Pobre gente
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Fiódor M. Dostoievski

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Fiódor M. Dostoievski

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« Pobre gente aún no es una tragedia sino un retrato a caballo entre el realismo y la parodia sobre gente cuya vida es una tragedia. » Fernando Sánchez Calvo

«La literatura es una cosa magnífica.», le confiesa Makar a Varvara, «Sirve para fortalecer el corazón de las personas.» Fiódor M. Dostoievski en Pobre gente

« Pobre gente es una novela intensa y entrañable, un libro conmovedor en extremo que no defraudará a ningún amante de la buena literatura. » Emiliano Molina, Solodelibros

Makar Dévushkin lleva treinta años copiando documentos en un departamento administrativo de San Petersburgo y vive en la habitación más barata de una pensión, junto a la cocina. A través de la ventana ve, sin embargo, a la joven Varvara, pariente lejana suya, que es toda su alegría. Varvara, huérfana, sin dinero ni posición, ha huido de una pariente agriada y maquiavélica e intenta ganarse la vida bordando. Varvara y Makar se cartean, se prestan dinero y libros, comparten decepciones y pequeñas alegrías. Son pobres e insignificantes, pero tienen amor propio y llegan a ver en las cartas que se escriben –en la literatura– una forma de dignidad.

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Información

Año
2019
ISBN
9788490655849
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
8 de abril
Mi inestimable Varvara Alekséievna:
¡Ayer estaba feliz, enormemente feliz, feliz a más no poder! Aunque sea por una vez en la vida, usted, que siempre se muestra tan testaruda, me ha hecho caso. Por la noche, a eso de las ocho, desperté (ya sabe usted, querida mía, que me gusta echarme un sueñecillo de una o dos horitas al regresar de la oficina), cogí una vela, preparé los papeles, afilé la pluma, cuando de repente, sin querer, levanté los ojos y... ¡le juro que me dio un brinco el corazón! ¡Y es que usted había comprendido lo que yo quería, lo que mi pobre corazón quería! Veo una esquinita del visillo de su ventana recogida y prendida a la maceta de la balsamina, justo como le había sugerido yo que hiciera; al punto me pareció que su carita se asomaba un instante por la ventana, que usted también me miraba desde su cuartito y que también estaba pensando en mí. ¡Qué rabia me dio, palomita mía, no poder distinguir bien su gentil rostro! En otros tiempos yo también tuve buena vista, mátochka2. ¡Son los achaques de la edad, querida mía! Ahora los ojos me hacen siempre chiribitas; a poco que me quede trabajando por la noche, que escriba algo, a la mañana siguiente los ojos se me enrojecen y lagrimean hasta tal punto que incluso me da vergüenza que me vean los demás. No obstante, en mi imaginación resplandeció su sonrisa, angelito mío, su linda y afable sonrisita; y en mi corazón experimenté la misma sensación que aquella vez que la besé, Várenka. ¿Se acuerda usted, angelito mío? ¿Sabe, palomita mía, que incluso me pareció que usted me amenazaba con el dedito? ¿Fue así, diablillo? No deje de describírmelo con todo detalle en su próxima carta.
Bueno, ¿y qué le parece la idea de recurrir al visillo, Várenka? Magnífica, ¿verdad? Lo mismo si me pongo a trabajar, que si me acuesto o me despierto, podré saber que allí está usted también pensando en mí, que se acuerda de mí, y que está sana y alegre. Si baja usted el visillo, querrá decir: «¡Adiós, Makar Alekséievich, es hora de dormir!»; si lo vuelve a recoger, significará: «¡Buenos días, Makar Alekséievich, ¿qué tal ha dormido?», o bien: «¿Qué tal anda de salud, Makar Alekséievich? En lo que a mí respecta, me encuentro, gracias a Dios, sana y feliz». Ya ve, alma mía, lo bien pensado que está; ¡así no necesitamos ni escribirnos! Ingenioso, ¿no es cierto? Pues ¡se me ha ocurrido a mí! ¿Qué me dice, Varvara Alekséievna, me las apaño bien o no?
