Puntuación para escritores y no escritores
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Silvia Adela Kohan

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Puntuación para escritores y no escritores

Silvia Adela Kohan

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El uso incorrecto de los signos de puntuación es un mal a superar (y un bien a conquistar). De la puntuación utilizada en cualquier clase de texto depende su sentido, sea una novela, un informe profesional, un relato, un artículo periodístico, un ensayo, un e-mail o un mensaje en la nevera. Es un recurso imprescindible para comunicar y, a la vez, aportar ideas. ¿Qué puntuar? ¿Cómo distinguir la puntuación adecuada para transmitir la música del lenguaje, las pausas, la exaltación o la calma? ¿Punto y coma o dos puntos? ¿Paréntesis o guiones? ¿Punto y seguido o punto y aparte? ¿Los signos auxiliares son auxiliares? ¿Con cuál nos identificamos?

De modo ameno y práctico, Puntuación para escritores y no escritores responde a estas preguntas y a otras muchas, resuelve dudas sobre los errores más frecuentes, y permite comprender usos y funciones de los signos para ganar en claridad y concisión. Da a conocer el uso creativo y correcto de la puntuación para hacer de ella una aliada.

Guías + del escritor es una colección que ofrece las herramientas imprescindibles –y a la vez básicas– para poder dominar el oficio de escribir. A través de ejemplos, ejercicios y eficaces orientaciones, cada volumen cubre algún aspecto general de la creación literaria desde un enfoque original y eminentemente práctico. Un manual de refuerzo para todo escritor, novel o con experiencia, que quiera revisar, mejorar o reorientar algún aspecto descuidado de su escritura.

Silvia Adela Kohan es filóloga. En 1975 creó con el grupo Grafein, nacido en la Universidad de Buenos Aires y tutelado por Noé Jitrik, el método del taller de escritura y las consignas que en la década de 1980 introdujo en Barcelona y en centros de profesores, Institutos Cervantes y universidades de España, Francia e Italia.

Ha sido colaboradora del periódico argentino La Nación. Es autora de numerosos libros sobre técnicas literarias: Corregir relatos (1997), Cómo se escribe una novela (1998), Cómo escribir diálogos (1999), Escribir sobre uno mismo (2000), Crear una novela (2001), Así se escribe un buen cuento (2002), Ava lo dijo después, novela y manual de la novela (2003), Los secretos de la creatividad (Alba, 2003), Taller de Escritura (Alba, 2004), Taller de Lectura (Alba, 2005), Biblioterapia y cineterapia (de Bolsillo, 2006), La trama en la novela y el cuento (Alba, 2007). Dirige Grafein Barcelona (Talleres de Escritura y Asesoramiento para autores) y la revista Escribir y Publicar. En 2005, recibió el premio Delta de Novela.

