas que la evidente.
Reflexiona sobre estos pasos a lo largo de este libro y conseguirás escribir un buen relato.
Qué pretendes decir
Seguramente, escribes para contar algo que crees que necesita ser contado o como acto de rebeldía frente a una realidad que no te satisface. De otro modo, sin esa compulsión que te acomete, te costará dar con tu voz natural (el mal llamado estilo).
Tu decisión de ser escritor pasa por tu historia personal, por lo que viviste en la infancia, por tu forma de ver el mundo, por tu estado de satisfacción o de insatisfacción, por tu grado de libertad interior, por tu personalidad y por razones inconscientes que hacen que tu identidad se instaure, en buena medida, en el texto, en ese mundo que construyes como un edificio completo y bien plantado.
Para que esa necesidad vital no se frustre, los cimientos de la construcción deben ser firmes y el conjunto debe hacerte sentir que condensa tu idea del mundo. Los lectores han de encontrar en él una mirada distinta a las demás, aunque estés hablando de lo mismo que ya trataron otros anteriormente.
Por ser producto de tu historia y de tu experiencia, tu mirada es única. Esa exclusividad y esa autenticidad son las que te guían durante la escritura. Es la que da tono a tu voz propia.
Cuando el escritor encuentra la voz propia experimenta una sensación de felicidad, una especie de alegría productiva.
La buena ficción no intenta reflejar (no es copia de) la realidad. La buena ficción desentraña cosas que merece la pena conocer. Para ello, comienza por asociar tu tema y tu argumento con una voz.
Tríada autor-narrador-personaje
La voz que oímos al leer un libro es el narrador, una personalidad acorde con el relato mismo. Cada historia y cada situación piden un narrador diferente. Pero el autor no es de ninguna manera el narrador.
Tú eres el autor. ¿Cómo lo haces?
Escoges un intermediario y un portavoz, un encargado de llevar a buen puerto cada relato.
¿Cómo ejerces el control?
Le entregas el hilo conductor del relato.
Le otorgas una lámpara imaginaria para que ilumine bien el trayecto: debe iluminar la información que ofrece al lector. Debe hacerlo siguiendo la actuación de un personaje o de varios (lo decides según lo que quieras contar); si es protagonista, puede vivir los hechos como personaje.
Si eres novelista, del narrador depende el tipo de novela que quieras conseguir. Si eres cuentista, del narrador depende el tipo de cuento que quieras conseguir.
Cuando José Saramago habla con sus amigos o le pide al camarero que le alcance la carta, no habla como el narrador de El hombre duplicado. La voz que uno utiliza en la calle, o en una tertulia familiar, no suele ser la voz que necesita la novela que uno escribe. Sin embargo, a menudo, muchos principiantes se pasan horas delineando la intriga sin pensar ni una vez en cuál es la voz del narrador que conviene a esa intriga. Entonces, el autor se infiltra. Gran problema de muchos aspirantes a escritores famosos. No pueden evitar infiltrarse subrepticia o abiertamente en la historia narrada. Opinan, juzgan, informan, dicen, como lo dirían ellos, seres de carne y hueso con una vida cargada de creencias y temores, y no dejan actuar al narrador, ser de papel, también con creencias y complejos, pero destinado a esa historia y sólo a esa historia, no a todas las otras cosas que le pasan, porque su realidad está “recortada” por la ficción.
Tú, autor o autora, no eres el narrador ni la narradora ni uno o todos los personajes. ¿Quién habla?, es la pregunta que debes hacerte durante todo el relato, para evitar que se imponga tu voz por encima de la del narrador y la de los personajes.
La construcción de una mirada
Para escribir es necesario mirar a fondo y construir una mirada que ordene la realidad. Acaso debería pasarte como a Natalia Guinzburg: «Uno, cuando escribe una cosa seria, se mete dentro, se sumerge en ella hasta las cejas.» Cuenta Gustave Flaubert que cuando escribía el envenenamiento de Madame Bovary, notaba tanto el gusto del arsénico en la boca, se sentía tan envenenado que se provocó dos indigestiones, una tras otra y muy reales, pues vomitó toda la cena.
Tu mirada hace de filtro entre tú mismo o tú misma y la realidad. Ese filtro es un instrumento necesario. ¿Qué quiere decir esto?
Que tienes que mirar de una manera especial para poder contar de una manera especial. El oficio de escribir es el arte de seleccionar y combinar, pero más aún es el oficio de mirar. El novelista se parece al detective: ve más que otros porque mira con más atención.
Y como la realidad es un cúmulo de elementos desordenados, para constituir un mundo narrativo que el lector pueda captar debes ordenarla respetando el sentido que le quieras otorgar.
¿Cómo?
Desde una intención y desde algún ángulo de mira.
El modo en que miras tú como autor da como resultado (o produce) tu intención.
El modo en que miras el relato en particular para que la intención se ponga en marcha, da como resultado la mirada del narrador, la voz.
Así, por ejemplo, no es igual la visión de un gato que la de un humano; la de un bebé no es la de un abuelo; la de un alcohólico no es la de un abstemio; la de un asesino no es la de la víctima ni la del pariente más cercano de la víctima.
¿Por qué no nos hace llorar una noticia terrible y sí, sin embargo, una novela? ¿Por qué algunos libros nos permiten ahondar en la desesperación? ¿Por qué otros son un estímulo, un reconstituyente? ¿Por qué una historia banal adquiere trascendencia al ser escrita?
Porque en una novela o en un cuento la realidad presenta un orden especial, está organizada desde una mirada, es decir, desde una voz que trasciende lo narrado y provoca significaciones en el lector.
La mirada tiene relación con el foco, con el enfoque y con el objeto de la realidad que se enfoca. Una mirada asustada puede ver sombras en un día luminoso; una mirad...