Cómo orquestar una comedia
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Cómo orquestar una comedia

Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes

John Vorhaus, Jessica Lockhart

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Cómo orquestar una comedia

Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes

John Vorhaus, Jessica Lockhart

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Cómo orquestar una comedia es un libro eminentemente práctico que, con mucho humor —no podía ser de otra manera—, ofrece al lector todos los recursos imprescindibles para escribir una comedia de forma eficaz. Para John Vorhaus hay determinados instrumentos esenciales en la creación cómica, y a cada uno de ellos dedica capítulos especiales como «El choque de contextos», «La tensión y la liberación», «La ley de los opuestos cómicos» y «La respuesta salvajemente inadecuada». Ya se trate de un gag, una tira cómica, un monólogo, una comedia televisiva, un guión cinematográfico o cualquier creación que busque la comicidad, el autor considera que el miedo al fracaso es el más feroz enemigo a batir, ya que, como él afirma, «cualquiera puede ser gracioso aun sin serlo». Este libro atiende, además, al aspecto estructural de la narración por lo que resulta de inapreciable valor para todo autor, guionista o creador de cualquier tipo de ficción narrativa más allá de su carácter humorístico.

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Información

1 La comedia es verdad y es dolor
A los doce años me enamoré de Leslie Parker. Era muy guapa y lista, con el pelo rubio y flequillo y una sonrisa que hacía que me sudara hasta el corazón. Durante todo el séptimo curso, tanto en el comedor como en la clase de música, en las primeras fiestas mixtas de mi melancólica adolescencia, suspiraba por aquella niña como sólo puede suspirar un lunático hormonalmente rabioso en el umbral de un amor platónico. Daba pena.
Hasta que un día, durante la clase de matemáticas, mientras treinta sudorosos jóvenes con pantalones de campana y camisetas con la frase «Deja que cuelgue» analizaban los imponderables del número pi, Leslie Parker mencionó de pasada que ella y su familia se iban a trasladar. Mi mundo estalló como una estrella negra. La amputación de una celebrada parte de mi cuerpo no me podría haber dolido tanto. Levanté el brazo a toda prisa.
El profesor, el señor Desjardins, me ignoró. Eso lo hacía con frecuencia porque, creo recordar, siempre le estaba planteando preguntas fastidiosas como: «¿Cuál es la raíz cuadrada de menos uno?» y «¿Por qué no podemos dividir entre cero?».
Transcurrieron diez minutos y la increíble revelación de Leslie Parker se desvaneció de la mente de todo el mundo menos de la mía. Por fin, justo antes de que sonara la campana, el señor Desjardins hizo un gesto desganado en mi dirección. Me puse en pie. Patéticamente y con un balido del todo inapropiado gemí: «Leslie, ¿adónde te trasladas y por qué?». Lo cual, por supuesto, significaba: «¡No me dejes!».
Se produjo un silencio repentino e inesperado, porque había cometido el pecado mortal del séptimo curso. En un ejemplo clásico de inoportunismo había revelado mis sentimientos. Un minuto después toda la clase estalló en carcajadas. Incluso el señor Desjardins, el sádico, apagó una risa en el puño de la camisa. Aquel momento lo tengo grabado en la memoria como ácido en una placa fotográfica y es el momento más doloroso y humillante de toda mi vida hasta entonces. (¿Fue el peor momento de tu vida? Oh, hasta entonces. Después vino el fiasco de la ducha mixta en la universidad.) Y nunca olvidaré al señor Desjardins diciendo, mientras las risas de mis compañeros me inundaban los oídos y Leslie Parker me miraba como si me quisiera asesinar poco a poco: «No se están riendo de usted, señor Vorhaus. Se están riendo con usted».
