Telesur, comunicación y chavismo
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Telesur, comunicación y chavismo

Los límites de un proyecto de comunicación estatal latinoamericano

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Telesur, comunicación y chavismo

Los límites de un proyecto de comunicación estatal latinoamericano

Descripción del libro

El texto enmarca el estudio del caso TeleSur, como señal de TV estatal regional, dentro del campo de los estudios de discursos y prácticas contra-hegemónicas o alternativas. Desde esta mirada, TeleSur aparece como "uno de los intentos más ambiciosos en las últimas décadas de comunicación estatal, con fuertes lazos comunicantes con la tradición comunicacional formada por la revolución cubana, un antecedente ineludible a la hora de pensar la contra-información en nuestro continente"El libro, además, documenta el proceso de la constitución y desarrollo de la emisora, la deriva de los objetivos planteados inicialmente, las dificultades y cambios sufridos durante los años de su funcionamiento, hasta la actualidad.

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Información

Editorial
Eudeba
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9789502331157
Capítulo 1
Viejas categorías (recuperación, circulación e historia)
Para pensar el proyecto TeleSur estamos obligados a recuperar una serie de conceptos núcleo y de tensiones que han recorrido el campo de la comunicación a lo largo del último medio siglo y tomar partido por alguna de sus acepciones. Trataremos, a través de una breve reseña, de darle un sentido concreto a conceptos que en su circulación e historia han vaciado parte de su espíritu más impugnador.
Desarrollaremos, además, como parte de la sección, una breve caracterización de la situación política regional, entendiendo que la misma es condición fundamental para la comprensión de muchos de los giros teóricos de la etapa. Descontamos el hecho inevitable de que dicha caracterización se realiza (como todas) desde una determinada perspectiva teórica y política, en este caso crítica de los gobiernos denominados nacionalistas, fundamentales a la hora de pensar en el proyecto TeleSur.
Contrainformación
La contrainformación fue definida por primera vez según Cassigoli Perea (1989) en Il Manifesto el día 23 de mayo de 1971, como “una información que, tomada en sentido contrario a la normal información, le chupa la sangre”.
El concepto de contrainformación, que nos remite inevitablemente a la idea del contraespionaje y a los servicios de inteligencia, se materializa en esa perspectiva comunicacional contraria, opuesta, complementaria, diferente, a la oficial. En esta misma secuencia significante, donde todos los conceptos se parecen sin ser necesariamente iguales, también debería figurar el de alternativa, al punto de que casi no puede pensarse un medio alternativo que no realice algún tipo de práctica contrainformativa en su sentido más amplio.
La recuperación del concepto de medios de contrainformación nos remite a pensar en una práctica comunicacional de tipo ideológica, en la medida que se plantea la necesidad de construir una información que refleje los intereses y la perspectiva de la clase explotada, justamente la no poseedora de los medios de comunicación de masas. Así lo dice Cassigoli Perea, quien caracteriza los medios masivos como herramientas de difusión y no de comunicación, producto de su falta de intercambio y diversidad, donde prevalece su función de imposición y de control ideológico al servicio de la clase dominante.
Los intentos por inscribir a TeleSur como un medio contrainformativo (1) obligan a un análisis que supere el de su propia producción discursiva, situándolo en un sistema de medios más amplio, incluso de dimensiones mundiales, donde existe el riesgo de ser tan solo un elemento entrópico, un ruido, en los términos de la teoría informacional. Por esta razón, pensarlo en su aspecto relacional es la única manera para determinar su carácter alternativo.
¿Es la producción de TeleSur distinta “del sistema”, de lo “oficial”, de lo “normal”, de la “clase dominante”, del “gobierno”, del “Estado”, es decir, opuesta a lo que en términos marxistas se entiende por ideología? De ser esta la situación, nos encontraríamos con un medio que debería potenciar, articular y organizar la lucha de clases. Lo que implicaría, además, en la medida en que la producción de contrainformación es un análisis crítico del discurso dominante, incentivar nuevas relaciones y formas comunicativas que superen el carácter difusionista de los actuales medios de comunicación de masas.
A diferencia de esta manera de concebir la contrainformación, propia de la perspectiva teórica y política que primó en América Latina en las décadas de los sesenta y setenta, las prácticas contrainformativas son reemplazadas a partir de los ochenta por el crecimiento vertiginoso de los nuevos medios alternativos, que desarrollarán una línea de tipo cada vez más culturalista en detrimento de una estrategia política totalizadora. Una especie de “que florezcan las mil flores” sin importar quién es en definitiva el dueño del jardín.
