El arte de crear personajes
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El arte de crear personajes

En narrativa, cine y televisión

David Corbett

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El arte de crear personajes

En narrativa, cine y televisión

David Corbett

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Si el personaje es el centro de cualquier historia, El arte de crear personajes. En narrativa, cine y televisión de David Corbett, constituye la mejor herramienta para crear y desarrollar personajes brillantes y distintos. Cando se empieza a concebir un personaje, dice el autor, uno se da cuenta de hasta qué punto toda narración es un reflejo de la propia vida, un paso en la búsqueda de respuesta a las preguntas esenciales: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Qué sentido tiene todo esto? Para crear un personaje que parezca vivo será necesario entender sus deseos, pero también sus frustraciones, secretos y debilidades, y en especial sus contradicciones. Se evitará así que el personaje actúe como mero instrumento de la historia, que carezca de la complejidad de las personas reales.

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Información

Año
2018
ISBN
9788490654538
david corbett
el arte de crear personajes
en narrativa, cine y televisión








Traducción
Santiago Tena








ALBA
Para Mary Elizabeth Corbett, en el cariño y el agradecimiento de su recuerdo.
Al escribir una novela el autor debe crear personas vivas; personas, no personajes. Un personaje es una caricatura. Si el escritor puede hacer que vivan las personas, quizá no haya en su libro grandes personajes, pero es posible que permanezca como un todo, con su propia entidad, como una novela… Las personas de una novela (no los personajes hábilmente construidos) deben proyectarse desde la experiencia asimilada por el autor, desde sus conocimientos, desde su cabeza y su corazón y desde todo lo que es él. Si es afortunado y constante y logra que salgan completas, tendrán más de una dimensión y durarán mucho tiempo.
Ernest Hemingway, Muerte en la tarde
Introducción
Todo se puede obtener estando solo, salvo la personalidad.
Stendhal, Del amor
Toda historia que merezca la pena contarse refleja de algún modo nuestra vida, y en esa medida explora cuatro preguntas clave:
¿Quién soy?
¿De dónde vengo?
¿Adónde voy?
¿Qué sentido tiene esto?1
Nótese que uso la palabra «explora», no «responde». La narración es un arte. No puede ofrecer una certeza científica, y no debe intentarlo. Aunque exista una significativa técnica para la ficción (este libro no existiría si no fuera así), esta radica más en la búsqueda que en el hallazgo, está más ligada al hipotético «¿y si…?» que a cualquier definitivo quod erat demonstrandum.
Mientras vivamos, la pregunta de quiénes somos y cómo debemos hacerlo permanece abierta. Nadie nos convence menos que la persona que proclama: «Tengo la respuesta». E, irónicamente, esa es precisamente la razón por la cual la ficción proporciona una representación más satisfactoria de la vida humana que la que cualquier otra descripción científica o de otra índole teórica pueda ofrecer.
Esta indefinición característica de la vida explica también por qué el deseo es tan importante para la exploración del personaje. Como aprendimos en los primeros cuentos que nos leyeron, la necesidad humana puede inspirar al indiferente, confundir al necio y deshacer lo inalterable. Y nada es más efímero (o ilusorio) que la satisfacción; nuestros deseos aumentan continuamente, impulsándonos durante horas y días y semanas y años. Aunque la mayoría de las historias terminan con un desenlace satisfactorio, incluso un niño puede sobrentender una inquietante sensación de continuación del viaje hasta en el final más definitivo, la presencia ineludible de un implícito «y entonces…». O de un más amenazador «y sin embargo…».
La importancia del personaje para la historia radica en este final abierto fundamental en nuestra vida. Las historias que se centran en ideas o problemas (los enigmas de la filosofía, las lecciones de la historia, las verdades de la ciencia, los consuelos de la religión) cuanto más se alejan de la orilla del personaje, acaban encontrándose con aguas turbulentas. Las ideas con demasiada frecuencia sirven como digresión de lo complicado de la vida: nosotros mismos, cada uno de los demás. A algunos les ofrecen una especie de falsa salvación. Pero la realidad básica de la vida permanece: vamos a morir. Las ideas, por muy «eternas» que sean, no nos pueden salvar. Y como la verdad es que solo podemos situarnos a este lado de la muerte, nunca sabremos con certeza cómo será nuestra vida, y por eso experimentamos nuestra existencia con mayor profundidad como una pregunta situada en un mundo basado en, como expresó Konstantín Stanislavski, el mágico «¿y si…?».
