El abencerraje
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El abencerraje

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El abencerraje

Descripción del libro

El joven Abindarráez es apresado después de ser sorprendido en plena noche tratando de adentrarse en tierras cristianas. Su fiereza –y luego, su explicación– conmueve a Rodrigo de Narváez, que le concede tres noches para cumplir su cometido: casarse con la bella Jarifa. Una edición especial que recoge las tres versiones (escritas por tres autores) que llegaron hasta nuestros días.

Edición a cargo de Eugenia Fosalba.

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Información

ESTUDIO Y ANEXOS

Para mis padres, Marcelo y Florencia

VERSIONES, AUTORÍAS, FUENTES Y FORTUNA DEL «ABENCERRAJE»

1. LA TELA DE PENÉLOPE

El Abencerraje, novella de moros y cristianos, se ha conservado en tres versiones distintas de mediados del siglo XVI. La crítica ha preferido siempre, dadas su pulcritud y austeridad estilísticas, priorizar la versión del medinense Antonio de Villegas, pese a que un análisis pormenorizado de las variantes arroja la conclusión de que no es el suyo el texto más cercano al original, además de que añade una larga interpolación que poco o nada tiene que ver con el espíritu del cuento. La versión más antigua del Abencerraje, a la que se da el título de Crónica en atención a su primera frase, Crónica del ínclito infante don Fernando, tampoco corresponde, en rigor, al texto original, pero es la que más próxima está de él entre las que se han conservado. Nos ha llegado en forma de opúsculo de escasa calidad, en dos ejemplares procedentes de imprentas distintas, a los que faltan algunas páginas, si bien por fortuna no se trata de las mismas y de este modo pueden completarse. La versión de Villegas es muy cercana a la de la Crónica, cuyo estilo pule, recortando frases de varios pasajes y escenas; es probable que circulara manuscrita en los cenáculos vallisoletanos antes de publicarse algo tardíamente junto a otras obras misceláneas del mismo autor bajo el título de Inventario (1565). La tercera versión conservada es la interpolada al final del capítulo cuarto de la Diana de Montemayor, en la edición vallisoletana de 1561; es la más alejada del texto original y la que se permite más licencias, aunque conoce las otras dos y las compulsa en alguna escena.
Pese a que las tres versiones guardan entre sí evidentes parecidos, se percibe en cada una de ellas la impronta de sensibilidades artísticas distintas, que reescriben según un criterio estilístico dispar esa tela de Penélope en que terminó convirtiéndose el Abencerraje. Esta edición trata de devolver cada una de las versiones al lugar que le corresponde en relación con las demás: por esta razón se editan las tres, facilitando su consulta conjunta y sin regatear al lector la posibilidad de saborear los méritos propios de cada una.
La versión más antigua requería urgentemente una edición crítica y anotada, que restaurara algunas frases deturpadas por la imprenta. Desempolvar la Crónica del ínclito infante don Fernando, la versión del Abencerraje más desdeñada por la crítica y los editores, constituye todo un redescubrimiento y ha contribuido de forma muy eficaz a comprender las motivaciones y la historia del texto. Impresa en un soporte muy humilde, semejante a los pliegos de cordel, con su miniatura y su letra gótica rotunda, el texto parece haberse transmitido por vía oral, transcrito de memoria o compuesto de una forma –quizá al dictado– que impedía volver atrás para corregirlo. Está plagado de conjunciones copulativas, concordancias ad sensum, reiteraciones de vocablos y alguna frase con la sintaxis a la deriva,1 pero al mismo tiempo se reconoce en él la mano de un narrador culto, con la deliberación propia de la escritura, capaz de trazar con maestría ágiles escenas de escaramuza y en otros momentos detenerse en la descripción de los estados de ánimo con un ritmo suave, transido de melancolía. Priorizar esta versión ha facilitado la anotación e identificación de las fuentes, pues la mayoría de sus lecciones está más cerca del texto original que en las reelaboraciones posteriores. De los datos que van aflorando en la anotación de la Crónica, se desprende que su autor fue un escritor con bagaje de marchamo italiano, lector de novelas caballerescas, admirador del romancero y apasionado de la lírica garcilasiana. Es posible defender que se tratara de Jerónimo Jiménez de Urrea, como se verá en el siguiente apartado de este Estudio.
La versión de Villegas hace gala de un estilo sutilmente depurado, y suaviza el intenso erotismo de varias escenas, lo que debió de contribuir a que la crítica de mediados del siglo XX la prefiriera frente a las otras, y a que, seguramente por inercia, siga gozando de una mayor aceptación del público lector todavía en el presente.
En cuanto a la versión que con toda probabilidad escribió Montemayor, y que se interpoló el mismo año de su muerte en su novela,2 constituye una bella recreación que amplifica la faceta psicológica y sentimental del relato, al tiempo que musicaliza el estilo neutro de las versiones anteriores. Esta versión «pastoril» dio a conocer la historia del Abencerraje al resto de Europa, convirtiéndola, merced a las numerosas traducciones de la Diana al francés, inglés, italiano y alemán, en fuente de inspiración de numerosos narradores y dramaturgos de otros países.
En otro orden de consideración, puede que los tres textos del Abencerraje no sean solo consecuencia de diferentes apuestas, e incluso, como se verá, de rencillas personales y literarias, sino que contengan el rastro de diferentes hábitos de lectura, silenciosa e interiorizada o en voz alta.3 La Crónica, tal y como ha llegado hasta nosotros, da fe de que se «contaba», es decir, era leída en voz alta. La versión incluida en el Inventario de Villegas sin duda estaba destinada a leerse en silencio. Y en cuanto a la versión de la Diana, probablemente se «recitaba» o leía entonando su melopeya.
La Crónica, por su parte, comparte su carácter oral con otras obras poco estudiadas que están a medio camino entre la crónica aligerada, la prosificación del romance y la abreviación de la leyenda. Se trataba de resúmenes en prosa rauda, rehacimientos anónimos ofrecidos a la voracidad del vulgo y a los ocios de no pocos discretos, como la obra que circula con el título de Crónica Troyana (publicada una y otra vez desde la edición de 1490 por Juan de Burgos, y a todo lo largo del XVI por varias imprentas),4 o la Crónica del noble caballero el conde Fernán González, con la muerte de los siete infantes de Lara, divulgadoras de unas leyendas que seguirán triunfando en la literatura de cordel en el siglo XIX. Curiosamente, ambos opúsculos, como nuestra Crónica del ínclito infante don Fernando, aterrizarán a mediados del XVI en los tórculos toledanos de Miguel Ferrer.