Este desplazamiento teórico, que responde esencialmente a un cambio en la situación política, empieza a pensar la posibilidad de que nuevas relaciones sociales puedan darse a partir del desarrollo de nuevas formas de comunicación, alejándose de esta forma de los planteos materialistas e históricos de análisis que primaban hasta ese momento. El punto de desencuentro con esta nueva visión es tan fuerte que Cassigoli Perea, oponiendo en este punto la contrainformación a la comunicación alternativa, no duda en afirmar que “el peor contacto comunicacional en una organización participativa y democrática, entre y con campesinos y obreros, jamás podrá ser suplantado por el mejor de los medios informativos de carácter alternativo” (1989: 71).
Alternatividad
Pensar un concepto clave como el de alternatividad nos obliga a remontarnos a uno de los trabajos fundantes del tema. Es Margarita Graziano (1980) quien va a destacar la importancia de los cuadros políticos de las organizaciones revolucionarias en el impulso de este tipo de medios, a diferencia de las prácticas alternativas más actuales donde lo que domina, y se promueve, es la participación de sectores diversos, con menor grado de homogeneidad. De alguna forma, la definición de Graziano puede emparentarse con el objetivo de la práctica contrainformativa de la comunicación. Por esta razón, para la autora, al igual que para Cassigoli Perea, “lo alternativo” no consistiría simplemente en una propuesta comunicacional, sino en una herramienta para intervenir en las relaciones de poder y de la transmisión de signos e imposición de códigos que esas relaciones permiten vehiculizar. Una concepción donde el carácter alternativo de la comunicación, si bien incluye como requisito la participación, no estaría definido por ella. De lo que se desprende que no toda comunicación horizontal o participativa pueda ser considerada como alternativa.
No podemos ver lo alternativo como una forma, sino como una dimensión ético/estética (lo que explicaría por qué el surrealismo resulta el único movimiento que sigue siendo alternativo al día de hoy). Nada es alternativo siempre y en todo, sino que como práctica se distingue situacional y relacionalmente.
Según Graziano, la contrainformación partiría de establecer un enfrentamiento, es decir, una intervención política, una comunicación al servicio de un proyecto de transformación social. De esta forma, “lo alternativo, en tanto tal, se levanta frente a otra concepción no solo de la comunicación sino de las relaciones de poder y de la transmisión de signos e imposición de códigos que esas relaciones permiten vehicular” (1980: 3).
¿Podemos pensar a TeleSur en una línea de continuidad con las prácticas alternativas y/o contrainformacionales desarrolladas en los sesenta y setenta, ligadas a las luchas denominadas de “liberación nacional”, impulsadas por la participación política de sectores obreros, intelectuales y artistas que pusieron en marcha experiencias comunicacionales desde diversos campos? ¿Puede una cadena estatal centralizada gubernamentalmente, sin incidencia de las organizaciones independientes de la sociedad civil en su dirección, equipararse a esas experiencias?
Recordemos que, al fin y al cabo, el surgimiento de la comunicación alternativa se debió en gran medida a los límites de las Políticas Nacionales de Comunicación (2) aplicadas por diferentes Estados latinoamericanos con el fin de contrarrestar el imperialismo cultural y la desventaja estructural en la participación de los flujos informativos a nivel mundial.
Luego de una primera etapa que podemos ubicar entre 1948 y 1970, impulsada por sectores religiosos o políticos, la comunicación alternativa desarrollará su mayor fortaleza en los años ochenta, al momento de multiplicarse la fundación de carreras de comunicación en la región. Esto auspicia la formación de cuadros comunicacionales específicos (ya no tan provenientes de la militancia política orgánica o religiosa), siendo el período de auge de las radios alternativas que priorizan, por decirlo de algún modo, “lo estético” por sobre “lo ético”. Será en esta etapa donde se abandona la visión de alternatividad defendida por Margarita Graziano, sustentada en una perspectiva totalizadora ligada a la idea de una transformación integral de la sociedad. Una batalla que solo en parte puede ser mediática.
Como continuidad de ese período puede establecerse una tercera etapa de lo alternativo ligada a lo comunitario, donde prevalece “lo local” por sobre “lo social”, la idea de la “cohesión” y la “unidad” de lo “próximo”, por sobre la “tensión” que se encuentra indisolublemente atada a “lo social” como totalidad. Lo comunitario se transforma en un refugio para lo alternativo luego de la derrota de la perspectiva revolucionaria que icónicamente se expresó con la caída del muro de Berlín.
De esta manera, la idea de lo alternativo queda vinculada con la perspectiva reformista (es decir, sin cambio de régimen) por sobre la idea de la revolución. Como conclusión esperable de este recorrido, lo alternativo terminará pidiéndole al Estado los recursos para su subsistencia. Los pequeños medios reclamarán por su derecho a existir al mismo Estado sobre el que se sostiene el régimen de explotación social que funda finalmente la censura de la palabra de los oprimidos.
La vanguardia