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Información

Año
2016
ISBN
9788484288893

1. Tener el gusto de conocerlos

Aunque parecen invisibles, los signos de puntuación están a nuestra disposición, «al pie de la palabra». Como los amigos fieles que nos ayudan a organizar el caos, son la ayuda esencial para organizar el texto. Aportan los matices, las intenciones, la claridad, la precisión, indican pausas, destacan la supremacía de una frase sobre otra, modulan el ritmo.
Explorarlos, experimentar con unos y otros, tener el gusto de profundizar en su conocimiento, es el mejor camino para llegar al lector con eficacia. No debemos restarles importancia.
Puntuar mal no es un padecimiento para toda la vida. Se puede mejorar como se mejoran los hábitos alimenticios o la postura corporal. La puntuación determina la interpretación del texto; está, por tanto, al servicio del autor.
Qué pretendemos en un texto
Cuando escribimos un texto, el que sea, ¿cuál es nuestro propósito y cuál nuestro deseo?
Deseamos que el receptor (el lector) nos entienda, que reciba claramente nuestro mensaje, que lo valore, lo considere original, diferente, que abra un diálogo con el texto. Pretendemos transmitir una idea, una propuesta, dejar claras las razones, persuadir, consolar, confesar nuestros sentimientos y conmover, contar una historia que interese, analizar un problema.
Se podrían enumerar muchas más razones y, tal vez, para cada texto hay un propósito. Sin embargo, son muchos los escritores que se encuentran con la misma dificultad: no saben cuándo se usan las comas ni diferencian un punto y seguido de un punto y aparte, se olvidan de la grata existencia de los dos puntos y el punto y coma, abusan de los puntos suspensivos y de los signos de admiración. E incluso el punto o los signos de interrogación, cuya tarea parece obvia, pueden crearles dificultades si no reparan en los servicios que les ofrecen y, en consecuencia, los colocan «fuera de lugar». Mientras tanto, la coma, el punto y coma, y los dos puntos saben burlarse y hacer que un mensaje exprese lo contrario de lo que el emisor pretende.
Pero si queremos conseguir todo lo que pretendemos, empezando por un texto claro, que convenza (acerca de lo que deseamos que convenza) y que fluya sin dificultad, los signos de puntuación son nuestros aliados. Son marcas convencionales que nos permiten escribir con mayor o menor efectividad según el uso que les demos. De su ubicación y su distribución acertadas depende la transparencia, la exactitud, el aliento y la fuerza expresiva del texto.
Ni se trata de someternos a las reglas existentes ni de hacer un uso absolutamente arbitrario de las mismas, el acto de puntuar tiene parte de normativa y parte de criterio personal. Si comprendemos el papel que desempeñan los signos de puntuación, su uso resulta placentero, adecuado y natural.
Como dice Martin Amis: «El lenguaje lleva una doble vida… y lo mismo le ocurre al novelista. Uno charla con la familia y los amigos, atiende su correspondencia, considera menús y listas de compras, observa signos viales y cosas por el estilo. Después, uno va a su estudio, donde el lenguaje existe de una forma muy diferente… como materia basada en el artificio». De ese artificio, la puntuación es la organizadora (sinónimo de productora coordinadora, promotora).
La puntuación otorga el sentido
Existe una relación directa entre puntuación e interpretación.
María Esther Vázquez cuenta que Borges «dictaba cinco o seis palabras, las primeras de una prosa o el primer verso de un poema, y después se las hacía leer. El índice de la mano derecha seguía la lectura sobre el dorso de la mano izquierda como si recorriera una página invisible. La frase se releía muchas veces hasta que encontraba la continuación y dictaba otras cinco o seis palabras. Después pedía que le leyeran todo lo escrito, incluyendo los signos de puntuación».
Entonces, ¿puntuar o no puntuar? He aquí el primer dilema. Tan conflictivo para muchos como el «ser o no ser» de Hamlet.
«La puntuación no va conmigo», dicen. Así, unos, en lugar de respetar los signos de puntuación que han colocado (asegurándose o no de que son los más adecuados), leen el texto resultante con la entonación que su propia respiración impone.
Otros emplean comas y puntos solamente, como si le temieran al resto. O comas en exceso: llenan de ganchitos la página y los ganchitos acaban cegando al lector. O puntúan sin saber por qué eligen un punto y coma en lugar de la coma, guiones cuando son más precisos los paréntesis, puntos suspensivos cuando la coma es lo adecuado.
No registran que con una única coma puede cambiar tanto el sentido del mensaje que resulta innecesaria toda una frase, como en el siguiente ejemplo:
Una noche soñé que bailaba con un extranjero en camisón. Me pregunto cómo pudo ponerse mi camisón.
La primera frase pierde su sentido si colocamos una coma tras «extranjero»:
Una noche soñé que bailaba con un extranjero, en camisón.
También con la coma como instrumento, la siguiente propuesta, nada inocente por cierto, circula por Internet:
Coloque una coma en la siguiente frase: Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda. Si usted es mujer, con toda seguridad colocará la coma después de la palabra mujer. Si usted es varón, con toda seguridad colocará la coma después de la palabra tiene.
La colocación de cada signo es portadora de un significado, por lo que hay que pensar muy seriamente si colocarlo o no y dónde.
Cuentan que siendo el educador Domingo Faustino Sarmiento, inspector escolar, llegó a un centro y comprobó que los alumnos eran buenos en geografía, historia y matemáticas, pero usaban mal la puntuación. Se lo hizo saber al maestro que, asombrado, dijo:
No creo que sean imprescindibles los signos de puntuación.
¿Que no? Le daré un ejemplo.
Tomó una tiza y escribió en la pizarra: «El maestro dice: el inspector es un ignorante».
Yo nunca diría eso de usted, señor Sarmiento.
Pues yo sí dijo tomando una tiza y en lugar de los dos puntos colocó dos comas.
La frase quedó así: «El maestro, dice el inspector, es un ignorante».
Teniendo en cuenta lo que nos sugieren los ejemplos anteriores, vamos a experimentar. Para ello, tomamos una frase de En memoria de Paulina, de Adolfo Bioy Casares:
La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio.
Y creamos la siguiente variación:
La vida fue una dulce costumbre. ¿Qué nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio?
Un signo de puntuación tiene una justificación y un efecto. De ahí, su poder en el texto.
La puntuación es una guía para saber cómo decir las cosas, un instrumento para modular el ritmo, una herramienta indispensable para lograr claridad y concisión.
Algo tan poco significativo para muchos como la puntuación puede ser un referente de toda una sociedad: una puntuación pobre indicaría que esa sociedad es superficial y viceversa.
Hablar no es igual que escribir
La escritura no es una simple reproducción de la lengua oral. Escribir y hablar son dos formas de actuar con el lenguaje y dos códigos distintos aunque complementarios.
Muchos conocen la música del lenguaje, pero no conocen las diferentes posibilidades que ofrecen los signos de puntuación; así, siguen en el texto la melodía más cercana a la expresión oral y los emplean de forma equivocada. Oralmente se expresan con fluidez y cuentan historias que atrapan al interlocutor y cuando las escriben carecen de interés incluso para ellos mismos.
Es probable que al volcar esas historias en el papel o en la pantalla trasladen mecánicamente la melodía de la expresión oral y desestimen la puntuación que gobierna el texto, y por ello obtienen un texto pobre, ripioso. El código oral y el código escrito se rigen por principios muy diferentes de organización y articulación del discurso, y cumplen funciones comunicativas distintas.
Por otra parte, en la comunicación oral participamos de la situación (con otras personas que están presentes, por vía telefónica, con un auditorio, etc.); por consiguiente, recurrimos a los elementos paralingüísticos (gestos, modales, ademanes, que acompañan a las palabras) y le otorgamos una entonación verbal al contenido (una interrogación, una afirmación, un deseo, una orden, etc.) que responde a las reacciones que observamos en el o los interlocutores, mientras que no conocemos las reacciones del lector en el silencio de su lectura frente al papel o la pantalla.
Además, la oralidad nos permite rectificar mientras hablamos, desdecirnos, explicar mejor lo que queremos comunicar. A las palabras dichas se las lleva el viento, pero las palabras escritas permanecen, perduran, producen significaciones, se releen, constituyen otra realidad: la que producimos con todo lo que el lenguaje nos ofrece.
Entonces, si bien muchos signos de puntuación implican una pausa en la entonación, no toda pausa debe ser señalada por medio de una coma u otro signo, ya que hay pausas en el discurso oral que son puramente respiratorias y nada significantes, necesarias sólo para aspirar aire.
Por ello, insisto: la puntuación obedece a las reglas de construcción del discurso escrito, independientes de la comunicación oral; no representa en el escrito los rasgos de entonación de la oralidad, sino los usos y funciones derivados de las reglas que operan en el discurso escrito, ajenas a las que regulan el oral.
En los orígenes
La lectura de un texto era tan difícil en los inicios de la escritura alfabética que había que leerlo en voz alta para separar con el tono de la voz las palabras y las frases.
En el mundo grecolatino se escribía en «scriptio continua», seguido y con mayúscula abarcando todo el ancho del papel, las palabras no estaban separadas entre sí, como en el ejemplo siguiente:
D E S P U É S D E L I N C I D E N T E L A P E Q U E Ñ A S E Q U E D Ó T R A U M A T I Z A D A E L L O B O N O E S T Á M U E R T O E L G U A R D A B O S Q U E E S E L L O B O A I N O C Ó M O E S Q U E E S T U V O A L L Í J U S T O A T I E M P O S E L O E X P L I C A A S U M A D R E M A D R E N O E S T Á C O N T E N T A P I E N S A Q U E E L G U A R D A B O S Q U E E S S U M A M E N T E S I M P Á T I C O S E M U E R E L A A B U E L A E L L O B ...

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