2. AUTORÍAS DE LAS TRES VERSIONES

Nada se sabe acerca de la autoría de la versión más antigua del Abencerraje. No obstante, gracias a los esfuerzos de Soledad Carrasco [1972], contamos con un panorama político muy completo de la zona aragonesa de donde era oriundo Jerónimo Jiménez Dembún, señor de Bárboles y Oitura, a quien está dedicado el texto. La investigadora partió de dos hallazgos de López Estrada [1959:52]: por un lado, la demostración de que los señores de Bárboles emparentaron a lo largo del siglo XVI con dos ricas familias de cristianos nuevos a las que pertenecían tanto la madre como la esposa de Jerónimo Jiménez Dembún, y, por otro, la certeza de que los vasallos del señor de Bárboles eran en su gran mayoría «nuevos convertidos de moros».5 El artículo que Carrasco dedicó a los rasgos de este ambiente mudéjar de las cortes de Aragón es, de hecho, un resumen de la pormenorizada monografía que la misma autora dedicó en 1969 a El problema morisco en Aragón al comienzo del reinado de Felipe II, sobre la intensa campaña política que en aquellos años llevó a cabo la nobleza aragonesa contra los avances de la Inquisición y el papel que Jiménez Dembún desempeñó en las gestiones preliminares para que fuese revocado el edicto de desarme que iba a recaer sobre los «convertidos de moros» en Aragón. Esta apuesta política por parte de los fueristas aragoneses a favor de la convivencia pacífica entre moriscos y cristianos, que abogaba por el respeto hacia las señas de identidad de los mudéjares, aunque movida por intereses eminentemente económicos, coincide muy a propósito con los ideales que respira el Abencerraje, que, según Soledad Carrasco, podían adquirir un valor simbólico y dar apoyo moral a un conflicto candente. La estudiosa también llamó la atención sobre el paisaje cultural de aquella zona mudéjar de Aragón: en Épila se publicó la Clara Diana a lo divino de Bartolomé de Ponce (1580), y por deseo del editor zaragozano Suelves se publicaron en 1562 las obras de Ausiàs March, en la traducción de Montemayor, y una edición del Cancionero del mismo autor portugués.6 Ambas obras, recuérdese ahora, aparecieron dedicadas a don Juan Jiménez de Urrea, III conde de Aranda, vizconde de Biota (nieto y sucesor de Miguel, muerto en 1550, y sobrino nieto de Pedro Manuel), uno de los fueristas más destacados, junto al señor de Bárboles, en la crisis de 1558.
A la madre de Juan Jiménez de Urrea, doña Juana de Toledo, dedicó una octava entera de su célebre traducción del Orlando furioso de Ariosto (Amberes, 1549) Jerónimo Jiménez de Urrea, pariente por la rama bastarda del heredero del condado de Aranda.7 En la mejor tradición del soldado poeta, Urrea fue en su juventud amigo de otros personajes de la misma condición, como Garcilaso, Gutierre de Cetina y el duque de Sessa.8 Tradujo también al castellano la Arcadia de Sannazaro, pero la versión permaneció manuscrita. Al reparar en el conjunto de publicaciones zaragozanas, algunas editadas por Suelves (Ausiàs March, Montemayor, Ponce de León), Carrasco señaló entre sus notas, muy sagazmente, la figura de este interesantísimo personaje, oriundo de Épila,9 para descartar después con cierta