El protagonismo del concepto de vanguardia a la hora de pensar la lucha política en el terreno comunicacional fue debilitándose hasta casi desaparecer, dando lugar a un planteo de la comunicación alternativa más preocupado por sus características estéticas y su modo de funcionamiento que por su perspectiva de poder. De esta forma, el enfoque pasa a lo local frente a lo social, al fragmento frente a la totalidad, abonando un proceso de despolitización de las masas. La derrota de los procesos revolucionarios de los sesenta y setenta, la caída de muro de Berlín y el triunfo del neoliberalismo explican en parte este derrotero. Al igual que la burocratización de los estados obreros y el aplastamiento de las rebeliones políticas en los estados soviéticos por el estalinismo. (3)
No podemos explicar el proyecto TeleSur por fuera de este contexto más general. Para comprender las contradicciones de esta etapa, sirve prestar especial atención a los planteos de Máximo Simpson Grinberg, que cuestiona el rol de las vanguardias ampliando la definición de comunicación alternativa a “todo medio que, en un contexto caracterizado por la existencia de sectores privilegiados que detentan el poder político, económico y cultural implica una opción frente al discurso dominante” (1986). Lo que parece un matiz, es en realidad una diferencia radical en el terreno del reconocimiento del rol de las vanguardias en la lucha política. Al punto de que Simpson Grinberg equiparará dentro de los “sectores privilegiados que detentan el poder político” al “sistema de partido único y economía estatizada cubana hasta los regímenes capitalistas de democracia parlamentaria y las distintas dictaduras militares” (1984: 39). (4)
Pensar TeleSur desde la advertencia de Simpson Grinberg obliga a prestar atención al uso de los medios para la legitimación del poder que puede desarrollar una vanguardia a la hora de gobernar, lo que puede plantear la supresión de la autonomía popular en el curso de determinados procesos políticos y sociales, algo que el autor pudo detectar en un gran trabajo de compilación, en el proceso revolucionario Cubano, en la experiencia del gobierno de la Unidad Popular en Chile (1970-1973) (5) y bajo la reforma de la Prensa durante el gobierno de Velasco Alvarado en el Perú (1968-1975). (6)
La crítica de Simpson Grinberg puede trasladarse a los gobiernos latinoamericanos autodenominados nacionales y populares de las últimas décadas que, a diferencia de las experiencias de ascenso revolucionario de los años sesenta y setenta, nunca cuestionaron la propiedad privada de los medios de comunicación.
De ser correcta la caracterización del autor, deberíamos visualizar en TeleSur relaciones asimétricas entre emisor y receptor, surgidas a partir de transferir el monopolio de una clase social dominante a una nueva elite de poder. Situación que se explicaría por la tendencia a reproducir las relaciones de dominación que “la vanguardia” establece con las mayorías sociales una vez tomado el poder del Estado, suprimiendo la autonomía popular y creando estructuras comunicacionales autoritarias. (7)
Manipulación
La idea de que los medios de comunicación tendrían la capacidad de modificar la conducta de las poblaciones, siendo decisivos en los procesos electorales y en la consolidación o desestabilización gubernamentales, tiene fuerte influencia en los fundadores de TeleSur, que defienden la necesidad del Estado de poseer medios de comunicación propios, capaces de contrarrestar los discursos de las corporaciones o al servicio de intereses imperialistas.
A diferencia de las teorías de la alternatividad, que parten de pensar receptores con un rol más activo, capaces de reinterpretar los mensajes, dotados no solo de una capacidad crítica, sino transformadora, el proyecto TeleSur es definido en muchas ocasiones como una “trinchera” en la lucha ideológica, un arma para ser usada en la batalla contra los medios hegemónicos.
De esta manera, por sobre las miradas de la alternatividad existe un retorno a las teorías conductistas, razón que explica los planteos acerca de la necesidad del control total de lo televisado y la reducción o eliminación de cualquier voz disidente que altere el mensaje comunicacional, o que genere ruido en una adecuada recepción. Contra la formación de receptores críticos, se trata de imponer un mensaje mediante el control más amplio posible de las herramientas comunicacionales, incluso bajo la regimentación estatal, la máxima de las posibles en la medida en que el Estado posee además de instrumentos comunicacionales el monopolio de los recursos represivos y judiciales.
El resurgimiento de la teoría de la “aguja hipodérmica” en los análisis comunicacionales de la última década, colocando a los espectadores en el terreno de una pasividad casi extrema, es una vuelta a la perspectiva más funcionalista del análisis de los medios, aún a pesar de que muchos de los actuales defensores de esta mirada comunicacional no se identificarían como integrantes de esta corriente teórica.
Con la llegada al gobierno de diversas expresiones autodenominadas “nacionales” y “populares” en América Latina, que resultaron un factor de contención y reconstrucción de los aparatos estatales golpeados por las rebeliones populares que conmovieron el continente ...

Índice

  1. ¿Por qué TeleSur?
  2. Prólogo
  3. Introducción
  4. Capítulo 1. Viejas categorías (recuperación, circulación e historia)
  5. Capítulo 2 . Los otros (espejos y reflejos)
  6. Capítulo 3. El proyecto. La historia. Una mirada (la de los protagonistas)
  7. Capítulo 4. De la oportunidad al oportunismo
  8. Capítulo 5. ¿Qué es en definitiva TeleSur?
  9. Una conclusión. A propósito del análisis del caso TeleSur
  10. Bibliografía