Nota preliminar
Este volumen es una traducción adaptada de la antología A Circle of Witches. An Anthology of Victorian Witchcraft Stories, elaborada por Peter Haining y publicada por primera vez en 1971 (Robert Hale, Londres).
Haining quiso destacar cómo en el mundo eminentemente masculino de la sociedad victoriana, volcado en el comercio y la expansión imperial, regido por una mentalidad racionalista y por unos estrictos códigos morales (aunque luego los hombres, pero no las mujeres, pudieran llevar una doble vida), fueron las mujeres quienes se interesaron sobre todo por el fenómeno de la brujería. Era sin duda un material fascinante, que conectaba con la tradición de la novela gótica, daba alas a la inventiva grotesca y a las ensoñaciones poéticas, y encajaba con el favor con que contaba la narrativa de misterio y de terror en la literatura popular victoriana; pero también, fue, en muchos casos, una ocasión para combatir la oscuridad, la superstición y la «creencia sin pruebas» y, abogando por «la razón humana, que es la ley de Dios más elevada de las reveladas a los hombres hasta la fecha», apelar al papel de las mujeres en la propagación de «la utilidad del razonamiento científico» (Eliza Lynn Linton).
No en todas las piezas aquí reunidas la hechicería es practicada por una mujer o atribuida a ella (también hay brujos y en algún caso un simple objeto mágico), pero sí en una gran mayoría. El carácter de víctima puede cambiar al de vengadora (aunque por ello sea ajusticiada), de la misma forma que las autoras se mueven entre la compasión y la reivindicación, con una nota común de atracción por la fatalidad.
La primera parte de la antología está dedicada precisamente a escritoras que fueron estudiosas y cronistas del fenómeno y rastrearon en la historia de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda los actos atribuidos a las brujas y los castigos que se les impusieron por ellos. Entre el romanticismo algo moralizante de las hermosas leyendas recopiladas por lady Wilde y el escepticismo benevolente de Mary Lewes ante los extraordinarios remedios de los hechiceros (jarabe de pulmón de zorro contra la tisis, cráneos de delincuentes muertos e hígado de erizo contra la epilepsia), destacan la dureza y hasta el sarcasmo con que Eliza Lynn Linton denuncia el «mero fantasma del miedo y la ignorancia» que sustenta las creencias demoníacas y las atrocidades de los encargados de castigarlas: para ella, jueces y condenados parecían compartir el mismo culto a Satán por encima de «la alegre libertad de Dios y la Naturaleza». Linton incide en la misoginia de las acusaciones y en la condición marginal de las acusadas, de una manera en la que hoy no es difícil vislumbrar una versión extrema del propio arrinconamiento de la mujer victoriana, el cual, si se infligía, podía llevarla a un triste proceso de condena pública y exclusión social. Catherine Crowe, por su parte, aporta la perspectiva diríamos curativa y cita casos de posesión con la convicción de que son reflejo del «mundo espiritual» –otra gran corriente de la cultura victoriana–, aduciendo en su favor el testimonio de especialistas en magnetismo, y de «dos médicos y dos cirujanos»; es de destacar que los casos que expone se hallan lejos de la habitual marginalidad y son de personas sanas, juiciosas y socialmente respetables. Cierta forma de ciencia se alega aquí para desmontar la superstición, solo que con otros objetivos y con otros medios.
Los casos históricos ficcionalizados están también presentes en la segunda parte de la antología, compuesta por cuentos y un par de fragmentos de novelas. Y no es sorprendente que algunos se refieran también a procesos seguidos contra brujas, destacando la inocencia e indefensión de la acusada frente a la sanguinaria máquina de la justicia y al «júbilo salvaje de la persecución» (Baillie Reynolds); curiosa y excepcionalmente, el célebre reverendo Cotton Mather, una de las figuras de los juicios de Salem más vilipendiadas por la tradición histórica y literaria, aparece en uno de ellos (el fragmento de la novela publicada en 1901 La pequeña doncella de Salem de Pauline Mackie) caracterizado como «un ángel de luz» porque duda de las acusaciones formuladas contra una muchacha y acaba librándola de la condena. En todo caso, la conciencia de la fragilidad y desamparo de la víctima aparece en la mayoría de los cuentos, aunque en ellos no intervenga el acoso judicial; la condición de «forastera» de la mujer, su aislamiento, se da a veces en el ámbito comunitario y también en el familiar y doméstico: en «La bruja del agua» la protagonista es una joven casada no aceptada por su nueva familia política, y en «La satanista», que proporciona a la «bruja» por primera vez un historial psicológico, es una hija maltratada por su madre. No son infrecuentes tampoco los casos, en diversos grados, de intimidación o explotación sexual; en general, la sexualidad se ve asociada a «los espíritus malignos», a lo más oscuro y destructor de la Naturaleza (casi siempre acuática: ríos, ciénagas, nieve y hielo). Una relación persistente entre el amor y la muerte va recorriendo la antología, signo de los extremos de la fantasía victoriana. Otro de los mayores terrores de esta fantasía, la venganza colonial contra el Imperio británico, aparece debidamente representado en dos cuentos, «La Piedra del Diablo» y «Magia negra».
