Cómo escribir y pronunciar un discurso
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Cómo escribir y pronunciar un discurso

Joan Detz

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Cómo escribir y pronunciar un discurso

Joan Detz

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Por fin se publica en España un libro que es todo un referente –y gran éxito de ventas- en Estados Unidos. Ampliado y puesto al día para la era del tuit, sigue siendo el mejor instrumento para cualquier persona que necesite estructurar un discurso eficaz. Cómo escribir y pronunciar un discurso da consejos expertos para preparar una conferencia, una ponencia o un discurso, enseña a abordar el proceso de escritura y facilita valiosas herramientas sobre cómo actuar ante el público y superar posibles obstáculos.

Escrito en un estilo muy directo y práctico, no solo es útil para personas del mundo de los negocios, de la política o de la enseñanza, sino también para cualquier profesional que tenga que hablar en público. Una obra de prestigio enmarcada en la labor de esta colección de poner a disposición de los lectores guías prácticas de escritura y herramientas para la comunicación.

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Información

Año
2015
ISBN
9788490650752
Categoría
Filología
1

Le han pedido que pronuncie un discurso. ¿Y ahora qué?
Una conversación es un viaje. Necesita mapas. Si quien habla empieza por cualquier sitio, no llega a ninguna parte.
DALE CARNEGIE, empresario
Todo suele empezar de la forma más fácil: una llamada telefónica o un correo le invitan a dar una charla en algún acto. Una universidad le pide que hable sobre su trayectoria profesional, la cámara de comercio organiza una reunión y quiere que pronuncie unas palabras sobre su negocio, o una organización sin ánimo de lucro quiere que comparta su experiencia con otras personas.
Pero a veces no es tan fácil. Puede que su jefe le pida que dé una charla en una convención nacional, o que tenga que participar en un podcast o en un seminario en línea. Tal vez una asociación profesional le pida que hable en un encuentro internacional.
¿Qué hace en ese caso? ¿Dice inmediatamente que sí y se pone a garabatear para acaparar ideas?
Si es inteligente, no.
Tenga presente que una invitación para hablar es precisamente eso: una invitación. Puede escoger. Tiene opciones:
  • Aceptar inmediatamente en los términos que le proponen (yo no lo recomiendo).
  • Aceptar con cambios menores (por ejemplo, les pregunta si pueden ajustar un poco el programa para que encaje bien en sus necesidades de viaje).
  • Agradecer la invitación y decir que antes de dar una respuesta en firme necesita unos días para organizar su agenda (con lo cual se puede informar discretamente sobre si ese acto le merece la pena).
  • Informar a quienes le invitan de que le encantaría acudir, pero que no le es posible en el mes propuesto (y sugerir un momento que encaje mejor en su agenda).
  • Rechazar amablemente.
La cuestión es que se trata de una invitación, no de un requerimiento de comparecencia ante el juzgado. Y usted, en calidad de invitado, goza de ciertas prerrogativas.
El momento de posicionarse para dar la charla con éxito es éste: cuando acepta la invitación y fija las condiciones en que va a pronunciarla. ¿Por qué comprometerse a hablar durante treinta minutos, si sabe que solo necesita quince? ¿Por qué aceptar hablar a las seis de la tarde (lo cual puede complicar sus planes de vuelo) cuando puede pedir hacerlo a las cuatro y media?
Una vez que ha aceptado, decida qué quiere decir
Empiece por preguntarse: «¿Qué quiero decir realmente?». Tiene que darse una respuesta categórica. Céntrese en el tema del que realmente quiere hablar, porque no puede incluirlo todo.
Insisto: no puede incluirlo todo. De hecho, si intenta incluirlo todo, lo más probable es que el público no saque nada en claro. Decida lo que realmente quiere decir, y no incluya nada más.
Por ejemplo: si va a hablar de los condicionantes éticos de su empresa a la hora de seleccionar proveedores, no hace falta que se remonte a los orígenes remotos de la fundación y les cuente su historia completa.
Si está ante maestros y quiere recaudar fondos para algún proyecto, no plantee el tema de los problemas de los centros de enseñanza media.
Si va a un colegio para hablar de la necesidad de potenciar la inteligencia emocional, no se salga por la tangente mencionando el sueldo del equipo directivo.
