Nota al texto
Como vana sombra se publicó por primera vez en 1963 (Victor Gollancz, Londres; Charles Scribner’s Sons, Nueva York).
Primer día
I
–Señora... ¡Señora!... La enfermera me ha pedido que le diga que el coronel ha fallecido plácidamente mientras dormía a las dos y media de la madrugada...
Despojada de la protección de su narcotizada oscuridad, la señora Winthorpe avanzó tanteando con disgusto las palabras «plácidamente mientras dormía».
–Mi más sentido pésame, señora.
–Gracias, Upjohn.
Plácidamente... mientras dormía...
¡Nunca más tendría que darle un beso de buenas noches! Después de cincuenta y tres años obligada a besarlo...
¡Qué suerte que todo hubiera acabado! (¡Una suerte para él, por supuesto!) ¡Se acabó! Salud. Enfermedad. Hasta que la muerte nos separe.
Upjohn cruzó con resolución la mullida alfombra, descorrió las gruesas cortinas brocadas en oro y rosa y abrió de un golpe la ventana, permitiendo así que la luz del sol y el aire fresco entrasen en el dormitorio.
La señora Winthorpe empezó a preguntarse si quizá, al fin y al cabo, no tendría que haberle pedido a la enfermera que la avisara cuando él... Una súbita brisa encontró a su paso los tulipanes artificiales de color rosa desvaído dispuestos en un jarrón sobre el tocador, junto al espejo de mano y los macizos cepillos de plata, las fotografías familiares y los adornos de porcelana; los tulipanes susurraron como hojas muertas, atrayendo su atención de inmediato.
–No abras la ventana esta mañana, Upjohn –se apresuró a decir, tocándose con suavidad el cuello, entumecido por el reumatismo.
La ventana volvió a cerrarse tan abruptamente, y aun así casi tan silenciosamente, como los labios de Upjohn.
–Y, por favor, diles al señor y la señora Jack y al señor Harry cuando los despiertes que el coronel... que todo ha acabado –añadió la señora Winthorpe, mientras Upjohn salía del dormitorio.
Fuera, en el largo pasillo revestido de roble, Upjohn se detuvo en la puerta de la habitación contigua, atenta. Casi esperaba oír su tos, esa que tantos años la había atacado cuando le llevaba el té de la mañana. Pero esa mañana no había tos. Solo silencio.
Hay que ver, ¡dejarlo irse de esa manera, tan solo!, se dijo mientras recorría el silencioso pasillo, entre las hileras de retratos cuyos ojos muertos parecían observarla al pasar. ¡Únicamente la enfermera, y nadie de los suyos, lo había acompañado en sus últimos momentos!
Sintió cierta satisfacción al bajar ruidosamente las escaleras de servicio hasta la cocina en busca de la segunda bandeja de té matutino.
Volvió con ella a la habitación del señor Jack y llamó a la puerta con los nudillos. No hubo respuesta. Llamó de nuevo, esta vez más fuerte, y entró.
–Buenos días, señor. –Dejó la bandeja y pensó una vez más en la rara estampa que componían aquellas dos cabezas juntas: la más joven cubierta de rizos de oro rojizo, y la más vieja, bastante encanecida ya, con la cuidada barba gris asomando por encima de las sábanas.
Los ojos del señor Jack se abrieron poco a poco.
–Lamento darle la noticia, señor –dijo Upjohn–, pero la señora Winthorpe me ha pedido que les diga que el coronel ha fallecido plácidamente mientras dormía a las dos y media de la madrugada.
Dios... ¡Qué cansado estoy! ¡Dios mío! ¡El viejo ha muerto!
–¿Preguntó por mí?... Es decir, ¿por alguien?
–No, señor. La enfermera ha dicho que tuvo un final muy plácido. Sencillamente entregó el alma mientras dormía.
¡Falleció! ¡Entregó el alma! ¿Por qué estas condenadas mujeres utilizan semejantes expresiones? ¿No pueden decir que murió o que se acabó?, pensó Jack con irritación. Se volvió hacia Laurine, puso la mano en su hombro desnudo y sintió cómo el calor de ella le recorría el brazo con un estremecimiento.
–Querida –dijo dulcemente–. Todo ha acabado. Padre ha muerto esta noche.
–¡Oh, pobre padre! –Ya nunca volvería a sentarse junto a padre a la cabecera de la mesa, atenazada por el miedo a decir (pese a las valiosas recomendaciones de Jack) algo inconveniente... aunque padre nunca había sido desagradable con ella. Puede incluso que la apreciase. Le tembló el labio y las lágrimas asomaron a sus ojos; entonces reparó en que Jack era el primogénito. Ahora sería rico. A partir de ahora no tendrían que vivir del dinero que sacaba de sus cuadros, que no era mucho a pesar de que era un pintor magnífico. Ahora podrían permitirse una casa grande, una piscina, sirvientas, un coche...–. Espero que no haya sufrido... –dijo.
–No, querida. Murió mientras dormía.
–Era siempre tan amable conmigo. –Las lágrimas asomaron de nuevo a sus ojos, empezaron a rebosar y recorrieron sus mejillas. Rápidamente tanteó bajo la almohada en busca de un pañuelo (nunca se debe dar rienda suelta a las emociones delante del servicio) y se arrimó un poco más a Jack.
Al abrigo de las sábanas, mientras Upjohn les daba la espalda para descorrer las cortinas, Jack rodeó a Laurine con el brazo, y mirándola pensó: Espero que el viejo no cumpliese la amenaza de desheredarme con la que respondió al anuncio de mi boda... ¿Quién podría culpar a nadie por casarse con ella?... Y, de todos modos, ¿qué hay de malo hoy día en casarse con una actriz?... Sobre todo cuando resplandece en igual medida sobre el escenario y fuera de él... ¡Qué estupidez decir que era un capricho! Los cincuenta y uno son la flor de la vida; cuando el juicio de un hombre alcanza su mayor asiento.
Se inclinó, con renovado entusiasmo, para besar a Laurine en el momento en que Upjohn cerraba la puerta.
Cuando subía resoplando las escaleras por tercera vez, U...