precipitación que pudiera ser autor del Abencerraje: «No indico estos puntos de contacto con la intención de lanzar una atribución de autoría. Para ello no hay fundamento, y, por otro lado, lo que conozco de ficción de Urrea me parece evocar un clima emocional e imaginativo muy distinto de la luminosa atmósfera que envuelve la historia de Abindarráez. Simplemente deseo señalar que hubo, sin duda, contacto personal o epistolar frecuente entre los ingenios del grupo de Épila y Bárboles, a cuya angustia vital esta obrita ofrecía un punto de compensación, y el laborioso autor y traductor, que engloba yuxtapuestos en la totalidad de sus escritos muchos de los elementos fundidos en prodigiosa síntesis dentro de la novela» (Carrasco 1972:125).
No obstante, vale la pena reconsiderar esta posibilidad: sin intención de incurrir en una defensa paladina de la autoría de Jerónimo Jiménez de Urrea,10 tiene interés analizar con más demora algunos aspectos de su vida y obra para observar con algún detenimiento en qué medida puede encajar con la ideología y la formación del creador de la versión más antigua del Abencerraje.11

JERÓNIMO JIMÉNEZ DE URREA, ¿AUTOR DEL PRIMER «ABENCERRAJE»?

Si se compara el estilo del Abencerraje y el de Don Clarisel de las flores, famosa y extensa novela de caballerías de Jiménez de Urrea, todavía hoy inédita en su práctica totalidad, es difícil encontrar puntos de contacto; pero no hay que olvidar que el usus scribendi está en la segunda de estas dos obras muy adulterado por la tendencia arcaizante que en la época se adscribía a las novelas de caballerías, costumbre de la que no sin razón se mofaba Cervantes en su Quijote; además, como pone de manifiesto Geneste [1975, II:580-583], el texto de Don Clarisel fue retocado minuciosamente por una mano que no necesariamente hubo de ser la del propio autor. Aun así, y sin salirse de momento de los lindes del Clarisel, vale la pena recordar, además de las «ágiles relaciones de combates y escaramuzas; descripciones minuciosas de armas y galas, y alguna mención de caballeros ataviados a la morisca» (Carrasco 1972:127), la inclusión de poemas que irradian una luz parecida a la que proyecta la prosa en tantos momentos poética del Abencerraje, con destellos que anuncian las liras más hermosas del Cántico espiritual de San Juan.
Suaves y frescos vientos que movéis las olas mansas, llevad os ruego mis quejas al que mis suspiros causa; decidle que ellos ardiendo os encienden y os ensañan y estas mis lágrimas tristes aumentan las frescas aguas, y por tierra y mar ardiendo le voy buscando con ansia, bramando como la cierva que busca la fija amada por los espesos boscajes por las húmedas cañadas, sin gustar la tierna yerba, sin beber en fuente clara, sin temor de ser ferida de la flecha enarbolada; decidle que se le acuerde cuando conmigo folgaba glorioso, ledo y contento, recostado en la mi falda, del juramento que fizo sobre la cruz de su espada, que solo mi amor sería el regalo de su alma.12
La especial atracción q...

Índice

  1. Portada
  2. Presentación
  3. El Abencerraje
  4. Estudio y anexos
  5. Aparato crítico
  6. Notas
  7. Notas complementarias
  8. Bibliografía
  9. Créditos