Obviamente estaba mintiendo. Se estaban riendo de mí. Todos aquellos monstruitos estaban disfrutando macabramente con mi vergüenza. ¿Y por qué? Porque sabían, dentro de sus inseguros corazones prepúberes, que aunque en esa ocasión era yo quien había entrado en un campo minado podía haber sido cualquiera de ellos. Y por eso, en un único instante desolador y mortificante, descubrí una de las normas fundamentales del humor, aunque tardé muchos años (y muchas, muchas sesiones de terapia) en reconocerla como tal:
LA COMEDIA ES VERDAD Y ES DOLOR.
Lo repetiré para aquellos ojeadores de librería que sólo echan un vistazo a este ejemplar para ver si es de su gusto: la comedia es verdad y es dolor.
Al ponerme en evidencia ante Leslie Parker experimenté la verdad del amor y el dolor del amor perdido.
Cuando un payaso recibe un pastel en la cara vemos verdad y vemos dolor. Sentimos pena por el pobre payaso, todo cubierto de nata, pero también nos damos cuenta de que podía habernos pasado a nosotros, un poco como si dijéramos: caer en gracia es una desgracia.
Los chistes sobre vendedores y viajantes reflejan verdad y dolor. La verdad es que el vendedor quiere algo y el dolor es que nunca lo consigue. De hecho, casi todos los chistes verdes se basan en una verdad y un dolor, porque el sexo es una experiencia desgarradora que todos compartimos (con la posible excepción de un tal Willard McGarvey, que era incluso más patético que yo en séptimo y que creció hasta convertirse en un monje benedictino. Me pregunto si Willard estará leyendo este libro. Hola, Willard).
La verdad es que las relaciones entre los sexos son problemáticas. El dolor es que tenemos que enfrentarnos a esos problemas si queremos conseguir las recompensas. Piensa en el siguiente chiste:
Adán le dice a Dios: «Dios, ¿por qué hiciste a las mujeres tan blandas?», y Dios le contesta: «Para que te gustaran». Adán le pregunta: «Dios, ¿por qué hiciste a las mujeres tan cálidas y suaves?», y Dios le responde: «Para que te gustaran». Adán le dice a Dios: «Pero Dios, ¿por qué las hiciste tan tontas?», y Dios le contesta: «Para que te gustaran».
El chiste ataca por igual las actitudes de los hombres y de las mujeres. Hace que los hombres queden mal y hace que las mujeres queden mal, pero, detrás de todo eso, hay una experiencia común compartida: todos somos humanos, todos tenemos género y todos estamos en esta ridícula ensalada juntos. Ésa es la verdad, es dolorosa y es lo que le da vida al chiste.
En un episodio clásico de Yo amo a Lucy, Lucille Ball consigue un trabajo en una fábrica de caramelos donde la cinta transportadora de pronto empieza a ir cada vez más rápida, dejando a la pobre Lucy desesperada intentando meterse todos los caramelos en la boca e intentando ir más deprisa que la cinta. ¿Cuál es ahí la verdad? Que las situaciones se nos pueden ir de las manos. ¿Y el dolor? Que pagamos por nuestros errores.
Incluso las tarjetas de felicitación se pueden resumir en términos de verdad y de dolor. «Seguro que piensas que esta tarjeta es demasiado pequeña para ser un regalo», dice la portada de la tarjeta. ¿Y su interior? «Pues tienes razón.» Ésa es la verdad (soy un rata) y ése es el dolor (así que tú sales perdiendo).
Mi abuelo solía contarme este chiste:
Hay un grupo de hombres que están de pie junto a las puertas del cielo esperando para entrar. Se acerca San Pedro y dice: «Todos los hombres que durante su vida hayan sido dominados por sus esposas que se acerquen al muro de la izquierda. Todos aquellos que no hayan sido dominados por sus esposas durante su vida que se acerquen al de la derecha». Todos los hombres se dirigen al muro de la izquierda excepto un pequeño y tímido anciano que camina hasta el de la derecha. San Pedro se acerca a él y le dice: «Todos esos otros hombres se han acercado al muro de la izquierda, ¿cómo es que tú te has acercado al de la derecha?». Y el hombrecillo responde: «Porque mi mujer me dijo que lo hiciera».