Le informo, mátochka, Varvara Alekséievna, de que esta noche, para mi sorpresa, he dormido a pierna suelta, lo cual me tiene muy contento, pues cuando uno se muda a otra casa siempre extraña algo y le cuesta conciliar el sueño. Hoy me he levantado de buen humor y lleno de energía, como un halcón. ¡Y menuda mañana ha hecho hoy, querida! Al abrir la ventana, lucía el sol, gorjeaban los pajarillos, el aire exhalaba los aromas de la primavera, toda la naturaleza estaba reviviendo; bueno, y todo lo demás estaba en armonía; todo estaba en orden, en consonancia con la primavera. Hoy hasta me he recreado en mis ensoñaciones, y todas las protagonizaba usted, Várenka. La comparé con un pajarillo celestial, creado para deleite de los hombres y ornato de la naturaleza. Entonces se me ocurrió, Várenka, que nosotros, los hombres, que vivimos sumidos en la preocupación y el desasosiego, también deberíamos envidiar la despreocupada e inocente felicidad de los pájaros celestiales; bueno, y todo lo que se me ocurrió era de este tenor; es decir, que no paraba de establecer comparaciones remotas de ese género. Tengo un libro, Várenka, donde se habla de eso mismo y se describe prolijamente. Se lo digo porque las ensoñaciones suelen ser de lo más variopintas, mátochka. Ahora que es primavera, los pensamientos que a uno le vienen a la cabeza son siempre tan agradables, agudos, ingeniosos, y los sueños tan tiernos; todo es de color de rosa. Por eso le he escrito todo esto, que, por cierto, lo he tomado de ese librito. Su autor expresa el mismo anhelo en un poemilla y escribe:
¡Quién fuera ave, ave rapaz!
Y etcétera, etcétera. En el libro hay también otros muchos pensamientos, pero no vienen a cuento. Por cierto, ¿adónde se dirigía usted esta mañana, Varvara Alekséievna? Yo aún no había salido para la oficina, y usted, igual que un pajarillo en primavera, ya había alzado el vuelo de su habitación y estaba cruzando el patio, tan contenta. ¡Cómo me alegré al verla! ¡Ay, Várenka, Várenka! No se aflija usted; las lágrimas no quitan las penas; eso ya lo sé yo, mátochka, ya lo sé yo por experiencia propia. Ahora se la ve a usted tan relajada, incluso ha mejorado un poco su salud. Bueno, ¿y qué tal su Fedora? ¡Ay, qué buena es esa mujer! Escríbame, Várenka, qué tal vive usted con ella en estos momentos y si está contenta con todo. Aunque Fedora sea un poco gruñona, no se lo tenga en cuenta, Várenka. ¡Que Dios la perdone! Es tan buena.
Ya le hablé de nuestra Tereza, también ella es una mujer bondadosa y leal. ¡Qué preocupado estaba yo por nuestra correspondencia! ¿Cómo íbamos a hacernos llegar las cartas el uno al otro? Y entonces, como enviada por Dios para nuestra felicidad, apareció Tereza. Es buena persona, mansa, callada. Pero nuestra patrona la trata despiadadamente. La exprime como un trapo.
¡A qué tugurio he venido a parar, Varvara Alekséievna! ¡Menuda casa! Donde vivía antes no se escuchaba nada, bien lo sabe usted: era un remanso de paz y de tranquilidad; podía oírse el vuelo de una mosca. ¡En cambio aquí no hay más que ruido, gritos y algazara! Aún no conoce la disposición de todo esto. Imagínese, poco más o menos, un largo pasillo, bastante oscuro y, a decir verdad, algo sucio. A mano derecha queda un muro ciego, mientras que a la izquierda no hay más que puertas y más puertas, tantas como habitaciones, dispuestas en hilera. Pues bien, cada una de estas habitaciones se alquila y está compuesta por un único cuartucho; en cada una de ellas se alojan uno, dos y hasta tres inquilinos. En cuanto al orden, mejor no pregunte. ¡Esto es el arca de Noé! Por lo demás, parecen buenas personas, gente culta e instruida. Hay un funcionario (trabaja en no sé dónde, en algo relacionado con la literatura) que es un hombre muy leído: igual habla de Homero que de Brambeus3 o de los autores más diversos; puede hablar de cualquier tema, ¡una persona muy inteligente! Se alojan también dos oficiales, que no paran de jugar a las cartas. Y también un alférez de navío, y un maestro inglés. Ya