El oficio de la creación de personajes es un intento de honrar y explorar la verdad de la naturaleza humana a través del arte de contar historias. En nuestros personajes vemos reflejos de nosotros mismos, por eso encontramos en sus historias, no importa cuán caprichosas, oscuras o grandiosas, un intento de entender mejor nuestra vida. Y, en realidad, ¿de qué otra cosa podemos hablar si no es de nuestra vida?
Aunque la teoría pueda darnos el plan general de una historia –el entorno y la situación, el problema fundamental, el dilema moral–, solo a través del personaje logramos que lo general descienda a lo terrenal. Los personajes infunden convicción a la historia, la sujetan a los detalles misteriosos de la vida cotidiana al revelar las formas únicas e inimitables en que la gente consigue las cosas, las creencias que la guían y los errores que la traicionan, sus decisiones cruciales, sus errores desesperados, sus logros fundamentales.
Cada uno de nosotros, como dice Murray Burns, personaje de la película El payaso de la ciudad, está tratando de atisbar algo de la «sutil, escurridiza e importante razón por la que nació humano en vez de silla». Por muy ingenioso que suene, de lo que habla es del personaje. La respuesta no está en lo que creemos, sino en lo que hacemos. En las historias que nos afectan más a fondo –tomadas de la mitología, la Biblia, la tragedia griega, el teatro renacentista, la novela, la ficción posmoderna, el cine o la televisión– son los personajes quienes se fijan en la memoria con más tenacidad. De algún modo «sutil, escurridizo e importante», ellos son nosotros.
Este libro es el resultado de mi propio enfoque sobre la creación de personajes desarrollado a través de la escritura de numerosos cuentos y de varias novelas, un enfoque que ha evolucionado hasta aceptar la idea implícita en la cita de Stendhal con la que comenzaba esta introducción: el personaje no se crea en la soledad ni en el descanso; se forja en la interacción con los demás y con el mundo. Incluso en los esfuerzos solitarios de resistencia, tales como los de duras pruebas físicas o batallas con la enfermedad, hay en el fondo una lucha entre la parte de nosotros que quiere rendirse y la que sigue adelante.
Entre los principales puntos de vista distintivos o innovadores que se abordan en este libro están los siguientes:
  • La comprensión de tus personajes comienza con que te comprendas a ti mismo. De un modo sincero y sin medias tintas.
  • Las escenas, en las que los personajes participan de manera significativa y en conflicto entre sí, son esenciales en todas las etapas de la creación del personaje: concepción, desarrollo y representación. Las biografías de personajes creadas a partir de escenas son intrínsecamente más útiles que las que consisten en mera información.
  • Una clara imagen visual de un personaje es un comienzo, no un fin. Si te limitas a verlo en tu imaginación, te arriesgas a considerarlo como una idea, en lugar de iniciar con él un compromiso intuitivo.
  • El conocimiento intuitivo de tu personaje se logra mediante la exploración de escenas que tengan un profundo impacto emocional: momentos abrumadores de vergüenza, alegría, miedo, orgullo, remordimiento, perdón.
  • Desarrollar un personaje con auténtica profundidad requiere fijarse no solo en el deseo, sino también en cómo ese personaje lidia con sus frustraciones, sus debilidades, sus secretos y, especialmente, sus contradicciones. Esa evolución debe reflejarse en escenas, para las que es mejor emplear tu intuición que tu intelecto.
  • Esta confianza en la intuición proporciona el mejor modo de responder con eficacia a lo que yo llamo la dictadura del motivo: la necesidad de comprender lo que un personaje quiere y por qué se comporta de determinada manera. Sin una comprensión intuitiva, puedes caer en la trampa fácil de reducir a tus personajes a autómatas simplistas o a «títeres de la trama», que actúen según las necesidades de la historia o sus ideas en lugar de comportarse con la complejidad de intención de los individuos reales.
  • Un personaje puede sufrir un cambio, ya sea a través del crecimiento o de la transformación. Son cambios que se distinguen en la medida en que el personaje muestre solo fuerza de voluntad o que también use su inteligencia para superar una limitación personal.
  • El arco de personajes abarca un espectro basado en la pregunta que plantean directamente al protagonista:
–¿Puedo conseguir lo que deseo?
–¿Quién soy?
–¿Qué he de cambiar para conseguir lo que deseo?
Por supuesto, hay mucho más en estas páginas, tanto que ...

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