Dolor y verdad. La verdad es que a algunos hombres a veces los dominan sus mujeres y el dolor es que algunos hombres a veces se dejan dominar de por vida.
Este chiste incluye otra cosa y es el miedo a la muerte. Algunos filósofos defienden que toda experiencia humana se reduce al miedo a la muerte, por lo que incluso comprar una tarjeta de felicitación barata en lugar de un regalo de cumpleaños se relaciona de alguna manera con la mortalidad. Tal vez sea así. No lo sé. Este libro no trata de unas posibilidades tan profundas. Si fuera así se titularía Cómo orquestar mi yo filosófico. Sin embargo, la verdad es que la muerte, como el sexo, resultan fundamentales para la experiencia humana. ¿Es entonces sorprendente que hagamos tantos chistes sobre la verdad y el dolor de la muerte?
Un hombre muere y va al infierno. Satanás le dice que le va a enseñar tres habitaciones y que la que elija será su hogar durante toda la eternidad. En la primera hay miles de personas gritando por la agonía de unas interminables llamas ardientes. El hombre pide ver la segunda habitación. En ella hay miles de personas a quienes se les están arrancando las extremidades una a una con horribles instrumentos de tortura. Pide ver la tercera. En la tercera habitación hay miles de personas sentadas tomándose un café rodeadas hasta las rodillas por las turbias aguas de las letrinas. «Me quedo con esta habitación», dice el hombre. En ese momento Satanás grita a la multitud: «Muy bien. Se acabó la pausa para el café. Os quiero a todos haciendo el pino».
¿La verdad? Tal vez haya un infierno. ¿El dolor? Tal vez sea un infierno.
Un hombre se cae por un acantilado. Mientras cae se le oye murmurar: «Por ahora bien».
La verdad y el dolor: a veces somos víctimas del destino.
La religión es una experiencia que nos llega a todos de manera similar porque intenta con todas sus fuerzas explicar esos otros fundamentos humanos: el sexo y la muerte. Los chistes que ridiculizan las figuras y las situaciones religiosas lo hacen exponiendo la verdad y el dolor de la experiencia religiosa: queremos creer, sólo que no estamos seguros de hacerlo.
¿Qué tienes si cruzas un testigo de Jehová con un agnóstico?
A alguien que llama a tu puerta sin ningún motivo aparente.
La verdad es que algunas personas luchan por la fe. El dolor es que no todo el mundo llega a ella. A propósito, quienes no «entienden» un chiste o se ofenden por él a menudo es porque no sienten la «verdad» presentada por la broma. A un testigo de Jehová no le parecerá gracioso este chiste porque él tiene fe y por ello no compra la supuesta verdad que le intenta vender el chiste.
No pretendo demostrar si Dios existe o no ni cuál es el valor de la fe. Mis creencias o las tuyas no tienen nada que ver con esto. Lo que hace que algo resulte gracioso son las creencias generales del público que oye un chiste. La religión, el sexo y la muerte son temas abonados para el humor porque tocan algunas creencias muy sólidamente arraigadas.
Pero las cosas no tienen por qué ser así. También podemos encontrar la verdad y el dolor en acontecimientos poco importantes:
¿Por qué el hombre que está haciendo una dieta no cambia nunca una bombilla? Porque siempre tiene previsto empezar mañana.
La verdad es que la voluntad humana tiene sus limitaciones y el dolor es que no siempre podemos superarlas. Si quieres saber por qué algo es gracioso, pregúntate qué verdad y qué dolor expresan ese algo.
Y ahora tómate un momento y cuéntate algunos de tus chistes favoritos. Pregúntate qué dolor y qué verdad sugiere cada uno de ellos. Considera que esa verdad y ese dolor son el tema del chiste.
Como verás, no todos los temas son universales. Al fin y al cabo, no toda la gente está haciendo una dieta, ni a todos nos dominan, ni todos tenemos miedo a morir, au...

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