En definitiva, esta antología da cumplida cuenta de lo que las mujeres de la época victoriana pensaban de la oscuridad a la que veían ligada muchas veces su condición. Las brujas –creyeran o no en ellas, desafiaran o no sus principios religiosos o su mentalidad científica– les inspiraron muchas formas de representarla, y quizá también de reflexionar sobre cómo el mundo las veía a ellas, o incluso como se veían ellas a sí mismas.
Para Ted Carnell y Ken Chapman,
por su consejo, su ayuda y, sobre todo, su amistad.
Solo pensaba en el momento en que la oscuridad había caído de pronto sobre ella, y todo por esa mujer; esa bruja; esa hechicera cuyo maligno poder se había cobrado una víctima tras otra; esa cautivadora de la que hablan los poemas y los relatos.
Margaret Oliphant, The Sorceress (1893)
Primera parte. Crónicas y leyendas
No soy una mujer fantasiosa, pero hay cosas que le despiertan a una la imaginación. En noches oscuras como esta, siempre pienso en la posibilidad de que ocurra algo desagradable. Las desgracias parecen acechar en esos rincones oscuros; y me imagino a brujas maquinando planes malignos contra gente inocente…
Margaret Oliphant, Salem Chapel (1862)
La brujería en Inglaterra. E. Lynn Linton
Eliza Lynn Linton (1822-1898) ocupa con todo merecimiento el primer lugar en esta colección, pues su libro Witch Stories [Historias de brujas] es sin duda alguna la obra más destacada sobre el tema de la brujería escrita por una dama victoriana. Eliza Lynn Linton, que fue esposa del excepcional grabador William James Linton, era hija de un vicario de Cumberland y empezó a interesarse por la literatura a los once años. Publicó su primera novela, Azeth, the Egyptian [Azeth, el egipcio], a los veintitrés. Sin embargo, durante estos primeros años se dedicó principalmente al periodismo, y en 1851 empezó a colaborar con varios periódicos y revistas, reivindicando así el título de primera mujer periodista. Algunos de sus artículos, como «The Shrieking Sisterhood» [La menguante hermandad de mujeres] y «Mature Sirens» [Sirenas maduras], se convirtieron en temas de conversación populares en las sobremesas de todo el país y dieron a conocer su nombre entre el público. No obstante, fue su interés en lo sobrenatural lo que consolidó su fama con la publicación de Witch Stories en 1861. Fruto de un exhaustivo trabajo de investigación, el libro describe la mayoría de los casos importantes de brujería en Inglaterra y Escocia, y los dos extractos que siguen suponen una muestra representativa de ambos países. En el prólogo, Eliza Lynn Linton nos brinda unas directrices que bien podrían tenerse en cuenta al leer cada pieza de esta antología: «En general, creo que podríamos hablar de cuatro circunstancias para cada caso recogido en este volumen; en qué proporción, le corresponde al lector decidirlo por sí mismo. Quienes defienden la existencia de una relación directa y personal entre el hombre y el mundo espiritual seguramente darán crédito a todas las historias con la fe incondicional propia de los siglos xvi y xvii; quienes confían en el funcionamiento tranquilo y uniforme de la naturaleza sostendrán en su mayoría que se trata de un fraude; quienes estén familiarizados con enfermedades y con esa extraña doctrina llamada “mesmerismo” o “sensibilidad” reconocerán la presencia de un grave trastorno nervioso, mezclado con grandes cantidades de engaño flagrante, que encontraba en la insensata credulidad y la extraordinaria ignorancia de la época un caldo de cultivo propicio; y, por último, quienes están acostumbrados a cribar pruebas e interrogar a testigos quedarán profundamente insatisfechos con la vaguedad de los testimonios y la burda tergiversación de todos los casos recogidos».
«Cualquier mujer anciana con el rostro arrugado, vello en el labio, un diente prominente, ojos estrábicos, voz chillona, lengua viperina, un abrigo harapiento en la espalda, un gorro en la cabeza, un espetón en la mano y un perro o un gato a su lado no solo es sospechosa de ser una bruja, sino acusada como tal», dice John Gaule, autor de Select Cases of Co...