verá qué divertido, mátochka; se los describiré en la próxima carta de forma satírica, es decir, tal como son; se los describiré con todo detalle. En cuanto a nuestra patrona, es una viejecilla bajita y desaliñada; se pasa todo el día en bata y pantuflas, gritando sin parar a Tereza. Yo vivo en la cocina, bueno, qué digo yo, no es que viva en la cocina, cómo voy a vivir en la cocina; se lo explicaré más claramente: al lado de la cocina (y sepa usted que le estoy hablando de una cocina limpia, luminosa, muy agradable), pues bien, como le decía, al lado de la cocina hay una habitación, un cuartito pequeño, un modesto rinconcito… ¿entiende a lo que me refiero?; es una cocina grande, con tres ventanas, y en paralelo a la pared transversal hay un tabique, de modo que para los efectos cuenta como si fuera un cuarto más, una habitación supernumeraria; es amplia, cómoda, hasta tiene su ventana y todo; en pocas palabras, muy confortable. Pues este es mi rinconcito. No vaya usted a pensar nada raro, mátochka, ni que mis palabras encierran algún sentido oculto, ¡vamos, que no vivo en la cocina! Quiero decir: puede que viva en esta habitación, separado por un tabique, pero para mí eso no tiene ninguna importancia; vivo tranquilo, aislado de todos, a la chita callando. Me he puesto una cama, una mesa, una cómoda, un par de sillas, y he colgado un icono. Es cierto que hay casas mejores, tal vez incluso mucho mejores, pero lo que realmente importa es la comodidad; pues todo lo he hecho por la comodidad, y no piense usted que ha sido por ninguna otra cosa. La ventana de su habitación está enfrente, al otro lado del patio, y el patio es tan pequeño que puedo verla a usted al pasar, cosa que siempre es motivo de regocijo para este pobre desgraciado. Aparte de que resulta más barato. En esta casa la peor habitación, con pensión completa, cuesta treinta y cinco rublos en papel moneda. ¡Eso no está al alcance de mi bolsillo! En cambio, por mi cuartito pago siete rublos en papel moneda, y por la comida cinco rublos de plata. Así que me sale todo por veinticuatro y medio4, mientras que antes pagaba treinta rublos justos, por lo que me veía obligado a renunciar a muchas cosas; no siempre me llegaba para el té, y ahora puedo permitirme el té e incluso el azúcar. Y ¿sabe usted, querida mía, la vergüenza que uno pasa cuando no puede tomar té? Como aquí todo el mundo es gente adinerada, uno siente vergüenza. Uno lo bebe, Várenka, por los demás, por las apariencias, por darse tono; aunque a mí eso me trae sin cuidado, no soy caprichoso. A esto súmele usted un dinero para mis gastos, pues siempre se necesita alguna cantidad, por pequeña que sea: que si unas botas, que si un trajecillo… Así, ¿cómo va a quedarme algo? En eso se va todo mi sueldo. Y no es que me queje, yo estoy contento. Para mí es suficiente. De hecho, hace años que me basta con eso; de vez en cuando también hay alguna gratificación. Bueno, angelito mío, he de despedirme. Le he comprado un par de macetas con balsamina y un geranio; me han costado poco. ¿No le gustará, por un casual, la reseda? Porque reseda también tienen; usted escríbame, cuéntemelo todo sin omitir detalle. Por lo demás, no vaya a pensar usted nada raro sobre mí, mátochka, por más que haya alquilado esta habitación. No; lo único que me ha movido ha sido la comodidad, sencillamente me he dejado seducir por la comodidad. Así, mátochka, consigo apartar un poco de dinero, ahorrar; ya tengo unos ahorrillos. Aunque parezca tan debilucho que hasta una mosca podría derribarme con su ala, no crea que yo soy así en realidad. No, mátochka, no soy tan poca cosa. Bueno, en cuanto a mí, querida, puede estar tranquila y no piense que hay nada censurable. Ya me despido, ¡adiós, ángel mío! Le he escrito casi dos hojas y hace ya un buen rato que debía haberme ido a trabajar. Beso sus deditos, mátochka.
Su más humilde servidor y fiel amigo,
MAKAR DÉVUSHKIN