Lo ha captado, ¿verdad? Lo suyo no es una disertación. No puede incluir todos y cada uno de los sabios pensamientos que se le pasen por la cabeza.
Ya lo dijo Voltaire: «El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo».
Qué hacer cuando no se tiene nada que decir
Imagine que no se le ocurre nada. Si no sabe qué decir, hágase algunas preguntas básicas sobre su departamento, su empresa o su sector.
Piense con mentalidad de periodista, indague hasta encontrar buen material.
  • ¿QUIÉN? ¿Quién nos ha metido en este lío? ¿Quién puede sacarnos? ¿Quién manda aquí realmente? ¿Quién se va a beneficiar de este proyecto? ¿A quién se debe nuestro éxito? ¿Quién debería trabajar en nuestro equipo? ¿Quién sufrirá las consecuencias si la fusión de empresas sale mal?
  • ¿QUÉ? ¿Qué significa esta situación? ¿Qué ha sucedido realmente? ¿Qué no ha funcionado? ¿En qué situación nos encontramos ahora? ¿Qué queremos que pase luego? ¿Qué traerá el futuro? ¿Cuál es nuestro punto fuerte? ¿Cuál nuestro punto débil?
  • ¿DÓNDE? ¿Adónde vamos desde aquí? ¿Dónde buscar ayuda? ¿Dónde recortar presupuesto? ¿Dónde invertir? ¿Dónde buscar asesoramiento? ¿Dónde queremos estar dentro de cinco años? ¿Dónde podemos expandirnos? ¿Dónde nos toparemos con el próximo problema que haya que afrontar?
  • ¿CUÁNDO? ¿Cuándo empezaron a ir las cosas mal? ¿Cuándo empezaron a mejorar? ¿Cuándo nos vimos involucrados por primera vez? ¿Cuándo estaremos listos para asumir un nuevo proyecto? ¿Cuándo cabe esperar que se note una mejoría en la empresa? ¿Cuándo vamos a ganar dinero? ¿Cuándo podremos ampliar personal?
  • ¿POR QUÉ? ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué nos hemos involucrado? ¿Por qué no lo hemos hecho? ¿Por qué hemos tardado tanto en involucrarnos? ¿Por qué permitimos que este desorden continúe? ¿Por qué estamos celebrando esta reunión? ¿Por qué tenemos que mantener esta línea de actuación? ¿Por qué seguir siendo pacientes? ¿Por qué los demás han empezado ese programa?
  • ¿CÓMO? ¿Cómo podemos salir de esta situación? ¿Cómo nos hemos metido en ella? ¿Cómo explicarla? ¿Cómo protegernos? ¿Cómo actuar? ¿Cómo invertir el dinero? ¿Cómo optimizar recursos? ¿Cómo conservar la reputación? ¿Cómo mejorar nuestra imagen? ¿Cómo funciona realmente este programa?
  • ¿QUÉ PASARÍA SI…? ¿Pudiéramos cambiar el sistema impositivo? ¿Construyéramos otra nave? ¿Cambiara la normativa? ¿Nos extendiéramos hacia otros ramos? ¿Los costes siguieran aumentando? ¿Mejorásemos nuestra política de contratación?
Estas cuestiones pueden servir de guía para encontrar ideas interesantes. ¿Con esto no se inspira? En tal caso, eche un vistazo a la página web de una empresa de algún sector distinto del suyo. Consulte un blog que ofrezca un punto de vista diferente. Lea alguna publicación académica sobre otra disciplina. Lea alguna revista que no suela leer. Hojee una publicación extranjera. Haga un seguimiento por RSS a lo largo de una semana, o dos. Únase a un grupo de LinkedIn para saber qué piensan otras personas. En definitiva: haga algo que le proporcione una nueva perspectiva.
Dicho de otro modo: cualquier fuente de inspiración es buena. El pintor estadounidense Grant Wood, por ejemplo, aseguró que «Todas las ideas realmente buenas que he tenido se me han ocurrido mientras ordeñaba una vaca». La escritora Agatha Christie contó que las mejores ideas le venían cuando fregaba los platos, y otra escritora, Willa Cather, encontraba su inspiración leyendo la Biblia.
Hay que aprender a tener los ojos y los oídos abiertos de par en par. Cualquier sitio es bueno para pescar buenas ideas.
Piense menos en el pasado y más en el futuro. Thomas Jefferson dijo: «Los sueños del futuro me gustan más que la historia del pasado». El público, en general, piensa del mismo modo. No le aburra contando con pelos y señales los cinco últimos años de historia de su empresa. Emplee ese tiempo en explicar cómo su empresa influirá en sus vidas en los próximos doce meses.
Una buena manera de centrarse es hacerse la siguiente pregunta: «Si solo pudiera estar sesenta segundos en ese atril, ¿qué diría para transmitir mi mensaje?». ¡No hay nada como ponerse el límite de los sesenta segundos para centrarse!
Pregúntese también: «¿Qué va a interesar a este grupo?».
En una ocasión, el magnate de la comunicación Ted Turner iba de camino a Nueva York, donde le esperaban como ponente, pero cuando ya estaba a punto de llegar aún no tenía decidido qué iba a decir. Él mismo lo contó DESPUÉS: «No dejaba de preguntarme: “¿Qué voy a decir?”». Imagine el ...

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