P. S. Tan solo le ruego una cosa: respóndame, angelito mío, con el mayor detalle posible. Le adjunto, Várenka, un paquete de caramelos; espero que le aprovechen; y, por el amor de Dios, no se preocupe por mí y no se disguste. Bueno, adiós, mátochka.
8 de abril
Muy señor mío, Makar Alekséievich:
Debería saber que, al final, no voy a tener más remedio que enfadarme con usted. Le juro, mi buen Makar Alekséievich, que se me hace muy difícil aceptar sus regalos. Sé lo mucho que le cuestan, y cómo le obligan a privarse de lo más necesario. ¿Cuántas veces le he dicho que yo no necesito nada, absolutamente nada, y que no estoy en condiciones de corresponder a todas esas atenciones con las que me abruma? ¿Qué falta me hacían a mí esas macetas? De las balsaminas no me quejo, pero el geranio ¿a cuento de qué? Basta con que una se descuide y haga un comentario, por ejemplo, acerca de los geranios, para que usted vaya corriendo a comprarlos. Y seguro que son caros. ¡Qué preciosidad de flores! De un rojo muy vivo, como crucecitas. ¿Dónde ha encontrado usted unos geranios tan bonitos? Los he puesto en medio de la ventana, para que se vean bien; al lado, en el suelo, voy a colocar un banquito, y ahí pienso poner más flores. ¡Ya verá usted cuando me haga rica! Fedora está loca de contento; nuestro cuarto es ahora un paraíso, ¡tan limpio, tan luminoso! Bueno, y los caramelos, ¿a qué venían? La verdad sea dicha, enseguida me di cuenta, leyendo su carta, de que ahí había gato encerrado: que si el paraíso, que si la primavera, que si los perfumes flotando en el aire, que si el gorjeo de los pájaros... Total, que pensé que me iba a largar usted unos versos. Porque lo único que se echa de menos en su carta son unos cuantos versos, Makar Alekséievich. Todo lo demás está ahí: sentimientos delicados, sueños de color de rosa... ¡No le falta de nada! Lo del visillo no fue idea mía; debió de quedarse enganchado cuando cambié las macetas de sitio, eso es todo.
¡Ay, Makar Alekséievich! Por mucho que me diga y por más que me haga la cuenta de sus ingresos, tratando de engañarme y de hacerme creer que no le falta de nada, a mí no me la da. Está claro que usted se priva por mí de lo más necesario. ¿Cómo se le ha ocurrido alquilar ese cuarto, por ejemplo? Ahí le incordian, no le dejan un minuto tranquilo; es muy pequeño, no es nada cómodo. A usted le gusta estar a solas, y en ese cuarto tiene siempre a todo el mundo encima. ¡Pero si con su sueldo podría usted vivir mucho mejor! Dice Fedora que antes vivía usted mucho más a gusto que ahora, sin comparación. ¿De verdad se ha pasado usted así toda la vida, siempre solo, sufriendo privaciones, sin alegrías, sin escuchar una palabra amiga, una palabra cariñosa, en un rincón alquilado a unos desconocidos? ¡Ay, mi buen amigo, cómo le compadezco! ¡Cuide de su salud, por lo menos, Makar Alekséievich! Dice usted que tiene la vista cansada y que le cuesta escribir a la luz de una vela. Y, entonces, ¿por qué se empeña en hacerlo? Seguro que sus superiores conocen ya de sobra el celo que pone usted en el desempeño de su oficio.
Se lo suplico una vez más: no gaste tanto dinero en mí. Ya sé que me aprecia, pero no es usted rico... También yo me he levantado hoy de buen humor. Estaba feliz; Fedora llevaba ya un buen rato trabajando, y a mí también me había conseguido faena. Así que estaba muy contenta; tan solo he salido a comprar seda, y enseguida me he puesto a trabajar. ¡Durante toda la mañana he estado tan a gusto, tan alegre! Pero ahora han vuelto los negros pensamientos, la tristeza; tengo un peso en el alma que no me deja vivir.
¡Ay! ¿Qué será de mí? ¿Qué destino me aguarda? Lo peor es estar así, sin saber nada de nada, sin un futuro, sin poder adivinar lo que me espera. Y, si vuelvo la vista atrás, es aún peor. Solo de recordar lo mal que lo he pasado, se me rompe el corazón. No voy a dejar de llorar amargamente en toda mi vida, por culpa de esos desalmados que me han hundido en la miseria.
Está anoche...

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